Mes: mayo 2017

Estopines y microcuentos

Estopines y microcuentos

 

Casi nadie sabe lo que es un estopín. Pues es como un fulminante, pero a lo bestia. Creo que bastante gente sabrá qué es un fulminante, otros no. Un fulminante es un accesorio que se usa para iniciar un proceso explosivo, como la acción de una bomba, un disparo de rifle o pistola, o un cañonazo. El fulminante de los cañones se llama estopín.

En sí los estopines son como un pequeño petardo que explota por percusión. Si no está colocado en un cañón dispuesto para disparar es casi inofensivo. A nadie se le ocurriría hacer una guerra sólo con estopines. Pero hay que reconocer que como los “cebadores” o iniciadores de las bombas, tienen un papel importante. Sin estopín no habría cañonazo. Otro tema es si lo que interesa es que se dispare el cañón o hacer un poco de ruido.

Todo esto fue una ocurrencia atribuible a que yo hice la mili en artillería, disparé 262 cañonazos, es decir usé 262 estopines. Y también en que, una noche, cuando me acosté empecé a pensar en la tontería de los microcuentos. Los microcuentos son despreciables, como los estopines. Espero que no haya una sociedad de amigos de los estopines que se tome esto a mal. Los estopines son despreciables para hacer la guerra, aunque su colaboración en el crimen sea necesaria, si hay cañones por medio. Ya sé que hay una sociedad de amigos de los microcuentos, por lo que no diré nada de su despreciabilidad para hacer literatura: Es una sociedad poderosa, con poderosos socios y mi opinión podría hacer que nunca me dieran el Premio Nacional de Literatura, suponiendo que alguna vez me diera por escribir literatura… en fin, y lo peor, es que hay intereses económicos por medio. Mejor callar.

Volviendo a mi historia: O sea, que los microcuentos y los estopines cumplen una función si se desea disparar un cañón o la imaginación del inadvertido lector. Pero si ese no es el fin, y el lector o el cañón no están cargados lo más que hacen es un ruido como el de un petardo. Se me nota que esa noche no estaba a favor de los microcuentos. Y alguno pensará que es porque me siento incapaz de escribir uno, y que por eso he escrito todo lo anterior. Alguno pensará que más bien que “sentirme” es que soy realmente incapaz de escribir algo en menos de 10 o 12 páginas.

Pues para demostrar lo falso de esa apreciación voy a escribir un microcuento:

Como un guía profesional que, ante la belleza más asombrosa, repite su excelencia con una cantinela monótona mientras su pensamiento está ausente…

Ya está. ¿Qué parece? ¿Parece un microcuento?

Es que no me atrevo a repetir algún microescrito de autor conocido, no me atrevo aunque no sea famoso, porque seguro que lo hizo con ilusión y lo publicó pensando que era literatura de la buena… ¡y a lo mejor lo es! pero aquella noche yo no lo apreciaba, y de aquellas ensoñaciones vienen estas opiniones. Y, además: ¿Por qué iba a quitarle la ilusión a un escritor con lo caras que están las ilusiones de los escribientes?

Pues el párrafo que he escrito antes puede valer para mis fines, como si fuera un microcuento.

Como Sócrates con la cabeza cubierta, diré que lo leído suscita mis emociones, y excita mis recuerdos. Puedo revivir aquel momento en el que me di cuenta de que nuestra relación había acabado, y que seguíamos juntos por rutina. Tu me hablabas como el guía del microcuento.

Ahora me pongo a recordar y, como todo el mundo, encuentro en mi vida un amor romántico no correspondido. Y me acuerdo de un nombre: Beatriz. Y, si estoy un poco deprimido, revivo el sabor amargo de la decepción, agudo y presente. Aunque el recuerdo sea muy viejo, de la primera juventud o de la adolescencia, veo de nuevo aquella mirada perdida, las respuestas vagas y la indiferencia ante mi pasión, esa actitud que me lleva a romper, por orgullo, sin darme cuenta de que es mejor la vida de un esclavo enamorado que la de un liberto solitario, o unido por lo razonable a alguien que nunca podrá aspirar a ser una “fiametta”. Una llamita en lo físico un incendio devastador en el alma.

Todo podría haber pasado frente al “campanile” florentino en vez de en el rincón oscuro de un bar, o en una esquina cualquiera, ella no estaba allí. Sus ojos no se hundían en los míos, no saltaban entre los rincones de mi cara buscando los rasgos conocidos; perdidos en el infinito inmediato desmentían el significado de sus palabras: “Sí… es verdad que te quiero…” Cuando yo ya sabía pero no quería admitir que todo…

Si suponemos que Sócrates es un personaje distinto de mí, resulta que todo lo que ha deducido de la lectura de esa frase inconexa, que hemos llamado microcuento, no es mérito mío, que la escribí, sino de los recuerdos de Sócrates y de su habilidad, grande o pequeña, para ponerlos sobre el papel o, simplemente para resufrirlos. El lector es el que pone todo. Podría argumentarse que hay frases más afortunadas que otras, que evocan más. Incluso que lo hacen con una fuerza terrible… yo no he visto ninguna pero debo admitir que hay estopines mejores que otros.

Ahora descubro mi cabeza, dice Sócrates.

La verdad es que yo no, pero un escritor de verdad casi podría escribir una historia, basándose en la frasecita, si la explosión del estopín le hallara de un humor apropiado. Realmente muchas historias se escriben a partir de un título o de una frase imaginada. Pero es mérito del que escribe explotar las sugerencias. En el pretendido microcuento no me transmite nada del personaje, ni del autor. Es el lector el que pone todo, entonces, si la literatura es el arte de transmitir por escrito, de un modo u otro, los pensamientos-sentimientos del escritor al lector y el plural no es irrelevante, una frase inconexa, o tres frases aisladas de un contexto extenso, eso no es literatura, eso son estopines.

En cambio una buena novela, una de esas que, cuando llegas a la página mil, lloras porque te queda poco para terminar su lectura, esas si que suponen una transmisión de sentimientos, pensamientos, posturas vitales… esas enseñan el punto de vista del genio, enseñan: nos indican una faceta de la realidad, nos ayudan a descubrir nuestro propio punto de vista, ese relámpago de comprensión de la vida que, como una visión fugaz del mundo, nos deja la esperanza de comprenderlo.

La polémica está servida. ¿Es que el Sócrates lúcido e independiente está contra Gracián?

 

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