Mitos

Oriente y Occidente

Podría decirse que en la actividad terrena, económica y social está triunfando el modelo occidental, bienes de consumo, productividad industrial; incluso en lo moral: derechos humanos, tendencia al trabajo justamente remunerado, estado del bienestar, etc. esto puede resumirse en la palabra materialismo, aunque deban añadirse las connotaciones que se desee. Ahora bien, hay movimientos sociales que indican que el logro de los bienes materiales no conduce a la «satisfacción interior» del hombre y hay una reactivación de la conciencia espiritual religiosa que, desconfiando del judeo-cristianismo de las iglesias establecidas, busca en otros ámbitos ese camino de consuelo: teodicea y soteriología.

En occidente, Dios persona e individuo persona «enfrentados». Lo importante son las personas. Pero en toda la historia de la civilización occidental no se ha podido describir a Dios. No se sabe qué es ni cómo es. Tampoco nadie ha podido describir de modo razonable qué y cómo es lo que hay tras la muerte. El hombre sólo puede «creer». En unas cosas o en otras: hacer un esfuerzo y creer. Y, en la creencia, se imagina un Dios y sus actos y un alma inmortal, y se imagina también la relación que habrá entre Dios y el alma tras la muerte.

De vez en cuando, en la historia del pensamiento surgen conceptos o intuiciones que alteran los paraísos artificiales: intuiciones como la de infinito: Dios es infinito, y según Spinoza debe contener todo lo finito. Agotada la vida que puede que no sea más que un estado de conciencia limitada, cuando[1] se haya reintegrado el polvo al polvo, ese alma inmortal no será más que «nada incluido en el infinito». ¿Se parece esta descripción al «dejar de ser» oriental? Y, tras el «breve lapso» ¿Qué diferencia hay entre criatura y Creador? Lo mismo puede decirse de la intuición de Nicolás de Cusa acerca de la coincidencia de los opuestos: en el infinito sin límites, incompresible desde lo finito, bueno y malo deben estar incluidos. Ambos son partes de Dios: ¿Herejía?

Da vértigo asomarse a esas profundidades desde una creencia occidental: el dios imaginado y el alma imaginada son mitos. Símbolos que expresan lo que no se puede definir. Pero decir esto no es políticamente correcto. En Oriente las capacidades del hombre no son mayores que en occidente pero tanto el hinduismo como el budismo han admitido dos opuestos que se confunden: Dios no es pensable, no lo pensemos, dejemos a Îswara tranquilo dónde está.

Los mitos son símbolos que intentan llevarnos a dónde la palabra no llega (¿Puede el Logos no llegar? ¿Qué vamos a hacer con Wittgenstein?). Es verdad que algunos son falsos, si es que los símbolos pueden ser falsos, porque la interpretación del símbolo, su multiplicidad infinita de significados, negaría la falsedad absoluta; falsa sería esta o aquella interpretación, pero tampoco podemos señalarla puesto que estamos limitados por el lenguaje y el mito nos lleva más allá. Desconcertante; por eso cree occidente que no tiene mitos. Por eso la creencia smithsoniana de la civilización occidental como final y cumbre de todo desarrollo humano, que perdura aunque sea parcialmente, no es un mito. ¿O sí?

Si no puedo saber cual es la manzana podrida no debo tirar todo el cesto. Un buen modo de practicar la «epojé» es conservarlo todo: oriente admite todos los mitos, y la magia, y el chamanismo, y cualquier idea y cualquier Dios. Oriente practica un escepticismo positivo, no suspende el juicio sino su resultado práctico, actúa como si todos los mitos fueran verdaderos, los muestra, y cada uno puede escoger el que le parezca valioso.



[1] Kant.- KpV A289.- «… habiendo de reintegrar a los planetas (un simple punto en el cosmos) esa materia que durante un breve lapso (no se sabe cómo) fue dotada con energía vital.»

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