Mes: febrero 2008

Velocidad

Velocidad es un texto de hace algún tiempo, pero lo he revisado por otros motivos y, aunque no es de los que más me gustan creo que podrá escandalizar a algún físico, así que merece la pena.

VELOCIDAD

Creo recordar que se llama «el principio de indeterminación». Más o menos dice que cuanto más deprisa se mueve un móvil más difícil es saber donde está. Esto no es una perogrullada aplicable a los automóviles o a los amantes fugitivos: se aplica estrictamente en física y llega a extremos tan absurdos para un mortal común como definir a una partícula por la probabilidad de encontrarla.

Algo igualmente asombroso demuestra también la física sobre el tiempo: Parece ser que transcurre tanto más despacio cuanto más deprisa se mueve en el espacio el sujeto del experimento.

Bajando al terreno de los mortales podemos observar por inducción completa que el tiempo transcurre más deprisa cuanto mayor se es. Podríamos decir el tiempo subjetivo, pero es lo que quisiera analizar.

Aplicando de un modo absolutamente liberal los principios de la física al mundo subjetivo, esta aceleración en el transcurrir del tiempo puede asimilarse a una aceleración en el espacio, y concluir que cuanto más rápidamente se nos escapan los días más difícil es saber donde estamos.

Cuando un móvil alcanza la velocidad de la luz, o ese ente de  razón que es la velocidad máxima posible, es imposible saber donde se encuentra, en otras palabras, «no está».

Como aun no he logrado este extremo necesario, no tengo experiencia propia acerca del sitio, suponiendo que se le pueda llamar así, sitio, aquello donde están los móviles que no sabemos siquiera que existen, simplemente porque se están moviendo más deprisa que la velocidad máxima permitida en nuestro mundo.

Si asimilamos la aceleración del tiempo subjetivo al aumento de velocidad en el espacio también podría estar relacionada con otra variable, a la que no sé poner nombre, que se va haciendo más indeterminada, más difícil de aprehender. ¿Sería desconcertante llamarla «Vida»?

Cuando el tiempo transcurra para nosotros suficientemente deprisa estaremos en otro sitio, tal vez junto a los móviles que van más deprisa que la luz.

La línea de mis pensamientos me ha llevado a convivir, por unos segundos, con los agonizantes y los locos. Pero ambos, con los que fácilmente se pueden organizar sofismas como los de las líneas anteriores, todos ellos, me merecen mucho respeto. Y también el humor de quien pueda leer estas reflexiones. Por eso les abandono… en su velocidad vital extrema.

Otros lúcidos, como atletas que corren hacia el obstáculo cada vez más deprisa, nos preparamos para dar ese salto que nos separará de la realidad de los felices ignorantes que no se han dado cuenta de lo que está pasando, y, cuando ellos piensen que nos hemos muerto habremos atravesado una sutil membrana «Almosmótica» y habremos nacido a otra realidad y estaremos viajando a la dulce velocidad de la luz, o más.

                                                                      

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LOS DIARIOS DE TOLSTOI II(REGLAS PARA UNA VIDA MEJOR)

