Mes: febrero 2012

Árbol en Castilla

Árbol en Castilla

Único testigo
de lo que fuera un bosque,
solitario centinela del páramo,
allá, en lo alto de un otero,
está un árbol.

Olmo o roble, no se sabe,
pardo en la distancia
de la tarde fría,
tal vez sea sólo la sombra
de un amor prohibido,
el reflejo del sentimiento
de un alma triste.

Tal vez el testimonio enhiesto
de una promesa vieja, inútil,
ceñudamente mantenida.

Tal vez un dardo agudo,
como una idea que nos parece feliz,
tan profundamente hundido
que raíces y ramas ha criado.

Tal vez yo mismo, sin saberlo:
El páramo mi vida,
el frio mis sentimientos.

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PENSAMIENTOS 10. Confucio I

Confucio -forma latinizada del nombre chino Kong Fuizi, que significa Maestro Kong- nació en el pueblo de Qufu, en el antiguo país de Lu, ahora provincia de Shandong, China, en el año 551 A. C. Su padre, procedente de una familia noble venida a menos, engendró a Confucio pasados ya los 70 años. La muerte del padre, cuando Confucio contaba 3 años, le dejó bajo la tutela ancestral de su madre, casi adolescente, y de su tío materno, viviendo la familia a costa de los honorarios que el emperador concedía a los nobles sin fortuna. A los diez años, abandona el gineceo e ingresa en una escuela de nobles, donde recibe la formación que en aquel tiempo se impartía a los estudiantes dentro de seminarios situados extramuros de la ciudad: historia, literatura, cálculo, escritura, música y danza, un curso de comportamiento ritual y la práctica de los ejercios militares que incluía el manejo de los carros y la destreza con el arco. Con veinte años, y tras pasar el ritual de iniciación a la edad madura -con imposición de bonete y consagrado con el nombre publico de Chang-ni- se casa con una mujer de su propia clase social, con la que tuvo dos hijos. Las humildes condiciones de vida en que fue criado y el recuerdo de su origen noble fueron acicates para su consagración al estudio. En las «Analectas» -libro en el que fue recogida su doctrina- queda registrada la naturaleza de su evolución vital: «A los quince años me dediqué a aprender, a los treinta, me establecí; a los cuarenta, no tenía dudas. A los cincuenta, conocí la voluntad del cielo. A los sesenta, mi oído estaba sincronizado. A los setenta, sigo todos los deseos de mi corazón, sin quebrantar ninguna ley». Se dice que fue un administrador honrado como intendente de los graneros públicos de Lu y más tarde obtuvo un puesto de vigilancia de postes donde ataban a los bueyes y carneros dispuestos para el sacrificio. Hasta pasados los cincuenta años (501 A. C.) no obtuvo su primer cargo: fue magistrado del distrito de Zhongdu, un año más tarde Ministro de Construcción, llegando después a ser Presidente del Tribunal. Decepcionado por la imposibilidad de llevar sus doctrinas a la práctica, Confucio abandonó el estado natal de Lu el año 497 a C. e inició una peregrinación por diversos estados con la esperanza ver cumplidos sus ideales políticos en alguno de los distintos reinos que fragmentaban China. Durante trece años, acompañado de numerosos discípulos, y ganándose la vida mediante la enseñanza, trató infructuosamente de que algún príncipe aplicara sus reformas. Una vez que hubo regresado a su Estado natal, en el año 484, se dedicó a enseñar a sus discípulos, a editar a los clásicos antiguos y a escribir comentarios sobre ellos. Aunque Confucio murió -en el año 479- con la impresión de que su misión había fracasado -«no aparece ningún soberano sabio y no hay en el imperio quien quiera hacerme su maestro, ha llegado la hora…», a su muerte se creó una escuela de pensamiento inspirada en su manera de concebir las relaciones humanas y religiosas. 