Mes: abril 2013

POETAS 96. Pedro Salinas II («La voz a ti debida»)

Pedro Salinas publicó “la voz a ti debida” en 1933, pero el orígen de su composición data de un año antes, exactamente del verano de 1932, cuando Katherine Whitmore, profesora de  literatura española en Smith College, Massachusetts,  se traslada a Madrid junto a su amiga Caroline Bourland para matricularse en la clase que impartía Salinas sobre la  “Generación de 98”. Pedro Salinas queda enseguida hechizado por la presencia de Katherine e  invita a las dos amigas a comer a su casa: “ya había caído el relámpago –diría Katherine más tarde- y la persecución había comenzado”. También había comenzado la fascinación que Pedro Salinas ejercía con su conversación; la larga  serie de paseos por la ciudad de madrid guíados por la erudición y  la imaginación poética del propio Salinas. La relación epistolar entre Katherine Whitmore y Pedro Salinas arranca de ese mismo verano de 1932, una vez que ambas amigas se alejan de Madrid para veranear en Mallorca: son cartas escritas con «extraños jeroglificos verdes», al principio ilegibles, que pronto pasarían a serle tan queridos y entrañables a Katherine Whitmore. Después de esa estancia en Mallorca, y antes de que Katherine regresara a Estados Unidos en el mes de septiembre, todavía lograron verse en dos ocasiones más: una en la playa de Ifach, que inspiró el poema «¡Qué dia sin pecado!», y otro en Barcelona, donde Salinas le desvela el nombre del libro que considera de los dos: “la voz a ti debida”, tomado de una de las  eglogas de Garcilaso de la Vega, que esa misma mañana había encontrado en un “libro de bolsillo”. Durante el invierno siguiente, las cartas se convierten en algo tan urgente que Katherine sólo busca en las noticias del New York Times los horarios de llegada y salida de los barcos que, además de las letras, traían alguno de los poemas que más tarde iban a componer el libro, y que iban a teñirse un poco de ese espíritu aéreo y fantasmal  de una relación vivida a distancia. La propia Katherine llega a dar la razón a los críticos –Leo Spitzer y Angel del Río- que dudaban de que aquellos poemas fueran inspirados por una amada viva, cuando, parafraseando un verso de Salinas, afirma que el amor que el poeta sentía por ella “inventó el infinito”. Para Katherine, muchos de aquellos poemas implicaban una experiencia que  ambos en realidad no conocieron. Katherine Whitmore y Pedro Salinas vuelven a encontrarse en junio de 1933, en la primera sesión de la Universidad Internacional de Sant4nder, que el poeta había ayudado a fundar y de la que era director. Aquella atmósfera intelectual en el Palacio de la Magdalena, donde profesores y alumnos de varios paises convivían juntos, no era la más idónea para que continuaran aquel idilio amoroso. No obstante, su relación amorosa y epistolar se fue intimando, y durante el invierno siguiente las cartas siguieron la misma cadencia. En el verano de 1934, un grupo de estudiante de Smith College, dirigidos por Katherine Whitmore, llegaron a Sant4nder para asistir a la segunda sesión de la Universidad Internacional. Aquella relación clandestina se reanuda con entrevistas en viejos cafes y conversaciones teléfonicas. Por aquel entonces, Pedro Salinas contrae una costumbre que llega a preocupar a Katherine. “Le gustaba telefonearme por la noche desde su casa. Rechazó mi sugerencia de que no era una cosa muy prudente»; en febrero de 1935, Margarita Botella, la mujer de Pedro Salinas, intenta suicidarse. Para Katherine, este hecho trágico viene a revelar que su amor no tiene sitio. Sin embargo, Pedro Salinas no ve ningún motivo para la separación. Quiere a su mujer y a sus hijos, pero no puede pasarse sin su musa. El escándalo está servido y cuando en Junio zarpa su barco del puerto de Málaga siente que escapa de un callejón sin salida y que su relación ha llegado a su final. El resto de aquella relación que había comenzado apenas tres años antes iba a tener un largo y triste epílogo. Katherine enseguida se casa con Brewer Whitmore, profesor en el Smith college. Antes, Pedro Salinas huye a Estados Unidos de la guerra civil española, mientras coloca a su familia a salvo en Argelia. Continuan sus asedios por carta y Katherine se ve obligada a elegir entre dos hombres, optando por evitar aquel amor con subterfugios. Katherine permaneció casada con Brewer Whitmore hasta que se produjo la muerte de éste en accidente, en 1943. Durante su matrimonio aún siguió recibiendo cartas ocasionales del poeta. La relación epistolar sufrió intermitencias. Durante su estancia en Puerto Rico (1943-1946), Pedro salinas dejó de mandar cartas al descubrir que la censura disfrutaba leyendo el correo particular. Ya de regreso de Puerto Rico -Pedro Salinas regreso a su cátedra en la Universidad John hopkins, Baltimore, en 1946-, se encontró con Katherine Whitmore en contadas ocasiones. La última, en la primavera de 1951, el año en que murió el poeta. Katherine ignoraba que ya estaba enfermo. No hubo conciliación posible. El final, recuerda Katherine, fue triste pero inevitable. “Quizás hubo un “error de cálculo, tal como suguiere uno de sus poemas. (…) Fuera un error o no, fui yo quien le dio el ímpetu para crear su mejor poesía en las alegrías y en las penas.

