Mes: abril 2008

Ataraxia, finitud, verdad, yo, variedad y otras cosas

  

Ataraxia, finitud, verdad, yo, variedad y otras cosas

Conocí a Menecles «El Pirrónico» hace diez o doce años, un amante de la historia antigua me dijo que sus discípulos, porque tuvo que tenerlos, decían de él que «pasó su vida enseñando a los hombres el camino de la ataraxia». Y, en su epitafio está escrita esta sentencia suya: «Desde que nací, todo cuanto vi me parece equivalente«. La equivalencia de las cosas, el que todo valga lo mismo, que nos importe lo mismo, debe ser un estado de felicidad, una felicidad que no es como un río, que corre, sino como un estanque o un lago, es decir, pequeña o grande pero quieta, como si ya hubiera llegado. No se si eso es positivo o negativo, bueno o malo, pero sí tan atractivo que los que prueban el camino químico de la ataraxia, los que prueban las drogas, se vuelven adictos, y describen la sensación del estado anímico causado por la droga como «que todo te da igual»: Ataraxia perfecta.

Un misterio, otro, ese enlace entre lo que se siente y algunas sustancias puramente materiales. Porque la relación entre la disciplina física del budismo y el alcance de la vacuidad, la conciencia de que en el mundo -en este mundo- no hay nada interesante, es, seguramente, explicable por un equilibrio distinto de endorfinas. Los sentimientos y las sensaciones tienen una traducción bioquímica, realizan cambios en las segregaciones de todas las células capaces de excretar, pero creo que está primero el sentimiento y después la bioquímica.

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Hace ocho o diez años escribí la primera versión de «Cuerpos gloriosos», entonces pensaba que en la reencarnación tendríamos «un» aspecto y era discutible cual sería el más apropiado. Han tenido que pasar esos años y bastantes páginas de lectura para que me dé cuenta de que tendremos «todos» los aspectos. Es un poco como la respuesta a los saduceos: «¿Es que no sabéis, ignorantes, que en la otra vida seréis como ángeles?» (Mateo 16). Ángeles u hombres, pero atemporales. La historia tiene un fin, acabará el día que el más atrasado de los hombres haya adquirido la verdadera ataraxia: «Amor verdadero del infinito apoderado», escribí un día.

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No podemos pensar razonadamente fuera del tiempo y el espacio. Dice Kant, más o menos, que son condiciones subjetivas de la realidad. Pero para Kant la realidad es el fenómeno, lo que captamos. Es posible que dentro de muchos siglos Kant deje de tener razón y la verdad, el noumeno, pueda ser… No, no «pueda ser»: sea necesariamente conocido. El hombre será uno, se convertirá en uno, la anfibología perderá su sentido, lo múltiple y lo uno serán lo mismo. Y la razón, la de todos los sabios que hayan sido será inútil.

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Dijo Gorgias: la verdad no existe. Gorgias también cayó en la trampa del tiempo. En el tiempo no existe, no puede ser conocida, no puede ser comunicada. La verdad está en lo infinito y, mientras no se integre todo lo finito en la inmensa Naturaleza espinosiana, no existe. Misterio incomprensible el infinito. Sólo podemos sentir vértigo cuando especulamos en la pérdida de límites, cuando la esencia inmediata de nuestro ser, nuestro cuerpo, es la limitación. La finitud de Schelling… en el tiempo y el espacio. Ese expandirse instantáneo debe ser como un dolor. Me reconozco porque me palpo. Me reconozco porque me veo en el espejo y me encuentro como debería estar con relación al tiempo: más viejo que ayer. Y la comprobación de lo que me parece esperable me tranquiliza. Si de pronto no tuviera donde ir ni que sentir, ni que desear, porque no hay nada que no esté ya hecho, me desgarraría y en uno de los trozos estaría mi persona. Locura: no quiero dejar de ser finito, no quiero dejar de ser yo, aunque todo me dé igual.

