Mes: agosto 2014

POETAS 4. Wislawa Szymborska (IV) Hasta Aquí

Antes de su muerte acaecida el 1 de febrero de 2012, Wislawa Szymborska estaba preparando un libro que al final quedó inconcluso, con tan solo trece poemas, de los que se deja aquí una selección.  Consciente de que sería su último libro, y como una prolongación de su anterior libro titulado “aquí”, le había puesto el título de “Hasta aquí”. Los traductores Abel Murcia y Gerardo Beltrán han comentado que traducir a Wislawa Szymborska era dificilísimo precisamente por su aparente sencillez y claridad. “La selección léxica que hace Szymborska es de una exactitud farmacéutica, no hay nada casual, las palabras ocupan el lugar que ocupan porque otras palabras ocuparán a su alrededor también un lugar preciso, pero el lector nunca será plenamente consciente de ello, la lectura resultará “ligera” y, sin embargo, la preparación de esa sencillez lingüística tiene que haber significado un gran esfuerzo, esfuerzo que se traslada al traductor cuando se enfrenta a la obra de Szymborska». A falta de próximas entregas que completen la visión de su obra y de la oportuna reseña biográfica, remitimos a la necrológica publicada en esta misma Web con ocasión de su fallecimiento: https://apeiron.tupacalos.es/?p=440

 

MAPA

Plano como la mesa

Sobre la que se extiende.

Bajo él nada se mueve

Ni busca una salida.

Sobre él mi humano aliento

No crea remolinos de aire

Y deja en paz

Toda su superficie.

 

Sus llanuras y valles siempre son verdes,

Sus mesetas y montes, amarillos y ocres,

Y los mares y océanos de un azul amigable

En sus desgarradas orillas.

 

Aquí todo es pequeño, cercano y accesible.

Puedo con el filo de la uña aplastar los volcanes,

Acariciar los polos sin gruesos guantes;

Puedo con una mirada

Abarcar cualquier desierto

Junto a un río que está justo ahí al lado.

 

Las selvas están marcadas con algunos arbolitos

Entre los que sería difícil perderse.

 

Al este y al oeste,

Sobre y bajo el ecuador,

Un espacio sembrado de un silencio absoluto

Y en cada oscura semilla

Hay gente viviendo tan tranquila.

Fosas comunes y ruinas inesperadas,

De eso nada en esta imagen.

 

Las fronteras de los países son apenas visibles,

Como si dudaran si ser o no ser.

 

Me gustan los mapas porque mienten.

Porque no dejan paso a la cruda verdad.

Porque magnánimos y con humor bonachón

Me despliegan en la mesa un mundo

No de este mundo.

 

MAPA

Plaska jak stól,

Na którym polozona.

Nic sie pod nia nie rusza

I ujscia sobie nie szuka.

Nad nia – mój ludzki oddech

Nie tworzy wirów powietrza

I cala jej powierzchnie

Zostawia w spokoju.

 

Jej niziny, loliny zawsze sa zielone,

Wyzyny, gory, zolte i brazowe,

A morza, oceany to przyjazny blekit

Przy rozdzieranych brzegach.

 

Wszystko tu make, dostepne i bliskie.

Moge koncem pznokcia przyciskac wulkany,

Bieguny glaskac bez grubych rekawic,

Moge jednym spojrzeniem

Orgarnac kazda pustynie

Razen z obecna tuz tuz obok rzeka.

Puszcze sa oznaczone kilkoma drzewkami,

Miedzy ktorymi trudno by zabladzic.

 

Na wschodzie i zachodzie

Nad i pod równikiem –

Cisza jak makiem zasial,

A w kaidym czarnym ziarnku

Zyja sobie ludzie.

Groby masowe i nagle ruiny

To nie na tym obrazku.

 

Grnice krajów sa ledwie widoczne,

Jakby wahaly sie – czy byc czy nie byc.

 

Lubie mapy, bo klamia.

Bo nie daja dostepu napastliwej prawdzie.

Bo wielkodusznie, z poczciwym humorem

Rozposcieraja mi na stole swiat

Nie a tego swiata.

