Mes: enero 2008

FOTOGENIA

Ahora voy contando a todo el que quiera oírme que salgo siempre a pasear acompañado de una cámara de video y es una cosa que no deja de extrañar a la gente que me conoce, les parece de lo más anómalo ver a una persona como yo paseando con una cámara de video por la calle, yo que nunca he tenido cámaras de ningún tipo, y no es que tenga nada contra las fotos, más bien pienso que la gente puede matar su tiempo como le de la gana, incluso puede reírse, si quiere, mientras pasa revista a las fotos de toda su familia, pero yo siempre he preferido mantenerme al margen de las fotos, y esto es algo que decidí ya de muy pequeño, desde el mismo día en que el director de nuestro colegio mandó traer a traición un fotógrafo para que nos sacase una foto presentable, algo qué podían mostrar los padres a las visitas de familia, y todavía me acuerdo perfectamente de su cara como si la viera hoy: un fotógrafo calvo con el bigote hirsuto y la cara más triste que había visto hasta entonces, y que además se le iba poniendo cada vez más triste a medida que iba alzando el tono de su voz para pedirme que sonriese, como muy bien se habían dignado a hacer todos mis compañeros, uno por uno, todos desfilando marcialmente en hilera por delante de su cámara, y que habían ido despidiendo incluso sonrisas desconocidas para todos nosotros, sonrisas que aguardaba pulcras para ver cómo hacia yo flamear también mi risa. (más…)

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Mitos

Oriente y Occidente

Podría decirse que en la actividad terrena, económica y social está triunfando el modelo occidental, bienes de consumo, productividad industrial; incluso en lo moral: derechos humanos, tendencia al trabajo justamente remunerado, estado del bienestar, etc. esto puede resumirse en la palabra materialismo, aunque deban añadirse las connotaciones que se desee. Ahora bien, hay movimientos sociales que indican que el logro de los bienes materiales no conduce a la «satisfacción interior» del hombre y hay una reactivación de la conciencia espiritual religiosa que, desconfiando del judeo-cristianismo de las iglesias establecidas, busca en otros ámbitos ese camino de consuelo: teodicea y soteriología.

En occidente, Dios persona e individuo persona «enfrentados». Lo importante son las personas. Pero en toda la historia de la civilización occidental no se ha podido describir a Dios. No se sabe qué es ni cómo es. Tampoco nadie ha podido describir de modo razonable qué y cómo es lo que hay tras la muerte. El hombre sólo puede «creer». En unas cosas o en otras: hacer un esfuerzo y creer. Y, en la creencia, se imagina un Dios y sus actos y un alma inmortal, y se imagina también la relación que habrá entre Dios y el alma tras la muerte.

De vez en cuando, en la historia del pensamiento surgen conceptos o intuiciones que alteran los paraísos artificiales: intuiciones como la de infinito: Dios es infinito, y según Spinoza debe contener todo lo finito. Agotada la vida que puede que no sea más que un estado de conciencia limitada, cuando[1] se haya reintegrado el polvo al polvo, ese alma inmortal no será más que «nada incluido en el infinito». ¿Se parece esta descripción al «dejar de ser» oriental? Y, tras el «breve lapso» ¿Qué diferencia hay entre criatura y Creador? Lo mismo puede decirse de la intuición de Nicolás de Cusa acerca de la coincidencia de los opuestos: en el infinito sin límites, incompresible desde lo finito, bueno y malo deben estar incluidos. Ambos son partes de Dios: ¿Herejía?

Da vértigo asomarse a esas profundidades desde una creencia occidental: el dios imaginado y el alma imaginada son mitos. Símbolos que expresan lo que no se puede definir. Pero decir esto no es políticamente correcto. En Oriente las capacidades del hombre no son mayores que en occidente pero tanto el hinduismo como el budismo han admitido dos opuestos que se confunden: Dios no es pensable, no lo pensemos, dejemos a Îswara tranquilo dónde está.

Los mitos son símbolos que intentan llevarnos a dónde la palabra no llega (¿Puede el Logos no llegar? ¿Qué vamos a hacer con Wittgenstein?). Es verdad que algunos son falsos, si es que los símbolos pueden ser falsos, porque la interpretación del símbolo, su multiplicidad infinita de significados, negaría la falsedad absoluta; falsa sería esta o aquella interpretación, pero tampoco podemos señalarla puesto que estamos limitados por el lenguaje y el mito nos lleva más allá. Desconcertante; por eso cree occidente que no tiene mitos. Por eso la creencia smithsoniana de la civilización occidental como final y cumbre de todo desarrollo humano, que perdura aunque sea parcialmente, no es un mito. ¿O sí?

Si no puedo saber cual es la manzana podrida no debo tirar todo el cesto. Un buen modo de practicar la «epojé» es conservarlo todo: oriente admite todos los mitos, y la magia, y el chamanismo, y cualquier idea y cualquier Dios. Oriente practica un escepticismo positivo, no suspende el juicio sino su resultado práctico, actúa como si todos los mitos fueran verdaderos, los muestra, y cada uno puede escoger el que le parezca valioso.



