Categoría: Meditaciones provisionales

PENSAMIENTOS 9. Esquilo

Esquilo fue hijo de un distinguido hacendado y  nació en Eleusis, cerca de Atenas, hacia el año 525 A.C. En esta última ciudad pasó su infancia y adolescencia bajo el poder de los tiranos Pisístrato e Hipias, hasta que en el año 510 acabó restaurándose la democracia en Atenas. La acción de estos tiranos fue trasladada más tarde a sus tragedias en las figuras de un Agamenón o un Eteocles, por ejemplo. También de estas mudanzas de la política surgió parte de los temas que nutrieron sus tragedias, y que giran en torno a las luchas por el poder: la grandeza y caída, la relación del tirano con sus súbditos o la expulsión de personajes abominables. Esquilo participó como soldado en la guerras médicas que se libraron ante el invasor persa -luchó en la batalla de Maratón y en la de Salamina-, y esto también halló eco en obras como «Los persas». La posterior instauración de la democracia por obra de Clístenes tuvo su correspondencia en la trilogía de la «Orestiada» o en su «Prometeo encadenado», donde puede observarse el dominio de un nuevo orden divino y humano. Sobre Esquilo nos ha llegado la noticia, no suficientemente demostrada, de que fue absuelto en un proceso de impiedad por violar el secreto de los Misterios. También se sabe que viajó varias veces a Sicilia para representar alguna de sus obras, y que, finalmente, en uno de estos viajes, hálló la muerte hacia el año 456 A. C., convirtiéndose su tumba en Gela en un santuario visitado por poetas. En el epitafio que dejó inscrito se gloriaba de haber sido soldado, sin hacer ninguna mención a su labor de poeta trágico, a pesar de que ya desde muy joven se había llevado el primer premio en los concursos de tragedias, llegando a competir con su sucesor Sófocles, que en el año 468 lo desbancó con una de sus obras. Esquilo fue el fundador de la tragedia griega, llegando a componer cerca de 90 obras, de las que sólo se conservan 7. Usando  los mitos como materia poética, Esquilo centra gran parte de sus tragedias en la antigua creencia de que existen maldiciones que causan la ruina de una familia, transmitiéndose de padres a hijos, de generación en generación, y de culpables a inocentes. El acento de la tragedia no recae tanto en las figuras humanas individuales como en las fuerzas sobrehumanas, que confunden  la conducta del hombre por medio de la «Ate», le impulsan a obrar con desmesura, atacado de hybris, teniendo luego que expiar su culpa. Para Albin Lesky (Historia de la literatura Griega) las obras de Esquilo ponen en escena el drama consustancial al hombre, que ha de vivir constantemente bajo el imperativo de obrar, lo que le expone a un peligro continuo y a un callejón sin salida: su acción significa necesidad, deber y mérito, pero al mismo tiempo conlleva la mayor culpa. Para Werner Jaeger toda la fuerza de la tragedia se halla en el hecho de que la inexorable causalidad de la antigua culpa arrastra a la ruina a un hombre que hubiera merecido otro destino por su alta virtud como señor». Pero para Jaeger la tragedia griega es más bien expresión de un sufrimiento que de una acción, y coincide con Lesky en que uno de los «leitmotivs» de la obra de Esquilo -tal como aparece en una de las citas aquí elegidas- es el aprendizaje por medio del sufrimiento: «El camino del hombre atravesando el crimen y el sufrimiento es el camino que lo lleva a la comprensión de la ley», dice Lesky. Al final, lo que se representa en las tragedias griegas de Esquilo es la ineluctable ejecución del destino, basado en la creencia de que la divinidad siempre actúa con arreglo a una justicia (dike) última fundada  en el orden del mundo. Y la fuerza de esta ley, tal como nos hace saber Esquilo en su «Agamenón» , sólo puede ser presentida mediante el sufrimiento que promueve cada acción humana: Zeus ha abierto el camino al conocimiento de los mortales,  «cuando estableció con fuerza de ley que se adquiera la sabiduría por medio del sufrimiento». (Las citas seleccionadas siguen la traducción realizada por Bernardo Perea Morales)

– «Zeus puso a los mortales en el camino del saber, cuando estableció con fuerza de ley que se adquiera la sabiduría por el sufrimiento».

– «De los vanos pensamientos que tienen los hombres es su propia lengua un verdadero acusador».