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POETAS 103. Philip Larkin (II). Las bodas de pentecostés

Phillip Arthur Larkin, (9 de agosto de 1922-2 de diciembre de 1985), comenzó a labrarse fama en Inglaterra como poeta –antes había ensayado alguna que otra novela-  a raíz de la publicación de su segundo libro de poemas, «Engaños», publicado en 1955. Le siguió «Las bodas de Pentecostés» (1964) y «Ventanas altas» (1974). Pasó su infancia y adolescencia en Coventry, tal como rememora en su poema «Recuerdo, Recuerdo», un lugar del que más bien abominaba, y del que no pudo decir que encontró sus raíces, con una irónica «magnífica familia a la que nunca acudió corriendo cuando estaba deprimido». Su padre llegó a ser tesorero de esta ciudad y se encargó de su primera educación leyéndole obras de Ezra Pound y T. S Eliot. Precisamente éstas fueron sus primeras influencias poéticas, a la que más tarde agregó el descubrimiento de Auden y, sobre todo, de Thomas Hardy. Si bien sus primeros poemas acusaron la influencia simbolista de Yeats, de la que se desprendió más tarde por la lectura más a ras de suelo que hiciera de Hardy. De estos primeros años datan la tartamudez que le acompañó a lo largo de su vida, así como su afición al jazz, llegándose a convertir en uno de los mayores especialistas de Inglaterra. Exento de ir al frente durante la segunda guerra mundial por su miopía, estudió en Oxford entre 1940 y 1943, y se graduó en Literatura Inglesa, llegando a trabar durante esta época una amistad duradera con el escritor Kingsley Amis. Poco después logró un puesto de bibliotecario en Wellington y se ganó fama de mujeriego al mantener durante un tiempo relación con dos mujeres, Ruth Bowman y Monica Jones. En 1950 entró a trabajar en la biblioteca de la Queen’s University de Belfast, donde permaneció durante cinco años, que resultaron bastante fructíferos para su escritura –aquí escribió casi en su totalidad «Engaños»-, debido en parte a una situación de extrañamiento y anonimato favorables, tal como deja constancia en su poema «La importancia de otro lugar», donde sugiere que la condición de extranjero abre la licencia para poder rechazar las costumbres y las instituciones del lugar, algo que está vedado para quien es nativo. En 1955 fue contratado como bibliotecario por la Universidad de Hull y ya no volvería a cambiar de empleo ni de ciudad. Como bibliotecario fue un empleado diligente que promovió la construcción de una nueva biblioteca y multiplicó ampliamente su dotación de libros. Hull supuso para Larkin la ciudad con la que por fin podía conciliarse, una ciudad perfecta en muchos aspectos, especialmente por «estar al límite de las cosas», «lejos de todo, de camino a ninguna parte». La soledad física y espiritual que le aportó Hull le permitió un aclaramiento consigo mismo cuyo fruto fue el siguiente libro, casi diez años después, «Las bodas de Pentecostés», con excelente acogida por parte de la crítica. Fue especialmente valorada su capacidad para reunir «el mundo de todos, el lugar donde, al final, encontramos nuestra felicidad, o jamás la encontramos», una capacidad para sintonizar con la trivialidad del hombre contemporáneo . Como ha escrito Damià Alou, «la belleza de los poemas de Larkin no reside en otra cosa que en la verdad de la experiencia relatada, en su manera de partir del detalle, de fijarlo, de precisarlo, y de saber pasar, a veces con un leve paso y a veces con una cabriola sintáctica, a una observación general acerca de la vida que nunca es desatinada, nunca deja indiferente». Larkin fue un escritor moroso que trabajaba mucho sus poemas, a veces durante años, por lo que su siguiente libro demoró su aparición una década más, llegó en 1974, «Ventanas altas», con un gran éxito de ventas. Su último poema importante, «Albada» fue publicado en el Times Litterrary Supplemente del 29 de noviembre de 1977 y versa sobre el terror de «la muerte infatigable (…) que borra todo pensamiento excepto cómo y dónde y cuándo moriré (…) un miedo concreto que ningún truco disipa». Murió de cáncer de esófago, en Hull, el 2 de diciembre de 1985. Su fama póstuma, cada vez más creciente, fue emborronada por la publicación en 1992 de sus cartas y de su biografía oficial escrita por Andrew Motion. Estos documentos desentierran a un Larkin obsesionado por la pornografía, que se manifestaba abierta y procazmente racista. En alguna ocasión Larkin llegó a escribir: «Encuentro el estado de la nación muy terrorífico. En diez años probablemente nos ocultemos bajo nuestras camas mientras grupos de negros roban todo lo que pueden». A pesar de su fama controvertida, Larkin fue elegido en 2003, en una encuesta hecha por la Poetry Book Society, como el poeta más querido de Gran Bretaña y en los paneles de los autobuses de la ciudad de Hull se puede leer todavía alguno de sus poemas.