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Variedad. Qué difícil es admitir la variedad cuando estamos seguros de tener la razón. Pero no hay razón cierta, como no hay verdad, si hay tiempo. No sabemos qué es lo bueno. Los juicios son opiniones. Hasta los axiomas. Parménides es discutible: Lo que es, es. Pero ¿No puede «no ser»? Nicolás de Cusa ya tropezó en esta piedra. No sabemos qué es lo malo: En virtud de un plan, cuyo conocimiento nos está vedado, ocurren cosas a nuestro alrededor que nos estremecen. Quisiéramos torcer el plan, que esas cosas que nos parecen «malas» no hubieran existido, ni existan, ni vayan a existir. E inventamos soluciones, planes para hacer un mundo mejor cuando ya estamos en el mejor de los mundos posibles. Y vuelve a aparecer la variedad. Puede que la variedad sea condición necesaria de la existencia de ese mundo «mejor» existente y planificado. A fin de cuentas todo lo «necesario» va a ocurrir, cualquiera que sea nuestra opinión al respecto. Pero, no caigamos aquí también en la trampa del tiempo cuando el plan está escrito fuera de él. Las cosas que pasan, todas, las mejores y las peores son contingentes, sin importancia. ¡Que claro y oportuno es el castellano!: Pasan.

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Hasta el último de los pobres, que va a perder su corporalidad al morir de hambre, tiene su yo. Los antepasados, muertos, vistos desde aquí, siguen teniendo su yo. Todos yoes finitos. En el interregno están en el valle de Josafat, que es nuestra memoria, esperando el final de los tiempos. Pero llegará. Y todos seremos uno, despojados de nuestro yo, para ser infinitos. No hay ataraxia, sólo el dolor de no ser. Desde aquí, mientras dure el tiempo hay una esperanza: ¿Para qué crearme si voy a ser aniquilado?. Si Dios es bueno y consecuente hará otro milagro inexplicable, hará que me integre en Él sin dejar de ser yo. Si es así no me importará el dolor de la ruptura.

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LA CARTERA ROBADA

La cartera la encontramos dentro del cajón de un armario desvencijado que tenemos en el trastero. Habíamos decidido emplear aquella mañana de domingo en hacer una limpieza a fondo de la casa, limpiar las ventanas, poner en orden las estanterías y todo tipo de cacharros que empezaban a hacer intransitable el trastero: una habitación sombría ubicada en el sótano del edificio y a la que sólo entrábamos para coger alguna banqueta en las fiestas de cumpleaños o bajar la maleta cuando volvíamos de vacaciones. Lucía me había pedido que buscase un mantel  para la mesa de la cocina y  yo metí la mano en uno de los cajones del armario y enseguida noté entre los pliegues del mantel una cosa fría y húmeda que nunca debí haber sacado a la luz. Le pregunté casi a gritos que qué era aquello y ella me contestó con la misma pregunta, sin entender. Nada más abrirla saltó a la vista que aquella cartera pertenecía a una persona que no conocíamos. Como el trastero era un cuarto demasiado angosto y lúgubre para inspeccionar aquella enormidad de color negro, decidimos dejar la limpieza y subir al apartamento para hacer la inspección con más claridad, a la luz de una ventana. Se trataba de una cartera de mujer, atada mediante una hebilla, con monedero central y varios compartimentos para tarjetas y carnés. De uno de estos bolsillos Lucía desprendió un carné de identidad y un abono de transporte. La dueña era natural de Madrid, vivía en Móstoles y tenía veintiocho años. Lucía leyó su nombre y apellidos en alto y era como si los hubiera leído sobre una lápida y se hubiera hecho un silencio sepulcral. Por el carné de identidad pudimos enterarnos de su dirección, pero no logramos encontrar ningún número de teléfono en el que pudiéramos dejar aviso, a no ser el número telefónico de un pub impreso en el dorso de una tarjeta publicitaria. Dos fotografías en blanco y negro, la del carné y otra más de color sepia, en la que posaba junto a una amiga, semidesnuda y en una pose más bien indecorosa, nos dejaron la impresión de que la dueña llevaba una vida más alegre que la nuestra. Por supuesto, en la cartera no había ni rastro de dinero. Tan sólo descubrimos, dentro un sobrecito de papel cebolla, y oculto en un compartimiento, una moneda de plata de 2000 pts que había sido emitida  exclusivamente para coleccionistas y que todavía debe andar rodando por algún cajón de la casa. Creo que debimos estar registrando la cartera y examinando su contenido, al menos, durante media hora, pero el tiempo se nos hizo mucho más lento y pesado,  como si se hubiera venido arrastrando por el suelo. (más…)