[1] Kant.- KpV A289.- «… habiendo de reintegrar a los planetas (un simple punto en el cosmos) esa materia que durante un breve lapso (no se sabe cómo) fue dotada con energía vital.»

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La montaña sigue inmóvil

La montaña sigue inmóvil…
¡Tan lejos!
¿Son tus pasos ese mínimo crujido
que aumenta su silencio?

* * *

La bruma me ayuda a dominar el grito.
No hay eco. No hay alegría.
¿Por qué me araño el corazón?
No hay llamada. No hay voz.

* * *

Te siento, sin querer, en la montaña.
¡Tan lejos!
Y, tal vez, tu pensamiento
haya seguido, con aquellos quedos pasos,
todo este tiempo,
a mi pensamiento.

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Dos mil vidas

Dos mil vidas y una más

Tengo 44 años. Soy Gestor administrativo en una capital de provincia cercana a Madrid. Estoy felizmente casado y tengo dos hijos de 10 y 12 años. Cada dos o tres meses surge alguna gestión que requiere ir a Madrid, o se me acumulan diez o doce asuntos que se resolverían allí, de una tacada en un viaje de ida y vuelta al la capital, y me voy.

Tengo que confesar un secreto. No se por qué siento la necesidad de hacerlo aquí. Tal vez por la catarsis freudiana que es el escribir las verdades más íntimas haciéndoselas vivir a personajes de ficción. No se lo he dicho nunca a nadie antes de ahora, tal vez por vergüenza, quizás por miedo a hacer el ridículo con ideas infantiles. La verdad es que creo que en alguna parte del mundo existe una mujer que es mi mujer ideal. No se como se llama o que idioma habla, pero desde que tengo uso de amor sé como es su cara. La he soñado cada noche, bueno, casi cada noche. He espiado las caras de la multitud buscándola cada vez que he acudido a cualquier acto público y he acabado por resignarme a no encontrarla. Pero todavía miro a las mujeres que se cruzan conmigo por la calle, especialmente en sitios no habituales, por ejemplo Madrid, ya con la resignación del que da todo por perdido. Y vivo mi vida rutinaria en esa ciudad que no quiere hacerse grande y en la que ya estoy seguro de que no vive porque allí nos conocemos todos. (más…)

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Escribir, leer poesía

Escribir poesía, leer poesía.

La poesía es algo más que un género literario. Pertenece al mundo de las cosas trascendentes e intangibles, “ingrávidas y sutiles como pompas de jabón”. Para mí siempre es un exabrupto, algo que surge repentinamente y que es un producto del mundo de la libertad kantiana, como la religión, de la que Schleiermacher dice que debe abordarse desde la intuición y el sentimiento. La poesía surge del sentimiento y la intuición la lleva al papel.
Por ejemplo un repentino sentimiento de ausencia, tal vez promovido en lo profundo por un recuerdo o tal vez por el vacío existencial, lleva a escribir algo como:

Ausencia

Miré al monte, tan lejos…
Sentí el calor de sus piedras
y oí tu respirar.

Grité muy fuerte en mi silencio,
seguro de que el eco
te hará llegar mi voz.

Pero tú no estabas en el monte,
tan lejos…

Pero nadie busca al amado a cien kilómetros con unos prismáticos, ni oye el respirar a esa distancia, ni grita fuerte en su silencio. El poema es un acorde que cuando se publica pretende generar otros sentimientos, y de ningún modo intenta contar una historia. Es más, si el mismo autor la relee puede sentir algo diverso, tal vez ampliado, porque ¿Qué ausencia promueve ese sentimiento?: Cambiaré sólo una minúscula por mayúscula y en el fondo del alma sentiré el absurdo deseo del imposible parecerme a San Juan de la Cruz: Las montañas son sagradas y Dios está en la brisa , que puede ser su respirar. El silencio de Dios es doloroso:

Miré al monte, tan lejos…
Sentí el calor de sus piedras
y oí tu respirar.

Grité muy fuerte en mi silencio,
seguro de que el eco
te hará llegar mi voz.

Pero Tú no estabas en el monte,
tan lejos…

Claro, es posible que el poema sea tan malo que no despierte sentimientos en un hipotético lector. Entonces no hay nada que hacer.

Tampoco puede surgir algo interesante si el lector no desea ponerse en el modo de “leer poesía”. Es decir, si no quiere que la lectura, como un psicotrópico, le altere el sentir, y a través de unas modestas palabras promueva en su alma sentimientos, otros, pero de la misma intensidad que los que tuvo el escritor. Es un desperdicio de tiempo tratar de encontrar tras un poema una historia, un motivo e incluso un ritmo. Lo que importa es “que el viento ha estremecido a la flor”. En consecuencia no es buena práctica fijarse en las palabras, interpretarlas, torcerlas, imaginar otro poema que el lector hubiera escrito si hubiera cambiado su papel en esta historia. Todos los lectores son mejores escritores en potencia, de poesía también, si dejan sobre el papel sus sentimientos, no un análisis ni un reflejo.

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