Mes: junio 2008

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos

  Vendrá la muerte y tendrá tus ojos

 esta muerte que nos acompaña

 desde el alba a la noche, insomne, sorda,

como un viejo remordimiento

o un absurdo defecto. Tus ojos

 serán una palabra inútil,

 un grito callado, un silencio.

Así los ves cada mañana

 cuando sola te inclinas

 ante el espejo. Oh, amada esperanza,

 aquel día sabremos, también,

que eres la vida y eres la nada.

 Para todos tiene la muerte una mirada.

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.

Será como dejar un vicio,

 como ver en el espejo

asomar un rostro muerto,

como escuchar un labio ya cerrado.

 Mudos, descenderemos al abismo. 

Entre los papeles que encontraron después de la muerte de Cesare Pavese, estaba este hermoso poema. Un poema de amor, un poema de muerte, un poema de un suicida. El otro día, durante una cena, alguien se refirió a ciertos gestos trágicos; otra persona sugirió el nombre de Pavese. Yo recordé que una vez ojeé el díario de Pavese y que con aquella lectura  me ocurrió hacer un ejercicio de exorcismo. Estaba cansado de ser yo y quise dejar que escribiese alguien por mi. Estaba cansado de mi voz y preferí que otras voces me tomasen. Dejé hablar a Pavese. 

La narración que dejo aquí es una narración fallida, pero me gusta creer que la escribió Pavese. Pretende ser la narración de su última jornada. Es un zurcido de distintos entradas que aparecen a lo largo de su diario “el oficio de vivir”. Utilice textos escritos en su diario a lo largo de 20 años. En la primera mitad de la narración decidí no utilizar más palabras que las que aparecían en el texto. Para eso tuve que confeccionar un listado de gran parte de las palabras que aparecían en ese diario. Muchos pasajes son transposiciones literales. Yo sólo realicé la tarea de montaje. Cuando ya iba por la mitad de la narración me dí cuenta que realizar dicha operación sobre un texto traducido del italiano al español no tenía mucho sentido, así que comencé a permitirme alguna pequeña licencia; no demasiadas. El texto resulta así un collage compuesto por un material escrito en más de un  95 % por el mismo Pavese. En parte por impericia y en parte por las dificultades del experimento, el texto se hace pesado y algo incomprensible. En compensación, se puede decir que aquí esta Pavese en estado puro. Y creo que el tramo final, que es un compuesto de retazos diversos, me salió razonablemente bien. (En todo caso, esto va por Pavese. Sus opiniones –sobre todo las misóginas- no son las mías. Si alguien cree que esto es triste, es porque Pavese lo era. Absténganse, pues, los lectores a los que no les gustan las cosas tristes)  

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Ríos de poesía perdidos

 

¡Cuantos ríos de poesía
se han perdido en los desiertos
de mi duermevela solitario!

Despertar es olvidar un mundo
y amanecer a otro, rutinario.
Recorro cada día mi tedio,
deprisa,
por alcanzar en sueños
el placer tan profundo
que es sentirse comprendido,
esperado, todo uno contigo,
en los breves segundos,
plenos de ilusión y mentira,
que median entre la vida,
despreciable,
y la muerte consentida
que es el sueño.

 

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Comprender

 Comprender

Dice un hipocrático adagio que la función del médico es curar, si no puede hacerlo, aliviar, y, si tampoco puede, consolar.

De aquí debían aprender los filósofos.

Si no puedo explicarme por qué he de pasar el largo y oscuro pasadizo que me sacará de la temporalidad, al menos, la razón debe ayudarme a comprender cómo son las cosas. Comprender. Función maravillosa de la razón esbozada por Dilthey, reconocimiento de aquel uso regulativo que hacía Kant para decir que el pensamiento, como resultado del uso de la que «pide por el todo», llega mucho más allá que la lógica. Comprender. El día que comprenda todo, si eso fuera posible, habré alcanzado el nirvana. Aunque no me explique nada.

Los que, por casualidad, no nos hundimos en el ruido del hoy, tratamos de aliviar el desconcierto de las preguntas intentando comprender. Que no es explicar, ni entender. Es dejar resbalar el pensamiento sobre la duda como la mano extiende el aceite sobre la piel quemada por el sol. Y parece que todas las piezas se unen. ¡Qué absurdo! El recuerdo de una broma también se une: El «Gnoseyon», aquella superficie irisada sobre la que caen las ideas para convertirse en recuerdos y resbalan hasta caer en el olvido.

Todo lo que nace muere, dice el Buda. No es necesario contestar a las preguntas para alcanzar el Nirvana, es necesario no hacerlas. «Si respetáis los mandamientos, en lugar de renacer otra vez en esta dolorosa tierra renaceréis en el infinito, que produce la beatitud» (Camino a Benarés en compañía de Yasa [142]) ¿Para qué intentar comprender qué es el infinito? Pero todas las reencarnaciones tienen un fin: salir del tiempo. La rueda del tiempo se rompe, o tal vez es mejor pensar que está «en otro sitio», en lo finito, que está dentro y fuera. Pero «el fuera» tiene un final: El mahayana dice que todos los hombres adquirirán la condición de «buda», iluminado.

Los resultados del esfuerzo realizado por algunos hombres tocados por el dedo del destino quieren ser un bálsamo. Espinosa y su comprensiva naturaleza, «natura naturans», que todo lo abarca y se refleja en el tiempo como «natura naturata» que regresa continuamente. Si no lo he entendido mal, para él la naturaleza en el tiempo es como los puntos suspensivos en un escrito.

Nietzsche se quedó anclado en la realidad. Su eterna rueda, de infinitas repeticiones idénticas, se reduce a una: una noria flotando en el tiempo como los planetas en el espacio, cayendo sin caer porque todo está dentro del infinito. Que pena que su rabia no le dejara levantar la punta del velo de Maya, como hizo Kant, y le hiciera intuir que todo lo real, hasta su rueda, es contingente, y «comprender» que más allá de la contingencia está el infinito de lo inexplicable.

Esperemos la liberación universal que predicaba Buda, el final del camino lineal de Agustín de Hipona, que tuvo su principio y tendrá su final justo. Y, seamos sencillos, hagámoslo admitiendo que no entendemos nada pero que el amor que predicaba Pablo de Tarso, amor a algo intangible e inimaginable, es decir, absurdo, nos puede hacer comprender nuestra propia, pequeña y contingente vida. Y muerte.

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