Tan importante era para Tolstoi el diario en el que llevaba registro de todas sus andanzas que se lo va llevar consigo en el momento en que decide huir. Aunque de los días en que Tolstoi se convirtió en un tránsfuga de su propia existencia a través de pequeñas estaciones ferroviarias, vagones de tercera y salas de espera desangeladas, se conservan numerosos testimonios, además del eco que el suceso tuvo en todos los diarios de la época, el relato que más valor tiene es el de su propio diario. En la cantina de la estación de tren de Jasenki-Schokino, tolstoi saca su diario y escribe. Nunca cesa de escribir. Alberto Cavallari, en su relato de los hechos titulado “La fuga de Tolstoi” lo deja patente. “Ni siquiera aquí, en la cantina de una pequeña estación cesaba aquella vida suya hecha de diarios, apuntes, cartas enviadas y no enviadas, hojas escondidas pero después dadas a copiar, reflexiones secretas que todos leían, en suma, aquella telaraña de palabras escritas que lo envolvían. Yasnaia Polaina había sido también la casa de los diarios. Tenía él, tenía su mujer sofía, tenía su hija Sacha, su médico Dusan Mackoviki, tenían los hijos y secretarios. Todos escribían en secreto apuntes, notas, diarios, cuadernos que después otros descubrían. Todos a menudo se los leían a los demás, porque la moda de la época demandaba que se viviese así, diciéndose la verdad. Todo creaba una enredada madeja de verdades que sólo producían daño, tejiendo hilos cortantes de sospechas, celos, pensamientos sinceros o artificiosos, incluso escritos para manipular los pensamientos de los demás. Todo alimentaba este culto a las verdades secretas convertidas en públicas que hacía más túpida la red del matrimonio-prisión: porque Sofía leía los diarios de Lev, Lev los de Sofia, Sacha los copiaba, y cada uno hacía daño al otro con estas verdades y confesiones que transformaba la prisión en una casa de cristal, donde la infelicidad de todos se convertía en una infelicidad pública. Incluso huyendo, Tolstoi no dejaba de ser el preciso notario de esta situación.” Pero cabe preguntarse cuál de los diarios que escribía Tolstoi se llevó cuando se dio a la fuga. Porque Tolstoi había decidido llevar un diario secreto que escondía de todo el mundo, pues la lectura casi pública de su diario le estaba arruinando la autenticidad de su escritura. En marzo de 1899 escribe: “El hecho de que lean y copien mis diarios está haciendo estragos en mi manera de escribirlos. Siempre tengo ganas de decir las cosas mejor, con mayor claridad, y no debo hacerlo. Ni voy a hacerlo. Continuaré escribiendo como antes, sin pensar en los otros, de manera espontánea”

Tan importante era escribir un diario para Tolstoi que el 19 de marzo de 1906 anota: “No sé si estos diarios le serán necesarios a los otros, pero para mí sí son necesarios, ellos son yo mismo. A mi me hacen feliz”. Tolstoi comienza a escribir su diario con 19 años. Ya desde el principio ve con claridad que ha de aferrarse a unas cuantas reglas para que su voluntad no flaquee y pueda dirigir su vida hacia los objetivos que se ha marcado. Y así, en la primera entrada del diario, que data del 19 de marzo de 1847, acaba concluyendo: “es más fácil escribir diez volúmenes de filosofía que llevar a la práctica una sola regla, no importa cuál.” Tolstoi se plantea un plan ambicioso para sus años juveniles: quiere estudiar medicina, francés, ruso, alemán, inglés, italiano y latín. Quiere estudiar economía rural, historia, geografía, matemáticas. Quiere escribir una tesis y alcanzar un determinado grado de perfección en música y en pintura. Y para todo ese plan exhaustivo y ambicioso de vida no cesa de redactar reglas que inmediatamente incumple, pues semejante programa desbocado excede todas sus fuerzas. Y esta es la razón por la que un mes después de comenzar el diario va a terminar dando prioridad a una sola regla: “lleva a cabo todo lo que hayas decidido llevar a cabo” Pronto va a elaborar una filosofía de la voluntad que le permita predominar sobre la razón para. A partir de ahí la proliferación de reglas es casi mareante. El día 16 de junio de 1847 elabora 43 reglas que trata de abarcar todas las dimensiones de la vida humana. Para dejar un ligero esbozo, anoto las siguientes reglas: 1) Aléjate de las mujeres 17) Sacrifica la décima parte de todo aquello de lo que puedas disponer para el bien de los otros. 30) que cada día tu amor por el género humano se exprese de alguna manera. 31) Encontrar el mayor número de personas a las que puedas amar más que a tus seres cercanos. 34) Intenta dar al intelecto todo el alimento posible.

