Categoría: Poesía

POETAS 63. MARK STRAND

Puesto que los periódicos de hoy se hacen eco de la muerte del poeta Mark Strand, acaecida el 29 de noviembre, se vuelve a reeditar la entrada que se le dedicó en septiembre de 2010, con una selección de sus poemas, anticipo de otra selección que aparecerá próximamente. Se deja también enlace a la reseña de su muerte, realizada por dos periódicos españoles.

http://www.abc.es/cultura/libros/20141130/abci-mark-strand-201411301900.HTML

http://cultura.elpais.com/cultura/2014/11/30/actualidad/1417371485_148704.HTML

Mark Strand nació en 1934 en Sunmerside (Canadá) y murió en Nueva York el 29 de noviembre de 2014. Aunque Mark Strand abandonó pronto Canadá, siempre conservó un vínculo con este país. Canadá representaba para Strand el país de sus primeros recuerdos, en el que sus padres vivieron sus últimos años y en el que estaban enterrados: “Era el refugio de su pena, y era tan grande y vacuo que cada día que vivieron ahí tuvieron la certeza de estar perdidos”. Su destino itinerante iba a llevarle con su familia a instalarse en Estados Unidos. Cleveland, Montreal, Nueva York y Filadelfia fueron las plazas del padre como directivo de Pepsi-cola, convirtiendo los primeros años del poeta en una mudanza continua. También vivió durante estos años en Colombia, México y Perú, donde aprendió un español suficiente que a la larga le serviría para traducir a Rafael Alberti y Octavio Paz. Pero más que de Canadá o Estados Unidos, se consideraba ciudadano de un mundo hecho de libros, cuadros o fotos y cuya nación era la nación del idioma inglés. “No creo –comentó en cierta ocasión -que las condiciones geográficas que se me impusieron por haber nacido en Canadá y vivido en los Estados Unidos me definan en absoluto. Creo que me define de manera más elocuente lo que leo, lo que miro, la gente que conozco, y lo que escribo”. Después de graduarse en Antioch College en 1957, su vocación por la pintura le llevó a Yale para estudiar con el artista Joseph Albers, graduándose como pintor en la facultad de Bellas Artes en 1959. Desde entonces la pintura iba a ser una de las constantes de Mark Strand. Se ha dicho que en sus versos surrealistas e introspectivos se proyecta la sombra de Max Ernst, Giorgio de Chirico, o Magritte. Iba a ser precisamente el surrealismo una de las influencias capitales de su obra poética, como confesaría a Rosa Pereda en una entrevista: “yo creo que la poesía tiene tanto que ver con el azar como con la causalidad, que lo irracional tiene un papel tan importante en la vida como la razón”. La pintura le enseñaría, además, el valor de la paciencia, a darse cuenta que uno siempre puede volver sobre el trabajo al día siguiente. Pero mientras estudiaba en Yale, las lecturas de poesía, especialmente Wallace Stevens y Forster, le encaminaron de forma imprevista a su segunda vocación. “Nunca fui muy bueno con el lenguaje cuando era niño. Créame –aseguró en una entrevista a “Los Angeles Times” en 1991”-, la idea de que algún día me convertiría en poeta habría sido una gran sorpresa para toda mi familia”. No menos importante para su formación como poeta fue la fascinación que “veinte poemas de amor…” de Neruda ejerció en sus inicios. Neruda era un genio –escribió en “Alfabeto de un poeta”- pero en cuya escritura se mezclan inextricablemente la belleza y la banalidad. Cuando lo leemos, nos sentimos felices porque todo ha alcanzado una condición privilegiada. El universo es bueno después de todo. La utopía verbal de Neruda, dependiendo de la credulidad de cada quién, es un antídoto inocuo contra este siglo torturante”. De Neruda también llegó a decir que era el gran demócrata de la poesía, por rebajar lo elevado y elevar lo bajo, aunque le decepcionaban sus limitaciones intelectuales. No pensaba lo mismo de Octavio Paz, a quien consideraba uno de los hombres de letras más inteligentes del siglo XX, y cuya obra poética le había conmovido especialmente. Ya resuelto en su vocación poética, en 1960 se traslada con una beca Fulbright a Florencia para estudiar a los poetas italianos del siglo XIX. En Iowa continúa sus estudios literarios en el “Iowa Writers Workshop”, graduándose en 1962. Allí se hace amigo de Philip Roth, concluye su primer libro y comienza a dar clases en un taller de literatura. Su carrera docente le iba a hacer recorrer parte de Estados Unidos: Utah, Chicago, Nueva York o Boston. Su desembarco literario tiene lugar en 1970, cuando el responsable de la editorial Athenaeum, Harry Ford, publica su segundo volumen de poesía, «Reasons for Moving». Ford continuaría publicando su poesía con otras tres colecciones durante esa década hasta que, en 1980, Strand decidió pausar su producción poética. «Ya no creía en mis poemas autobiográficos», dijo entonces. Sentarse en su escritorio cuando no tenía nada que decir se le empezó a volver un suplicio, por lo que “ya sólo escribía cada vez que tenía tiempo y ganas y estos periodos empezaron a espaciarse cada vez más, y a veces hubo periodos de silencio de dos o tres años…De cualquier manera, ya nadie lee poesía. Los poetas sí, pero el lector común ha sido abandonado por la poesía». Mark Strand se empeñó entonces en otras aventuras literarias, como libros para niños, relatos o ensayos sobre arte. Una década después volvió con nuevos bríos, con volúmenes como «A Continuous Life» (1990), «Dark Harbor» (1995) y «Blizzard of One» (1998). Mientras tanto, comenzó a ganar terreno su pasión por la pintura. Escribió ensayos sobre Edwar Hopper o William Bailey, al mismo tiempo que en un taller en Hell’s Kitchen producía sus papeles pintados, mezclando pulpas de colores secos. A partir de 2011 se trasladó a Madrid de la mano la marchante de arte Mari Cruz Bilbao, quien se convirtió en su pareja. Trasladó cuadros, libros y gran parte de su mobiliario a un piso de Chamberí donde seguía recortando y pegando esos papeles pintados para convertirlos en collages que este mismo otoño expuso en una galería de Nueva York. El final de su carrera como poeta estuvo jalonado de números reconocimientos. Fue nombrado Poeta Laureado de Estados Unidos, ganador de la beca MacArthur en 1987, del premio Bollingen en 1993 y del Pullitzer de poesía en 1999 por “Tormenta de Uno”. Este mismo otoño estaba nominado al National Book Award por sus Collected poems. Su traductor, Dámaso López García, a quien se debe la traducción de los poemas aquí seleccionados, ha señalado como rasgos característicos de su poesía el que su mundo no tenga rasgos diferenciales propios. Los lugares no tienen nombre, los personajes son anónimos: “comparten los rasgos comunes de todos los paisajes y de toda la humanidad”. La presunta oscuridad de sus poemas no se relaciona tanto con la dificultad del lector ante un lenguaje oscuro como con la ausencia de referencias a un universo familiar. Las manifestaciones de temor ante un mundo maligno, el valor de la poesía ante una naturaleza apática y el deseo de gozar de un “momento perfecto” han sido también rasgos señalados por la crítica. Pero el propio Mark Strand nos ha dejado en diversas entrevistas una visión personal sobre su poesía. Mark Strand se consideraba un poeta metafórico. A diferencia de los poetas metonímicos, que representan fielmente el mundo de la experiencia, el poeta metafórico cree en un mundo alternativo con sus propias reglas y regulaciones. “Lo que me importa –dijo- es la integridad del mundo que creo, y no lo que estoy revelando sobre el mundo en el que viven los demás.” Mark Strand no se consideraba un poeta de la naturaleza, sino un poeta que ahonda en el comportamiento de las cosas. “Mis poemas describen actividades, a veces de carácter nervioso o absurdo, a veces muy pacífico, pero eso es lo que les da vida”. Era un poeta al que le gustaba mezclar la melancolía y lo elegíaco, que nunca desdeñaba el humor, interesado en las sintaxis complejas pero amante de las palabras sencillas como “piedra” o “cielo” o “mar”. Para Mark Strand los poemas no tienen por qué tener sentido: “son en primer lugar, y sobre todo, una experiencia, no un vehículo para un significado”. Por eso creía que la musicalidad verbal era un elemento imprescindible y confiaba esa musicalidad al ritmo que aporta la escritura a mano. “La gente que escribe en la computadora se olvida de escuchar el poema, creo que establecen un contrato visual con la computadora. En primer lugar, los poemas llegan tan rápido a imprenta que parecen mucho más terminados de lo que realmente están.” Puesto que la métrica es lo que distingue la poesía de la prosa, era fundamental para Strand que el poeta educase su propio oído escuchando el ritmo y la cadencia que otros poetas han imprimido a sus versos. También consideraba importante la tarea de reescritura de los poemas: “Los poemas no son estáticos. Cobran una vida propia y van hacia donde quieren. Pueden volverse estériles o resistirse. Si no mejoran, los odias” Por eso solían tener muchísimos borradores de cada poemas, a veces treinta o cuarenta. Escribía a mano varias versiones y después los pasaba a la computadora. Trataba de postergar lo más posible el momento de ponerlos en limpio. “Más que leer mis poemas, me interesa escucharlos, y cuando están escritos a mano me parece que los estoy escuchando”. Dos cosas consideraba importantes en su poesía: el misterio y la muerte. “La vida me parece misteriosa, mi presencia en la Tierra me parece misteriosa. Muchas veces, cuando termino un poema, no estoy muy seguro, aunque generalmente estoy seguro de lo que he dicho, siempre hay un elemento inexplicable”. Respecto a la muerte, llegó a escribir en “Alfabeto de un poeta” que había sido la influencia medular de su escritura. Pero también la preocupación central de la poesía lírica: “La poesía lírica nos recuerda que vivimos en el tiempo. Nos recuerda que somos mortales. Celebra o reconoce estados de ánimo, ideas e incluso acontecimientos para recordarnos que existen sólo en su forma transitoria. Pues ¿qué habría que tuviera significado fuera del tiempo? La poesía es un prolongado epitafio, un recuerdo de nuestra estancia aquí en la tierra”. También comentó: “Buena parte de lo que amamos en los poemas, sin considerar su tema, es que nos dejan con una sensación de novedad de vida agregada. La vida, por otra parte, nos prepara para nada y nos deja sin dónde ir. Sólo se detiene”.

