Mes: mayo 2012

SI ME FALTARA LA PLUMA Y EL PAPEL

Si me faltara la pluma y el papel
escribiría con mi sangre salpicada
sin salpicar a nadie pulcramente
encontraría un boceto que grabar
en la tabla ondulada de mi alma
y entre todas vuestras almas onduladas
hallaría alguna onda con mi nombre
sería el hombre que bajó a bañarse
en vuestro río y quedó atrapado en la pecera
donde nadamos los hombres y mujeres
todo humano nace con su sexo travestido
y son los hombres paridos de mujer y hombre
y así yo quiero sabiamente distinguirme
volviéndome femeninamente masculino
sería el eunuco desposado con la virgen disoluta
para que alguno en mi hombría reconozca
la mujer a la que falta la sangre que salpico
el huevo que me falta y que fecundo (más…)

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Desequilibrio


Desequilibrio

Toda la alegría se pone en duda.
La libertad parece una burla.
Y yo, contemplando la ruina
estoy cerca de perder la esperanza.

¿Quién podría escoger la locura?

La belleza sin marchitar:
no tuvo tiempo.
La inteligencia viva,
que enseguida perdió la conciencia
de ausentarse unos segundos
a un mundo violento,
sin recuerdo.
Y luego minutos, tal vez horas.
Días.
Y no lo supimos ver.
Y no pudimos hacer nada.
Herencia envenenada
que trazó el camino.
Ya en su familia hubo casos.

La última vez que la vi,
su belleza sin marchitar,
luchando yo contra mi cobardía,
me arrebató la pena
pues ya vivía en un universo
en el que era dueña de la verdad
y lloré por estar yo inmerso
en un mundo de dudas.

Pero: ¿Quién podría escoger la locura?

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POETAS 97. Jorge Guillén I (Cántico)

CIMA DE LA DELICIA

!Cima de la delicia!
Todo en el aire es pájaro.
Se cierne lo inmediato
resuelo en lejanía.

!Hueste de esbeltas fuerzas!
!Qué alacridad de mozo
en el espacio airoso,
henchido de presencia!

El mundo tiene cándida
profundidad de espejo.
Las más claras distancias
Sueñan lo verdadero.

!Dulzura de los años
irreparables! !Bodas
Tardías con la historia
Que desamé a diario!

Más, todavía más.
hacia el sol, en volandas
la plenitud se escapa.
!Ya sólo sé cantar!

(más…)

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Frontera IV


Frontera IV

La noticia del fin:
"Todo lo que sientes acaba",
es siempre sobre algo lejano
que me atañerá pero no me atañe:
Moriré de viejo. De muy viejo.

No hay conciencia de la inmediatez:
porque percibimos la frontera
como límite entre dos estados
de la misma naturaleza,
y, en realidad, nadie ha visto
lo que hay más allá.

Es que es distinto, inimaginable.
El bien y el mal son allí otra cosa,
incluso la verdad y la belleza
son diferentes, de modo que
si aquí tengo límites
tras la frontera no los hay.
El más allá me invade, me asume
más acá del tiempo y el espacio.
Me sobrepasa, me engloba en sí
antes de que el tiempo existiera.

Por eso la frontera que percibo
está siempre en el ahora,
en el momento presente
porque es parte de nuestra naturaleza,
cuando nacemos comenzamos a morir,
vivimos,
que es apurar las heces de la copa del tiempo
que el inventor de la casualidad y la evolución
nos ha deparado. En la infancia
o en la senectud.

La frontera es mi representación
de un cambio incomprensible
pero desde la voluntad de Arturo
no hay cambio, no hay un cumplirse,
no hay límite.
Sólo un resurgir de lo oculto
tras la cortina del tiempo y el espacio.
Algo que somos sin saberlo.

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La sombra del alma

La sombra del alma

Saber es conocer y explicar.
La verdad es querer y no poder.
Otra cosa distinta es creer.
Aunque, puestos a sentir,
la frontera de otro mundo,
nos parezca menos real
que lo que queremos admitir:
que lo poco que la razón
nos permite demostrar.
es bastante para vivir.
Pero no: Es preciso soñar,
que es otro modo de pensar,
que el mundo podemos cambiar
porque todo está por hacer.
Pero el pasado ahí está,
pesando en el presente,
tan lejos que no lo podríamos torcer
aunque allá nos permitieran llegar.
Y el futuro tampoco podemos cambiar
pues ni siquiera «somos» allí
y él está por hacer.
Es decir: que no hay libertad
ni poder.
Aunque yo quisiera ver
la sombra de mi alma volar.

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Mercado libre, derechos de esclavo.

Así como una sociedad justa es una sociedad que previene las acciones injustas; así un mercado con normas es un mercado que corrige aquellas acciones que son reconocidas como injustas.