La traducción de estos poemas se le debe a Damià Alou. De su labor como traductor de Larkin, ha comentado: «Nunca se prima el sentido sobre el sonido, ni viceversa, porque en el lenguaje humano ambas cosas no pueden separarse. Lo más importante en poesía es que oigamos  la voz del poeta como si fuera un buen doblaje: nunca será lo mismo, pero puede llegar a conmovernos o divertirnos igual. El lenguaje de Larkin nunca es chillón ni machacón, y a veces su rima es tan sutil que pasa desapercibida. Sin embargo, poemas como «Sapos» o «Egoísta es el hombre» la reclama a gritos para que nos llegue su efecto: la risa.» Se dejan en esta entrega una selección de poemas de su libro «Las Bodas de Pentecostés»

AL SOL DE PRESTATYN

Ven al sol de Prestatyn
decía riendo la chica del cartel,
arrodillada en la arena
y de ajustado y blanco satén.
Tras ella un cacho de costa
y un hotel con palmeras parecían
brotarle de los muslos y los brazos
extendidos para alzarle los pechos.

La pegaron un día de marzo.
Un par de semanas después era bizca
y le habían pintado unos colmillos;
le marcaron con saña enormes tetas
Y una raja en la entrepierna, y entre los muslos
le habían hecho unos garabatos
que la dejaban bien abierta de piernas
sobre una polla tuberosa y sus cojones

Con la firma de El Enano Thomas,
mientra que alguien había utilizado un cuchillo
o lo que fuera para apuñalarle
los labios con bigote de su sonrisa.
Era demasiado exquisita para esta vida.
Muy pronto, un gran desgarrón transversal
dejó solo una mano y un poco de azul.
Ahora hay un cartel de Lucha contra el cáncer.

SUNNY PRESTATYN

Come To Sunny Prestatyn
Laughed the girl on the poster,
Kneeling up on the sand
In tautened White satin
Behind her, a hunk of coast. A
Hotel with palms
Seemed to expand from her thighs and
Spread breast-lifting arms.

She was slapped up one day in March.
A couple of weeks, and her face
Was snaggle-toothed and boss-eyed;
Huge tits and a fissured crotch
Were scored well in, and the space
Between her legs held scrawls
That set her fairly astride
A tuberous cock and balls.

Autographed titch Thomas, While
Someone had used a Knife
Or something to stab right thorugh
the moustached lips of her smile.
She was too good for this life.
Very soon, a great transverse tear
Left only a hand and some blue.
Now Fight Cancer is there.

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POETAS 1. César Vallejo (III) Trilce