Naturalmente la mayoría de las reglas que se propuso nunca las pudo llevar a cabo. Demasiadas reglas. Durante los años siguientes, después de abandonar la universidad, llevo una vida solitaria de terrateniente dedicado al estudio y la escritura, pero también entregada al desorden de una vida llena de lujo y disipación. De ahí que pronto se olvidase de sus reglas. Pero la escritura del diario en este primer año nos deja la idea de un joven voluntarioso que se ha propuesto convertirse en un hombre de hierro. Quiere saberlo todo, pretende realizar un manojo de actividades febriles y superarse continuamente de una manera casi enfermiza. Durante muchos años, este tipo insaciable y de una voluntad y ambición titánica parece disolverse y dejar paso a otro tipo que prefiere dedicarse a la vida desenfrenada y al puro ocio. Sin embargo no deja de escribir, se granjea pronto una fama como escritor –en una de las páginas del diario anota: “el zar ha llorado al leer mi novela- e intenta llevar por otros medios la vida que se había trazado. Trata de mejorar las condiciones de sus siervos, construye una escuela, procura modernizar sus técnicas agrícolas y comienza a escribir sus primeros textos.

Así pues Tolstoi es un escritor que sabía mucho de reglas. En el curso de su vida se fue desinteresado cada vez más de la literatura, a medida que iba sintiéndose cada vez más seducido por cuestiones filosóficas, religiosas o políticas. Por lo tanto, las reglas que aquí se recogen no son más que la quintaesencia de la filosofía de Tolstoi. Si contienen la forma de una regla o de una instrucción de vida es porque reflejan el carácter de Tolstoi: alguien que no podía escindir lo teórico de lo práctico, o para decirlo de manera parmenidiana, alguien que era incapaz de concebir el ser sin verlo bajo la forma del pensar y el obrar. Quería concordar su manera de actuar con su pensamiento. El pensamiento le parecía estéril si no lograba concretarse en acto. La filosofía una jerga confusa sino lograba transformar el mundo. Por eso, a menudo, el pensamiento de Tolstoi toma la forma de imperativo. Quiere ser un pensamiento que trasfunda su energía y su iluminación a la voluntad; quiere hacerse cuerpo con la acción del hombre. No en vano, uno de sus mentores era Enmanuell Kant, al que consideraba un líder religioso antes que un filósofo. Los pensamientos que aquí se recogen en forma de reglas han sido espigados de las páginas de su diario y abarcan toda su vida. En 1910, poco antes de morir, todavía anota en su diario:”Hay que preguntarse no ¿por qué vivo? sino ¿qué debo hacer?” Hay que recordar que uno de los libros de vocación política que escribe Tolstoi y que pronto iba a ser acogido por el anarquismo como idearium se titula precisamente “¿y ahora qué debemos hacer?” En consonancia con Kant, es precisamente esta inquisición moral lo que alienta el pensamiento de Tolstoi, que nunca pierde de vista que lo que hay que tratar siempre de salvar es la amenazada dignidad del hombre.

PENSAMIENTOS SOBRE LAS REGLAS PARA UNA VIDA MEJOR

La idea maravillosa que yo tenía –y que utilizó mal Leskov- se basaba en tres preguntas: ¿Qué momento es el más importante?, ¿Qué persona? ¿qué asunto?
El momento es el presente, este momento; la persona, aquélla con la que uno se relaciona en el momento presente; el asunto, salvar el alma propia, es decir servir a la causa del amor.


Una sola cosa es útil, una sola cosa es necesaria: enseñar al hombre a vivir bien. ¿Y cómo hacerlo? Hay un solo medio: vivir bien uno mismo.


La tarea es la misma para todos: partiendo de nuestra posición de riqueza, de grandes necesidades y de ausencia de trabajo útil a los seres humanos, aprender a vivir con las mínimas necesidades y no desear grandeza y aprender un trabajo útil para los seres humanos. Y a esto hay que descender poco a poco, es decir, conforme se vaya obteniendo lo uno y lo otro.


