Mes: diciembre 2010

POETAS 66. Rubén Darío II («Azul» y «Prosas profanas»)

Rubén Dario se forjó como poeta bajo el influjo de la poesía francesa: primeramente absorbió la influencia de Victor Hugo, seguidamente adoptó los modos parnasianos de poetas como Théophile Gautier, para acabar rindiendo su admiración a los poetas simbolistas, con especial mención de Paul Verlaine, su poeta preferido. En las «Palabras Liminares» de Prosas profanas (1896), menciona una anécdota de su infancia que después ha sido muy divulgada: «El abuelo español de barba blanca me señala una serie de retratos ilustres: «Éste -me dice- es el gran don Miguel de Cervantes Saavedra, genio y manco; éste es Lope de Vega, éste Garcilaso, éste Quintana. «Yo le pregunto por el noble Gracián, por Teresa la Santa, 0 por el bravo Góngora y el más fuerte de todos, don Francisco de Quevedo y Villegas. Después exclamo: «!Shakespeare! !Dante! !Hugo..! (Y en mi interior: !Verlaine…!). Luego, al despedirme: » -Abuelo, preciso es decíroslo: mi esposa es de mi tierra, mi querida, de París».

Además de esta influencia francesa, todavía es notable, en sus primeros poemarios, la influencia de los poetas españoles del XIX: Nuñez de Arce, Campoamor y Becquer. La profunda admiración que sentía por Emerson, Poe y Whitman, acaban por completar la órbita en la que se movía Rubén Darío. La influencia española es destacable en sus primeros libros: «Epistolarios y Poemas» y «Abrojos». También se nota la huella de Victor Hugo. En 1888, publica «Azul», libro con el que inaugura el Modernismo Hispanoamericano, y que recoge relatos y poemas. La gran variedad metrica que caracteriza este libro va a acentuarse en su siguiente obra «Prosas profanas y otros poemas», en donde acaba perfeccionando el estilo modernista. En este libro ya aparecen los temas que van a presidir su poética: Insatisfacción burguesa, erotismo, esoterismo y exotismo, siempre buscando una orientación alejada de su realidad cotidiana: La Francia del siglo XVIII, la España Medieval y la mitología griega.

*****

COSAS DEL CID

A Francisco A. de Icaza

Cuenta Barbey, en versos que valen bien su prosa,
una hazaña del Cid, fresca como una rosa,
pura como una perla. No se oyen en la hazaña
resonar en el viento las trompetas de España,
ni el azorado moro las tiendas abandona
al ver al sol el alma de acero de Tizona.

Babieca, descansando del huracán guerrero,
tranquilo pace, mientras el bravo caballero
sale a gozar del aire de la estación florida.
Ríe la Primavera, y el vuelo de la vida
abre lirios y sueños en el jardín del mundo.
rodrigo de Vivar pasa, meditabundo
por una senda en donde, bajo el sol glorioso,
tendiéndole la mano, le detiene un leproso.

Frente a frente, el soberbio príncipe del estrago
y la victoria, joven, bello como Santiago,
y el horror animado, la viviente carroña
que infecta los suburbios de hedor y de ponzoña.
Y al Cid tiende la mano el siniestro mendigo,
y su escarcela busca y no encuentra Rodrigo.
-«!Oh Cid, una limosna», dice el precito.
-«Hermano,
!te ofrezco la desnuda limosna de mi mano»,
dice el Cid; y quitando su férreo guante, extiende
la diestra al miserable, que llora y que comprende.

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POETAS 69. Iñigo de Mendoza (Fray)

Nació en Burgos en 1425.  Fue hijo de Don Diego Hurtado de Mendoza y sobrino del Marqués de Santillana. Vistió los hábitos de franciscano y fue uno de los poetas preferidos de los Reyes Católicos. En su poesía se alían lo culto y lo popular, lo que le llevó a revalorizar el romance. Vivió casi toda su vida alrededor de la corte, hasta que en 1495 se retiro al convento de San Francisco, en Valladolid, donde murió en 1508. En su obra se funden romances, villancicos y elementos líricos populares. Su obra más conocida son «Las coplas de la Vita Christi». Algunos autores le han atribuido «Las coplas de Mingo Revulgo»

Eres niño y as amor
que farás cuando mayor.

Pues que en tu natividad
te quema la caridad,
en tu varonil edad,
¿quién sufrirá su calor?

Eres niño y as amor
¿qué farás cuando mayor?