 

 

KEEPING THINGS WHOLE

In a field
I am the absence
of field.
This is
always the case.
Wherever I am
I am What is missing.

When I walk
I part the air
and always
The air moves in
to fill the spaces
where my body´s been.

We all have reasons
for moving.
I move
to keep things whole.

MANTENER LAS COSAS JUNTAS

En el campo
soy la ausencia
de campo.
Siempre
es así.
Dondequiera que esté
soy lo que falta.

Cuando camino
parto el aire
y siempre
vuelve el aire
a ocupar los espacios
donde estuvo mi cuerpo.

Todos tenemos razones
para movernos.
Yo me muevo
para mantener las cosas juntas.

 

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POETAS 107. Jaime Sabines (I)

(Txula Gutiérrez, 1926-México D.F., 1999)

 

Lento, amargo animal

Que soy, que he sido,

Amargo desde el nudo de polvo y agua y viento

Que en la primera generación del hombre pedía a Dios.

 

Amargo como esos minerales amargos

Que en las noches de exacta soledad

-maldita y arruinada soledad

Sin uno mismo-

Trepan a la garganta

Y, costras de silencio,

Asfixian, matan, resucitan.

 

Amargo como esa voz amarga

Prenatal, presubstancial, que dijo

Nuestra palabra, que anduvo nuestro camino,

Que murió nuestra muerte,

Y que en todo momento descubrimos.

 

Amargo desde dentro,

Desde lo que no soy

-mi piel como mi lengua-,

Desde el primer viviente,

Anuncio y profecía.

 

Lento desde hace siglos,

 

Lejano, lejos, desconocido.

 

Lento, amargo animal

Que soy, que he sido.

(“Horal”, 1950)

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POETAS 105. Lêdo Ivo

Lêdo Ivo fue un poeta y novelista brasileño, representante de la generación del 45, a la que pertenecía Guimaraes Rosa, y que proponía, entre otros temas, el regreso a la experiencia vital, el amor y la naturaleza. Nació el 18 de febrero de 1924 en Maceió, capital del estado de Alagoas, en el noreste de Brasil . En el año 1943 se trasladó a Río de janeiro donde terminó la carrera de Derecho, cuyo ejercicio cambiaría por el del periodismo, que era la carrera que mejor le iba a familiarizar, como dijo en cierta ocsión, con las miserias de la condición humana. Ese mismo año iba a publicar su primer libro de poemas “As imaginaçoes”. Durante el año 1953 viajó una larga temporada por diversos países de Europa. En el año 1963 una invitación del gobierno de EEUU le permitió visitar varias universidades del país. En 1980 pasó a ocupar un sillón en la Academia Brasileña de las letras. Autor prolífico, con más de veinte poemarios publicados, lanzó su ultimo libro, “Marmazo”, en 2011, poco antes de que la muerte le sorprendiera en Sevilla al año siguiente mientras hacia un viaje por el país que admiraba tanto por su poesía. Especial admiración sentía por Lorca y Machado. Entre sus libros de poesía se pueden destacar “Finisterra”, “A noite misteriosa” y O Rumor da noite”. Con su poesía ha intentado explorar los nexos irracionales entre sucesos y objetos sin relación aparente. Ya desde el principio de su obra se puede observar en muchos de sus poemas una conciencia del lugar que ha de ocupar el poeta en el mundo. Así mismo la muerte ocupa un lugar prioritario entre sus preocupaciones. Su poesía busca que vida y muerte hagan sus vasos comunicantes, consiguiendo de este modo extrañas notas surreales. Poesía que presta atención a los pequeños detalles y a las cosas humildes, y que en muchas ocasiones se convierte en una denuncia de un mundo deshumanizado que trata de monetarizar las relaciones humanas. Para Ledo el poeta debe hacer de la transgresión íntima un emblema personal y “la creación poética se inicia en la frontera misteriosa donde las teorías terminan”.

IDENTIDADES

Víctor Hugo tenía la absoluta certeza de que Víctor Hugo era un pseudónimo de Dios

Y se consideraba propietario del cielo, de la tierra y del océano.

