Mes: marzo 2012

POETAS 67. Konstantino kavafis IV (Recuerda, Cuerpo)

No llevamos dentro de nosotros narrador más espontáneo que la memoria. Fantasea, inventa, da saltos, busca similitudes con el presente, invoca y revoca, hace sus puestas de escena y criba los recuerdos dejando indemne sólo aquello que es esencial, ya sean detalles físicos, emocionales o mentales. En pocos poetas se puede apreciar ese arte para la puesta en escena y la narración como en Kavafis. El es el narrador lírico por excelencia. Sabe encontrar siempre el marco adecuado desde el que enseñarnos los personajes, suscitando así el efecto buscado. Que Cavafis utilice otros personajes para enmascarar su yo, o que bucee en la Historia para encontrar momentos que por su consonancia se solapan con el presente histórico o biográfico, no son más que argucias para narrar de una manera compleja un sentimiento que aparenta ser sencillo, pero que lo es engañosamente. Uno de los marcos narrativos más simples desde los que Cavafis nos muestra sus escenas es el marco de la memoria, de la reminiscencia. Los personajes de Cavafis no sólo recuerdan sucesos y personas amadas: también se colocan en su contexto, representan, meditan, amplían el espacio y el tiempo de la ciudad en la que viven, animan su presente con una vida más rica y más sabia. En alguna ocasión comentó Kavafis respecto a sus propios poemas que aunque los sentimientos hayan cambiado, los poemas seguirán siendo verdaderos en el pasado, y aunque no pudieran aplicarse nunca más en su vida, podrían ser aplicables a sentimientos de otras vidas. La vida de uno mismo y de los otros puede salvarse a través de la memoria. Para Kavafis, al igual que sucede en Proust, la memoria es algo trascendente. En sus poemas más rememorativos, concibe la memoria como Musa a la que se invoca para que le devuelva la inspiración de los días idos. Pero estos recuerdos los afronta Kavafis desde la experiencia que le dan los años. La suya es una memoria reflexiva.  También una memoria corporal, que se vuelve sensual y sensorial, y que se despierta ante la imagen de los placeres, los perfumes y los lechos. La memoria en Kavafis obra como un bálsamo contra los males del tiempo. Sólo en los recuerdos es posible recobrar la juventud, estar de nuevo junto al amado y librarse de la transitoriedad de las cosas. El tiempo, que todo lo devora, no consigue devorar los recuerdos. El tiempo, que afecta los cuerpos, no consigue alterar el espíritu. No puede sepultar todos los días que se fueron. Kavafis, tan amante de la historia, de las tumbas y de sus inscripciones, sabe que toda vida puede tener su comentario y su epitafio. Siempre nos quedarán las cenizas de los días esplendidos, que son los que brillaron con luz propia, dejando su huella. Siempre nos quedan también las prendas del amor, que despiertan y modulan ese recuerdo. Quedan en pie algunos documentos, algunas cartas de amor, algunos bocetos, incluso algunos poemas con los que el propio artista salva a los seres del olvido. Hay imágenes de sensual belleza que después de muchos años regresan para perdurar en sus versos. En el poema «En un barco», un viejo apunte  hecho a lápiz, en que retrata a una persona amada, conduce a Kavafis a darse cuenta que en la intemporalidad de la memoria hay ya mayor belleza y fidelidad que en un obra de arte. Pero el tiempo actual desde el que el poeta comienza a evocar sus recuerdos es un presente que tiene su propia presencia: el poeta vive como entre dos tiempos y una especie de biombo narrativo parece separarlos, sin que por ello queden estancados. Hay una vívida comunicación entre el pasado y el presente del poeta. En el poema «Al atardecer», después de haber evocado los días de placer ya idos, al leer unas antiguas cartas de amor, el protagonista sale al balcón melancólicamente y se vuelve a perder en el bullicio de las calles de la ciudad que ama. En «Recuerda, cuerpo», el recuerdo es tan poderoso que acaba por conmover todas las fibras del cuerpo, haciendo que éste se sienta orgulloso de cuánto hizo sentir en otros cuerpos, temblando a la vez con ellos. Los recuerdos que selecciona Kavafis, al ser recuerdos de amor, logran transmutar con su poder y su luz toda la realidad circundante, logrando redimirse así de la grisura de los días y  de las mudanzas del tiempo.

