Mes: agosto 2008

El consuelo de la filosofía

Aunque lo parezca no es nada serio. Ni presuntuoso. Sólo me ha salido así y me parece que contiene algunas ideas para reflexionar. Es sólo un grito.

Kant, Schopenhauer: el consuelo de la filosofía.

Seamos sencillos, que decía uno de mis maestros en filosofía, pensemos como piensa un alma inquieta sin pretensiones materiales: riqueza, poder, gloria, o desengañado de la posibilidad de conseguirlas.

El saber es consuelo. O, tal vez lo es el creer que se sabe. Creer que se comprende, al menos, una parte del jeroglífico. Si la filosofía nos ayuda en este engaño cumplirá con su deber de consolar a la razón inquieta.

Hasta Kant casi todo ha sido especulación o esfuerzo por meter en el saco de la razón lo incomprendido o una fe, necesaria, alterada por los añadidos especulativos de cientos de hombres; unos bien intencionados otros no. Y la fe, necesaria, no cabe en saco alguno, porque se escapa, está fuera, de la intuición de espacio.

Y lo razonable pero incomprendido se ha ido conociendo. Algunos optimistas piensan que se llegará a saber todo.

Kant cerró toda esperanza de explicar aquello que está más allá de los conceptos de la naturaleza. Pero también dejó clarísimo el deseo universal de comprender más, la necesidad de lo imposible, de conocer todo para sentirse satisfecho. Si no se puede «saber» se puede creer que se entiende una parte de lo inabordable y así sentirse consolado. Los inicios de los caminos del pensamiento consolador son la postulación de la libertad, lo referente al «juego» y el fenómeno de la creación genial.

La libertad kantiana existe, en el Canon de KrV, al menos como libertad de pensamiento: ni un hipotético Dios omnipotente puede impedirme que piense de un modo determinado, si me ha constituido como hombre completo, y esa libertad es el signo de la otra inasequible.

El «juego», ampliamente tratado en la «Crítica del juicio» permite la eclosión del sentimiento estético, ese interés desinteresado fuera de toda razón. Precisamente la aparición de la apreciación estética, desinteresada, podría ser un reflejo del actuar de un Creador con un proyecto definido, ese Creador cuya existencia quiere demostrarse con el argumento cosmológico. Válido si el principio de razón suficiente fuera aplicable a lo infinito: La existencia de lo finito exige una causa necesaria pero el infinito no necesita causa alguna.

Dice Schopenhauer, en el Apéndice al primer tomo de «El mundo como voluntad y representación«, que es triste, o frustrante, la conclusión kantiana de la imposibilidad de acceder al conocimiento de lo externo, a la «wirklichkeit», la realidad como actuante, lo no perteneciente al mundo fenoménico. Y cae en la tentación de hablar de lo que no se puede. Me gusta Schopenhauer por una precisión y dos insinuaciones fundamentales: Primera, precisa que la «cosa en sí» kantiana es eso a lo que él llama «voluntad» y que usa 1200 páginas para definir. Segunda, insinúa que esa «cosa en sí» es única, y, lógicamente infinita y atemporal, ajena al tiempo y el espacio. Tercera, que el principio de razón suficiente, la causalidad, que es la única categoría que admite en el mundo de la representación, no es aplicable fuera del tiempo y el espacio.

Sencilamente que hay un infinito que contiene todas las representaciones, es decir, toda la «wirklichkeit» y toda la «realität», y que no es necesaria ninguna causa que nos explique por qué o para qué se produce la «emanación» plotiniana del mundo. «Porque de Él, y por Él, y para Él, son todas las cosas[1] Y la «voluntad» es el Uno: «Todos los seres tienen su existencia por el Uno, no sólo los seres así llamados en el primer sentido, sino los que se dicen atributos de esos seres[i]. Porque, ¿qué es lo que podría existir que no fuese uno?«[2]

*   *   *

El horizonte del hombre es como un círculo: Una de tres partes está llena por la experiencia inmediata, lo que se nos da evidentemente, sobre ello se puede discutir pero no se puede especular: es como es, se «sabe» o se sabrá. Muchos humanos no pasan de la consideración de esta parte, pero eso no significa que esto, lo dado, sea todo.