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Amor

Amor

Buscando una salida a la falta de un terreno firme que sirva de justificación al absurdo ontológico de la vida humana, sobre todo de su precariedad y su finitud, buscando esa idea salvadora, ausente de la creencia que consuela pero no explica, el pensamiento, voy a caer vez tras vez en un hecho universal, caleidoscópico en sus manifestaciones y con un carisma maravilloso y tan inexplicable como la vida misma. Hablo del amor o del Amor, entiendo que son la misma cosa.

Esta meditación provisional surge de la relectura de «Banquete», del recuerdo de la primera epístola de San Juan(I,4,8) y de varios de los ensayos sobre el amor de Ortega y Gasset. Pero el mismo concepto de amor es como un girón de niebla, como un fuego fatuo: es inútil tratar de asirlo, pero en la brega por alcanzar un consuelo subjetivo he adquirido la idea de que no sólo es algo fundamental para el hecho de vivir, es lo absolutamente importante.

Y aquí entra San Juan: «Dios es amor».

Para un fan de Espinosa traicionado por la mala memoria, respetuoso con la incomprensión, podría unir la rotunda aseveración de San Juan con el concepto de Dios como «todo» de Espinosa, de dónde se deduciría que todo es amor.

Una conclusión que no es precipitada sino la consecuencia de una larga línea de pensamiento, aunque su expresión sólo conduzca a una nueva aporía: No sabemos qué es ser y tampoco sabemos qué sea el «amor». Pero si bien la manifestación del ser como acto transitivo resulta difusa por extensa y también por diversa en sus matices de ser – estar – existir, las  manifestaciones de amor, siempre con un fondo de dulzura, nos acercan por la tercera vía del conocimiento espinosiana,  a la personalidad del ser uno y único, fundamental, con el que no cabe otra realidad que la de la unión completa, no como futuro sino como presente en acto.

Somos parte del todo, somos parte de Dios, de algún modo también somos amor. Me gustaría decir que exclusivamente somos amor pero hay demasiado sinsentido a mi alrededor para afirmarlo. A no ser que el amor sea otra cosa.

Por diversas que sean las manifestaciones del amor en lo temporal, por viciadas que estén por la capacidad de confusión, por la ignorancia que diría Sócrates, eros, filía o ágape son la consecuencia de la atracción irresistible de ser uno con el todo. Y este sentimiento-pulsión sí es universal, sólo hay que buscarlo, como la «voluntad» de Schopehauer, en el interior de la propia conciencia. Ese interior es como un agujero negro, imposible escapar de él cuando te has acercado más allá del límite de la coherencia y te has enamorado. Su contenido es la voluntad de ser uno con el todo, de ser amor. Y la salida no puede ser más que el silencio. Si alguna vez un sabio supo que era «ser» o que era «amor», ni quiso ni pudo comunicarlo, únicamente le quedó desaparecer en una sonrisa, aunque su cuerpo siguiera siendo tangible.

Menos cercano, sin haber alcanzado el límite, puedo pensar y decir que la voluntad, el ser, amor, dios, el uno: son la misma cosa. Y es inexpresable. El que lo haya vendido como fruto de su pensamiento, a sabiendas de su incapacidad, merece el calificativo que mi amigo Arturo le dedica: Filosofastro.

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PENSAMIENTOS 8. William Shakespeare I

Iba a decir que Shakespeare no necesita presentación, pero más bien pienso ahora que es todo lo contrario. Lo que ocurre es que Shakespeare es bastante impresentable. También es poco fiable: lo que se sabe de Shakespeare puede ser falso, o no corresponder con el verdadero autor de las obras. En todo caso, Shakespeare no debería dejar indiferente a nadie. A mí no deja de asombrarme. Alguno se preguntará: ¿Es que Shakespeare pensaba? Tal vez, no tiene mérito suficiente para que se le dedique un espacio a sus pensamientos. Tal vez, lo suyo fuera idear agudas  frases, citas que merecen engrosar un gran libro de citas. Cada uno que piense lo que quiera. Yo podría argumentar que acaso me viera en apuros si tuviera que  destacar un solo pensamiento memorable entre todos los libros de algún célebre filósofo. Yo me pregunto ¿merece recordarse lo que es fácilmente olvidable? A mí me parece que Shakespeare pensaba y que lo hacía muy bien. La prueba es que los pensamientos que dejo aquí están extraídos de un solo libro: «Hamlet». Alguno de estos pensamientos ha corrido por la boca y la pluma de algún que otro filósofo. Se puede decir de Shakespeare lo que Alberto Manguel comenta de la Divina Comedia de Dante: uno se asombra de que semejante obra fuera obra de un solo hombre. Tanto es así, que alguno de los estudiosos ingleses de su obra dudan de que fuera Shakespeare el autor de las obras de Shakespeare. Y es que uno se niega a creer lo que resulta increíble. Que un un actor ingles de origen rural y que muere a consecuencia de una borrachera pueda ser capaz de urdir asombrosas tramas y crear personajes que se nos parecen a nosotros más que nosotros mismos. Los complejos  pensamientos y dichos de los personajes de Shakespeare sólo pueden ser la maquinación de un aristócrata instruído y leído que se toma la vida en serio. Tal vez Sir Francis Bacon o Edward de Vere, conde de Oxford. No podría ser la obra de Shakespeare un cuento dicho por un actor medio idiota y bohemio. En todo caso, pueden leerse estas citas aquí seleccionadas como agudas observaciones o como bellas metáforas. Contienen una feliz armonía entre la expresión y el pensamiento. Se hace la advertencia de que estos pensamientos seleccionados no son máximas, ni aforismos, ni nada que se le parezcan: están sacados de su artístico contexto y por ello pierden gran parte de su valor y de su cabal comprensión. Lo idóneo, por supuesto, sería aproximarse a «Hamlet».