En 1922 y antes de marcharse a París en un viaje sin vuelta, Cesar Vallejo va a publicar «Trilce», su último libro editado en vida -el resto de su producción parisina quedaría inédita hasta la muerte del poeta-,  y tal vez el libro de poesía más libre y experimental de toda la poesía del siglo XX en lengua española. Aunque se han apuntado distintas versiones para explicar su sugerente título, -síntesis verbal de triste y dulce, por ejemplo-, el mismo vallejo confesaría a González de Ruano en una entrevista que «Trilce» no quería decir nada, «no encontraba, en mi afán, ninguna palabra con dignidad de título, y entonces la inventé: Trilce. ¿No es una palabra hermosa? Pues ya . no lo pensé más: Trilce». «Trilce» es un libro que está motivado por tres experiencias vitales de su último periodo en Perú: La muerte de su madre -que lo hundiría en una fuerte depresión-, la relación amorosa con Otilia Villanueva y su reclusión en prisión durante 112 días, entre 1920 y 1921, acusado injustamente de ser el instigador del incendio y saqueo de una casa de comerciantes en su pueblo natal. Aunque Vallejo huye para evitar la prisión, ocultándose en casa de unos amigos, finalmente es descubierto y conducido a un calabozo de Trujillo, de donde sólo saldrá en libertad provisional por la mediación de algunos intelectuales. El ambiente de prisión, las condiciones de su encierro, la monotonia carcelaria y su impronta en la vida anímica serán volcados en algunos de los poemas de este libro, que iba a ser encuadernado y publicado en la propia imprenta de la penitenciaría. En tres años que median entre «Los heraldos negros» y «Trilce», Vallejo ha dado un paso de gigante que no será comprendido por el público y la crítica en el momento de su publicación. Incorporando en su lenguaje formas de las vanguardias, Vallejo las va a dejar atrás explorando un territorio apenas entrevisto por ultraístas y futuristas, y lo va a hacer siempre transitando un camino personal que le lleva a reflejar su experiencia más íntima o vital de un modo directo; no buscando el alarde técnico o la innovación esteticista por sí misma, sino tratando de ser fiel a un material anímico o emocional al que la poesía no había sabido dar forma todavía, amordazada por las convenciones de la lógica y el lenguaje. La indiferencia con que se recibió su libro no fue obstáculo para que Vallejo fuera consciente de las cotas de libertad expresiva que había alcanzado, y así en una carta a Atenor Orrego se queja del vacío en que ha caído su libro y se hace responsable de él:. » Asumo toda la responsabilidad de su estética. . Hoy, y más que nunca quizás, siento gravitar sobre mí, una hasta ahora obligación sacratísima, de hombre y de artista, !la de ser libre! Si no he de ser hoy libre, no lo seré jamás. Siento que gana el arco de mi frente con su más imperativa curva de heroicidad. me doy en la forma más libre que puedo y ésta es mi mayor cosecha artística. !Dios sabe hasta dónde es cierta y verdadera mi libertad! Dios sabe hasta qué bordes espeluznantes me he asomado, colmado de miedo, temeroso de que todo se vaya a morir a fondo para que mi pobre ánima viva». La libertad con Vallejo ha compuesto los 77 poemas que integran «Trilce» deja la sensación de que no hay ninguna unidad tras la variedad de tonos y estructuras. Sin embargo  el nuevo lenguaje incorporado por Vallejo parece adaptarse como un guante a los temas que trata, ya sea la muerte, la ausencia de los seres queridos, o el trastorno del espacio y el tiempo sufrido en su cautividad. Vallejo amolda el material de la lengua a su antojo, pero para acomodar una realidad que es sumamente escurridiza, con un lenguaje paradójico que sabe atrapar mejor ese dominio extraño en que los muertos ya no son, o los vivos viven a veces como si fueran muertos. En este anómalo dominio de la realidad las metáforas no pueden aprestarse a la imagen fácil y cotidiana y las palabras buscan las raras asociaciones sugeridas por situaciones de desolación. La poesía de Vallejo, más que experimental, es experiencial. Es el hondo sentimiento suscitado por ciertas situaciones de desamparo lo que hace que sus palabras se impregnen de su energía, se estiren y den de sí mas que lo que  acostumbra el lenguaje ordinario. Así, si Vallejo se inventa nuevos vocablos no es por capricho verbal, sino porque las palabras de los diccionarios, de los códigos y las instituciones se le quedan pobres para expresar una realidad que es tremenda y que a la vez resulta cotidiana. De ahí que pese a esta inventiva de vocablos, busque la expresividad de la lengua hablada y coloquial porque es en este registro donde encuentra caja de resonancia toda la carga emocional que lleva dentro, apoyándose a menudo en vocablos quechuas, en americanismos y en palabras ya en desuso que designan los enseres de un mundo labriego y ganadero. Pero la anomalía de la voz de Vallejo no radica sólo en inventarse términos, sino también en el manejo libérrimo que hace de las categorías gramaticales, convirtiendo adverbios en adjetivos, verbalizando adverbios, sustantivando adjetivos, descordinando tiempos verbales. Y es que el estado de orfandad en que Vallejo se coloca sólo puede ser captado retorciendo la sintaxis y la gramática para dejar paso una nueva dimensión de espacio y tiempo en la que se inscribe una realidad poética más acorde con el sentir del poeta. Vallejo es también el poeta que mejor ha explorado la realidad de los números convirtiendo cada guarismo en un símbolo emocional de su mundo poético: «siempre asoma el guarismo bajo la línea de todo avatar». Ha descubierto que la realidad del cuerpo humano es numérica porque el hombre es un animal deseante que expresa sus potencias e impotencias en función de un número de órganos y miembros que le constituyen, una realidad contable y a la vez innumerable hecha de pelos y poros, de codos y arterias, de costillas y falanges. A la vez esta contable realidad corporal intersecciona con el mundo cotidiano que se puede computar en grados, en horas, en esquinas, en ángulos y flancos. A lo que hay que añadir además la dimensión emocional de los valores y sentimientos que hablan también en un lenguaje numérico, hecho de órdenes y líneas. Vallejo ha descubierto que la realidad natural y humana en la se afinca el hombre, sometida a mesura y medida, a pauta y regla, es desmesurada por esa otra realidad interior acuciada por el deseo y por el sentimiento de angustia y orfandad, por el anhelo de justicia y libertad que sólo es posible expresar en una dimensión cubista de la realidad, con un nuevo cuerpo humano resultante que adolece de miembros o que desearia multiplicarlos, o que se descoyuntan ante un mundo opresivo y lacerante. Pero más allá de estos hallazgos verbales que complican la lectura de «Trilce», pervive la voz honda de Vallejo, agravada  por un tono metafísico que nos hace sentir la profunda extrañeza de la existencia.