Rimbaud no sabía que era Rimbaud, por eso abandonó

Los viejos parapetos de Europa

Y se fue a vivir a África.

Byron sabía que era Byron

Tanto así que abandonó Inglaterra

Y sedujo a su propia hermana.

Walt Whitman siempre se pensó Walt Whitman.

Amaba a América y a los penes erectos de sus camaradas

Como si fueran futuros rascacielos.

Baudelaire vio en un espejo el abismo que se lo tragó.

Paul Claudel pensaba que era el suplente de Dios

Y se derramaba en caudalosos versos blancos

Para celebrar la belleza del universo.

Tristan Corbière, en el lecho de muerte,

Oyó el graznido de las gaviotas en la playa de su infancia

Y se convenció de ser él mismo Tristan Corbière.

La duda de ser Paul Valéry

Persiguió a Valéry la vida entera

Especialmente durante las mañanas, cuando buscaba su yo perdido

Entre los enigmáticos sueños de la noche.

La convicción de ser T. S. Eliot

Brotaba de T. S. Eliot apenas despertaba

Por esa razón sus impecables camisas blancas y el aire doctoral.

La sospecha de ser Rainer maria Rilke

Acudía a Rainer maria Rilke en sus días finales

Cuando, en la soledad del castillo de Muzot,

Extendía su mano para tomar una rosa.

Para ser Mallarmé, Mallarmé se escondía como un fauno en el bosque de la página en blanco

Y escuchaba el llamado de las sirenas

Mezclado con el silbato de los trenes de la estación de Saint-Lazare.

A Paul Varlaine no le interesaba ser o no Paul Verlaine.

Él sabía que en el otoño las hojas de los árboles son

Arrastradas por el viento.

Y esto es lo esencial.

Lo demás es literatura.

 

(Mormazo, 2011)

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POETAS 1. César Vallejo (III) Trilce

En 1922 y antes de marcharse a París en un viaje sin vuelta, Cesar Vallejo va a publicar «Trilce», su último libro editado en vida -el resto de su producción parisina quedaría inédita hasta la muerte del poeta-,  y tal vez el libro de poesía más libre y experimental de toda la poesía del siglo XX en lengua española. Aunque se han apuntado distintas versiones para explicar su sugerente título, -síntesis verbal de triste y dulce, por ejemplo-, el mismo vallejo confesaría a González de Ruano en una entrevista que «Trilce» no quería decir nada, «no encontraba, en mi afán, ninguna palabra con dignidad de título, y entonces la inventé: Trilce. ¿No es una palabra hermosa? Pues ya . no lo pensé más: Trilce». «Trilce» es un libro que está motivado por tres experiencias vitales de su último periodo en Perú: La muerte de su madre -que lo hundiría en una fuerte depresión-, la relación amorosa con Otilia Villanueva y su reclusión en prisión durante 112 días, entre 1920 y 1921, acusado injustamente de ser el instigador del incendio y saqueo de una casa de comerciantes en su pueblo natal. Aunque Vallejo huye para evitar la prisión, ocultándose en casa de unos amigos, finalmente es descubierto y conducido a un calabozo de Trujillo, de donde sólo saldrá en libertad provisional por la mediación de algunos intelectuales. El ambiente de prisión, las condiciones de su encierro, la monotonia carcelaria y su impronta en la vida anímica serán volcados en algunos de los poemas de este libro, que iba a ser encuadernado y publicado en la propia imprenta de la penitenciaría. En tres años que median entre «Los heraldos negros» y «Trilce», Vallejo ha dado un paso de gigante que no será comprendido por el público y la crítica en el momento de su publicación. Incorporando en su lenguaje formas de las vanguardias, Vallejo las va a dejar atrás explorando un territorio apenas entrevisto por ultraístas y futuristas, y lo va a hacer siempre transitando un camino personal que le lleva a reflejar su experiencia más íntima o vital de un modo directo; no buscando el alarde técnico o la innovación esteticista por sí misma, sino tratando de ser fiel a un material anímico o emocional al que la poesía no había sabido dar forma todavía, amordazada por las convenciones de la lógica y el lenguaje. La indiferencia con que se recibió su libro no fue obstáculo para que Vallejo fuera consciente de las cotas de libertad expresiva que había alcanzado, y así en una carta a Atenor Orrego se queja del vacío en que ha caído su libro y se hace responsable de él:. » Asumo toda la responsabilidad de su estética. . Hoy, y más que nunca quizás, siento gravitar sobre mí, una hasta ahora obligación sacratísima, de hombre y de artista, !la de ser libre! Si no he de ser hoy libre, no lo seré jamás. Siento que gana el arco de mi frente con su más imperativa curva de heroicidad. me doy en la forma más libre que puedo y ésta es mi mayor cosecha artística. !Dios sabe hasta dónde es cierta y verdadera mi libertad! Dios sabe hasta qué bordes espeluznantes me he asomado, colmado de miedo, temeroso de que todo se vaya a morir a fondo para que mi pobre ánima viva». La libertad con Vallejo ha compuesto los 77 poemas que integran «Trilce» deja la sensación de que no hay ninguna unidad tras la variedad de tonos y estructuras. Sin embargo  el nuevo lenguaje incorporado por Vallejo parece adaptarse como un guante a los temas que trata, ya sea la muerte, la ausencia de los seres queridos, o el trastorno del espacio y el tiempo sufrido en su cautividad. Vallejo amolda el material de la lengua a su antojo, pero para acomodar una realidad que es sumamente escurridiza, con un lenguaje paradójico que sabe atrapar mejor ese dominio extraño en que los muertos ya no son, o los vivos viven a veces como si fueran muertos. En este anómalo dominio de la realidad las metáforas no pueden aprestarse a la imagen fácil y cotidiana y las palabras buscan las raras asociaciones sugeridas por situaciones de desolación. La poesía de Vallejo, más que experimental, es experiencial. Es el hondo sentimiento suscitado por ciertas situaciones de desamparo lo que hace que sus palabras se impregnen de su energía, se estiren y den de sí mas que lo que  acostumbra el lenguaje ordinario. Así, si Vallejo se inventa nuevos vocablos no es por capricho verbal, sino porque las palabras de los diccionarios, de los códigos y las instituciones se le quedan pobres para expresar una realidad que es tremenda y que a la vez resulta cotidiana. De ahí que pese a esta inventiva de vocablos, busque la expresividad de la lengua hablada y coloquial porque es en este registro donde encuentra caja de resonancia toda la carga emocional que lleva dentro, apoyándose a menudo en vocablos quechuas, en americanismos y en palabras ya en desuso que designan los enseres de un mundo labriego y ganadero. Pero la anomalía de la voz de Vallejo no radica sólo en inventarse términos, sino también en el manejo libérrimo que hace de las categorías gramaticales, convirtiendo adverbios en adjetivos, verbalizando adverbios, sustantivando adjetivos, descordinando tiempos verbales. Y es que el estado de orfandad en que Vallejo se coloca sólo puede ser captado retorciendo la sintaxis y la gramática para dejar paso una nueva dimensión de espacio y tiempo en la que se inscribe una realidad poética más acorde con el sentir del poeta. Vallejo es también el poeta que mejor ha explorado la realidad de los números convirtiendo cada guarismo en un símbolo emocional de su mundo poético: «siempre asoma el guarismo bajo la línea de todo avatar». Ha descubierto que la realidad del cuerpo humano es numérica porque el hombre es un animal deseante que expresa sus potencias e impotencias en función de un número de órganos y miembros que le constituyen, una realidad contable y a la vez innumerable hecha de pelos y poros, de codos y arterias, de costillas y falanges. A la vez esta contable realidad corporal intersecciona con el mundo cotidiano que se puede computar en grados, en horas, en esquinas, en ángulos y flancos. A lo que hay que añadir además la dimensión emocional de los valores y sentimientos que hablan también en un lenguaje numérico, hecho de órdenes y líneas. Vallejo ha descubierto que la realidad natural y humana en la se afinca el hombre, sometida a mesura y medida, a pauta y regla, es desmesurada por esa otra realidad interior acuciada por el deseo y por el sentimiento de angustia y orfandad, por el anhelo de justicia y libertad que sólo es posible expresar en una dimensión cubista de la realidad, con un nuevo cuerpo humano resultante que adolece de miembros o que desearia multiplicarlos, o que se descoyuntan ante un mundo opresivo y lacerante. Pero más allá de estos hallazgos verbales que complican la lectura de «Trilce», pervive la voz honda de Vallejo, agravada  por un tono metafísico que nos hace sentir la profunda extrañeza de la existencia.