250 años después, la dinastía Han (206 a.C. -220 d.C) decidió encargar a los confucianos la Administración del Imperio, siendo utilizada su doctrina como guía para la administración de los servicios públicos durante más de dos mil años. En alguna ocasión, Confucio se definió como una persona incapaz de actuar sin conocimiento, y la búsqueda de este conocimiento llegó a convertirse en el motor de su vida. Puso todo su celo en conocer exhaustivamente los rituales antiguos y los autores clásicos, pero al centrarse en el conocimiento moral y la perfectibilidad humana, reinterpretó todo el mundo de la tradición y acabó por reformar la sociedad de su tiempo: «No cultivar la fuerza moral, no explorar lo que he aprendido, la incapacidad de seguir lo que sé que es justo, y de reformar lo que no es bueno, todas éstas son mis preocupaciones». Para llevar a cabo el cultivo de uno mismo y de las propias fuerzas -morales- era necesario contar con los demás, y, de esta forma, conseguía propagarse la labor moral al resto de las esferas sociales. Para Karen Armstrong – en su libro «La gran Transformación»- lo privativo de las enseñanzas de Confucio estriba en la empatía que se deriva de cultivar la fuerza moral en todas las relaciones, desde el más pequeño círculo de la amistad y la familia, hasta la comunidad inmediata, los estados vecinos y, finalmente, el mundo entero. Tal como se recoge en alguno de los aforismos aquí seleccionados, la regla de oro de Confucio puede resumirse en la reciprocidad: «No hagas a los demás, lo que no desees que te hagan a ti». Las distintas virtudes que Confucio ensalza para poder lograr una verdadera vida moral, perfilan un tipo humano capaz de llevarlas a cabo, y que ha sido designado en la cultura china con una expresión que podría traducirse como «caballero». Pero al cifrar la virtud humana en la fuerza moral, y predicar que todo hombre podía convertirse en «caballero», instauró en la ancestral china una especie de igualitarismo social. Al concebir los ritos milenarios que presidían las relaciones de los emperadores con el cielo, del gobernante con sus súbditos, etc., como un instrumento de educación espiritual que encaminaba a la gente a trascender su egoismo, dio una nueva vitalidad a la momificada tradición ritualista. Es en atención a estos aspectos por lo que Karl Jaspers – en su obra «Los antiguos maestros espirituales de Oriente y de Occidente»- llegó a definir la filosofía de Confucio como «lo nuevo expresándose bajo la forma de lo viejo». Aunque más tarde sus principios fueron adoptados con fines religiosos, durante su vida rehusó entrar en cuestiones concernientes a espíritus y dioses -«si no se es capaz de servir a los hombres ¿cómo se podría servir a los espíritus?; si no se conoce la vida ¿cómo podría conocerse la muerte?». Confucio buscaba, más bien, centrar su conocimiento y su práctica de vida en conseguir la verdadera «humanidad» para los hombres, pero esto no podría conseguirse sin llevar a cabo antes una reforma del modo en que los hombres se gobernaban. Más acá de las implicaciones políticas y religiosas que alcanzó su doctrina, Confucio concebía la vida como un proceso de continuo cultivo y transformación de uno mismo, lo cual acababa conduciendo a la trascendencia, pues al colmar la verdadera naturaleza de uno, acababan realizándose los principios del «Cielo» que impregnan y gobiernan todas las cosas». (En lo sucesivo, y si el tiempo lo permite, se tratará de desglosar el pensamiento de Confucio en sus cuatro o cinco pilares que lo sostienen -Conocimiento, Caballero, humanidad, virtudes y rituales-, se analizará su pensamiento con respecto a estos aspectos y se ilustrarán los motivos analizados con sus máximas correspondientes.)

