Mes: noviembre 2014

POETAS 107. Jaime Sabines (I)

(Txula Gutiérrez, 1926-México D.F., 1999)

 

Lento, amargo animal

Que soy, que he sido,

Amargo desde el nudo de polvo y agua y viento

Que en la primera generación del hombre pedía a Dios.

 

Amargo como esos minerales amargos

Que en las noches de exacta soledad

-maldita y arruinada soledad

Sin uno mismo-

Trepan a la garganta

Y, costras de silencio,

Asfixian, matan, resucitan.

 

Amargo como esa voz amarga

Prenatal, presubstancial, que dijo

Nuestra palabra, que anduvo nuestro camino,

Que murió nuestra muerte,

Y que en todo momento descubrimos.

 

Amargo desde dentro,

Desde lo que no soy

-mi piel como mi lengua-,

Desde el primer viviente,

Anuncio y profecía.

 

Lento desde hace siglos,

 

Lejano, lejos, desconocido.

 

Lento, amargo animal

Que soy, que he sido.

(“Horal”, 1950)

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PENSAMIENTOS 14. Friedrich Schlegel

Friedrich Schlegel Nace en Hannóver, el 10 de marzo de 1772, hijo de Johanna Christiane Erdmuthe Hübsch y del superintendente general Johann Adolf Schlegel. Pertenecía a una dinastía familiar que se había consagrado al estudio de las letras, de la que había destacado el hermano de su padre, Elias Schlegel, célebre escritor de su tiempo cuyos estudios críticos habían rivalizado con la obra Winckelmann. A pesar de esta tradición familiar, el padre tuerce su vocación por las letras y le obliga a dedicarse al comercio con 16 años, bajo la tutela de un banquero de Leipzig. Un año después comienza sus estudios de Derecho en Gotinga, donde su hermano August Wilhelm, cinco años mayor que él, ya estudiaba filología clásica como discípulo de Heyne. Dentro de éste círculo, retoma su vocación y profundiza en diferentes lenguas y disciplinas artísticas. En 1791 retorna a Leipzig y comienza una larga relación epistolar con su hermano. Al año siguiente conoce a Novalis y a Schiller. Novalis se va a convertir en su mejor amigo y colaborador – de él llegará a decir en carta a su hermano: “El destino ha puesto en mi camino a un joven del que es posible esperarlo todo”-; Schiller se encargará de introducirle en los círculos literarios hasta que se produce la ruptura de la relación, cuatro años más tarde, cuando Schiller encaja mal una crítica desfavorable después de haber sido odiosamente comparado con Goethe. En 1794 se instala en Dresde donde entra en contacto con Humboldt y otras personalidades. Allí se enfrasca en lecturas filosóficas, queda admirado por la obra de Fichte y se empapa de los clásicos de la antigüedad. Fruto de estas lecturas va a ser la redacción, durante el año siguiente, de la obra “Sobre el estudio de la poesía griega”, que todavía tardará dos años en verse publicada. Esta obra se convierte en el primer manifiesto del movimiento romántico, al preconizar una revolución estética que dé un paso más allá del clasicismo. Tal revolución estética debía encaminarse a ordenar el caos de la cultura moderna por medio del desarrollo y predominio de la libertad sobre la naturaleza, haciendo de enlace entre el mundo del pasado -donde prevalece “la formación natural”, guiada por los impulsos naturales y basada en la imitación- con el mundo moderno –en el que impera “la formación artificial”, guiada por la libertad individual y basada en la creatividad. Este juego de fuerzas entre naturaleza y libertad se convierte en el motor que hace desarrollar arte, historia y humanidad hacia un progreso que no tiene fin. La tarea del artista es interiorizar en su conciencia el genio de la época y darle expresión en el seno de una obra abierta que contenga todas estas tensiones. De este modo, el artista se da licencia para mezclar en una misma obra lo épico, lo lírico y lo dramático, lo mismo que el pensamiento discursivo, la crítica, la reflexión y la ciencia. En 1796, Friedrich Schlegel se traslada a Jena junto con su hermano, quien acaba de casarse con Carolina Böhmer. Es en esta ciudad donde traba amistad con Goethe, Fichte y Schelling. Un año más tarde, ya en Berlin, conoce a su futura esposa, Dorothea Veit, hija del filósofo Moses Mendelssohn y esposa de un conocido banquero. Durante esta época se muda a vivir a la casa de Schleiermacher, cuya obra “Los discursos sobre la religión” iba a conmover posteriormente su concepción religiosa. Comienza entonces a publicar los fragmentos del Lyceum, abriendo los cauces de un género que iba a tener fortuna entre los escritores románticos. El “fragmento” se constituye en esbozo de un pensamiento con intención estética, que rehúye lo sistemático para poder expresar mejor lo inabarcable del mundo. En consonancia con esta virtualidad que posee el fragmento de lograr reflectar en su desgajada finitud la totalidad del