 

 

LXXV

Estáis muertos.

Qué extraña manera de estarse muertos. Quienquiera diría no lo estáis. Pero, en verdad, estáis muertos.

Flotáis nadamente detrás de aquesa membrana que péndula del cenit al nadir, viene y va de crepúsculo a crepúsculo, vibrando ante la sonora caja de una herida que a vosotros no os duele. Os digo, pues la vida está en el espejo, y que vosotros sois el original, la muerte.

Mientras la onda va, mientras la onda viene, cuán impunemente se está uno muerto. Sólo cuando las aguas se quebrantan en los bordes enfrentados y se doblan y doblan, entonces os transfiguráis y creyendo morir, percibís la sexta cuerda que ya no es vuestra.

Estáis muertos, no habiendo antes vivido jamás. Quienquiera diría que, no siendo ahora, en otro tiempo fuísteis. Pero, en verdad, vosotros sois los cadáveres de una vida que nunca fue. Triste destino el no haber sido sino muertos siempre. El ser hoja seca sin haber sido verde jamás. Orfandad de orfandades.

Y sin embargo, los muertos no son, no pueden ser cadáveres de una vida que todavía no han vivido. Ellos murieron siempre de vida.

Estáis muertos.

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POETAS 102. Pablo Neruda (II) «Residencia en la tierra»

En 1927 Pablo Neruda es consciente de que la vida cultural de chile es demasiado provinciana y de que no podrá hacerse un nombre en la literatura sino es saliendo al extranjero donde, especialmente en París, residen los grandes poetas hispanoamericanos como Vicente Huidobro o César Vallejo. La popularidad obtenida con sus libros y la mediación de un amigo le consiguen un puesto diplomático como cónsul de Rangoon, y parte en barco desde Buenos Aires a Lisboa, recalando en Madrid para tomar un tren que le dejará en París, donde traba relación con César Vallejo. Finalmente un barco le lleva desde Marsella hasta su consulado de Rangoon. Su trabajo como cónsul consistía en timbrar y firmar documentos una vez cada tres meses, cuando arribaba un barco de Calcuta transportando té para chile. El resto del tiempo lo consume llevando una vida ociosa de callejeos por mercados y templos, incapaz de mezclarse con la rígida sociedad inglesa y sintiéndose un «forastero trasplantado a un mundo violento y extraño». Allí comienza a escribir los primeros poemas de «Residencia en la Tierra», y vive una turbulenta historia de amor y celos con una mujer birmana, Josie Bliss, que le inspiraría su poema «tango del viudo». En 1929 parte de Birmania para hacerse cargo de un consulado Ceilán; allí completa el primer volumen de «Residencia en la tierra» con grandes dificultades, debido en parte a la vida apartada que lleva, y en parte a que no logra adaptarse a una tierra que le resulta inhóspita y extraña. A partir de 1930 se hace cargo de dos consulados a la vez, el de Singapur y el de Batavia, en Java. En esta última ciudad conoce a María Antonieta Agenaar, una joven holandesa con sangre malaya, con la que se acaba casando y con la que regresará a Chile en 1932, donde va a publicar el libro que ha escrito durante su periplo por Oriente, «Residencia en la tierra». En 1933 es designado cónsul de Chile en Buenos Aires, donde arriba en el mes de agosto, coincidiendo con la llegada de Federico García Lorca, que en aquel momento estrenaba su obra de teatro «Bodas de sangre». Juntos dan una famosa conferencia al alimón en el Pen Club homenajeando a Rubén Darío y allí se origina una amistad que va a durar sin intermitencias hasta la muerte de Lorca. Nunca vio reunidos como en él –llegaría a escribir más tarde- la gracia y el genio. «Era el duende derrochador, la alegría centrífuga que recogía en su seno e irradiaba como un planeta la felicidad de vivir». En 1934 el ministerio diplomático de Chile le envía al consulado de Barcelona, consiguiendo rápidamente, por deseo expreso, un traslado a Madrid. En la capital de España renueva la amistad con Lorca y Alberti y enseguida entra a formar parte de la camada de poetas españoles de la generación del 27. Especial relación mantuvo con Miguel Hernández que llegó a vivir en su casa, para quien buscó una colocación y del que llegó a decir que no llegó a conocer «un fenómeno igual de vocación y de eléctrica sabiduría verbal». Es en Madrid donde Manuel Altolaguirre le encomienda la dirección de la mítica revista de poesía «Caballo verde», donde se publicarían durante cinco números los poemas más recientes de Miguel Hernández, Lorca, Cernuda, Aleixandre, Alberti y Guillen. El sexto número quedó en la imprenta sin compaginar ni coser, arrumbado por el estallido de la guerra civil española: debía aparecer el 19 de julio de 1936, «pero aquel día la calle se llenó de pólvora». Su toma de partido en la contienda en favor de la república iba a proscribirle del consulado en Madrid, arrastrándole hasta París en compañía de Rafael Alberti y María Teresa León.

UNIDAD

Hay algo denso, unido, sentado en el fondo,
repitiendo su número, su señal idéntica.
Cómo se nota que las piedras han tocado el tiempo,
en su fina materia hay olor a edad,
y el agua que trae el mar, de sal y sueño.

Me rodea una misma cosa, un solo movimiento:
el peso del mineral, la luz de la piel,
se pegan al sonido de la palabra noche:
la tinta del trigo, del marfil, del llanto,
las cosas de cuero, de madera, de lana,
envejecidas, desteñidas, uniformes,
se unen en torno a mí como paredes.

Trabajo sordamente, girando sobre mí mismo,
como el cuervo sobre la muerte, el cuervo de luto.
Pienso, aislado en lo extenso de las estaciones,
central, rodeado de geografía silenciosa:
una temperatura parcial cae del cielo,
un extremo imperio de confusas unidades
se reúne rodeándome.