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EL SÍNDROME DE ULISES: EL MIEDO A REGRESAR A ÍTACA

   

Si leemos atentamente «La Odisea», nos es posible percibir el instante dramático en que la narración alcanza su clímax. Es el instante en que comprobamos que Ulises es especialmente humano y vulnerable al miedo y al fracaso.  Se trata del momento en que, al fin,  Ulises regresa a Ítaca, se infiltra en su propio palacio como un mendigo, se echa sobre unas pieles que las sirvientas le han extendido  para que duerma en el suelo y cae en la cuenta de que no es capaz de conciliar el sueño, de que el miedo -el más humano miedo- le atormenta y le impide dormir. Es ese pasaje situado en el capítulo XX en que comienzan a agitarse  por la mente de Ulises las dudas sobre si podrá salir victorioso de la lucha que ha de entablar al día siguiente contra los  pretendientes que han invadido su palacio y que aspiran a casarse con Penélope. En ese momento la diosa Atena baja a su lado en cuerpo y figura de mujer y le recrimina el que sea infeliz en su propia casa, “habiendo encontrado a [su] mujer y a [su] hijo tal como muchos quisieran tenerlo”. Ulises le da la razón a Atena, pero enseguida le replica que no cesa de dar vueltas al modo de cómo acabar con los galanes, “siendo ellos multitud y él uno”. Duda de su propia victoria o de que salga con vida después de que haya vencido, ya que sospecha que incluso después de la victoria no podrá encontrar refugio una vez que la matanza haya sido conocida por los señores de Ítaca. Es ese momento en que Ulises  se hace consciente de que puede perderlo todo.  La diosa Atena  entonces le infunde ánimo prometiéndole ponerse de su lado y le vierte el sueño sobre sus ojos, “pues penoso es pasar una noche entera en cuidados”. Frente al miedo de Ulises, Atena representa la voz de la conciencia, que trata de infundirle confianza en sí mismo, en su propio valor y su propia fuerza.

Lo que llama la atención de este episodio y lo convierte en una cumbre de la narración épica es precisamente  este temor de Ulises a la derrota que pueda sobrevenirle al día siguiente. Hasta entonces había aparecido algún asomo de miedo en su corazón, más lo había dominado enseguida y siempre se trataba del espanto que se puede sentir ante la crueldad del monstruo o ante el poder sobrenatural de entidades divinas. En ninguna de las hazañas que se narran en la Odisea, Ulises se ve obligado a medir sus fuerzas con iguales. Se las ha de ver con Lotófagos, con Cíclopes, con Lestrigones, con Sirenas, con Ninfas y con Diosas, pero nunca con otros hombres. Pese a que tiene que tratar con fuerzas sobrehumanas, Ulises siempre es capaz de sobreponerse a ese primer ataque de miedo y salir victorioso mediante fuerzas meramente humanas. Contra divinidades que son brujas, y contra gigantes que son  ogros y cíclopes y lestrigones, Ulises hace frente mediante el embrujo de las palabras. Ante  la amenaza de la diosa Circe de arrebatarle el vigor y la fuerza mediante el acto amoroso, y convertirlo después en cerdo por medio de un filtro y una varita, Ulises le hace jurar a la fuerza, mientras le pone un cuchillo en el pecho, que no ha de tramar nuevas astucias en su contra. Es decir, Ulises logra apoderarse  de su palabra por medio de un juramento, que sirve a la vez de sortilegio para protegerle contra  sus hechizos. Es también el poder que tiene el naciente Logos de obligar a los hombres por medio de la Ley. Y la Ley ha de ser pactada por medio de la toma de la palabra. La palabra humana cobra tanto poder y fuerza que es capaz de convertirse en Ley. El hombre es consciente por primera vez que mediante la inteligencia y el artificio de la cultura que ha comenzado a fraguar puede enfrentarse  a los propios dioses. Los dioses, que hasta entonces habían estado prohijando a los griegos, están a punto de ser asesinados por sus propios hijos. El sacrificio ritual de la muerte del padre está a punto ya de fundar la gran cultura occidental. Y el mito comienza a desmoronarse en el momento mismo en que vemos alzarse la fábrica del Logos: es la astucia del cálculo y la meditación, la contención de la furia que se expresa en la mesura, y  la persuasión por medio de la palabra, cuyo mejor ejemplo encarna Ulises.

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POETAS 68. LA ODISEA

Tanto la Iliada como la Odisea surgen de la exposición oral de los rapsodos, que a diferencia de los aedos que les precedieron, ya no cantan ni tañen la lira, sino que con bastón en mano recitan elevando la voz. También, a diferencia de estos primitivos aedos, los rapsodas se atienen con cierta flexibilidad a un texto ya prefijado y que aprendían de memoria, los cuáles se inspiraban  en un conjunto de leyendas centrado especialmente en la riña entre Aquiles y Ulises. Esta poesía heroica recitada de viva voz se convertía en un producto artesanal que el maestro transmitía al discípulo, y que precisaba un conocimiento amplio de las leyendas de su pueblo y de las fórmulas mnemotécnicas basadas en adjetivos tópicos repetidos una y otra vez, junto a escenas características, como son los preparativos, la partida, las bodas y los funerales.