 

 

LXXV

Estáis muertos.

Qué extraña manera de estarse muertos. Quienquiera diría no lo estáis. Pero, en verdad, estáis muertos.

Flotáis nadamente detrás de aquesa membrana que péndula del cenit al nadir, viene y va de crepúsculo a crepúsculo, vibrando ante la sonora caja de una herida que a vosotros no os duele. Os digo, pues la vida está en el espejo, y que vosotros sois el original, la muerte.

Mientras la onda va, mientras la onda viene, cuán impunemente se está uno muerto. Sólo cuando las aguas se quebrantan en los bordes enfrentados y se doblan y doblan, entonces os transfiguráis y creyendo morir, percibís la sexta cuerda que ya no es vuestra.

Estáis muertos, no habiendo antes vivido jamás. Quienquiera diría que, no siendo ahora, en otro tiempo fuísteis. Pero, en verdad, vosotros sois los cadáveres de una vida que nunca fue. Triste destino el no haber sido sino muertos siempre. El ser hoja seca sin haber sido verde jamás. Orfandad de orfandades.

Y sin embargo, los muertos no son, no pueden ser cadáveres de una vida que todavía no han vivido. Ellos murieron siempre de vida.

Estáis muertos.

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POETAS 102. Pablo Neruda (II) «Residencia en la tierra»