(Santiago 1927/Residencia en la tierra I, 1933)

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POETAS 104. Charles Simic

 

Dusan Simic, que más tarde cambiaría su nombre por el de Charles, nació en Belgrado el 9 de mayo de 1938. Sus padres, un ingeniero y una profesora de canto, zanjaron sus continuas desavenencias con una separación que llevó al padre lejos de Yugoslavia, primero a Italia, más tarde a Estados Unidos. Por su parte, la madre iba a intentar cruzar con sus hijos la frontera de Yugoslavia en repetidas ocasiones, pero siempre acababan siendo atrapados por la policía, teniendo que pasar alguna temporada en prisión. Finalmente, en 1953 las autoridades comunistas les facilitaron los pasaportes que los llevarían a París, donde residirían durante en un año, entre grandes estrecheces económicas e interminables colas burocráticas para renovar los permisos de residencia. En 1954 logran el visado para Estados Unidos y residen en Nueva York hasta 1955, año en que la familia vuelve a reunificarse en Chicago, donde el padre había logrado un empleo en una compañía telefónica. En Chicago, el futuro poeta comienza a frecuentar en compañía del padre los clubs de jazz y se aficiona a la pintura. Al mismo tiempo que pasa gran parte de su tiempo en las bibliotecas devorando libros, comienza a escribir sus primeros poemas en inglés. Ezra Pound, T.S. Eliot, William Carlos Williams, Brecht , Rilke y, especialmente, Hart Crane son sus primeras influencias. En 1956 Simic ingresa en la Universidad de Chicago en horario nocturno, costeándose las clases como chico de los recados en el diario «Chicago Sun Times». En 1958 Simic vuelve a Nueva York, donde continúa sus estudios nocturnos en la Universidad, mientras alterna diversos trabajos por las mañanas, desde vendedor de camisas en unos grandes almacenes hasta oficinista contable o pintor de brocha gorda. También comienza a publicar sus primeros poemas en la revista «Chicago Review». En 1961 Simic es reclutado como soldado; su conocimiento del francés le facilita una larga estancia en Francia, donde ocupa un puesto militar en el que trabaja para resolver los conflictos de los soldados. En 1966, ya de vuelta a Nueva York, se gradúa Artes y estudia en profundidad la lingüística rusa para poder leer a Tolstoi, Dostoievski o Chejov. Durante esta época, el insomnio que padecía desde su adolescencia comienza a hacerse crónico y le permite escribir durante las noches una serie de poemas que serán publicados bajo el título de «What The grass says», al que le sigue, dos años después, Somewhere Among us a Stone is taking notes». Su incipiente notoriedad provoca una lluvia de ofertas por parte de colegios y universidades que le requieren como profesor de escritura creativa y literatura. Primero acepta un trabajo en el Colegio Universitario Estatal de California, y en 1973 se traslada a la Universidad de New Hanmpshire, donde fue profesor de literatura americana y escritura creativa hasta su jubilación. La poesía de Simic ha estado influida por los surrealistas franceses, sin desdeñar a los poetas hispanoamericanos Cesar Vallejo y Pablo Neruda. Se considera también que Simic forma parte de la tradición de Nueva Inglaterra, de la que forman parte autores como Emily Dickinson, Robert Frost o Wallace Stevens. Sus poemas alternan imágenes impredecibles con un estilo narrativo conciso. Por su libro «Paseando al gato negro (1996) ha sido finalista del Natinal Book Award y «El mundo no se acaba» (1990) ganó el premio Pulitzer.

INVENCIÓN DE LA NADA

No me di cuenta
mientras escribía aquí
De que no queda nada en el mundo
excepto mi mesa y mi silla

Y me dije:
(sólo por molestar, por abusar de la paciencia)
¿Es ésta la taberna
Sin un vaso, ni vino o camarero
en la que soy el borracho largamente esperado?

El color de la nada es azul.
La golpeo con mi mano izquierda y la mano desaparece.
¿Por qué estoy entonces tan callado
y tan feliz?

Me subo a la mesa
(la silla ya no está)
Y canto a través del cuello
De una botella de cerveza vacía.

(1971, «Desarmando el silencio»)

INVENTION OF NOTHING

I didn’t notice
while I wrote here
that nothing remains of the world
except my table and chair.

And so I Said:
(for the hell of it, to abuse patience)
Is this the tavern
without a glass, wine or waiter
where I’m the long awaited drunk?

The color of nothing is blue.
I strike it with my left hand and the hand disappears.
Why am I so quiet then
and so happy?

I climb on the table
(the chair is gone already)
I sing trough the throat
of an empty beer-bottle.

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POETAS 103. Phillip Arthur Larkin (I). «Engaños»

Phillip Arthur Larkin, (9 de agosto de 1922-2 de diciembre de 1985), comenzó a labrarse fama en Inglaterra como poeta –antes había ensayado alguna que otra novela-  a raíz de la publicación de su segundo libro de poemas, «Engaños», publicado en 1955. Le siguió «Las bodas de Pentecostés» (1964) y «Ventanas altas» (1974). Pasó su infancia y adolescencia en Coventry, tal como rememora en su poema «Recuerdo, Recuerdo», un lugar del que más bien abominaba, y del que no pudo decir que encontró sus raíces, con una irónica «magnífica familia a la que nunca acudió corriendo cuando estaba deprimido». Su padre llegó a ser tesorero de esta ciudad y se encargó de su primera educación leyéndole obras de Ezra Pound y T. S Eliot. Precisamente éstas fueron sus primeras influencias poéticas, a la que más tarde agregó el descubrimiento de Auden y, sobre todo, de Thomas Hardy. Si bien sus primeros poemas acusaron la influencia simbolista de Yeats, de la que se desprendió más tarde por la lectura más a ras de suelo que hiciera de Hardy. De estos primeros años datan la tartamudez que le acompañó a lo largo de su vida, así como su afición al jazz, llegándose a convertir en uno de los mayores especialistas de Inglaterra. Exento de ir al frente durante la segunda guerra mundial por su miopía, estudió en Oxford entre 1940 y 1943, y se graduó en Literatura Inglesa, llegando a trabar durante esta época una amistad duradera con el escritor Kingsley Amis. Poco después logró un puesto de bibliotecario en Wellington y se ganó fama de mujeriego al mantener durante un tiempo relación con dos mujeres, Ruth Bowman y Monica Jones. En 1950 entró a trabajar en la biblioteca de la Queen’s University de Belfast, donde permaneció durante cinco años, que resultaron bastante fructíferos para su escritura –aquí escribió casi en su totalidad «Engaños»-, debido en parte a una situación de extrañamiento y anonimato favorables, tal como deja constancia en su poema «La importancia de otro lugar», donde sugiere que la condición de extranjero abre la licencia para poder rechazar las costumbres y las instituciones del lugar, algo que está vedado para quien es nativo. En 1955 fue contratado como bibliotecario por la Universidad de Hull y ya no volvería a cambiar de empleo ni de ciudad. Como bibliotecario fue un empleado diligente que promovió la construcción de una nueva biblioteca y multiplicó ampliamente su dotación de libros. Hull supuso para Larkin la ciudad con la que por fin podía conciliarse, una ciudad perfecta en muchos aspectos, especialmente por «estar al límite de las cosas», «lejos de todo, de camino a ninguna parte». La soledad física y espiritual que le aportó Hull le permitió un aclaramiento consigo mismo cuyo fruto fue el siguiente libro, casi diez años después, «Las bodas de Pentecostés», con excelente acogida por parte de la crítica. Fue especialmente valorada su capacidad para reunir «el mundo de todos, el lugar donde, al final, encontramos nuestra felicidad, o jamás la encontramos», una capacidad para sintonizar con la trivialidad del hombre contemporáneo . Como ha escrito Damià Alou, «la belleza de los poemas de Larkin no reside en otra cosa que en la verdad de la experiencia relatada, en su manera de partir del detalle, de fijarlo, de precisarlo, y de saber pasar, a veces con un leve paso y a veces con una cabriola sintáctica, a una observación general acerca de la vida que nunca es desatinada, nunca deja indiferente». Larkin fue un escritor moroso que trabajaba mucho sus poemas, a veces durante años, por lo que su siguiente libro demoró su aparición una década más, llegó en 1974, «Ventanas altas», con un gran éxito de ventas. Su último poema importante, «Albada» fue publicado en el Times Litterrary Supplemente del 29 de noviembre de 1977 y versa sobre el terror de «la muerte infatigable (…) que borra todo pensamiento excepto cómo y dónde y cuándo moriré (…) un miedo concreto que ningún truco disipa». Murió de cáncer de esófago, en Hull, el 2 de diciembre de 1985. Su fama póstuma, cada vez más creciente, fue emborronada por la publicación en 1992 de sus cartas y de su biografía oficial escrita por Andrew Motion. Estos documentos desentierran a un Larkin obsesionado por la pornografía, que se manifestaba abierta y procazmente racista. En alguna ocasión Larkin llegó a escribir: «Encuentro el estado de la nación muy terrorífico. En diez años probablemente nos ocultemos bajo nuestras camas mientras grupos de negros roban todo lo que pueden». A pesar de su fama controvertida, Larkin fue elegido en 2003, en una encuesta hecha por la Poetry Book Society, como el poeta más querido de Gran Bretaña y en los paneles de los autobuses de la ciudad de Hull se puede leer todavía alguno de sus poemas.