La Odisea narra la historia de un hombre que en su viaje ha permanecido alejado durante largo tiempo de su hogar y que encuentra en su regreso a la mujer asediada por pretendientes. El viaje del protagonista se ve enriquecido por las aventuras marítimas basadas en relatos de marineros que constituían un acerbo cultural del pueblo griego y de otros pueblos: son las aventuras de Simbad el marino. Estas aventuras marítimas se insertan a la vez en el ciclo de la leyenda troyana.

La elaboración de la Odisea está separada de la Iliada por un lapso de tiempo considerable que hace imposible atribuir las dos obras a un mismo autor y que justifica las distintas variaciones de estilo y del mundo histórico y social que reflejan. Homero, a quien se le ha atribuido desde la antiguedad los dos poemas, resulta más una terminación que un comienzo. Las raíces de su creación se hunden en la esfera de la canción heroica oral y se nutre abundantemente de elementos preexistentes. Homero marca el fin de esa transición desde los aedos con su lira a los rapsodos que recitaban con el bastón en la mano, desde la canción heroica de origen oral al poema proyectado por escrito. El tiempo abarcado en la consumación de esta transición resulta difícil de computar, pero parece que no cabe duda del protagonismo de Homero en la culminación de este trayecto. Según Albin Leskin, en su «Historia de la Literatura Griega», lo que podemos saber acerca de Homero como personaje histórico es que fue un rapsodo con conocimiento de mundo, íntimamente vínculado a las cortes principescas de su tiempo. Se sabe con alguna certeza que fue natural de Esmirna, residió largo tiempo en Quíos, y su muerte tuvo lugar en la isla de Íos. Tal como afirma la leyenda, probablemente fue ciego y la época de su creación corresponde a la segunda mitad del siglo VIII.

Para Warner Jaeger, Homero debe ser considerado el más grande creador y formador de la humanidad griega, más allá de su valoración en la historia formal de la literatura. Con su recurso permanente al mito, se logra por medio de esta epopeya una amplia significación normativa, incluso cuando no es empleado de un modo expreso como modelo o ejemplo. Para Jaeger, la tradición del pasado refiere la gloria, el conocimiento de lo grande y lo noble, no un suceso cualquiera. Lo extraordinario obliga aunque sea sólo por el simple reconocimiento del hecho. Homero, no obstante, no se limita a referir los hechos. Alaba y ensalza cuanto en el mundo es digno de elogio y alabanza. Los mitos y leyendas heroicas constituyen el tesoro inextinguible de ejemplos y modelos de la nación. De ellos saca su pensamientos, los ideales y noramas para la vida. Para Jaeger, Homero no es naturalista ni moralista. «No se entrega a las experiencias caóticas de la vida sin tomar una posición ante ellas, ni las domina desde fuera. Las fuerzas morales son para él tan reales como las físicas. Comprende las pasiones humanss con mirada penetrante y objetiva. Conoce su fuerza elemental y demoniaca que, más fuerte que el hombre, lo arrastra. Pero, aunque su corriente desborde con frecuencia las márgenes, se halla, en último término, siempre contenida por un dique inconmovible. Los últimos límites de la ética son, para Homero, como para los griegos en general, leyes del ser, no convenciones del puro deber. En la penetración del mundo por este amplio sentido de la realidad, en relación con el cual todo «realismo» parece como irreal, descansa la ilimitada fuerza de la epopeya homérica.

 (La traducción del fragmento aquí destacado se debe a J.M. Pabón)

CIRCE ADVIERTE A ULISES DE LOS NUEVOS PELIGROS QUE TODAVÍA LE AGUARDAN

Así, pues, todo eso ha quedado cumplido; tú escucha
lo que voy a decir y consérvete un dios su recuerdo.
Lo primero que encuentres en ruta será a las Sirenas,
que a los hombres hechizan venidos allá. Quien incauto
se les llega y escucha su voz, nunca más de regreso
el país de sus padres verá ni a la esposa querida
ni a los tiernos hijuelos que en torno le alegren el alma.
Con su aguda canción las Sirenas lo atraen y le dejan
para siempre en sus prados; la playa está llena de huesos
y de cuerpos marchitos con piel agostada. Tú cruza
sin pararte y obtura con masa de cera melosa
el oído a los tuyos: no escuche ninguno aquel canto;
sólo tú lo podrás escuchar si así quieres, mas antes
han de atarte de manos y pies en la nave ligera.
Que te fijen erguido con cuerdas al palo: en tal guisa
gozarás cuando dejen oír su canción las Sirenas.
Y si imploras por caso a los tuyos o mandas te suelten,
te atarán cada vez con más lazos. Al cabo tus hombres
lograrán rebasar con la nave la playa en que viven
esas magas. (más…)