*****

– El maestro dijo: «Zilu, te voy a enseñar qué es el conocimiento. Estar al tanto de lo que sabes y de lo que no sabes, eso es ciertamente conocer.»

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EL CINEMATÓGRAFO. THE ARTIST

Aunque cada vez más desapegados del cine, no dejamos de ser conscientes de que parte de nuestra educación sentimental -tal como le gustaba ver el cine a Julián Marías en sus crónicas de ABC-nos ha venido dada por la vía del mundo del cine, y no nos comprendemos del todo si no es a través de las películas que hemos visto y vivido, y de las historias y personajes con los que nos hemos identificado, y entre nuestros recuerdos más memorables andan algunas escenas de lo que se ha venido en llamar, tal vez con justicia, séptimo arte, arte que cada vez anda más por el séptimo cielo y que parece desertar de las películas que se vienen programando en cines y televisiones. ¿De dónde viene la decadencia del cine como arte? ¿nació el cine como arte con un certificado de defunción debajo del brazo debido a ser un arte que nació hijo de la tecnología? ¿Es el cine, precisamente, por ser producto de la tecnología más puntera un medio de expresión privilegiado para registrar los cambios sociales – y por tanto tecnológicos- que se dan en cada momento presente?. Uno puede llegar a ser pintor o escritor sin usar más tintura que la de su propia sangre, volcando su lenguaje sobre una pared, pero ningún cineasta puede ser un artísta sino es por medio de la disposición de toda un aparato comercial y tecnológico a su alrededor. «El cine es -dice Arnold Hauser- un arte desarrollado sobre los cimientos espirituales de la técnica. (…) La máquina es su origen, su medio y su más adecuado objeto.» Todo esto parece deducirse a veces -de modo muy torpe y subterráneo- de la proyección de las películas más comerciales: que logran registrar la naturaleza de los cambios sociales, culturales o tecnológicos que se van produciendo en cada momento, mejor que cualquier otro medio de expresión artística.

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POETAS 4. Wislawa Szymborska III. («DOS PUNTOS»)

Creo que a Wislawa le hubiera gustado saber lo que hice con su libro «Dos puntos» -Ediciones «Igitur» y traducido por Gerardo Beltrán y A Murcia Soriano-, del que se han extraído estos poemas seleccionados. Casi no me queda ningún buen libro de poesía: los acabo perdiendo o regalando -regalo sólo los buenos, que recuerdo con cariño; los malos me los quedo y los acabo olvidando-, y tal vez por eso, para que no acabe perdiéndolos del todo, me dedico a copiarlos en esta página. ¿Pero  es que se acaba perdiendo un libro del todo?, me pregunto. ¿Y qué pasa con quién lo encuentra? ¿Y que le ocurre a quien le es donado un libro? ¿Sería igual su vida sin ese libro que le ha sido caído del cielo?. Hay que decir aquí que las metáforas no son gratuitas: exigen que se amolden a la verdad de los hechos y sus sustancias. Si fuera una novela lo que hubiera perdido o regalado, no se me ocurriría decir de ese libro, que va a caerle del cielo a alguien: no quiero ni imaginar lo que lo que le puede pasar a la cabeza de alguien a quien le cae un  Quijote, un Ulises o una Magdalena revenida de Marcel Proust -qué diferencia, con la Rosa de Rilke que se deshoja en cuanto es tocada, y nos satura con toda su esencia, dentro-. De una novela se puede decir, metafóricamente, que ha sido exhumada como un tesoro perdido, y más tarde encontrado. O, a veces, es la novela la que nos encuentra, y la vida nos sale al encuentro igual que si fuera una novela, justo cuando habíamos perdido la fe de que la vida fuera igual que una novela. Toda novela resulta ser terráquea y viajera como la odisea; todo teatro es acuático y oral, y también coral; todo ensayo lleva en sí la mecha de los pirómanos, y tiene vocación cósmica. Sólo de la poesía podemos decir que nos viene del cielo y que tiene la ligereza y la gracia de lo aéreo. Ligero y gracioso es Don Quijote, pero la novela por la que pasa matando endriagos y desfaciendo entuertos, es tan pesada como los cerrojos y los barrotes de hierro desde los que tuvo que imaginar a su héroe, un héroe con yelmo y celosía: porque aunque parezca un antihéroe, hay que decir que lo que andaba enrevesado y  del revés era el mundo que le acabó tocando en suerte, y enloqueciéndole, y que el Quijote es un héroe metido en un antimundo contra el cual batalla, con el fin de enderezarlo y convertirlo en mundo. Es una batalla espiritual la del quijote. Si pierde, se quedará toda su vida clausurado en su desván sin tocar la vida más que por medio de los libros de caballería. El Quijote es un personaje escapado del mundo de los libros, que lleva consigo la irrealidad de los libros, y que quiere liberar al mundo y realizar en el mundo el espíritu de los libros. Si alguien quiere saber cómo es el mundo contra el que se dirigía el Quijote, si alguien quiere saber cómo es el mundo que va  colocando una camisa de fuerza sobre todos los Alonsos Quijanos del otro mundo, que se aproxime al mundo antipoético que nos traza Wislawa en su poema «Sueño horrible de un poeta»; que es el mismo desgraciado mundo que pinta Huxley en «Un mundo feliz». Si alguien quiere saber cuál es la tarea de un poeta, que la copie de su poema «falta de atención»: sólo la atención plena -como diría Weil- nos lleva a la vida plena; sólo coge la rosa quien no cesa de ir en su busca y mira en las cunetas mientras sigue su camino. Mientras tanto, hay que decirlo, nosotros pasamos de largo. El poeta, también, hace camino al andar, y pasa, pero algún apunte nos deja en sus poemas, no la toca ya más la rosa, y nos la deja, mientras nosotros, despistados, vamos deshojándola, pisoteándola… (buena palabra en castellano esa de «despistado»: fuera de la pista y del camino, completamente descarriado, «asendereado», que diría Cervantes, siempre él tan descarriado, tan trabajado -también aquí la antigua acepción de la palabra «trabajo» nos trae lo que tiene de aspereza todo trabajo que hacemos o pasamos: penalidad, molestia, tormento o suceso infeliz. Para quienes se han descarriado de su vocación -¿y quien no lo hecho?- el trabajo es la peor plaga bíblica que  puede caernos encima, especialmente si las Leyes del Trabajo ponen encima toda su pena y su condena.)