La traducción de estos poemas se le debe a Damià Alou. De su labor como traductor de Larkin, ha comentado: «Nunca se prima el sentido sobre el sonido, ni viceversa, porque en el lenguaje humano ambas cosas no pueden separarse. Lo más importante en poesía es que oigamos  la voz del poeta como si fuera un buen doblaje: nunca será lo mismo, pero puede llegar a conmovernos o divertirnos igual. El lenguaje de Larkin nunca es chillón ni machacón, y a veces su rima es tan sutil que pasa desapercibida. Sin embargo, poemas como «Sapos» o «Egoísta es el hombre» la reclama a gritos para que nos llegue su efecto: la risa.»

LUGARES, AMORES

No, todavía no he encontrado
el lugar del que pueda decir
Este es mi sitio,
aquí me quedo;
y tampoco esa persona especial

que enseguida reclame
todo lo que tengo,
incluso mi apellido;

Encontrar eso parece demostrar
que no quieres decidir
dónde construir, ni a quién amar;
les pides que te rechacen
de manera irrevocable,
así no será tu culpa
si la ciudad te aburre
o la chica es imbécil.

Y al no encontrarlos, sin
embargo, te obligas a actuar
como si lo que tienes
en realidad te encantara;
y mejor no pensar
que todavía podrías descubrir
a los hasta ahora innecesarios:
tu lugar, tu pareja.

 

PLACES, LOVED ONES

No, I have never found
the place where I could say
this is my proper ground,
Here I shall stay
Nor meet that special one
Who has an instant claim
on everything I own
Down to my name.

To find such seems to prove
you want no choice in where
To build, or whom to love;
You ask them to hear
You off irrevocably
So that it´s not your fault
Should the town turn dreary
the girl a dolt.

Yet, having missed them, you´re
Bound, none the less, to act
As if what you settled for
Mashed you, in fact;
And wiser to keep away
Rom thinking you still might trace
Uncalled-for to this day
your person, your place.

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POETAS 101. Allen Ginsberg («Nota a pie de página para Aullido», 2ª y 3ª parte)

Por ser Aullido un poema demasiado extenso, se prefirió aplazar la segunda y tercera parte, más breves, para esta entrega, a la que se le añade la poética nota a pie de página y un interesante proemio de aullido, con el que replica el poeta William Carlos Williams a otro poeta que cuando lo conoció aún no merecía mucho crédito. Y es que todavía no tenía la sabiduría poética, como nos recuerda Williams, del que ha experimentado su propia temporada en el infierno…

 

*****

 

AULLIDO PARA CARL SALOMON, escrito por William Carlos Williams

«Cuando conocí a Allen Ginsberg, los dos éramos más jóvenes. Era un joven poeta, hijo de un poeta de renombre, y vivía en Paterson, Nueva jersey, donde nació y se crió. De constitución menuda en lo físico, en lo mental estaba muy trastornado por la vida que había llevado en Nueva York durante los años que siguieron a la Primera Guerra Mundial. Siempre estaba a punto de «marcharse», aunque no parecía importarle demasiado adónde, y me causaba una profunda desazón, pues siempre temí que no viviera lo suficiente para escribir un libro de poemas. Su capacidad para sobrevivir viajar y escribir me asombra, sinceramente. Y no me asombra menos que haya sido capaz de desarrollar y perfeccionar su arte.

Y ahora, al cabo de quince o veinte años, nos ofrece un poema sensacional. Todo demuestra que, literalmente, ha viajado a los infiernos. Y durante el viaje conoció a un hombre llamado Carl Salomon, con quien compartió, en medio de las jugarretas y las penalidades de la vida, algo que sólo puede describirse con las palabras que ha utilizado él para hacerlo. Es un aullido de derrota. Aunque, en realidad, no se trata de una derrota, pues ha pasado por esa experiencia igual que si fuera algo corriente, trivial. En esta vida todos sufrimos derrotas, pero un hombre, si lo es de verdad, nunca se siente derrotado.

Es Allen Ginsberg, el poeta, quien ha padecido en su propia carne las horripilantes experiencias de la vida que describe en estas páginas. Lo más maravilloso de todo no es que haya sobrevivido, sino que en las profundidades del abismo haya encontrado a un compañero al que amar, un amor que celebra en estos poemas de un modo claro y directo. Pensemos lo que pensemos, no demuestra que, aunque pasemos por las experiencias más degradantes que la vida le pueda deparar a un hombre, el espíritu del amor sobrevive para ennoblecer nuestras vidas si tenemos buen humor, valor y fe -¡y arte!- para persistir.

Es la fe en el arte de la poesía lo que ha acompañado a este hombre en su Gólgota, mientras experimentaba padecimientos similares en todos los aspectos a los que sufrieron los judíos durante la Segunda Guerra mundial. Pero él los experimentó en nuestro propio país, sin salir de esa tierra en la que tan a gusto nos encontramos. Somos ciegos, y nuestras vidas transcurren en la ceguera. Los poetas están malditos, pero no están ciegos: ven con los ojos de los ángeles. Este poeta ve en todas partes, a su alrededor, los horrores de los que nos hace participar hasta en los más íntimos detalles con su poema. No trata de evitar nada, sino que apura la copa de la experiencia hasta el fondo. A hace suya. La reclama como propia y, según podemos comprobar, se ríe de ella e incluso tiene el tiempo y el descaro suficientes para amar a un compañero de su elección y dejar constancia de ese amor en su magnífico poema.