mundo, comienza a desarrollar su concepción de la ironía: que es para Schlegel “conciencia de la agilidad eterna, del caos y su infinita plenitud”. Se trata de una disposición de ánimo que, mediante la paradoja, permite al artista elevarse por encima de todo lo condicionado y partir de su propio caos para hacer surgir un mundo propio, modo de trascender la subjetividad para dar el salto más allá de sí mismo. En 1798 funda junto con su hermano, la revista Athenäum, donde sale ese año la gran recensión de Friedrich sobre el Wilhelm Meister de Goethe, que consagra la función de esta obra como punto de referencia para la novelística romántica alemana, haciendo de Goethe el portavoz de la nueva sensibilidad. Los dos años que duró esta revista, supervisada remotamente por Goethe, marcan el clímax de la etapa del primer romanticismo. A través de ellas iba a difundir Schlegel sus primeros escritos de juventud. En el verano de 1798 se produce en Dresde el primer encuentro de los componentes de la Frhüromantik (Fichte, Schelling, Carolina, Dorothea, Novalis, Steffens y ambos Schlegel), con el propósito de intervenir activamente en la cultura alemana. Más tarde Ludwid Tieck rememoraría estos años como uno de los más brillantes de su vida, señalando que aquella congregación de espíritus “creaban casi sin interrupción una fiesta de agudezas, buen humor y filosofía”. En 1798 Dorothea Veit se separa de su marido y se va a vivir con Friedrich a Jena. En 1799 publica su novela «Lucinda», manifiesto del amor romántico, sensual y místico, que se propone como una insurrección ante las convenciones sociales. La muerte de Novalis el 25 de marzo 1801 deja a Friedrich en un estado de orfandad intelectual y supone el inicio de la dispersión del círculo de Jena. Novalis representaba para Schlegel el ejemplo de un espíritu donde se había compenetrado íntimamente poesía y filosofía. La congenialidad con Novalis había llegado hasta tal punto que en uno de los fragmentos Schlegel había podido afirmar: “Lo que tú has pensado, lo pienso yo; lo que yo pienso, lo pensará tú, o lo has pensado ya”. En 1802 viaja a París, donde se reencuentra con Wilhelm von Humboldt. Comienza en esta época su estudio de las lenguas orientales y de la literatura medieval, a la vez que publica el drama “Alarcos”. En 1804 se instala en Colonia para trabajar como docente y se casa finalmente con Dorothea Veit, culminando así una relación que se había hecho íntima desde que ésta se hubiera separado de su marido. Fruto de sus estudios del sanscrito es la publicación de la obra “Sobre la lengua y la sabiduría de los indios”, convirtiéndose en el primer escritor que vierte textos sánscritos a la lengua alemana. Amparándose en la relación que William Jones había descubierto entre el sánscrito y algunas lenguas europeas antiguas y modernas (griego, persa, etc), Schlegel señala a la India como cuna de la cultura europea y la toma como modelo de la búsqueda del infinito que caracterizó el espíritu romántico. Ya en su obra publicada en 1800, “dialogo sobre la poesía”, había proclamado que era en Oriente donde había que buscar el romanticismo supremo. Schlegel fue uno de los primeros escritores en mencionar a los arios como un pueblo que emigró de la India a Europa y que extendió su cultura superior por una amplia franja del viejo mundo. Estas ideas que había esbozado sobre una cultura indogermánica iban a servir para sustentar el mito de una raza aria, noble y superior, que podía ser emparentada con el pueblo germánico. 1808 es también el año en que Friedrich y Dorothea se convierten al catolicismo y se instalan en Viena, donde entra a trabajar como secretario de la corte, iniciando así un sesgo reaccionario en su orientación política, que se extendió también a su obra. A juicio de Rüdiger Safranski, la colaboración de Schlegel con la Santa Alianza ayudó a imprimir en una parte del público “la imagen poética de un romanticismo beato, fijado en la edad media, propenso a la fe católica y al germanismo”, viniendo a desmentir aquella primera etapa romántica más experimental y revolucionaria. Como consejero áulico llegó a desempeñar cargos en la Comisión de Defensa, acompañando al archiduque Carlos en las batallas de Aspern y Walgram. En 1812 colabora como informador político en el Congreso de Viena bajo el auspicio de Metternich. Su dedicación acabará siendo premiada cuando éste le nombra legado imperial austriaco en el Deutscher Bundestag, en Francfort; allí realizará labores de propaganda imperialista hasta 1818. En 1820 publica, en la revista Concordia (fundada por él y que durará hasta 1823) sus últimos trabajos sobre filosofía y estética. En 1827, tras romper relaciones con su hermano, se traslada a Dresde, donde muere un año más tarde.