Creo que a Wislawa le hubiera gustado saber que mientras llevaba un par de libros suyos conmigo, tuve un tropiezo y fuí a parar a un ámbito con cerrojos y barrotes, donde me encontré a una mujer polaca, tan descarriada y aherrojada como yo lo estaba en aquel momento, y a la que le regalé un par de libros de Wislawa en edición bilingüe y con sonoridad polaca. Todo libro anda esperando su ocasión de de ser alumbrado en un lector ideal, pero, por lo ordinario, no consigue hacernos pasar más que un buen rato: lo mismo pasa con los libros escritos; se intuye que a Cervantes su libro le le quitó las cadenas de su prisión, y  no se quedó en un pasatiempo más, al contrario de lo que ocurre con algunos escritores, que nos hacen perder el mismo tiempo que ellos han perdido en escribirlo. Supongo que el libro de Wislawa acabó en la mano afortunada que supo arrancarle todo su caudal. En algún momento le hice recitar -a Emilia, así se llamaba la mujer polaca- algún poema en polaco, para ver si aquello creaba un clima en el que cualquier milagro poético no hubiera sido inverosímil, y hubiera producido su cura y su remedio. No se cómo se entenderán en polaco estos poemas, pero de momento me gusta más cómo suena Wislawa en castellano. Lo cierto es que antes de entregarle el segundo libro a Emilia -le había regalado ya el anterior libro, del que dejé algunos poemas aquí, semanas pasadas allí-, fuí trasladando alguno de sus poemas a una libreta y sobre algunos higiénicos papeles sueltos, por lo que no sería raro que con las prisas de la copia hubiera más de un verso mal cortado, de alguna coma mal comida, de algún punto que no está sobre su í, o de alguna palabra travestida o fuera de su estrofa. (Se da la circunstancia que el mismo libro se lo regalé hace cuatro años a otra amiga, así que mi relación con los libros de Wislawa es muy personal, muy a lo Wislawa, a la que me imagino sumamente liberal y despistada). No obstante, aquí dejo estos poemas de Wislawa, que tuvieron su peripecia: perdí su libro, pero antes tuve la buena precaución de hacer una mínima copia de seguridad, y el libro dejó su huella, que es para lo que están hechos los libros -alguien, incluso, dijo que el mundo se hizo para escribir un libro-; de aquéllos que no nos dejan huella, ya tenemos nosotros la precaución de olvidarlos;  de los otros libros que sí nos dejan huella, nos los llevamos puestos, y con ellos vamos también nosotros dejando su huella y nuestra huella. No me gustan «los hombres y mujeres de mundo» a los que tratan de conducirnos  las novelas -estoy exagerando, por supuesto, también me gustan las novelas-. Las novelas nos dan una educación mundana y nos ponen los pies en el suelo -aunque las grandes  novelas busquen lo contrario-.  Prefiero la educación poética: la poesía todavía conserva la fe en algo, y por eso resulta utópica, ensoñadora y contramundana -al contrario de lo que ocurre con la novela, que es de carácter satírico y escéptico, a veces fiel reflejo del espejo que tratamos de esquivar-. Y nunca, nunca, tiene los pies en el suelo la poesía, porque sabe -porque no olvida- que su origen  y destino está arriba, o en otra parte, o en otro mundo; aunque haya que traerlo a éste, como aquí se hace cada vez que vertemos las palabras de un poeta. En este caso habría que escribir el nombre de Wislawa Szymborska con mayúsculas, sino fuera porque le molestaba la ostentación: supo ser grande, porque se sabía pequeña. 