Vivir hasta la noche o hasta un siglo. Vivir como si estuvieras viviendo tu última hora y como si sólo tuvieras tiempo de hacer lo más importante. Y al mismo tiempo como si lo que estás haciendo pudieras seguir haciéndolo hasta el infinito…


No pidas prestadas a otras personas las respuestas que han dado a preguntas que tú todavía no te has formulado.


Cuando pienses en lo que tienes que hacer de manera inminente y, si puedes, en el momento mismo de hacerlo, pregúntate por qué haces lo que estás haciendo, si es por ti, por Dios, por tu conciencia íntima, o por la gente para obtener su aprobación. Pregúntate si harías lo que estás haciendo en caso de saber no sólo que nadie nunca se enterará de ello, sino que esa buena acción, según tu conciencia íntima, podría ser para los hombres una razón para condenarte.


Si te enfadas con la gente, piensa que la maldad puede estar en ti. Si te enfadas con los animales, es muy probable que la maldad esté en ti. Si te enfadas con las cosas, es necesario que sepas que debes dominarte.

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SOBRE EL SER Y LA NADA (LA GRABADORA)

Las grabadoras sólo comenzarán a hablar el día en que se callen los amanuenses.(M.J)
Quede este engendro sacado a la luz precipitadamente como mal homenaje a apeiron y a los que se ocupan de la filosofía y a los que lo hacen posible. Y a todos, a todos…., porque todos somos ninguno. Y en todo caso, disculpas por la parida.

Esta mañana me he despertado sudando de una horrible pesadilla. Seguramente, porque dejé de tomar mis notas en una conferencia. O tal vez porque una amiga me dejó anoche una grabadora para que fuera la misma grabadora quien tomase nota. Una grabadora que me había dejado mi amiga porque no podía asistir y supongo que no le importaba nada asistir, pero yo tenía que tomar nota de la conferencia como he venido tomando nota en los últimos años sobre conferencias de todas las raleas. Sobre el ser y la nada creo que versaba la conferencia y tenía fama de ser el conferenciante un especialista que lo sabia todo sobre el tema que iba a tratar. Y mi amiga me había señalado qué botón de la grabadora tenía que apretar para encenderlo y cuál para apagarlo y de qué manera lo tenía que apretar y que botón nunca debía tocar de ninguna de las maneras. Y de esa manera debidamente aleccionado fue como llegué al salón de actos de aquella facultad desangelada, me senté en una butaca lo más cerca posible del estrado y apreté el botón de la grabadora que mi amiga me había indicado para que empezase a grabar la conferencia. Y entonces fue cuando me quedé mudo. (más…)

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Gemelas

  

Gemelas

Después de 15 años trabajando en China volví a mi Burgos natal.

La verdad es que todo me sonaba extraño, ese clima tan frío, las narices, tan grandes, de los otros, la brutalidad del trato occidental, el anonimato, la falta de notoriedad… allí yo vivía en un pueblo cerca de Guang-zu, en pleno clima tropical; era el único occidental, y lógicamente todos me conocían. En Burgos estaba solo. Y la soledad es buena compañera para contar historias al aire o a la propia sombra.

Cuento todo esto como una justificación banal de la distracción que me ocupaba aquella tarde de invierno: Era sábado y había comido en el Copacabana. Tenía el estómago caliente y la tarde, aunque fría era soleada e invitaba a pasear. Callejeé en dirección al río y lo crucé por el puente pequeño; en la alameda giré a la izquierda y tomé el camino de la Cartuja. Una neblina ligera vestía las copas desnudas de los árboles.

No había casi nadie, un hombre, con ropa marrón de distintos tonos y poco abrigado, marchaba en dirección contraria con paso rápido, pensé: -«Es un monje». Y me lo creí.