Se deja aquí una selección de los “fragmentos del Lyceum” (1797) y de sus “Ideas” (1800) publicadas en la revista Athenäum. La traducción al español se le debe a Diego Sánchez Meca y a Anabel Rábade Obradó.

En estos fragmentos se ensalza la labor de la poesía y de la filosofía como instrumentos de formación humana para lograr el progreso en el arte y la ciencia, teniendo como ideal la fusión de ambas. Para lograr esta fusión, la filosofía debe volverse poética y la poesía ha de hacerse filosófica. Pero tal tarea no puede ser culminada sin el concurso de la religión, entendida como la búsqueda de lo divino en el hombre y en la naturaleza. Sin esta idea de lo divino, que es para Schlegel la idea de todas las ideas, no puede alcanzarse ni la cima del arte ni la profundidad de la ciencia. Lo divino, que puede verse en todas partes, en ninguna parte se expresa mejor que en el seno de la propia humanidad, si esta humanidad está representada por “un hombre lleno de sentido”. La humanidad logra cultivarse al modo divino cuando, cultivando la poesía, pone sus pensamientos en concordia con la idea de lo divino que ya lleva en su seno. Se trata sólo, pues, de dar expresión a su propia naturaleza después de haber tomado conciencia de ella. A la vez que la poesía nos engarza con la plenitud de la cultura humana, la filosofía nos permite llegar al fondo de esa humanidad. La humanidad ya contiene el infinito del mundo cuando alcanza su estado de plenitud y profundidad. Pero es la religión la que nos permite relacionarnos con lo infinito, ya que el hombre de religión, en sentido originario, es el que aspira a dar a lo finito la forma de lo eterno. No religión en sentido positivo, sino una religión natural producto de la fantasía humana, a la que nos aproximamos por medio del entusiasmo. La necesidad de encontrar una nueva religión por parte de los románticos descansaba en la idea de que la Religión, al igual que el arte y la ciencia, no puede ser algo estático y sentado canónicamente de una vez por todas, pues también está sometida al mismo proceso progresivo que hace evolucionar a la poesía y a la filosofía. Por este motivo, la religión va a presentarse en la historia siempre transformándose y adquiriendo nuevas formas. La conciencia por parte de los románticos de que la humanidad está sometida a un proceso de progresión sin fin del que se desprenden nuevas formas de expresión en sus diversas dimensiones, de acuerdo con las distintas etapas históricas por las que tiene que pasar, llevó a proponer una nueva mitología que estuviera en consonancia con las exigencias de los nuevos tiempos. En este proyecto utópico donde vuelven a converger poesía, filosofía y religión. Para el Schlegel de los fragmentos y las ideas, el centro de la poesía se halla en la Mitología y en los Misterios de los antiguos. Pero a la nueva cultura le faltaba ese centro al que los griegos habían accedido por medio de la formación natural recibida en intimidad con el mundo sensible. En el diálogo con la poesía, formula la idea de que la nueva mitología que necesita el genio de la época “debe llegar a formarse en la profundidad más honda del espíritu”. Y Schlegel detecta la profundad del espíritu de su época en el nuevo idealismo alemán en ciernes. El será el encargado de surtir una nueva mitología de la razón, una mitología que ha de recorrer el camino inverso que tuvo que salvar la mitología griega, es decir, partiendo de su propio espíritu ha de sacar a la realidad formas ideales que reflejen su mundo interior y su subjetividad. Una mitología que como escribe Schlegel en los fragmentos, sacie el sentimiento de la vida con la idea de lo infinito. Pero la armonización entre lo ideal y lo real sólo lo puede llevar a cabo la poesía. Es de importancia para esta armonización un concepto que toma prestado de Novalis: la mediación. El mediador es aquel que percibe en sí mismo lo divino, se aniquila y renuncia a sí mismo para poder proclamar o comunicar lo divino a todos los hombres. La figura del mediador aparece encarnada en el artista, que representa en sí mismo una obra de la naturaleza a través de toda su persona, ya sea costumbres o actos, palabras u obras. Es en el artista donde la humanidad se convierte en un individuo pleno, digno ejemplar de la especie, que hace de puente entre el mundo pasado y el por venir; órgano superior del alma en cuya sede resplandece preeminentemente lo divino del hombre y hace que fructifique la humanidad interior, que anuncia ya el progreso en el que más tarde se desplegará la historia humana.