*****

ABC

Ya nunca sabré
qué pensaba de mi A.
Si B. llegó a perdonarme de verdad.
Por qué C. aparentaba que no pasaba nada.
Qué papel jugó D. en el silencio de E.
Qué esperaba F., si es que esperaba.
Qué aparentaba G., a pesar de estar segura.
Qué quería ocultar H.
Qué quería añadir I.
Si el hecho de que yo estuviera a su lado
tuvo alguna importancia
para J., para K  y para el resto del alfabeto.

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POETAS 92. T. S. Eliot III (Miércoles de Ceniza)

En 1930, y bajo la influencia de su reciente conversión al anglocatolicismo, escribe T. S. Eliot el largo poema “Miércoles de ceniza”, en que maneja por igual material mítico y cristiano, y en el que nos sorprende a veces con potentes imágenes religiosas de resonancia bíblica: “escupiendo por la boca la reseca semilla de manzana”. Como en muchos de sus poemas, T. S Eliot toma como pretexto un motivo religioso para hacer una reflexión sobre el tiempo y el lenguaje, sobre la incapacidad que tienen las propias acciones y palabras para redimir por sí solas nuestra  vida intrascendente, efímera vida a la que se ha despojado del poder de retornar a la tierra o resucitar la carne, reducida al fin a polvo y ceniza. Vida vivida como destierro, “ceniza o esqueleto, y después ni siquiera un nombre, un ruido, un eco”, que diría Marco Aurelio. Vaya por delante que el poema está escrito desde la posición y actitud del que ha perdido toda esperanza, «del que no tiene esperanza de volver nunca más». Compuesto también desde una cierta sequedad espiritual que desea abrevar en las fuentes de la vida espiritual para así salvarse de la corrupción de la carne. Frente al mundo de palabras en el que el hombre está inmerso por ser criatura de lenguaje, se alza el otro mundo sin palabra que se hace carne a través del Verbo, un mundo increado y fuente de todo lenguaje y sentido, pero que se encarna en el ciclo natural de las fuerzas elementales. Una sola Palabra bastaría para redimir al que ha perdido la disposición al silencio  en que se oye la verdadera voz  acallada por el ruido del mundo. Pero la desesperanza de Eliot torna la sordera para esta voz  en sólo deseo por ser oído en su plegaria:”no me consientas por quedar separado/y llegue hasta Ti mi clamor”, acaba concluyendo Eliot. Ni siquiera el poeta está dotado para escuchar o pronunciar esa única palabra que -como en «Ordet» de Dreyer- sea capaz del milagro de la regeneración vital.Se convierte así este poema, escrito bajo la influencia de Dante y de los salmos, en un desesperanzado clamor para que el  “tránsito entre nacimiento y agonía”  trascienda su esterilidad espiritual y se renueve en las fuentes primordiales que unen al hombre con la naturaleza: “En el espíritu del río y del mar, de la fuente y del jardín”. 

*****

MIÉRCOLES DE CENIZA

I

Porque no tengo esperanza de volver otra vez
Porque no tengo esperanza
Porque no tengo esperanza de volver
deseando el don de este hombre y la capacidad de aquel hombre
ya no me esfuerzo por esforzarme hacia tales cosas
(¿por qué habría de extender sus alas el águila envejecida?)
¿Por qué habría yo de lamentar
el desvanecido poder del reino acostumbrado?