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POETAS 67. Konstantino Kavafis I (Meditaciones)

Además de los temas sobre la historia, el amor, la sensualidad y el arte que nutren la poesía de Kavafis, se encuentran al principio de su obra una serie de meditaciones sobre la vida en tono pesimista. No deja de resultar chocante que uno de los temas favoritos del Kavafis joven fuera el de la meditación sobre la la vejez y la muerte, teniendo en cuenta que a medida que Kavafis evoluciona y se va haciendo viejo, va apartando la mirada de estas preocupaciones para centrarse en la juventud y la voluptuosidad de los cuerpos por medio de su recreación en la memoria.  También se puede observar esta misma evolución en el tono pesimista que acompaña a estos primeros poemas, que se va atemperando a medida que desarrolla su obra. En su segunda época, Kavafis se va volviendo más complaciente y optimista con el envejecimiento. La luz de la memoria puede iluminar con su vitalidad la nostalgia de los días perdidos. Kavafis se caracteriza en su primera época por tener una idea sombria respecto al futuro que le aguarda. Sofocado por una ciudad provinciana de la que le gustaría escapar, amargado por haber perdido la ciudadanía inglesa, hipersensible al paso del tiempo y el marchitamiento de los cuerpos, quisiera que el tiempo no pasase tan velozmente, pero a la vez se queja de la monotonía de una vida donde este tiempo parece detenerse sin que asome el futuro que anhelaba. Esta sensación pesimista de no poder escapar del propio destino, que nos ha encadenado a un único tiempo y lugar geográfico, se condensa de forma ejemplar en el poema «La Ciudad». El mundo se vuelve pequeño, y con su estrechez ahoga las ansias del espíritu. No sólo el tiempo parece no pasar, con sus días monótonos e iguales, sino que además el hombre no puede escapar a ningun lugar de la tierra, ya que su destino personal se cumple inexorablemente. El hombre siempre lleva consigo la maldición de la que trata de huir, y la lucha contra el destino acaba en destrucción y derrota, pues todo intento de cambiarlo sucumbe ante la certeza de que no existe nada nuevo bajo el sol. Pero esta visión pesimista de la vida también se va optimizando con el paso de los años. El hombre puede intervenir en su propia vida por medio de la nobleza de su pensamiento y la emoción de su espíritu, y ensanchar así su horizonte, a la vez que es capaz de extraer de su contacto con el mundo una experiencia llena de sabiduría. Kafavis comienza a proponer la actitud del sabio como un ejemplo para el hombre que busca percibir el sentido oculto de las cosas y de su propia vida. A partir de la segunda década del siglo XX, comienzan a desaparecer estas angustiosas meditaciones sobre una vida que no espera encontrar sentido del presente ni del futuro que le aguarda, para centrar su reflexión en las enseñanzas que le deparan los comportamientos ejemplares o censurables de personajes pretéritos, célebres o anónimos, que con su vida  fueron haciendo la Historia.

Las traducciones y notas de los poemas de Konstantino Kavafis (Alejandría 1867-1933) que aquí se presentan se deben a José María Álvarez.

ÍTACA

(1911)

Si vas a emprender el viaje hacia Ítaca,
pide que tu camino sea largo,
rico en experiencias, en conocimiento.
A Lestrigones y a Cíclopes,
o al airado Poseidón nunca temas,
no hallaras tales seres en tu ruta
si alto es tu pensamiento y limpia
la emoción de tu espíritu y tu cuerpo.
A Lestrigones y a Cíclopes,
ni al fiero Poseidón hallarás nunca,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no es tu alma quien ante ti los pone.

Pide que tu camino sea largo.
Que numerosas sean las mañanas de verano
en que con placer, felizmente
arribes a bahías nunca vistas;
detente en los emporios de Fenicia
y adquiere hermosas mercancías,
madreperla y coral, y ambar y ébano,
perfumes deliciosos y diversos,
cuanto puedas invierte en voluptuosos y delicados perfumes;
visita muchas ciudades de Egipto
y con avidez aprende de sus sabios.

Ten siempre a Ítaca en la memoria.
Llegar allí es tu meta.
Mas no apresures el viaje.

Mejor que se extienda largos años;
y en tu vejez arribes a la isla
con cuanto hayas ganado en el camino;
sin esperar que Ítaca te enriquezca.

Itaca te regaló un hermoso viaje.
Sin ella el camino no hubieras emprendido.
Mas ninguna otra cosa puede darte.

Aunque pobre la encuentres, no te engañara Ítaca.
Rico en saber y en vida, como has vuelto,
comprendes ya qué significan las Ítacas.

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