Levántense los bordes del vestido, señoras, porque vamos a cruzar el infierno.»

                       William Carlos Williams

*****

II

¿Que esfinge de cemento y aluminio abrió sus cráneos y devoró sus cerebros y su imaginación?

¡Moloch! ¡Soledad! ¡Inmundicia! ¡Ceniceros y dólares inalcanzables! ¡Niños gritando bajo las escaleras! ¡Muchachos sollozando en ejércitos! ¡Ancianos llorando en los parques!

¡Moloch! ¡Moloch! ¡Pesadilla de Moloch! ¡Moloch el sin amor! ¡Moloch mental! ¡Moloch el pesado juez de los hombres!

¡Moloch la prisión incomprensible! ¡Moloch la desalmada cárcel de tibias cruzadas y congreso de tristezas! ¡Moloch cuyos edificios son juicio! ¡Moloch la vasta piedra de la guerra! ¡Moloch los pasmados gobiernos!

¡Moloch cuya mente es maquinaria pura! ¡Moloch cuya sangre es un torrente de dinero! ¡Moloch cuyos dedos son diez ejércitos! ¡Moloch cuyo pecho es una dínamo caníbal! ¡Moloch cuya oreja es una tumba humeante!

¡Moloch cuyos ojos son mil ventanas ciegas! ¡Moloch cuyos rascacielos se yerguen en las largas calles como inacabables Jehovás! ¡Moloch cuyas fábricas sueñan y croan en la niebla! ¡Moloch cuyas chimeneas y antenas coronan las ciudades!

¡Moloch cuyo amor es aceite y piedra sin fin! ¡Moloch cuya alma es electricidad y bancos! ¡Moloch cuya pobreza es el espectro del genio! ¡Moloch cuyo destino es una nube de hidrógeno asexuado! ¡Moloch cuyo nombre es la mente!

¡Moloch en quien me asiento solitario! ¡Moloch en quien sueño ángeles! ¡Demente en Moloch! ¡Chupavergas en Moloch! ¡Sin amor ni hombre en Moloch!

¡Moloch quien entró tempranamente en mi alma! ¡Moloch en quien soy una conciencia sin un cuerpo! ¡Moloch quien me ahuyentó de mmi éxtasis natural! ¡Moloch a quien yo abandono! ¡Despierten en Moloch! ¡Luz chorreando del cielo!

¡Moloch! ¡Moloch! ¡Departamentos robots! ¡Suburbios invisibles! ¡Tesorerías esqueléticas! ¡capitales ciegas! ¡Industrias demoniacas! ¡naciones espectrales! ¡invencibles manicomios! ¡vergas de granito! ¡bombas monstruosas!

¡Rompieron sus espaldas levantando a Moloch hasta el cielo! ¡Pavimentos, árboles, radios, toneladas! ¡levantando la ciudad al cielo que existe y está alrededor nuestro!

¡Visiones! ¡presagios! ¡alucinaciones! ¡milagros! ¡éxtasis! ¡arrastrados por el río americano!

¡Sueños! ¡adoraciones! ¡iluminaciones! ¡religiones! ¡todo el cargamento de mierda sensible!

¡Progresos! ¡sobre el río! ¡giros y crucifixiones! ¡arrastrados por la corriente! ¡Epifanías! ¡Desesperaciones! ¡Diez años de gritos animales y suicidios! ¡Mentes! ¡Nuevos amores! ¡Generación demente! ¡Abajo sobre las rocas del Tiempo!

¡Auténtica risa santa en el río! ¡ellos lo vieron todo! ¡los ojos salvajes! ¡los santos gritos! ¡dijeron hasta luego! ¡saltaron del techo! ¡hacia la soledad! ¡despidiéndose! ¡llevando flores! ¡hacia el río! ¡por la calle!

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POETAS 102. Pablo Neruda (I). Veinte poemas de amor…

Pablo Neruda fue el nombre artístico elegido por Ricardo Neftalí Reyes (Parral, 12 de julio de 1904 – Santiago, 23 de septiembre de 1973) para firmar sus obras poéticas a partir de octubre de 1920. Considerado por Gabriel García Márquez como «el más grande poeta del siglo XX en cualquier idioma» e incluido por Harold Bloom en su canon de los veintiséis autores centrales de la literatura de todos los tiempos –para quien «ningún poeta del hemisferio occidental de nuestro siglo admite comparación con él»-, fue laureado con el premio nobel de literatura en 1971. Sus primeros años se desarrollaron en el Parral, donde poco antes habían llegado sus padres. Su madre, Rosa Basoalto, murió «agotada por la tuberculosis» un mes después de que le diera a luz. Su padre, José del Carmen Reyes, trabajó de obrero en los diques del puerto de Talcahuano, terminando como ferroviario en Temuco. A esta ciudad se trasladaron en el año 1910, año en que también entró el poeta al liceo. Allí conoció a quien fuera la directora del liceo de niñas, Gabriela Mistral, una «señora alta, con vestidos muy largos y zapatos de taco bajo», que le iniciaría en el mundo de la literatura rusa, regalándole novelas de Tolstoi, Dostoievski y Chejov. El mundo virginal y selvático de los parajes de Temuco iba a dejar una honda huella en la sensibilidad de Neruda. Fue allí donde comenzó «entre infinitas playas o montes enmarañados una comunicación entre su alma –poesía- y la tierra más solitaria del mundo». En 1921 pasa a residir en Santiago para iniciar unos estudios de pedagogía francesa que nunca iba a concluir. Son años de hambruna, de vida bohemia en las tabernas y de escritura de los primeros versos. También son años de encuentros con compañeros poetas y con diversos personajes extravagantes, inverosímiles, como de otro tiempo y de otras latitudes, tal como quedan registrados en sus páginas de memorias. En 1923 escribe un primer libro de poemas titulado «Crepusculario», del que pronto se arrepiente su ideario estético. En 1924, orientado por los consejos que le da el poeta uruguayo Carlos Sabat Ercasty a través de una relación por carta, Pablo Neruda abandona la línea retórica y grandilocuente que empezaba a ensayar en sus nuevos poemas y se aplica a escribir unos poemas más sencillos, de tono sentimental, donde ya se comienza a atisbar un sujeto menos altisonante y que porta una imagen del mundo más insegura. Se trata de sus archifamosos «Veinte poemas de amor y una canción desesperada». Neruda fue muy consciente del giro que trazaba con su nuevo poemario y lo glosó ampliamente en sus memorias, «Confieso que he vivido»:

«Cerré la puerta a una elocuencia que para mí sería imposible de seguir, reduje deliberadamente mi estilo y mi expresión. Buscando mis más sencillos rasgos, mi propio mundo armónico, empecé a escribir otro libro de amor. El resultado fueron los «Veinte poemas».