Porque no tengo esperanza de conocer otra vez
la gloria inválida de la hora positiva
porque no pienso
porque sé que no conoceré
el único verdadero poder transitorio
porque no puedo beber
ahí donde florecen árboles y brotan fuentes, pues ahí no hay nada otra vez.

Porque sé que el tiempo es siempre tiempo
y el lugar es siempre y sólo lugar
y lo que es efectivo es sólo efectivo por una vez
y sólo para un lugar
me alegro de que las cosas sean como son y
renuncio al rostro bienaventurado
y renuncio a la voz
porque no puedo tener esperanza de volver otra vez
por consiguiente me alegro, teniendo que construir algo
de que alegrarme
y ruego a Dios que tenga misericordia de nosotros
y ruego que pueda olvidar yo
esos asuntos que discuto demasiado conmigo mismo
explico demasiado
porque no tengo esperanza de volver otra vez
que respondan estas palabras
por lo que se ha hecho, para que no se vuelva a hacer
ojalá el juicio sobre nosotros no sea demasiado gravoso.

Porque estas alas ya no son alas para volar
sino simples aspas para batir el aire
el aire que ahora está completamente tenue y seco
más tenue y más seco
más tenue y más seco que la voluntad
enséñanos a que nos importe y a que no nos importe
enséñanos a estar sentados tranquilos.

Ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte.
Ruega por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte.

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El sueño me vence

El sueño me vence

Sólo se sabe cuánto dura un año
cuando éste ha concluido.
El tiempo es relativo.
Los años pasados son nada.

Suceso tras suceso se compone la vida.
Unos buenos: Ilusión.
Otros peores.

Breve es el tiempo del éxito,
el triunfo también cansa,
se agota, exige más triunfo,
y la frustración es amarga,
como la carrera del hombre
tras la felicidad: animal fabuloso:
Quimera.

Lo peor es que el tiempo se detenga,
Se alargue.
Se vuelva infinitamente lento,
enroscado en un faltar,
y cada noche te visite, despacio,
el vacío de la ausencia.

Todo lo malo es un faltar.
¿Quién no tiene ausencias?
¿En que rincón de mi espíritu
se ha escondido Dios?

Y el sueño me vence mientras
deseo alcanzar un amor que intuyo
en un tiempo detenido.

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POETAS 4. Wislawa Szymborska II

De Wislawa Szymborska, y a la espera de que se escriba su reseña biográfica en esta página, únicamente interesa saber por ahora que se murió anteayer, 1 de febrero 2012, en su casa de Cracovia, a causa de un cancer de pulmón -tan empedernida fumadora como entrañable bebedora-; que había nacido el 2 de julio de 1923 cerca de Poznan y que la mayor parte de su vida quiso vivirla en Cracovia, donde le sorprendió en 1996 la noticia de la concesión del premio nobel de literatura. Pocas veces un nobel fue más justo; pocas veces los de Estocolmo acertaron tan de pleno como con Wislawa, que para entonces era una perfecta e injusta desconocida. A Wislawa se le dedicó un espacio en esta página que data de marzo de 2009 -y donde se reproduce su discurso de recepción del nobel, titulado «El poeta y el mundo»- y también se reprodujo otro poema suyo ,»Hijos de la época», en un artículo titulado «¿Se puede escribir poesía después de Auschwitz?», diciembre 2009. Quedaba pendiente prolongar la selección que se hizo de Wislawa, tal como se está haciendo con Octavio Paz, y como se hará con Angel González o Valente. Dejo aquí una selección apresurada de los poemas que corresponde a su libro «Instante», escrito por Wislawa después de que le concedieran el nobel y publicado en España en 2004. Se aconseja, especialmente, su libro titulado «El gran número,  Fin y principio y otros poemas», editado en Hiperión, y del que se editarán aquí próximamente una selección de sus poemas -si el tiempo es benévolo y nos da su permiso, añadiría Wislawa-. Dejo el primer poema seleccionado «Una del montón», a modo de epitafio, y hago notar que como siempre los periódicos han perdido la oportunidad de hacerle su mejor homenaje a un poeta muerto, que es seleccionar un sólo poema suyo y publicarlo. Poema que no ocuparía mucho más espacio que el de una viñeta de un mal chiste. Aquí se ve lo poco tiene que ver el periodismo con la poesía, pese a que reserve algunas páginas a la cultura, que a veces parecen una forma de pregonar su incultura.