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Hay, [Horacio],en la tierra y en el cielo más de lo que puede soñar la filosofía.

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LOS UTOPISTAS 2. La resistencia de Ernesto Sábato.

Ahora tocaría dedicarle una necrológica a Sábato. Es una pena que sólo seamos capaces de dedicar buenas palabras tan sólo a los muertos. Y es que esto es lo que ocurre: que los muertos nos suelen venir de uno en uno, mientras que los vivos se nos agolpan y acumulan igual que se nos van hacinando los muertos en un gran cementerio. Y no conseguimos dar a basto. Los muertos saben morirse en el momento exacto en qué empezamos a hablar bien de ellos. La muerte produce magnificos conciertos de alabanza, abrazos fraternos y exultaciones de paz. ¿Pero cómo saber cuándo podemos empezar a hablar bien de los vivos? Los muertos, como las madres, son siempre ciertos; los vivos, en cambio, pueden llegar a engañarnos. La muerte nos da ya esa certidumbre que nos sentencia al oído: “ya puedes pronunciar tu discurso, ha llegado la hora del panegírico y de la oración y del sermón fúnebre, y el muerto ya no tiene derecho a réplica”. Sin embargo creo que es bueno dedicar unas palabras de salutación a los que se van a despedir. Quien sabe dedicar buenas palabras a los muertos, demuestra que ya sabía apreciar sus palabras y obras mientras estaba vivo. El aprecio del muerto es el mismo aprecio que se le tenía al vivo, pero todo mucho más condensado y sintetizado y ajustado. Aquí hay que recomponer de otra manera la vida del muerto. Lo bueno de la imaginación es que podemos poner del revés el mundo, lo podemos poner patas arriba para que se nos caigan encima cosas que antes no llegamos a descubrir, ni siquiera a sospechar. Imaginar es mostrar con los ojos del espíritu lo que nuestros desorbitados ojos de la frente no aciertan ni a ver. Igual es ahora buen momento para que se nos caiga encima algún informe Sábato sobre el más allá de las torturas y las desapariciones. Quizás es buen momento para que Sábato nos revele cuál es el secreto de los pobres diablos torturados y de los crueles diablos torturadores; quizás ahora Sábato podría divulgarnos el secreto de su resistencia durante casi un siglo en ese gran campo de concentración en que a veces se nos convierte el mundo: “que el mundo es horrible es una verdad que no necesita demostración –nos asegura el protagonista de «El tunel»-. Bastaría un hecho para probarlo, en todo caso: en un campo de concentración un expianista se quejó de hambre y entonces le obligaron a comerse una rata, pero viva”. More…
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LA INDIGNACIÓN DE STÉPHANE HESSEL