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Aviso a los navegantes. (De parte del Sr. Unamuno)

El que os diga que escribe, pinta, esculpe o canta para propio recreo, si da al público lo que hace, miente; miente si firma su escrito, pintura, estatua o canto. Quiere, cuando menos, dejar una sombra de su espíritu, algo que le sobreviva. .(Unamuno.- Del sentimiento trágico… III)

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Final

Final

Cuando menos lo espere
mis oídos habrán dejado de oír
todos esos ruidos
que ahora me molestan.

Sentiré sólo el rumor
de la lucha sorda de mi cuerpo
por seguir su existencia.

Tal vez me acompañe el dolor.

Quizás alguno, desde fuera,
querrá prolongar mi tiempo
y me dará, así, ocasión
de sentir, una vez más, la angustia.

¿Está la verdad dónde no quiero?
O, ¿Dónde no quiero
no puede estar la verdad?

Tengo tanta hambre de Dios
que en el fondo de mi alma
llevo un cementerio.

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Cuerpos gloriosos

 Cuerpos gloriosos

Rezan los católicos, y yo con ellos, que creemos en la resurrección de la carne. Claro que lo que cada uno piensa acerca del resultado de tan maravilloso fenómeno no tiene por que coincidir.

Hace poco argumentaba yo a un amigo jesuita, que la resurrección de la carne debe ser una figura poética, en la que no se puede creer mas que a fuer de metáfora, porque si uno resucita para encontrarse con todos los achaques… vaya faena, a pesar de la omnisciencia, la traslación gloriosa, el don de la ubicuidad y las vestiduras blancas.

La verdad es que la información fidedigna de lo que serán los cuerpos gloriosos es bastante escasa. Sabemos que no serán como creían los Saduceos, cuyos hermanos se casaban con la cuñada viuda hasta dejarla preñada como fuera, sino como ángeles…

Entonces voy y caigo en esa manía recurrente que es figurarme como serán las cosas el día que el tiempo no siga corriendo, no exista… A fin de cuentas todo depende de que el tiempo se pare o no… Bueno, todo todo no, porque lo de las blancas vestiduras debe ser consultado con un físico… ¿Como se altera una radiación si ya no se puede vibrar ?

Entonces tendremos el don de la ubicuidad: lo encuentro normal; al no haber más que presente, se está «al mismo tiempo» aquí y allí, no como en los atascos de tráfico. Y esto que llamaban algo así como la «traslación gloriosa», o don de la ubicuidad, lo cual me parece lo mismo, debió ser la idea base para hacer la M 40 y similares en el espíritu.

Tengo que confesar que una de las cosas que más me preocupa, más que lo del sexo, que ya es preocupante en sí, es lo de la música: Si música es el arte de combinar los sonidos en el tiempo… ¿Que pasará con mis sonatas para piano de Mozart ? Y eso que no soy muy fiel y hay temporadas en que cohabito musicalmente con Vivaldi… pero eso, ¿Que pasará con los conciertos de flauta de Vivaldi ? y, ¿Para que y cómo tañeremos el arpa?.

Y lo que decía antes, lo del sexo: pásese uno toda la vida mortal en plan deficitario y váyase a la otra para enterarse que de lo dicho, nada… ¡No es justo!

Empiezo a explicarme por qué el personaje de ficción que más se acerca al estado que contemplo: el ángel del libro «El enigma del espejo» de Jostein Gaarder , se queja de falta de variedad, precisamente por la ausencia de la sensación de vértigo imaginario que podría producirle el tiempo. Bueno, esto no es muy exacto, pero a mi me pareció interesante, y eso que el buen ángel estaba bastante resignado.

Lo de la omnisciencia, en cambio, si me lo explico. O, mejor, me lo explicó una película que he visto con gozo media docena de veces: «Atrapado en el tiempo», de Bill Murray.

El protagonista de la película, haga lo que haga, vuelve sistemática y misteriosamente al amanecer de un mismo día: «el día de la marmota»; así, puede ser todo lo que se puede ser, y acaba siendo bueno, además de pianista.