Unas reflexiones apresuradas -y muy desordenadas-sobre Wislawa. Parece difícil encontrar otra poeta tan elegantemente irónica como Wislawa. La elegancia de su ironía seguramente le viene de ser mujer. Los hombres, más agresivos, son incapaces de la ternura de la que hace gala Szymborska. Si todos consiguiéramos ser irónicos a la manera de Szymborska, no conseguiríamos herir a nadie, y a la gente  que nos escuchase le arrancaríamos una sonrisa de inteligencia, también de ternura, también de piedad. Eso nos lleva a la otra faceta que desarrollaba Szymborska en su poesía: poseía lo que cierto filósofo había denominado la piedad de la pregunta. Wislawa era piadosa por preguntar; o preguntaba de una forma piadosa. Sin molestar nunca a nadie, era capaz de hurgar en todas las heridas. Compasiva con la penuria e insuficiencia de los otros, pero mordaz con los bárbaros de la historia. Se puede observar en Wislawa que al no ser agresiva, tampoco se le oye levantar la voz. Siempre nos habla como en susurros. Tampoco le gustaban los gestos grandilocuentes, los aspavientos. A Wislawa lo que le gustaba era hablarnos a cada uno de nosotros como si se hablara a sí misma; de ahí que su tono siempre lo oigamos con sordina. No le gustaba el uso del megáfono, las palabras altisonantes o los efectos de la oratoria. Por eso es  Wislawa la poeta de las preguntas, de las pequeñas preguntas, de las que todavía podemos obtener respuestas que nos pueden ser útiles. Uno se pregunta ¿por qué se hace tantas preguntas Wislawa en sus poemas? Seguramente, porque todavía duda; porque, como ya escribió en uno de sus poemas, ella sabe que no tiene la última palabra, que tampoco tiene la llave de sus certidumbres. Hay que dejar a otros la posibilidad de completar nuestra palabra, de iluminarnos con sus dudas y certezas. Sabe que la incertidumbre y la inseguridad forma parte sustancial de la vida. Sabe que la vida está hecha de cosas ordinarias y que la poesía no debe alzar el vuelo, ni esquivarlas. Su poesía sabe narrar las cosas extraordinarias que ocurren en las pequeñas cosas.

Creo que Wislawa es mejor narradora que poeta; o mejor dicho, es tan buen poeta porque sabe encontrar la narración poética de las cosas. Wislawa sabía que para componer un buen poema hay que saber situarse y en esa situación consiste el compromiso del poeta: lo que vulgarmente se llama el punto de vista. No le debería bastar al poetar en abusar del yo y usar su exclusivo punto de vista. Hay otros «yo» heterónomos, otros seres y cosas por las que deberíamos divagar y experimentar. El poeta debe situarse en el mundo, entre los seres y las cosas, y tiene que dar cuenta de ellos desde esa situación tomada.  Tal vez ese sea uno de los secretos del arte. Hacer la puesta en escena desde un punto de vista original. Todo esto se puede ver en el poema que se seleccionó aquí en marzo de 2009, «Gato en un piso vacío». Es la descripción de la muerte de un hombre a través de su gato, las repercusiones que la muerte de alguien tiene sobre todas las cosas, pero especialmente sobre sus seres queridos. La inteligencia de Wislawa está en elegir un ser marginal, un punto de vista al margen, para salirse del tópico, pero también para hacernos ver mejor. Para hacernos ver mejor que no es el punto de vista humano el exclusivo, aunque al final sea de un hombre de aquello que se habla. Pero el protagonista es un gato en una situación de desamparo. El desamparo siempre está en el fondo de los poemas de Wislawa. Wislawa sabe que no puede haber mejor épica y mejor epitafio para un hombre muerto que el desconsuelo en el que queda un gato abandonado por su dueño en un piso vacío. El dolor de ese gato en el poema puede ser comparado con el que siente Aquiles por la muerte de Patroclo. Resulta así un maravilloso poema elegíaco.