*****

RECUERDA CUERPO
(1918)

Recuerda, cuerpo, no sólo cuando fuiste amado,
no solamente en qué lechos estuviste,
sino también aquellos deseos de ti
que en otros ojos viste brillar
y temblaron en otras voces -y que humilló
la suerte.
Ahora que todos ellos son cosa del pasado
casi parece como si hubieras satisfecho
aquellos deseos -cómo ardía,
recuerda, en los ojos que te contemplaban;
cómo temblaban por ti, en las voces, recuerda, cuerpo.

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Finitud de las cosas

Finitud en el uno destruida

Se jubiló el alma mater del proyecto
Y el proyecto siguió.
No fue mejor ni peor. Ni bueno. Ni malo.
Sólo diferente.
Fue otro proyecto.
¡Finitud de las cosas!

Creí que podía aconsejar,
transmitir mi experiencia,
hacer saber lo poco o mucho
que he conocido de este mundo.
Y los oídos, sin quererlo,
me olvidaron.
Y fue otra familia.

No fue mejor ni peor.
Ni buena. Ni mala.
Sólo diferente.
¡Finitud de las cosas!

Y yo pensaba.
Buscaba la verdad
y la verdad me era esquiva.
Hubo un momento
en el que se me reveló
que nunca la conocería.
Y yo negué el nunca,
finitud de las cosas,
y senté el siempre
de la espera abierta.
Sin tiempo la verdad y lo bueno
son a la vez la belleza.
Y también lo Uno con mi yo confundido.

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PENSAMIENTOS 11. Marco Aurelio I