¿Será la Eternidad así?: Un día que se repite. Eso estaría bien, y prometo que aprenderé piano, además de investigar lo de las vestiduras blancas y tratar de poner mi balance en números negros en otras cuestiones obvias.

No me puedo imaginar un «Continuo», que es donde algunos modernos dicen que están todas las almas esperando «el santo advenimiento», lleno de «cyndyscrawfords» y «robertsredfords», cuerpos que al menos fueron gloriosos una temporada, por poner un ejemplo. Si solo están ellos no me parece interesante, y, si estamos todos, así de transfigurados, aquello parecerá una playa de California llena de clónicos.

Sería maravilloso pero poco práctico. Quiero decir que no me figuro al cielo como lo que hay detrás de la pantalla de televisión a la hora de los anuncios, tan llena de cuerpos repletos de bifidus, fundamentalmente porque tengo una conciencia bastante real de mi identidad carnal y no me veo perdiendo el «tiempo detenido» entre todas mis conocidas convertidas en «claudiaschifers», sin hacer nada.

O, ¿Tal vez esto será el infierno?

                                                                             

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Cuerpos

 Cuerpos, sólo cuerpos

En Cambrils, sería Abril, un día de viento y sol, vi en el espigón del puerto el cuerpo de un hombre paralítico, en una silla de ruedas, mirando al mar. He pensado que, en su caso, a mí también me gustaría que me dejaran así.

En Palermo, los capuchinos descubrieron hace un par de siglos un procedimiento de momificación que describen minuciosamente al visitante curioso: el cadáver se deja en una habitación oscura y seca, colgado de algún modo que no he querido investigar, hasta que «suda» y deja de sudar. A continuación se pone al sol en la terraza del convento y se le va cambiando de posición hasta que se considera convenientemente «seco», momento en que se devuelve a la familia, que lo viste a su gusto y lo deja «residiendo» en las catacumbas del convento. Supongo que todo previo pago, o mejor, donación de algún dinero; no poco, porque sólo los ricos disfrutaban del privilegio de visitar los cuerpos de sus antepasados, cambiarles de ropa y estar unas horas en su compañía, por ejemplo en su cumpleaños. Las catacumbas se pueden visitar aún hoy y su último inquilino es una niña de dos años que se unió hacia 1920 a la comunidad que recibe al turista. Cuerpos al fin, sólo cuerpos.

En Espalmador, Formentera, hay unos baños de barro amarillento verdoso. Además sólo hay arenal, mar y toneladas de curiosos residuos vegetales de origen incierto, que se tejen para tomar el aspecto de un roquedal amenazador cuando en realidad son un blando colchón sobre el que se puede caminar descalzo. Pues en esos baños, los turistas, los que están dando una vuelta, porque en semejante paraíso lo único que puede hacerse es «pasar», «hacer un tour», untan sus cuerpos y luego caminan desnudos por la playa, con el aspecto de auténticos alienígenas verdes, hasta que se cansan y riendo se enjuagan en el mar. Cuerpos, en ese momento, sólo cuerpos. Por lo menos sólo se ven cuerpos, unos atractivos, otros ignorables.

Luego está esa presencia física con la que nos identificamos, que vemos evolucionar sin tener demasiada conciencia de ello, hasta que un día nos preguntamos si lo que vemos en el espejo somos nosotros o tal vez sólo un cuerpo.

Sin duda nacemos cuerpo, digamos casi puro. Crecemos y se nos van añadiendo historias: al principio «nos pasan», no tenemos la voluntad de que nos ocurran. Nos perdemos en un supermercado o nos llevan de veraneo. Todas estas historias y otras muchas más que aprendemos, porque de algún modo sabemos que les han ocurrido a otros, forman un tejido inmaterial que nos hace ser personas. De hecho, si nuestros cuerpos no son tratados por los capuchinos, tras un tiempo, lo único que queda de nosotros en este mundo son las pequeñas historias que se van olvidando poco a poco. O deprisa.