También hay que decir que a Wislawa le gusta hacer componendas al mundo. Parece conformista, pero esa es la máscara que se coloca para no ser agresiva. Su incorformismo es total. Le gusta zambullirse en las posibilidades infinitas que  el mundo tiene de ser de otra manera. Wilslawa sabe que podría haber sido otra persona. Cualquiera de las criaturas que componen el mundo. Ella no es panteísta. Le gusta contemplarse en otros para no envanecerse por ser Wislawa. En esto Wislawa sabe ser maravillosamente fantástica. Llega a la humildad por una fuerza piadosa de la imaginación. Ella podía haber sido otra -podía haber nacido en la tribu indebida-, podía haber tenido otra vida -con un destino no benévolo-, pero Wislawa no cree en el destino: nos propone de alguna manera el libre albedrío. Dios no tiene sitio en la poesía de Wislawa. A cambio el hombre se vuelve más humano, más inseguro. Pero también con más necesidad de ser solidario. Apoyada más en sus dudas que en sus certezas, el hombre es ese animal que todo lo quiere saber, sabiendo que no podrá saber casi nada. Esto que puede ser una tragedia para la mayoría, es para Wislawa una pequeñañ grandeza del hombre. Como todos los grandes poetas, Wislawa logra ser profunda y reflexiva, desconfiando de las grandes palabras de la filosofía. De ahí le viene su excesiva alergia a la palabra «todo», «palabra impertinente y henchida de orgullo». Su poesía ha sido definida por Fernando Savater como «reflexiva sin engolamiento ni altisonancia, de forma ligera y fondo grave, directa al sentimiento pero sin chantaje emocional.» Al final se nos olvidaba, por tanto, decir lo más importante: todo esto lo consigue Wislawa de la forma más sencilla posible, haciendo que lo más difícil resulte fácil. En algún lugar se pregunta Wislawa -siempre tan encantadoramente escéptica-«en qué dedo corazón está ahora el anillo del alma que le fue robado o perdido» -también dice en otro poema: «alma se tiene a veces./Nadie la posee sin pausa/ y para siempre»-. Si tuviera que responder a esa pregunta,  respondería -aún a riesgo de resultar cursi- que Wislawa era todo corazón, o bien que escribía sus poemas con corazón, o que Wislawa iba perdiendo un jirón de alma con cada poema que escribía, me atrevería a decir que es ahí, en sus poemas, donde habría que ir a buscar el alma de Wislawa, diría que leer los poemas de Wislawa es una forma de beberse a tragos su bella alma de poeta. Y que aproveche.

***** 

UNA DEL MONTÓN

Soy la que soy.
Casualidad inconcebible
como todas las casualidades.

Otros antepasados
podrían haber sido los míos
y yo habría abandonado
otro nido,
o me habría arrastrado cubierta de escamas
de debajo de algún árbol.

En el vestuario de la naturaleza
hay muchos trajes.
Traje de araña, de gaviota, de ratón de monte.
Cada uno, como hecho a  la medida,
se lleva dócilmente
hasta que se hace tiras.

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Alma mía

Alma mía

Alma mía, delicada flor a la que todo hiere,
en el páramo de esta vida
¿Cuánto durará tu primavera?
Tus pétalos rojos ya tienen
las huellas oscuras
de las heridas del viento de la duda,
las quemaduras de los hielos
de los desamores,
las arrugas profundas de la vejez temida.
Vanidosa te hallarán algunos,
porque sostienes mi vida.
Estéril te dirán otros
que no quisieron buscar en ti ningún fruto.
Desesperada te hallarás tú misma,
encerrada en este físico que se desvanece.

Pero aguarda, no te asustes,
sonríe con tu cuerpo:
tu otra vida, esa que no comprendes,
estará llena
de lo que tus sentimientos crearon,
y las chispas de  tu alegría,
las punzadas agudas de tu dolor,
la desesperación que te asaltó
viniendo de tu propio juicio,
habrán sido simiente dorada
de un árbol frondoso y bello
que nacerá de ti hacia adentro,
en otra dimensión,
cuando la cadena que se ve y que te ata
se disuelva en el espíritu helado,
empapada por la lluvia,
convertida en podredumbre,
signo de libertad verdadera.
Final para otras muchas cadenas,
pero fértil desierto para ti
que te pierdes en el olvido.

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