(Roma, 26 de abril de 121 – Vindobona, o actual Viena,17 de marzo de 180). Descendiente de una familia noble, de origen hispano por la rama paterna, el padre murió cuando Marco tenía 10 años, siendo criado por su abuelo Anio Vero, que fue prefecto de Roma y cónsul durante tres ocasiones. Su madre, Domicia Lucila, fue dama de gran cultura y en su palacio del monte Celio -donde se crió Marco- hospedó a las principales personalidades de la época. Su bisabuelo, Catilio Severo, también prefecto y cónsul, llegó a intimar con el emperador Adriano y se introdujo en el círculo de Plinio. El complejo nexo de parentescos y de relaciones que rodeaba la persona de Marco permitió finalmente que pudiera ascender al trono del imperio, para el que fue educado desde muy temprana edad. Una vez que Adriano adoptó a Antonino, y después de ser Marco adoptado a su vez por el segundo –cuando éste contaba 16 años-, no tuvo más que esperar a que llegara su turno en el orden sucesorio, lo que se produjo tras la muerte del emperador Antonino Pío en el año 161. Para su crianza dispuso de un selecto elenco de preceptores y maestros, de los que nos ha dejado semblanza de sus cualidades en el primer libro de sus «Meditaciones», probablemente, el último en ser redactado. De Junio Rústico, célebre filósofo estoico de su tiempo, aprendió –por ejemplo- el haber concebido la necesidad de enderezar y cuidar su carácter. De Apolonio de Calcis –que a instancias de Antonino acudió a Roma para instruir a Marco Aurelio-, a no dirigir la mirada a otra cosa que a la razón. De Sexto de Quereonea, sobrino de Plutarco, aprendió la dignidad sin afectación y el saber polifacético, sin alardes. Del filósofo peripatético Claudio Severo, el dominio de sí mismo y a no dejarse arrastrar por nada. Especialmente prolija resulta la relación de cualidades que pudo observar de su tío político y padre adoptivo, Antonino Pío, de quien heredó el imperio, y a quien siempre admiró profundamente. De su maestro Frontón, quien fue apreciado en la antigüedad por sus dotes de orador sólo comparables a las de Cicerón, aprendió el arte de la retórica, y a él le unió una amistad que fue más tarde alentada por un fluido intercambio de cartas, muchas de las cuales nos han sido conservadas. El mismo Frontón sostuvo una carrera política al socaire de la del propio Marco Aurelio. Una vez Marco es adoptado y trasladado a la casa de Adriano en Roma, se le nombra cuestor y se le promete, para asegurar su posición, con la hija del futuro emperador Antonino, Faustina la menor, con la que se casará años más tarde y con la que tendrá 14 hijos -de los cuáles sólo cinco le iban a sobrevivir-. Tras subir al trono Antonino Pío en el año 138, Marco es nombrado cónsul por primera vez a los 18 años, cargo que ocupará dos veces más antes de su coronación en corregencia con su hermano adoptivo Lucio (año 161). Pese a ser Marco Aurelio de carácter pacífico, su reinado de veinte años se vió comprometido de continuo por amenazas fronterizas e invasiones que terminaron en guerras. Primero fue su hermano Lucio quien se vio obligado a dirigir las tropas contra los partos que habían invadido Armenia, y que no pudieron ser derrotados hasta el año 166. A su regreso a Roma, el ejército trajo consigo la terrible plaga de la peste, que acabó haciendo estragos entre los soldados y la población de toda Italia. Según Jerónimo, el ejército romano fue destruido y casi aniquilado, provocando una seria crisis económica -al enmagrecerse los ingresos públicos procedentes de impuestos- que Marco quiso atajar subastando una parte considerable de los bienes de palacio. En el año 169 muere Lucio de un ataque de apoplejía y el propio Marco ha de partir para una guerra de la que desconocía casi todo, ya que nunca había salido de Roma ni había recibido instrucción militar. En el año 170 acompaña a las tropas en la ofensiva al otro lado del Danubio (cerca de la actual Belgrado). Es muy probable que en su primera temporada completa en los cuarteles de invierno comenzara a redactar su cuaderno de notas filosóficas que dejó tras su muerte, y que llevó consigo durante una década. En ese mismo año las tropas romanas salen vapuleadas de Aquilea y poco después los bárbaros invaden Italia. En el año 172, finalmente, son derrotados los marcomanos. El segundo libro de sus meditaciones lleva como epígrafe «En Carnunto» (en la actualidad, población austriaca). Situado en el campamento de aquella ciudad, donde nos dejó apuntes de gran parte de sus meditaciones, pasó el año 171 luchando contra los yáziges sármatas, fieros jinetes de la llanura húngara. Siendo como era de complexión enfermiza, por aquel entonces su pecho y estómago comenzaron a resentirse, Galeno le prescribió opio para paliar el dolor y el insomnio, y acabó volviéndose adicto a sus remedios. En el año 175, después de extenderse el rumor de que Marco Aurelio había muerto, Casio se proclamó emperador en Egipto, reclamando el resto del imperio, lo que llevó a un conato de guerra civil que concluyó con el asesinato del mismo Casio por la mano de uno de sus guardianes. Era ya en aquel momento, tal como llegó a