El pasado 7 de abril más de 1000 personas se manifestaron en Madrid  contra los banqueros, los políticos, la reforma laboral y de pensiones y la reforma de de  la Universidad. Esa manifestación había sido convocada por la organización “Juventud sin futuro”, que aglutina una serie de jóvenes indignados por la falta de expectativas, el paro y la precariedad laboral (se anuncia otra manifestación de protestas para mediados de mayo). Los jovenes comienzan por fin a movilizarse, pero lo hacen muy tímidamente. Ésa  es la acusación que se deduce de un reportaje en el periódico «El País», día 17 de abril. Pero es el  sociólogo Fernando Gil el que en ese reportaje  pone el dedo en la llaga: ”Lo extraño no es sólo que los jóvenes en general, y los universitarios en particular, no se movilicen; tal vez sea más extraño el silencio de los intelectuales en la Universidad”. También un estudiante de antropología que participa en la organización de la manifestación se defiende de las críticas recibidas ante  la pasividad de la juventud y nos pregunta a todos: “¿Acaso el resto de la sociedad se está movilizando mucho?”. Habría que preguntarse, entonces, por qué se le echa la culpa a la juventud de esa falta de rebeldía. Cierto sociólogo profesor de Universidad acusa a la juventud de no poseer una actitud potente de rebeldía. ¿Pero la tienen los propios profesores de universidad?, ¿la tenemos nosotros? ¿No es más culpable la actitud de los adultos que en un tiempo fueron manifestantes airados ante la injusticia social y que ahora, desde su posición de responsabilidad y de preeminencia social, colaboran de una manera eficiente en la situación de injusticia global? ¿Es que todos los jóvenes tienen que ser rebeldes y todos los adultos reaccionarios? ¿Ése es el inevitable destino que ha de esperar a la humanidad?. ¿Es que no resulta más patética, por  contraste con épocas pretéritas, el pasotismo de aquellos adultos que tendrían que encabezar una manifestación de  rebeldía? ¿Es que no tienen los adultos más experiencia, más recursos y más conocimientos que los jóvenes?   Esa manifestación del 7 de abril trataba de alguna manera de hacer eco al grito de indignación ante la injusticia que nonagenarios como Stéphane Hessel  y José Luis Sampedro han lanzado últimamente en forma de libro. ¿Pero quién es Stéphane Hessel y que denuncia en su libro “!Indignaos!” (dos millones de ejemplares vendidos en Francia)?

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EL SÍNDROME DE ULISES: EL MIEDO A REGRESAR A ÍTACA

   

Si leemos atentamente «La Odisea», nos es posible percibir el instante dramático en que la narración alcanza su clímax. Es el instante en que comprobamos que Ulises es especialmente humano y vulnerable al miedo y al fracaso.  Se trata del momento en que, al fin,  Ulises regresa a Ítaca, se infiltra en su propio palacio como un mendigo, se echa sobre unas pieles que las sirvientas le han extendido  para que duerma en el suelo y cae en la cuenta de que no es capaz de conciliar el sueño, de que el miedo -el más humano miedo- le atormenta y le impide dormir. Es ese pasaje situado en el capítulo XX en que comienzan a agitarse  por la mente de Ulises las dudas sobre si podrá salir victorioso de la lucha que ha de entablar al día siguiente contra los  pretendientes que han invadido su palacio y que aspiran a casarse con Penélope. En ese momento la diosa Atena baja a su lado en cuerpo y figura de mujer y le recrimina el que sea infeliz en su propia casa, “habiendo encontrado a [su] mujer y a [su] hijo tal como muchos quisieran tenerlo”. Ulises le da la razón a Atena, pero enseguida le replica que no cesa de dar vueltas al modo de cómo acabar con los galanes, “siendo ellos multitud y él uno”. Duda de su propia victoria o de que salga con vida después de que haya vencido, ya que sospecha que incluso después de la victoria no podrá encontrar refugio una vez que la matanza haya sido conocida por los señores de Ítaca. Es ese momento en que Ulises  se hace consciente de que puede perderlo todo.  La diosa Atena  entonces le infunde ánimo prometiéndole ponerse de su lado y le vierte el sueño sobre sus ojos, “pues penoso es pasar una noche entera en cuidados”. Frente al miedo de Ulises, Atena representa la voz de la conciencia, que trata de infundirle confianza en sí mismo, en su propio valor y su propia fuerza.