FRAGMENTOS DEL LYCEUM (1797)

Se llama artistas a muchos que, en realidad, son obras de arte de la naturaleza.

El genio no es, ciertamente, cosa de la voluntad (willkür), pero sí lo es de la libertad, al igual que el ingenio, el amor y la fe, que en su momento han de llegar a ser artes y ciencias. Debe exigirse genio de todo el mundo, pero sin esperarlo. Un kantiano llamaría a esto el imperativo categórico de la genialidad

Un texto clásico nunca debe poderse comprender totalmente. Pero aquellos que son cultos y que se cultivan deben siempre querer aprender cada vez más de él.

Al igual que un niño es en realidad algo que quiere llegar a ser un hombre, así también el poema es sólo una cosa natural que quiere llegar a ser una obra de arte.

La filosofía es la auténtica patria de la ironía, la cual podríamos definir como belleza lógica: pues dondequiera que se filosofa en diálogos orales y escritos, y en general de manera no totalmente sistemática, se debe ofrecer y exigir ironía; e incluso los estoicos consideraron la urbanidad una virtud. Sin duda hay también una ironía retórica, que usada con moderación produce excelentes efectos, especialmente en la polémica; mas comparada con la sublime urbanidad de la musa socrática es como una pompa del discurso retórico más brillante comparada con una tragedia antigua de estilo elevado. Únicamente la poesía puede alzarse también desde este aspecto hasta la altura de la filosofía, y no se apoya, como la retórica, en retazos irónicos. Hay poemas antiguos y modernos que, en su totalidad, exhalan por doquier universalmente el divino hálito de la ironía. Vive en ellos una verdadera bufonería transcendental. En su interior, la disposición de ánimo que todo lo abarca y que se eleva infinitamente por encima de todo lo condicionado, incluso sobre el arte, la virtud o la genialidad propios en el exterior, la manera mímica al actuar de un buen actor bufo italiano tradicional. (más…)

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