En 1927 Pablo Neruda es consciente de que la vida cultural de chile es demasiado provinciana y de que no podrá hacerse un nombre en la literatura sino es saliendo al extranjero donde, especialmente en París, residen los grandes poetas hispanoamericanos como Vicente Huidobro o César Vallejo. La popularidad obtenida con sus libros y la mediación de un amigo le consiguen un puesto diplomático como cónsul de Rangoon, y parte en barco desde Buenos Aires a Lisboa, recalando en Madrid para tomar un tren que le dejará en París, donde traba relación con César Vallejo. Finalmente un barco le lleva desde Marsella hasta su consulado de Rangoon. Su trabajo como cónsul consistía en timbrar y firmar documentos una vez cada tres meses, cuando arribaba un barco de Calcuta transportando té para chile. El resto del tiempo lo consume llevando una vida ociosa de callejeos por mercados y templos, incapaz de mezclarse con la rígida sociedad inglesa y sintiéndose un «forastero trasplantado a un mundo violento y extraño». Allí comienza a escribir los primeros poemas de «Residencia en la Tierra», y vive una turbulenta historia de amor y celos con una mujer birmana, Josie Bliss, que le inspiraría su poema «tango del viudo». En 1929 parte de Birmania para hacerse cargo de un consulado Ceilán; allí completa el primer volumen de «Residencia en la tierra» con grandes dificultades, debido en parte a la vida apartada que lleva, y en parte a que no logra adaptarse a una tierra que le resulta inhóspita y extraña. A partir de 1930 se hace cargo de dos consulados a la vez, el de Singapur y el de Batavia, en Java. En esta última ciudad conoce a María Antonieta Agenaar, una joven holandesa con sangre malaya, con la que se acaba casando y con la que regresará a Chile en 1932, donde va a publicar el libro que ha escrito durante su periplo por Oriente, «Residencia en la tierra». En 1933 es designado cónsul de Chile en Buenos Aires, donde arriba en el mes de agosto, coincidiendo con la llegada de Federico García Lorca, que en aquel momento estrenaba su obra de teatro «Bodas de sangre». Juntos dan una famosa conferencia al alimón en el Pen Club homenajeando a Rubén Darío y allí se origina una amistad que va a durar sin intermitencias hasta la muerte de Lorca. Nunca vio reunidos como en él –llegaría a escribir más tarde- la gracia y el genio. «Era el duende derrochador, la alegría centrífuga que recogía en su seno e irradiaba como un planeta la felicidad de vivir». En 1934 el ministerio diplomático de Chile le envía al consulado de Barcelona, consiguiendo rápidamente, por deseo expreso, un traslado a Madrid. En la capital de España renueva la amistad con Lorca y Alberti y enseguida entra a formar parte de la camada de poetas españoles de la generación del 27. Especial relación mantuvo con Miguel Hernández que llegó a vivir en su casa, para quien buscó una colocación y del que llegó a decir que no llegó a conocer «un fenómeno igual de vocación y de eléctrica sabiduría verbal». Es en Madrid donde Manuel Altolaguirre le encomienda la dirección de la mítica revista de poesía «Caballo verde», donde se publicarían durante cinco números los poemas más recientes de Miguel Hernández, Lorca, Cernuda, Aleixandre, Alberti y Guillen. El sexto número quedó en la imprenta sin compaginar ni coser, arrumbado por el estallido de la guerra civil española: debía aparecer el 19 de julio de 1936, «pero aquel día la calle se llenó de pólvora». Su toma de partido en la contienda en favor de la república iba a proscribirle del consulado en Madrid, arrastrándole hasta París en compañía de Rafael Alberti y María Teresa León.

UNIDAD

Hay algo denso, unido, sentado en el fondo,
repitiendo su número, su señal idéntica.
Cómo se nota que las piedras han tocado el tiempo,
en su fina materia hay olor a edad,
y el agua que trae el mar, de sal y sueño.

Me rodea una misma cosa, un solo movimiento:
el peso del mineral, la luz de la piel,
se pegan al sonido de la palabra noche:
la tinta del trigo, del marfil, del llanto,
las cosas de cuero, de madera, de lana,
envejecidas, desteñidas, uniformes,
se unen en torno a mí como paredes.

Trabajo sordamente, girando sobre mí mismo,
como el cuervo sobre la muerte, el cuervo de luto.
Pienso, aislado en lo extenso de las estaciones,
central, rodeado de geografía silenciosa:
una temperatura parcial cae del cielo,
un extremo imperio de confusas unidades
se reúne rodeándome.