Aquellos principios que se elevan por encima de la experiencia son en sí mismos contradictorios porque es ella el principio del que toma el conocimiento sus verdades.  Así, el capital que produce lo que el trabajador no puede comprar debe, por ello, buscar en otros mercados para que el coste de mano de obra sea más barata, y ésto sólo es posible en países en los que se violan los derechos humanos porque no se respeta la dignidad del trabajador, ni en sus descansos ni en sus jornadas de trabajo ni menos aún en su salario, y qué decir de la salud cuando debe estar protegida por el alimento, y de la libertad cuando sólo toma conciencia de sí gracias a la educación. El propio sistema, por no tener límite contiene su propia contradicción porque nadie consigue sobrevivir a este mercado. El único dinero que crece es la deuda, no-dinero, puesto que los primeros necesitan para seguir expansionando su mercado una mano de obra cada vez más barata, en tanto decrece cada vez más el consumo que está proporcionalmente más endeudado porque va perdiendo salario y empleo. Mientras crece la deuda en los mercados, los pobres son más pobres y los bancos se van quedando sin capital.

El mercado de libre ha llegado al rebasamiento y toca retomar la experiencia como la lógica mínima de verdad, es decir «proclive a permanecer y a no sucumbir bajo sus contradicciones», por lo que debe haber ya sin lugar a dudas unas normas mínimas, como las hay en la convivencia y en la ciencia, como lo hay en todo aquello en lo que la humanidad pretende construir, en vez de destruir. Éste mínimo debe ser aquél que regule la supervivencia del grupo antes que la libertad de unos pocos, que como todos sabemos no es libertad porque ésta por definíción es de todos;  así, un mercado, que no debe ser libre sino equilibrado hasta llegar a ser equitativo, reconocerá las condiciones de posibilidad para que una norma que hemos ideado y construido como justa no deje de serlo al ponerla en práctica, como ha sucedido al creer que la expansión del capital creaba riqueza pero vemos como se ha construido un fantasma que regula el mercado precisamente en la tesis de no regulación, y que se zampa todas las normas mínimas de supervivencia del mercado basadas en el trabajador no alienado, es decir, aquel que puede consumir lo que produce;  de la no regulación se sigue cualquier cosa y por ello todo vale, así que sólo es cuestión de tiempo que el que cerca el pozo del agua para su propio beneficio termina, por no regular el consumo, por secársele.

Como es difícil que los pueblos, aún sin derechos, encuentren la forma de hacer frente al capital lo más pronto y de la forma más pacífica posible, lo cierto es que los países donde se originó éste desaparecen como motor económico y los últimos se condenan sine die a la explotación. Pero el capital sabe que ese camino le conduce a su propia exterminación porque no se puede generar consumo sin consumidores y si asfixias al consumidor de nada le sirven los bajos salarios para mantener lo que se agota por su propia mala gestión, aquella tan extendida entre los que más tienen y que todos nombramos como ambición. Nada más antiguo que el refranero para saber que el saco se rompe, y con conocimiento diríamos ahora, que no tanto por la ambición sino porque es saco. La única solución es aquella que pasa por permitir la entrada de aquellas mercancias que no se producen, porque esta teoría no rebasa la lógica mínima de la que nos da certeza la experiencia: el producto que compite con el mismo producto que se produce en la tierra en que se produce sólo puede llevarnos a la contradicción y por tanto a la desaparición de uno de ellos que no debe ser el que se produce en la propia tierra porque esto es tanto como una guerra en el que los lugareños siempre pierden; la conquista de los mercados no es juego de naipes y los pueblos se arruinan colonizados por el capital depredador del mercado de la ambición.

Si los propietarios de los mercados quieren dejar a la conciencia del consumidor todas las normas de consumo deberán ser recogidas de forma evidente, y deberemos exigírselas a los gobiernos. Efectivamente el consumidor debe pensar en sí mismo cuando paga un precio bajo y saber que tras ello está él mismo, su trabajo, sus descansos, su seguro, sus derechos. El precio que hoy era asequible ha destruido el que ayer nos daba trabajo. Hemos consumido los productos más baratos del mercado sabiendo que si así lo eran sólo podía ser gracias a la explotación, y a la vejación de los derechos de los otros, y como la contradicción no se salva, ahora somos nosotros los que estamos perdiendo «los derechos».

Hay que proteger nuestros productos como a nosotros mismos. Nunca más que ahora somos lo que comemos.  La protección del producto de producción propia debe serlo como parte de la cultura y como parte decisiva en el ecosistema.

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Recuerdos


Recuerdos

Memoria

Escribo dando vida a mi memoria,
virtud o potencia del alma
que nunca tuve, sino olvidos para vivir.
Pero ¿Qué sería yo sin mis recuerdos?

Rememoro y con mis evocaciones
construyo un "después" imaginado.
Como otros imitan,
en esculturas de madera, a los resucitados,
imito a los espíritus,
esperando que la permanencia
extensa de mi recuerdo
se parezca a lo inimaginable
que intuyo más allá de la frontera.