Los veinte poemas de amor y una canción desesperada son un libro doloroso y pastoril que contiene mis más atormentadas pasiones adolescentes, mezcladas con la naturaleza arrolladora del sur de mi patria. Es un libro que amo porque a pesar de su aguda melancolía está presente en él el goce de la existencia. Me ayudaron a escribirlo un río y su desembocadura: el río Imperial. Los «Veinte poemas» son el romance de Santiago, con las calles estudiantiles, la universidad y el olor a madreselva del amor compartido.

Los trozos de Santiago fueron escritos entre la calle Echurren y la avenida España y en el interior del antiguo edificio del Instituto Pedagógico,, pero el panorama son siempre las aguas y los árboles del sur. Los muelles de la «Canción desesperada» son los viejos muelles de Carahue y de Bajo Imperial; los tablones rotos y los maderos como muñones golpeados por el ancho río; el aleteo de gaviotas se sentía y sigue sintiéndose en aquella desembocadura.

En un esbelto y largo bote abandonado, de no sé qué barco náufrago leí entero el Juan Cristobal y escribí la «Canción desesperada». Encima de mi cabeza el cielo tenía un azul tan violento como jamás he visto otro. Yo escribía en el bote, escondido en la tierra. Creo que no he vuelto a ser tan alto y tan profundo como en aquellos días. Arriba el cielo azul impenetrable. En mis manos el Juan Cristobal o los versos nacientes de mi poesía: el ruido lejano del mar, el grito de los pájaros salvajes, y el amor ardiendo sin consumirse como una zarza inmortal.

Siempre me han preguntado cuál es la mujer de los «veinte poemas», pregunta difícil de contestar. Las dos o tres que se entrelazan esta melancólica y ardiente poesía corresponden, digamos, a Marisol y a Marisombra. Marisol es el idilio de la provincia encantada con inmensas estrellas nocturnas y ojos oscuros como el cielo mojado de Temuco. Ella figura con su alegría y su vivaz belleza en casi todas las páginas, rodeada por las aguas del puerto y por la media luna sobre las montañas. Marisombra es la estudiante de la capital. Boina gris, ojos suavísimos, el constante olor a madreselva del errante amor estudiantil, el sosiego físico de los apasionados encuentros en los escondrijos de la urbe.»

*****

PARA QUE TU ME OIGAS

Para que tú me oigas
mis palabras
se adelgazan a veces
como las huellas de las gaviotas en las playas.

Collar, cascabel ebrio
para tus manos suaves como las uvas.

Y las miro lejanas mis palabras.
Más que mías son tuyas.
Van trepando en mi viejo dolor como las yedras.

Ellas trepan así por las paredes húmedas.
Eres tú la culpable de este juego sangriento.

Ellas están huyendo de mi guarida oscura.
Todo lo llenas tú, todo lo llenas.

Antes que tú poblaron la soledad que ocupas,
y están acostumbradas más que tú a mi tristeza.

Ahora quiero que digan lo que quiero decirte
para que tú las oigas como quiero que me oigas.

El viento de la angustia aún las suele arrastrar.
Huracanes de sueños aún a veces las tumban.
Escuchas otras voces en mi voz dolorida.
Llanto de viejas bocas, sangre de viejas súplicas.
Ámame, compañera. No me abandones. Sígueme.
Sígueme, compañera, en esa ola de angustia.

Pero se van tiñendo con tu amor mis palabras.
Todo lo ocupas tú, todo lo ocupas.

Voy haciendo de todas un collar infinito
para tus blancas manos, suaves como las uvas.

(1923, «Veinte poemas de amor…»)

 

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POETAS 101. Allen Ginsberg (Aullido I)

Allen Ginsberg (Newark, 1926-New York, 1997) fue una de las figuras más destacadas de la cultura Underground de Norteamérica y gran impulsor, durante la década de 1950, de la generación Beat –abreviatura de beat-nik, que significa vencido o golpeado, pero también beatitud. Ginsberg saltó a la fama mundial como poeta con su célebre poema “Aullido”. Estudió en la Universidad de Columbia donde conoció a Jack Kerouac, William Burroughs y Lucien Carr, con los que formaría un movimiento revolucionario contra el capitalismo y el estilo de vida americano. A finales de los años 40, Allen Ginsberg pasaría ocho meses en un hospital psiquiátrico después de tener una visión de William Blake que le embargó durante una semana. Un ejemplar del Bhagavad Gita con el que entró en aquel psiquiátrico le abriría las puertas de su interés por la Indía y el hinduismo. Entre 1961 y 1962 viajó a lo largo de ese país junto con su pareja sentimental durante tres décadas, Peter Orlovski, y también junto al matrimonio formado por los poetas Gary Snyder y Joanne Kyger. Un viaje que quedó ampliamente registrado en los diarios de Ginsberg y que se adentra en la fascinación por el budismo y la experimentación con las drogas más dispares. Esta fascinación por Oriente iba a quedar afianzada  cuando en una calle de Nueva York tuvo un encuentro casual con Chogyam Trungpa Rinpoche, un  budista tiebetano maestro de meditación que permanecería como su mentor durante el resto de su vida, llegando el poeta  a  impartir clases  y seminarios de budismo en la Naropa University de Colorado. Durante los años 60 se embarcó en toda clase de movimientos de protesta no violenta, desde la oposición a la guerra de Vietnam hasta la defensa de los derechos de los homosexuales, convirtiéndose en un abanderado de «la revolución de las flores» y del movimiento  hippie. Con su poema Aullido Ginsberg recobra la importancia de la oralidad para la poesía, ya que el poema fue elaborado con la finalidad de que fuera leído en voz alta. La primera vez que  recitó este  poema fue en 1955, en el curso del recital en la Six Gallery de San Francisco. Ginsberg había concebido cada verso como una unidad respiratoria, tomando a Walt Whitman como modelo, si bien con un tono más pesimista y siempre revindicando la poesía visionaria de William Blake. Por la crudeza del lenguaje y las imágenes que desplegaba, esta obra fue prohibida por escándalo al poco de su publicación en 1956. La segunda parte de aullido estuvo inspirada por las visiones que le provocó la ingesta de peyote, una más de las múltiples drogas con las que el poeta experimentaba para escribir poemas que iba recitando sobre la marcha mientras los registraba en un casete. Cuando en una entrevista realizada durante 1993 se le preguntó cuál debería ser la función de un poeta, Ginsberg aclaró que el poeta tiene que revelar y explorar su propio conocimiento, dejando a un lado los artificiosos discursos políticos que pueden conducir a la manipulación. La poesía “tiende hacia la plenitud del pensamiento. El poeta es un ser que debe mantenerse en estado de vela, despierto, para ver lo que pasa en él mismo y alrededor suyo.” ( Se deja aquí la primera parte del poema -la más extensa-, quedando pendiente para otro apartado lo que falta del poema)

 

Vi las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, hambrientas, histéricas, desnudas.

Arrastrándose por las calles de los negros al amanecer en busca de un colérico pinchazo,

hipster con cabeza de ángel ardiendo por la antigua conexión celestial con la estrellada dínamo de la maquinaria nocturna,

que pobres y harapientos y ojerosos y drogados pasaron la noche fumando en la oscuridad sobrenatural de los apartamentos de agua fría, flotando sobre las cimas de las ciudades contemplando jazz, (más…)

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