Una segunda parte se completa con el conocimiento racional, la explicación de cómo son las cosas de la naturaleza. Una parte ya está explicada otra parte se va a explicar. Se puede especular sobre los límites del conocimiento a los que la ciencia nos va a conducir, seguramente ella podrá explicar el funcionamiento de todo lo natural, pero esto no significa que estas dos partes sean el todo. Cuando la explicación de la naturaleza se haya completado aún habrá preguntas sin respuesta. Dice Schopenhauer sobre Kant: «Él mostró que las leyes que imperan con inquebrantable necesidad en la existencia, es decir en la experiencia en general, no son aplicables para deducir y explicar la existencia misma…«[3]

La tercera parte final del horizonte está vacía, es inútil que la razón pregunte allí por el todo, no hay medio de llegar más allá de la experiencia. Ese vacío, que sienten más unos hombres que otros, es el que nos produce esa desazón a la que Schelling llamó, más o menos, «sensación de finitud». Como si se hablara en una cámara anecoica las preguntas de la razón parecen perderse sin que haya la más mínima respuesta. Sólo inquietante y profundo silencio.

Y aquí se puede especular, de hecho todo lo que se escriba de esta parte es especulación. Es la creencia, necesaria para sobrevivir hoy. Porque «La mente se traba; no desea permanecer donde está, porque la conclusión no le satisface; no obstante no puede seguir avanzando, porque no tiene medios de resolver el argumento[4]

*   *   *

Filósofos. Toca hablar de filósofos. Primero, «Todos los hombres tienen naturalmente el deseo de saber. El placer que nos causan las percepciones de nuestros sentidos son una prueba de esta verdad. Nos agradan por sí mismas, independientemente de su utilidad, sobre todo las de la vista[5] Así, el ansia de saber es común a todos los hombres, y cada uno en su medida hace silogismos con fines prácticos; todos somos filósofos. Hay filósofos vocacionales y hay filósofos oficiales: Los primeros hacen con todas sus fuerzas filosofía continua y no siempre están reconocidos. Los segundos han llegado a cierto estatus no se sabe bien por qué. Mi amigo Schopenhauer les llamaría filosofastros. Suelen estar reconocidos y la filosofía para ellos es un ganapan o un camino hacia cierta posición social, bien pequeñita si hablamos de quienes deberían acercarnos al infinito. Los primeros, seguro, buscan consuelo. Los segundos se sientan en su cátedra, sean catedráticos o no, y oscurecen el panorama cambiando los nombres a las ideas para que nadie entienda sus razonamientos. Necesitamos especulaciones claras y distintas. Maestros que ya que no pueden explicar nos hagan comprender, en poesía, que tras el velo de Maya puede haber un mundo comprimido en un punto adimensional que es, al mismo tiempo el Infinito. Claro que esta actividad, que consiste en reconocer la impotencia, no da gloria ni poder ni dinero. Como el arte, que deja de serlo cuando se vende, la filosofía es propiedad de pequeñas mentes que contienen todo el universo conocido y por conocer, sin más ambición que dar un grito insignificante hacia fuera u obtener un pequeño consuelo interior.

No podemos por nosotros mismos, idea profunda de casi todas las religiones, pero el innombrable no nos ha dejado en la ignorancia absoluta, la «voluntad» ha dejado mensajes: La inexplicable y aparentemente inútil libertad, el juego como generador de especulaciones, la ficción genérica como indicativo del actuar creacional, los sentimientos y su destilado más puro: el amor. Si pensando en estas ideas somos capaces de inventar otro mundo inmenso dentro del cual estamos, nos lo dibujamos y lo tomamos como un escalón sobre el que nos empinamos para tratar de ver más allá, y creemos haber visto algo, seguramente durante un breve instante sentimos un cierto consuelo y deseos de dar un grito, el mayor de nuestros gritos, aunque no haya eco alguno. Amor verdadero del infinito apoderado.

F   I   N


 


[1] Carta a los Romanos 11-36[2] Plotino.- Principio de la «Enéada sobre el Bien y el Uno».-[3] Schopenhauer.- «El mundo como voluntad y representación», «Apéndice: Crítica de la filosofía kantiana». Trotta 2004.- pag. 484.-

[4] Definición de Aporía.- Aristóteles, EN 1146 a 24.-

[5] Aristóteles.- Metafísica · libro primero · Α · 980a

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