¡Pobre de mí!  ¿Qué hago recordando?
si es posible que la paz
del lugar sin remembranzas sólo se alcance
cuando memoria y esperanza se fundan
en el negro de lo definitivo.

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Que no me falte el tiempo

Que no me falte el tiempo

¿Por qué soñar con un paraíso
si yo me conformo con poco?
No pasar necesidad. Dormir lo suficiente.
Amar un cariño
que no me remueva la conciencia.
Ignorar qué sea la enfermedad,
o la vejez: es decir, vivir
la eterna madurez.
Tener lejos de mi pensamiento
esas teorías que no comprendo
y tampoco quiero comprender.
Gozar del amarillo de los aromos,
mimosas para mí, en primavera
y del perfume de la jara en verano.
Conocer un mar lleno de peces.
Ver el cielo cuajado de estrellas
y las luces de las ciudades apagadas.
Oír a un trovador cantar sus penas
y sentirlas como mías...
Gozar de la luz de los atardeceres,
encajes de nubes que festejan el mío.
Y que no me falte el tiempo...

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Frontera III

Espera (Frontera III)

Escribo como un marinero
que echa la última carta
en un buzón del puerto
antes de que zarpe su barco.

Los dos queremos dejar
un mensaje a quienes amamos.
Escribimos aquello que no podemos decir,
porque la realidad que deseamos pintar
está en esa zona de niebla
en la que no sabes si piensas,
sientes o sueñas despierto.

Amamos, y eso nos lleva
allí dónde las palabras y los actos
tienen otro significado,
difuso, recóndito, cambiante,
desconocido pero intuido,
tal vez sólo imaginable,
deformadas por la lente del amado.

Quizás sólo digan de mí: «fui»,
y a los amados otros: «sed».
Con mi firma en el estilo,
en las palabras escogidas
no por su contenido
sino por el ritmo o la melodía:
que sea fácil de leer
y rico en sentimientos provocados.

Así es: el barco pronto zarpará.
En la frontera esperas inquieto
la señal que marca tu turno
y quieres acabar el poema
antes de que lo puramente físico
te impida encontrar las palabras.

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POETAS 96. Pedro Salinas I (Seguro Azar)

 Se deja aquí un puñado de poemas de los tres primeros libros de Pedro Salinas, poeta mayor de la generación del 27 -nacido en Madrid en 1891-, que temprano colaboró en la vida cultural de la España de principios del siglo pasado, que llegó a ser un muy joven secretario del Ateneo, que fue lector de español en la Sorbona, donde se dejó hechizar por la prosa de Marcel Proust, al que más tarde tradujo con fortuna, que se casó con Margarita Botella, a la que prontó traicionó por Katherine Whitmore, para quien dedicara la trilogía «La voz a ti debida», «Razón de amor» y «Largo lamento» -trilogía de la que también se seleccionarán aquí poemas, si eso fuera posible-, más tarde la propia Katherine Whitmore -que en el año 32 había venido de Estados Unidos a estudiar en la Universidad de Verano de Sant4nder, de la que Salinas fue profesor y secretario- reapareció en España algunos años después, a mediados  de los años 30, complicando la vida matrimonial del poeta y levándole a un intento de suicidio, lo que no impidió que prosiguiera con su relación en el exilio norteamericano -al estallar la guerra civil- en cuya universidad dió vocacionalmente clases de literatura española, rindió tributo y escribió ensayos sobre Jorge Manrique y Rubén Dario, entre muchos otros, y asistió al adios definitivo de su relación con Katherine en 1939, una vez que ésta consumara su matrimonio con su colega Brewer Whitmore. Entre San Juan de Puerto Rico, Baltimore y Boston pasó sus últimos años dando clases, siendo ésta última ciudad donde le alcanzó la muerte -1951- después de un largo cáncer. Su cuerpo fue enterrado en San Juan de Puerto Rico. Los libros aquí seleccionados pertenecen a su etapa inicial («Presagios», 1923; «Seguro Azar», 1929; «Fábula y Signo, 1931) y en ellos se puede apreciar la huella de Juan Ramón Jiménez, los ecos de las vanguardias, el afán por recrear un nuevo lenguaje simbólico en los modernos objetos de la ciudad y la técnica,  el afán y el desvelo amoroso por llegar a la plenitud de la mujer amada, que se perfila y oculta de forma huidiza en este mismo mundo simbólico y moderno.

*****

1

Suelo. Nada más
Suelo. Nada menos.
Y que te baste con eso.
Porque en el suelo los pies hincados,
en los pies torso derecho,
en el torso la testa firme,
y allá, al socaire de la frente,
la idea pura, y en la idea pura
el mañana, la llave
-mañana- de lo eterno.
Suelo. Ni más ni menos.
Y que te baste con eso.

(«Presagios», 1924)

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