Lo que llama la atención de este episodio y lo convierte en una cumbre de la narración épica es precisamente  este temor de Ulises a la derrota que pueda sobrevenirle al día siguiente. Hasta entonces había aparecido algún asomo de miedo en su corazón, más lo había dominado enseguida y siempre se trataba del espanto que se puede sentir ante la crueldad del monstruo o ante el poder sobrenatural de entidades divinas. En ninguna de las hazañas que se narran en la Odisea, Ulises se ve obligado a medir sus fuerzas con iguales. Se las ha de ver con Lotófagos, con Cíclopes, con Lestrigones, con Sirenas, con Ninfas y con Diosas, pero nunca con otros hombres. Pese a que tiene que tratar con fuerzas sobrehumanas, Ulises siempre es capaz de sobreponerse a ese primer ataque de miedo y salir victorioso mediante fuerzas meramente humanas. Contra divinidades que son brujas, y contra gigantes que son  ogros y cíclopes y lestrigones, Ulises hace frente mediante el embrujo de las palabras. Ante  la amenaza de la diosa Circe de arrebatarle el vigor y la fuerza mediante el acto amoroso, y convertirlo después en cerdo por medio de un filtro y una varita, Ulises le hace jurar a la fuerza, mientras le pone un cuchillo en el pecho, que no ha de tramar nuevas astucias en su contra. Es decir, Ulises logra apoderarse  de su palabra por medio de un juramento, que sirve a la vez de sortilegio para protegerle contra  sus hechizos. Es también el poder que tiene el naciente Logos de obligar a los hombres por medio de la Ley. Y la Ley ha de ser pactada por medio de la toma de la palabra. La palabra humana cobra tanto poder y fuerza que es capaz de convertirse en Ley. El hombre es consciente por primera vez que mediante la inteligencia y el artificio de la cultura que ha comenzado a fraguar puede enfrentarse  a los propios dioses. Los dioses, que hasta entonces habían estado prohijando a los griegos, están a punto de ser asesinados por sus propios hijos. El sacrificio ritual de la muerte del padre está a punto ya de fundar la gran cultura occidental. Y el mito comienza a desmoronarse en el momento mismo en que vemos alzarse la fábrica del Logos: es la astucia del cálculo y la meditación, la contención de la furia que se expresa en la mesura, y  la persuasión por medio de la palabra, cuyo mejor ejemplo encarna Ulises.

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PENSAMIENTOS 7. Georg Christoph Lichtenberg

Lichtenberg nació en Ober Ramstadt el 7 de julio de 1742 y murió en Gotinga el 24 de febrero de 1799. Fue profesor de Física, Matemáticas y Astronomía en la universidad Gotinga. En 1793 fue nombrado miembro de la Royal Society de Londres. Desde 1764 Lichtenberg fue anotando en libretas una innumerable cantidad de apuntes o aforismos, que fueron publicadas mucho tiempo después de muerte. Enrique Vila-Matas ha escrito sobre Lichtenberg: «Fue también un gran estudioso de las tormentas de su región y un coleccionista de descripciones de las mismas; además de un sempiterno profesor de matemáticas; hipocondríaco hasta límites insospechados (llegó a imaginar treinta enfermedades en un sólo minuto), gran bebedor de vino, precursor del psicoanálisis y también del positivismo lógico; y del neopositivismo, de la filosofía del lenguaje, del surrealismo y del existencialismo.» Juan del Solar ha hecho la siguiente reflexión sobre el autor de estos aforismos: Lichtenberg fue también, pese a las limitaciones físicas impuestas por su escasa estatura y una joroba que, al decir de testigos presenciales, él sabía disimular hábilmente en sus clases no dando nunca del todo la espalda a su auditorio, un hombre que se debatía entre la espiritualidad más pura y la más carnal de las sensualidades, según confesión propia, y cuya vida privada no paraba de escandalizar a los puritanos burgueses de Gotinga». El propio Lichtenberg apuntó en sus cuadernos de notas estos dos caústicos autorretratos que se recogen a continuación: «Un personaje: ver solamente lo peor de todas las cosas, tenerle miedo a todo, considerar incluso la buena salud como un estado en el que no se siente la enfermedad; creo que yo no podría representar ningún personaje con mejor fortuna que éste». O también esta otra manera de de corregir su propio retrato: «Si el cielo juzgara útil y necesario lanzar una nueva edición de mi y de mi vida, le haría unas cuantas observaciones, nada inútiles, relacionadas con la nueva edición, y centradas sobre todo en el díbujo del retrato y en el plan del conjunto».

– Muchas cosas de nuestro cuerpo no nos parecerían tan puercas e indecentes si no tuviéramos tan anclada en nuestra mente la idea de nobleza.

– Aquello que hay que hacer para aprender a escribir como Shakespeare está mucho más allá de la lectura de sus obras.

– Si de pronto los hombres se volvieran virtuosos, muchos miles se morirían de hambre.