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LOS DIARIOS DE TOLSTOI IV (LA FALSIFICACIÓN DEL ARTE)

Si hubiera que señalar en los diarios el pasaje por el que Tolstoi parece haber descendido a los infiernos, si hubiera que encontrar la sima más profunda por la que se ha precipitado abjurando de la humanidad entera, si hubiera que delimitar el momento en que toma conciencia de toda la locura y la vanidad humana, y a partir del cuál se convierte en un predicador zaratrustiano que se ha propuesto prevenirnos contra todas las falsas prédicas, tendríamos que remontarnos a la única entrada en el año 1871. Hace ocho que se ha casado, cinco años que no escribe en su diario, el año anterior ha concluido por fin Guerra y Paz completamente extenuado, le ha nacido su cuarta hija, cuenta 43 años y el día 16 de noviembre escribe una de las paginas más desoladoras que se han escrito nunca en diario alguno y que denuncian la tendencia del hombre y su cultura a desviarse de sus verdaderos fines para acabar en la insustancialidad y el artificio .“Existe -escribe Tolstoi en esa página- una literatura de la literatura: cuando el objeto de la literatura no es la vida misma, sino la literatura de la vida, y esa literatura de la literatura es el 999/1000 de todo lo que se ha escrito. Existe una política de la política: cuando el objeto de la política no es el Estado, sino la política contemporánea anterior, y es el 999/1000 de toda la actividad de las Cámaras. Existe una poesía de la poesía –y lo mismo en la música, y en la pintura y en la escultura y en la escritura-: cuando el objeto de la poesía no es la vida, sino la poesía anterior, y es el 999/1000 de todo lo que se ha creado. Existe una filosofía de la filosofía, cuando el objeto no es el pensamiento sino los sistemas. El primero es fácil e ilimitado, el segundo difícil y poco frecuente.”. A partir de esta entrada se puede vislumbrar con claridad cuál va a ser el derrotero que va a seguir Tolstoi en lo sucesivo: la búsqueda de ese raro 1/1000 restante. (más…)

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Ahwaí Ratman

   

Ahwahí Rathman

Esta es una de esas historias de familia que ahora que uno empieza a ser mayor no acaba de creer pero que seguramente tienen algo de verdad, y en esa verdad medio mentira se basa la importancia que los mayores dan a la familia. Claro que mentir bien es una de las mejores habilidades… a lo mejor la historia es totalmente mentira y mi abuela una mentirosa mejor de lo que se puede pensar.

Repite que no hay nada más importante que la familia y los tesoros que posee. Claro que mi familia no posee ningún tesoro material, pero, como en todas las familias, una inmensa fortuna estuvo alguna vez en sus manos. No se muy bien por qué dan  importancia a la creencia de que un lejano antepasado fuera rico. Debe ser porque eso añade categoría al presente: – «Ya ves, ahora no tengo zapatos, pero si no hubiera sido por la mala fortuna seguramente me estarías viendo sentado en un elefante adornado con cadenas de oro, yendo a cazar al tigre que mató al vecino…» (más…)

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LA ARRUGA

18 de octubre. Esta mañana al afeitarme he detectado una arruga en el entrecejo. Y no me lo podía creer. Mi piel tan tersa aparecía surcada por una arruga. Al principio creí que era una espinilla; pero no, encendí el foco del espejo y allí estaba: larvada pero abriéndose paso. Me he pasado toda la jornada espiando a mis compañeros de trabajo mientras buscaba en su rostro alguna arruga sospechosa. Los he visto más viejos a todos. Es horrible. Horrible. (más…)

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