retratarse ante sus tropas en una de sus arengas, “un hombre viejo y débil e incapaz de comer sin dolor o de tener un sueño tranquilo”. En el año 176 partió para Egipto para pacificar algunas rebeliones. Después de pasar por Siria y Palestina, navegó hacia Atenas donde pidió ser iniciado en los misterios de Deméter y Perséfone que se celebraban durante el més de septiembre, y donde fundó cuatro cátedras de filosofía (una por cada una de las grandes escuelas: la platónica, la socrática, la epicurea y la estoica). A su llegada triunfal a Roma, después de una ausencia de 8 años, trató de asegurar la sucesión de su hijo Cómodo otorgándole títulos que lo habilitaban para actuar como corregente. Poco después, Marco lanza una segunda expedición con la idea de crear dos nuevas provincias en territorios de cuados y marcomanos, pero no llegó a culminarla. Murió cuando todavía se encontraba en campaña, el 17 de marzo de 180, al cabo de poco más de un mes después de haber cumplido los 59 años. Murió a orillas del Danubio, cerca de la actual Viena, mientras se dirigía contra los sármatas de la llanura húngara. El hecho de que Marco Aurelio despachara con premura a su hijo Cómodo de su lecho de muerte hace pensar que ésta se produjo a causa de la peste. Se dice que al tribuno que le pidió el santo y seña le dijo: «ve al sol naciente, porque yo ya me estoy poniendo». Si bien el cuaderno de anotaciones que llevaba consigo parece estar desprovisto de toda alusión a las guerras en medio de las cuales fueron escritas sus meditaciones, su biógrafo Anthony Birley -«Marco Aurelio», excelente biografía traducida por la editorial Gredos- cree más bien que las guerras fueron el motivo de que llegaran a ser escritas, pues en ellas abundan los pensamientos vinculados con la muerte y muchas de las imágenes elegidas recaen en los conflictos bélicos. Sería, por tanto, este ambiente de conmoción y violencia un acicate y una ocasión para que meditara sobre la vida y la muerte. Acaso, si Marco Aurelio hubiera gozado de un apacible reinado sin salir de Roma, no hubiera tenido necesidad de tomar la pluma. En cierta ocasión se dijo que su posición en la vida le dificultaba para profesar la filosofía. No obstante, trató durante todo su reinado de revertir esa desfavorable situación de emperador baqueteado por guerras y sediciones, y siempre que le era posible se entregaba a sus meditaciones: “eso tienes tu ahora el palacio y la filosofía”, llega a decirse en sus apuntes. Como emperador fue tratado favorablemente por los historiadores más próximos, siendo considerado el último de la llamada «edad de oro» del Imperio romano. Supo continuar la labor jurídica de Antonino, redactó más de trescientos textos legales y mejoró la condición de esclavos, mujeres y niños. Taine dijo de Marco Aurelio que era el alma más noble que haya existido y Renan lo calificó como el mejor y más grande de su siglo. Fue precisamente el cuaderno de anotaciones filosóficas que llevaba consigo en medio de campañas con cadáveres y caballos de batalla lo que le hizo merecer la elogiosa opinión de la posteridad. Su cuaderno, escrito en griego, que era la lengua que había aprendido desde niño y en la que quiso razonar por amor a la filosofía, fue titulado «Ta eis heautón» -«Acerca de si mismo»-, aunque ha pasado a ser conocido por la posteridad como «Meditaciones» -en castellano- o incluso «Pensamientos» -en su aproximación francesa-. Nos ha sido legado con una división en doce capítulos,tal vez reagrupados y ordenados de forma póstuma por un editor, y está compuesto por una serie de fragmentos más bien breves, que son anotaciones esporádicas donde abundan las admoniciones espirituales, los preceptos morales o las disquisiciones filosóficas. Escritas con un estilo sobrio, conciso, e incluso lapidario, hace un repaso a los temas tópicos de la meditación estoica. Si bien Marco Aurelio profesó siempre una gran admiración al estoicismo, procuró que su formación filosófica fuera lo más ecléctica posible. Ha sido señalado por los historiadores lo paradójico del hecho de que los dos últimos grandes estoicos fueran un esclavo frigio cojo y el soberano de un imperio mundial. Y sin embargo, su condición de soberano apenas se deja asomar entre las lineas de sus meditaciones, y sí, en cambio, su sólida formación filosofíca y su elevado carácter moral: “no te conviertas ni en esclavo ni en tirano de ningún hombre”. Imbuído de algunas nociones estoicas, como la necesidad cósmica que todo lo encadena, la asunción de la razón como guía, el sentido del deber o el orgullo de sentirse ciudadano del mundo, y espoleado a la vez por un desprecio hacia la muerte y hacia todo lo corporal, Marco Aurelio nos ha dejado en sus meditaciones un extraordinario libro de ejercicios espirituales con el que trata de elevar el nivel moral de la naturaleza humana, invitándonos a que aprovechemos al máximo la porción de vida que nos es entregada en cada instante. (Para no hacer prolija esta reseña, se tratará de dejar para próximas entregas el análisis filosófico y la disección de su pensamiento, siempre acompañado de sus máximas correspondientes)