Se puede considerar, entonces, a Katherine Whitmore como una de las musas más fecundas de la poesía amorosa española. Al comenzar a leer «La voz a ti debida», uno se da cuenta enseguida de la verdad que encierran las palabras de Katherine Whitmore cuando afirma que el poeta con su amor inventó el infinito. El tipo de amor al que el poeta aspira en este libro es un amor intensamente íntimo y espiritual, un amor que se abisma en la relación personal de los pronombres -«qué alegría más alta/vivir en los pronombres-, en lo más medular de las personas- . Pero el poeta, al inventar el infinito de su amor, profundiza en un territorio nuevo, liberado de las convenciones y las taras del mundo cotidiano. Un amor que quiere volver a los orígenes del hombre, a los mundos vírgenes del paraíso perdido, y que quiere liberarse de la carga de la historia y del peso de los nombres. El tipo de amor que se refleja en este primer libro de su trilogia no  crea sólo un mundo con sus propias leyes: aspira a crear también su propia historia, porque cualquier pasado anterior al encuentro de los amantes es un obstáculo que impide la unión total. Incluso los avances técnicos, que posibilitan la comunicación entre las personas, no consiguen abolir la distancia que los separa. Cada invento técnico del hombre hace más patente la distancia entre los amantes que aspiran a la proximidad más íntima. Hay que abolir las distancias, allanar las diferencias. Los amantes aspiran a una identidad e intimidad total. Ser una misma alma en un mismo cuerpo dentro de un mundo hecho a imagen de los amantes. Hay que comenzar a recrear el mundo, a renombrar las cosas, a recolocarlas en el nuevo orden que ha insturado el encuentro de los amantes. El amor que resplandece en «la voz a ti debida» es un amor al que se le debe todo, hasta la propia voz con que el poeta va transformando el mundo con la evocación de sus nuevos vocablos. La amada está dotada de un poder demiúrgico no muy distinto al que se traduce de la relación de vasallaje observada en la poesía del «amor cortés». El poder de la mujer amada es sentido con tal fuerza, que al dar impulso al mundo del poeta, impulsa y regenera el orbe entero, que antes de su aparición se hallaba vacio: un mundo caótico o «precósmico» donde el cuerpo del amante estaba aguardando el soplo de la amada que le diese forma y vida. Pero contra lo que se pueda creer, este mundo altamente idealizado que los amantes respiran rezuma autenticidad. El amor en Salinas es revelación de verdad, es el descubrimiento de la irreductible identidad de la persona amada más allá de las máscaras sociales que se adquieren en el comercio con el mundo, más allá de las copias, los retratos y los simulacros, que se van interponiendo como sombras y que impiden encontrar «el centro puro, inmóvil» de la mujer amada. En su búsqueda por llegar a la identidad última y desnuda de la mujer amada, el amor se espiritualiza tanto que el poeta llega a desmaterializar las cosas del mundo que impiden esta realización genuina. Incluso es necesario que el cuerpo de la amada se descarne hasta convertirse en un cuerpo pensado, más soñado que real, un cuerpo al que se le ha despojado hasta del vulto mismo. Pero amor espiritual no significa amor abstracto. Se busca la esencialidad de la mujer amada, despojada su imagen de todo aquello que pueda distraerlo de lo más suyo. Pero es también un amor que se afinca en lo concreto; paradójicamente, es un amor que quiere hacerse material de una forma más pura; amor terrestre, más que aéreo, por obedecer la ley de la gravedad y del destino -«amor total, quererse como masas»; un amor que pide realidades para cumplirse más allá de las sombras, herido de una «gran nostalgia de materia», como apunta en su poema final, un amor que pide duración para poder realizarse más allá del tiempo insulso de la eternidad, que puede revivirse con sólo su memoria de carne y hueso, que ansía el retorno a la corporeidad «mortal y rosa donde el amor inventa su infinito».

*****

Para vivir no quiero
islas, palacios, torres.
!Que alegría más alta:
Vivir en los pronombres!

Quédate ya los trajes,
las señas, los retratos;
ya no te quiero así,
disfrazada de otra,
hija siempre de algo.
Te quiero pura, libre,
irreductible: tú.
Se que cuando te llame
entre todas las gentes
del mundo,
sólo tú serás tú.
Y cuando me preguntes
quién es el que te llama,
el que te quiere suya,
enterraré los nombres,
los rótulos, la historia.
Iré rompiendo todo
lo que encima me echaron
desde antes de nacer.
Y vuelto ya al anónimo
eterno del desnudo,
de la piedra, del mundo,
te diré:
«Yo te quiero, soy yo».
(más…)

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Amando

Amando

Morir es separarse cuerpo y alma
Y, al fin,
cuando la materia vuelve a su ser,
quedar alma sola,
tal vez amando.

Será un viaje astral maravilloso.

Por el corazón se muere en minutos.
Por la enfermedad incurable en años.
Por la locura no se muere
sólo se olvida qué sea amar.
¡Hay tantos locos!

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Ignorancia

Vacío

Se me volvió a llenar la vida
de vacío
y fui feliz en la ignorancia.

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Media hora

Silencio

Se hizo silencio en el cielo
como por media hora. (Apoc.8:1)
Y mi memoria comenzó a llenarse,
como en una historia ajena,
de felicidades inmerecidas,
de amores mal respondidos,
de recuerdos del desprecio
de lo extraño.
Ese relato es el del pregonado juicio,
todo pasa por la mente en un segundo,
en menos todavía,
porque ya no hay tiempo
yo me juzgo.
Aún me parece que hallaré
una voz que me defienda,
un detalle amoroso recordado...

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