(Santiago 1927/Residencia en la tierra I, 1933)

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POETAS 104. Charles Simic

 

Dusan Simic, que más tarde cambiaría su nombre por el de Charles, nació en Belgrado el 9 de mayo de 1938. Sus padres, un ingeniero y una profesora de canto, zanjaron sus continuas desavenencias con una separación que llevó al padre lejos de Yugoslavia, primero a Italia, más tarde a Estados Unidos. Por su parte, la madre iba a intentar cruzar con sus hijos la frontera de Yugoslavia en repetidas ocasiones, pero siempre acababan siendo atrapados por la policía, teniendo que pasar alguna temporada en prisión. Finalmente, en 1953 las autoridades comunistas les facilitaron los pasaportes que los llevarían a París, donde residirían durante en un año, entre grandes estrecheces económicas e interminables colas burocráticas para renovar los permisos de residencia. En 1954 logran el visado para Estados Unidos y residen en Nueva York hasta 1955, año en que la familia vuelve a reunificarse en Chicago, donde el padre había logrado un empleo en una compañía telefónica. En Chicago, el futuro poeta comienza a frecuentar en compañía del padre los clubs de jazz y se aficiona a la pintura. Al mismo tiempo que pasa gran parte de su tiempo en las bibliotecas devorando libros, comienza a escribir sus primeros poemas en inglés. Ezra Pound, T.S. Eliot, William Carlos Williams, Brecht , Rilke y, especialmente, Hart Crane son sus primeras influencias. En 1956 Simic ingresa en la Universidad de Chicago en horario nocturno, costeándose las clases como chico de los recados en el diario «Chicago Sun Times». En 1958 Simic vuelve a Nueva York, donde continúa sus estudios nocturnos en la Universidad, mientras alterna diversos trabajos por las mañanas, desde vendedor de camisas en unos grandes almacenes hasta oficinista contable o pintor de brocha gorda. También comienza a publicar sus primeros poemas en la revista «Chicago Review». En 1961 Simic es reclutado como soldado; su conocimiento del francés le facilita una larga estancia en Francia, donde ocupa un puesto militar en el que trabaja para resolver los conflictos de los soldados. En 1966, ya de vuelta a Nueva York, se gradúa Artes y estudia en profundidad la lingüística rusa para poder leer a Tolstoi, Dostoievski o Chejov. Durante esta época, el insomnio que padecía desde su adolescencia comienza a hacerse crónico y le permite escribir durante las noches una serie de poemas que serán publicados bajo el título de «What The grass says», al que le sigue, dos años después, Somewhere Among us a Stone is taking notes». Su incipiente notoriedad provoca una lluvia de ofertas por parte de colegios y universidades que le requieren como profesor de escritura creativa y literatura. Primero acepta un trabajo en el Colegio Universitario Estatal de California, y en 1973 se traslada a la Universidad de New Hanmpshire, donde fue profesor de literatura americana y escritura creativa hasta su jubilación. La poesía de Simic ha estado influida por los surrealistas franceses, sin desdeñar a los poetas hispanoamericanos Cesar Vallejo y Pablo Neruda. Se considera también que Simic forma parte de la tradición de Nueva Inglaterra, de la que forman parte autores como Emily Dickinson, Robert Frost o Wallace Stevens. Sus poemas alternan imágenes impredecibles con un estilo narrativo conciso. Por su libro «Paseando al gato negro (1996) ha sido finalista del Natinal Book Award y «El mundo no se acaba» (1990) ganó el premio Pulitzer.

INVENCIÓN DE LA NADA

No me di cuenta
mientras escribía aquí
De que no queda nada en el mundo
excepto mi mesa y mi silla

Y me dije:
(sólo por molestar, por abusar de la paciencia)
¿Es ésta la taberna
Sin un vaso, ni vino o camarero
en la que soy el borracho largamente esperado?

El color de la nada es azul.
La golpeo con mi mano izquierda y la mano desaparece.
¿Por qué estoy entonces tan callado
y tan feliz?

Me subo a la mesa
(la silla ya no está)
Y canto a través del cuello
De una botella de cerveza vacía.

(1971, «Desarmando el silencio»)

INVENTION OF NOTHING

I didn’t notice
while I wrote here
that nothing remains of the world
except my table and chair.

And so I Said:
(for the hell of it, to abuse patience)
Is this the tavern
without a glass, wine or waiter
where I’m the long awaited drunk?

The color of nothing is blue.
I strike it with my left hand and the hand disappears.
Why am I so quiet then
and so happy?

I climb on the table
(the chair is gone already)
I sing trough the throat
of an empty beer-bottle.

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