*****

– ¿Serás algún día, alma mía, buena, sencilla, única, desnuda, más patente que el cuerpo que te circunda? ¿Probarás algún día la disposición que te incita a amar y querer? ¿Serás algún día colmada, te hallarás sin necesidades, sin echar nada de menos, sin ambicionar nada, ni animado ni inanimado, para disfrute de tus placeres, sin desear siquiera un plazo de tiempo en el trascurso del cual prolongues tu diversión, ni tampoco un lugar, una región, un aire más apacible, ni una buena armonía entre los hombres? ¿Te conformarás con tu presente disposición, estarás satisfecha con todas tus circunstancias presentes, te convencerás a ti misma de que todo te va bien y te sobreviene enviado por los dioses, y asimismo, de que te será favorable todo cuanto a ellos les es grato y cuanto tienen intención de conceder para salvaguardar al ser perfecto, bueno, justo y bello, que todo lo genera, que contiene, circunda y abarca todo lo que, una vez disuelto, generará otras cosas semejantes? ¿Serás tú algún día tal, que puedas convivir como ciudadano, con los dioses y con los hombres, hasta el extremo de no hacerles ninguna censura ni ser condenado por ellos?
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POETAS 70. Juan Ramón Jiménez V («Piedra y Cielo»)

(Moguer, Huelva 1881- San Juan, Puerto Rico 1958). Juan Ramón Jiménez vivió su primera juventud entre Huelva y Sevilla, ciudad, está última, en que comenzó a cursar estudios de derecho, interrumpidos luego por su traslado a Madrid en 1900. Allí publica sus primeros libros, se entera de la ruina del negocio familiar, e ingresa durante varios meses en un sanatorio psiquiátrico, aquejado de una neurosis depresiva provocada por la noticia de la muerte del padre -se imaginó que era él mismo quien moría o podía morir, y desde aquel momento un pavor a la muerte le acompañó de por vida-. En 1906 se retira durante unos años a Moguer y allí escribe “Platero y yo”, hasta que en 1911 regresa definitivamente a Madrid con el ansia de estar en contacto permanente con los poetas y las ideas importantes del momento. Decisivo para la vida y la obra de Juan Ramón iba a ser el encuentro en 1913 con Zenobia Camprubí, culta escritora y traductora de Tagore, y que se iba a convertir, a la postre, en la esposa, secretaria copista, traductora y agente de su obra. Los años en Madrid antes del exilio son años en que publica gran parte de su obra en revistas y comienza a ejercer su magisterio sobre las generaciones poéticas posteriores, dirigiéndose siempre, tal como reza la dedicatoria en uno de sus libros, “a la inmensa minoría”. Juan Ramón fue un poeta puro e hipersensible que dedicó su vida a la belleza, y que compuso exquisitos y repulidos poemas, acorazado en su torre de marfil, siempre aislado del ruido exterior dentro una habitación acorchada, alejado de bullicios y visitas, y sólo interrumpido en su tarea creativa por la entrada de una críada que le anunciaba la hora del crepúsculo, mientras a la vez le abría la puerte del balcón que daba al poniente. A este respecto, cuenta Sanchez Barbudo que, el día de la proclamación de la república, J.R.J no pudo sumarse al júbilo general porque por entonces tenía en casa -una de las muchas casas a las que se mudaban en busca siempre de más tranquilidad- una cuadrilla de albañiles que estaban levantando otra pared con la que aislarse aún más del ruido exterior. Al estallar la guerra civil, el poeta abandona España con destino a Washington para ocupar un puesto en la embajada cultural y dedicarse a la docencia. Antes de trasladarse a Puerto Rico en 1950, sufre otra crisis depresiva que le conduce a un nuevo internamiento. Se cuenta que Juan Ramón nunca logró superar la nostalgia del exilio -se echaba a llorar si oía hablar en español o escuchaba flamenco- y que éste era uno de los motivos de las constantes crisis que le impedían trabajar en su obra y que obligaban a hospitalizarlo. El 28 de octubre de 1956 fallecía, en San Juan, Zenobia Camprubí después de una larga enfermedad de cáncer, y tras haber renunciado a un tratamiento adecuado en Estados Unidos, ya que J. R. J no soportaba el tráfago de la vida americana y tampoco quería quedarse solo. Después de la desparición de Zenobia, abatido por una nueva depresión, fue hospitalizado y no volvió a escribir ya más poemas hasta su muerte en 1958. En uno de sus últimos apuntes en una libreta, dejó constancia de su recuerdo atormentado: “A Zenobia de mi alma este último recuerdo de su Juan Ramón, que le adoró como a la mujer más completa del mundo y no pudo hacerla feliz”. Tres días antes de fallecer Zenobia, le había sido concedido al poeta el premio nobel de literatura, “por su poesía lírica que, en el idioma español, constituye un ejemplo de elevado espíritu y pureza artística”. Este implacable proceso de depuración por el que pasa su obra, puede ser resumido con las propias palabras del poeta: “1. Influencia de la mejor poesía “eterna” española, predominando el Romancero, Góngora y Becquer. -2 El “modernismo”, con la influencia especial de Rubén Darío. -3 Reacción brusca a una poesía profundamente española, nueva, natural y sobrenatural , con las conquistas formales del “modernismo”. -4 Influencias generales de toda la poesía moderna. Baja de Francia. -5 Anhelo creciente de totalidad. Evolución creciente, seguida, responsable, de la personalidad íntima, fuera de escuelas y tendencias. Odio profundo a los ismos y a los trucos. – y siempre Angustia dominadora de eternidad”. Después de un periodo modernista y de exacerbada sensibilidad romántica, surge una poesía más metafísica e íntima que se culmina en 1915 con “Diario de poeta y mar” -antiguamente titulado “Diario de poeta recién casado” y modificado después por el propio Juan Ramón-. En 1917, con “Arenal de Eternidades” -antiguamente, titulado “Eternidades”-, da el salto definitivo hacia la “poesía pura” mediante un verso libre que aparece despojado de adjetivaciones y que busca la precisión de la inteligencia. Pertenecen a este periodo “Piedra y Cielo” (1919) y “Belleza” (1923). Con la publicación en 1949 de “Animal de fondo”, Juan Ramón Jiménez entra en su fase más mística, abrigando una concepción panteista del mundo y de la vida. El poeta puede alcanzar la redención dedicándose a la Obra, la cual le salva de la anquilación y le reintegra al Ser total de la belleza.