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PENSAMIENTOS 6. Epicteto

Epicteto nacio en torno al año 50 d. C. en la Frigia Epicteto, lugar del que tomó su nombre. Esclavo de nacimiento, fue trasladado a Roma cuando era niño. Fue esclavo de Epafrodito, el secretario particular de Nerón. Se cuenta que en una ocasión en que Epafrodito sometía a suplicio a Epicteto maltratándole la pierna, Epicteto, con la serenidad propia del estoico, le hacía ver: «Me la vas a romper. Y así fue, de tanto insistir en el suplicio, se la acabó rompiendo. A lo que Epicteto sólo añadio de forma imperturbable: «¿no te lo había advertido?». También fue esclavo del estoico Musonio Rufo, quien le permitió asistir a sus enseñanzas y le concedió, al fin, la libertad. Posteriormente a este periodo de aprendizaje, Epicteto abrió su propia escuela de filosofía en Roma, hasta que tuvo que abandonar la metrópolis ante el decreto de expulsión de los filósofos. Hasta su muerte entre 120 y 130 d. C, vivió en Nicópolis, lugar al que acudían numerosos jóvenes de otras ciudades, atraídos por su fama de retórico y filósofo. Allí completaban su formación, mientras Epicteto leía en sus clases  pasajes de los principales filósofos de la escuela (Zenón, Cleantes, Crisipo) y los explicaba. Esta formación también se llevaba a cabo mediante la elaboración de composiciones sobre distintos temas indicados, las cuáles, además, servían a los alumnos como ejercicio filosófico y retórico. 

Paloma Ortiz García, a quien se le debe la traducción de éstas máximas, ha resumido lo esencial de la filosofía de Epicteto en la siguientes palabras: «La facultad racional, que nos distingue de los animales, es un don de providencia divina: ésta ha concedido a los seres vivos la facultad de uso de las representaciones, es decir, de considerar o imaginarse en su interior las cosas como bienes o como males y, de acuerdo con eso, desearlas o rechazarlas. El hombre no sólo dispone del uso de las representaciones, sino que además, gracias a la facultad racional, tiene también la capacidad de comprender ese uso, es decir, de distinguir lo correcto de lo incorrrecto en el uso de las representaciones. Ese uso tiene lugar fundamentalmente tres terrenos, el del deseo, el del impulso y el del asentimiento intelectual: son los llamados tres tópicos del estoicismo tardío, en los que esta escuela consideraba que radicaba el acierto o el desacierto del comportamiento moral. Usar correctamente las representaciones nos llevará a desear y rechazar acertadamente, de manera que deseemos sólos los bienes y rechacemos sólo los males; a sentir impulsos de actuar sólo hacia el bien y experimentar la repulsión sólo ante el mal; nos llevará, en lo conceptual, a aceptar lo verdadero y rechazar lo falso: ése es el camino que nos puede conducir a la felicidad y a una vida libre de frustraciones. Y eso depende de nosotros, porque así lo quiso la providencia: luego ser felices depende de nosotros. Si uno cifra su felicidad sólo en eso, en el uso correcto de las representaciones, podrá ser feliz.»

 – Es propio del profano reclamar a los otros por lo que uno mismo ha hecho mal; el reclamarse a sí mismo, propio del que ha empezado a educarse; propio del instruido, el no reclamar ni a los otros ni a sí mismo.

– No pretendas que los sucesos sucedan como quieres, sino quieres los sucesos como suceden y vivirás sereno.

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Máximas en favor de las máximas

– Hay que decir lo máximo con las mínimas palabras

– La máxima no sólo es un texto mínimo; debe contener a la vez la extensión de todos sus contextos.

– Una buena máxima es aquella que no admite ninguna réplica.

– Una máxima no busca las palabras; simplemente, se las encuentra.

– Toda máxima es un largo atajo para evitarnos los largos discursos

– El asiento natural de toda máxima no es el cerebro, sino el corazón.

– Aunque las máximas no entiendan de números buscan su exactitud.

– Las máximas enrarecen el aire con el que respiran las palabras. Sólo cuando el vacío se cierne sobre ellas alcanzan su sonido exacto

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PENSADORES 5. Simone Weil (Paris 1909-Londres 1942)

La creación es un acto de amor y es perpetua. En cada momento, nuestra existencia es amor de Dios por nosotros. Pero Dios no puede amarse más que a sí mismo. Su amor por nosotros es amor por sí mismo a través nuestro. Así, él, que nos da el ser, ama en nosotros el consentimiento para no ser.Nuestra existencia no está hecha sino de su espera, de nuestro consentimiento para no existir.

Nos mendiga perpetuamente esa existencia que nos da. Nos la da para mendigárnosla.

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La pureza es nuestra capacidad para contemplar la mancha

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