Y llega un momento en el que decidimos que somos nosotros los que tenemos que escoger la historia que queremos vivir y nos ponemos a maquinar los medios y los pasos para que todo sea como deseamos. Capricho inútil si sólo somos cuerpos efímeros. Pero en nuestro físico hay una influencia notable de los esfuerzos, llamémoslos morales, que realizamos. Como si esos gestos que se hacen con la faz corpórea al realizar un trabajo: sacar la lengua, fruncir el ceño, apretar los dientes, tuvieran un paralelo en lo que he llamado antes, impropiamente, moral, y su repetición no sólo marcara el alma sino también el gesto. Dicen que en la madurez cada uno tiene el rostro que se merece. Cuerpo al fin, parte del cuerpo.

Pero he caído en la trampa de considerar cuerpos solamente a los humanos, cuando, en realidad son los menos numerosos y, tal vez, los menos importantes aunque su cercanía nos los haga parecer los mayores. Porque: ¿Qué es un cuerpo humano comparado en tamaño con un planeta? Y, en duración: ¿No tiene más vida y más historia la más humilde de las piedras?

Cuerpos celestes extraordinarios, manifestaciones de una inteligencia tan superior como para inventar la casualidad que produjera su existencia.

Entonces: ¿Qué es lo que nos diferencia? A lo mejor es que las historias que nos conforman producen en nosotros sentimientos. Y… ¿Sienten los planetas?

Hace unos días argumentaba con una amiga acerca de los géneros gramaticales y la animación: parece ser que el neutro se aplicaba, antes del indoeuropeo, a lo inanimado, mientras masculino y femenino se usaba para lo capaz de moverse. Pero ¿Qué es moverse?: Podemos llamar movimiento sólo al nuestro, convulso, fugaz, efímero; Las piedras, las estrellas y otras muchas cosas tienen otro ritmo, y también se mueven, cambian, aunque en el suspiro que es nuestra vida, la ceguera del relámpago o la falta de tiempo para fijarnos, nos impidan saberlo.

Todo lo material es mucho más uniforme que los mapas genéticos, somos sólo cuerpos. Una luz brilla en la oscuridad, sin embargo: La única sentencia reconocida de Leucipo de Mileto, que es el que más supo de cuerpos hace ya unos 2500 años dice: «Nada sucede por azar, sino todo por una razón y por obra de la necesidad.» Si los cuerpos fueran absolutamente inútiles no habría ni cuerpos.

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LOS DIARIOS DE TOLSTOI (EL SENTIDO DE LA VIDA)

El 31 de octubre de 1910 Lev Tolstoi se fuga de su propia casa. Tiene 82 años, grandes propiedades, un titulo nobiliario, larga prole y toda su obra literaria consumada. En ese momento es uno de los hombres más célebres del mundo. Gandhi le pide consejos por carta, Máximo Gorki le visita asiduamente, Thomas Edinson le envía emisarios para que lo fotografíen y le graben su voz, el ubicuo Rilke ha ido a rendirle sus respeto y continuamente acuden a su casa periodistas de todo el mundo para entrevistarlo. Es la única persona que se atreve a dirigirle al zar cartas desde los periodicos para quejarse de sus actos despóticos y pedir justicia. Lenín acaba de publicar “Lev Tolstoi, espejo de la revolución rusa” y algunos esperan que lidere el movimiento que está empezando a conmover la sociedad rusa. El santo sínodo lo ha excomulgado por sus manifestaciones religiosas pero el pueblo lo venera como un líder espiritual. Meses antes, en su último viaje a Moscú, miles de personas acuden a despedirlo a la estación cuando los periódicos informan que regresa a Yasnaia Polaina, la finca donde nació se crió y vive retirado desde hace más de 20 años. Y este hombre que está en la cima de la gloria y a un solo paso de la muerte escribe una carta a su mujer rogándole que no le busque y huye en la clandestinidad de la noche para evitar una escena. Y ya no volverá a regresar. (más…)

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