(Dentro de la llamada “etapa intelectual” de Juan Ramón Jiménez que arranca de su libro Diario de poeta y  mar, (1915) y que se caracteriza por una poesía pura despojada de artificios, expresada de manera cada vez más esquemática y abstracta, libre de tropos y metáforas, puede situarse el libro “Piedra y cielo”, publicado en 1919, poco antes del impacto de su “segunda antología poética”, editada en 1922. En él se recogen las nuevas inquietudes del poeta, cada vez más centrado en el mundo de la creación literaria, que busca cumplir con su voz y sus cantos el anhelo ideal de belleza, plenitud y eternidad. El yo del poeta se hace microcosmos que sólo toma conciencia de su grandeza cuando refleja el macrocosmos, lo que se logra al fusionarse su obra en el proceso cósmico. Por medio de las canciones del poeta –que da eco a los cantos del mundo- el poeta alcanza la eternidad en su eco, y así logra salvarse de lo perecedero humano. Se da una compenetración entre la insaciable alma del poeta y el cuerpo del mundo, y ambos se funden en el ideal de belleza. A la vez que se funde la piedra con el cielo –reflejándolo- se funde la lágrima con la estrella y se funde el alma del poeta con el movimiento del mundo que mece todas las cosas.) 

ASÍ ES

!No la toques ya más, que así es la rosa!

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ANTES DE CANTARTE

!Canción mía, canta antes de cantar; da a quien te mire antes de cantarte, tu emoción y tu gracia; emánate de ti fresca y fragante!

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