Cuerpos

 Cuerpos, sólo cuerpos

En Cambrils, sería Abril, un día de viento y sol, vi en el espigón del puerto el cuerpo de un hombre paralítico, en una silla de ruedas, mirando al mar. He pensado que, en su caso, a mí también me gustaría que me dejaran así.

En Palermo, los capuchinos descubrieron hace un par de siglos un procedimiento de momificación que describen minuciosamente al visitante curioso: el cadáver se deja en una habitación oscura y seca, colgado de algún modo que no he querido investigar, hasta que «suda» y deja de sudar. A continuación se pone al sol en la terraza del convento y se le va cambiando de posición hasta que se considera convenientemente «seco», momento en que se devuelve a la familia, que lo viste a su gusto y lo deja «residiendo» en las catacumbas del convento. Supongo que todo previo pago, o mejor, donación de algún dinero; no poco, porque sólo los ricos disfrutaban del privilegio de visitar los cuerpos de sus antepasados, cambiarles de ropa y estar unas horas en su compañía, por ejemplo en su cumpleaños. Las catacumbas se pueden visitar aún hoy y su último inquilino es una niña de dos años que se unió hacia 1920 a la comunidad que recibe al turista. Cuerpos al fin, sólo cuerpos.

En Espalmador, Formentera, hay unos baños de barro amarillento verdoso. Además sólo hay arenal, mar y toneladas de curiosos residuos vegetales de origen incierto, que se tejen para tomar el aspecto de un roquedal amenazador cuando en realidad son un blando colchón sobre el que se puede caminar descalzo. Pues en esos baños, los turistas, los que están dando una vuelta, porque en semejante paraíso lo único que puede hacerse es «pasar», «hacer un tour», untan sus cuerpos y luego caminan desnudos por la playa, con el aspecto de auténticos alienígenas verdes, hasta que se cansan y riendo se enjuagan en el mar. Cuerpos, en ese momento, sólo cuerpos. Por lo menos sólo se ven cuerpos, unos atractivos, otros ignorables.

Luego está esa presencia física con la que nos identificamos, que vemos evolucionar sin tener demasiada conciencia de ello, hasta que un día nos preguntamos si lo que vemos en el espejo somos nosotros o tal vez sólo un cuerpo.

Sin duda nacemos cuerpo, digamos casi puro. Crecemos y se nos van añadiendo historias: al principio «nos pasan», no tenemos la voluntad de que nos ocurran. Nos perdemos en un supermercado o nos llevan de veraneo. Todas estas historias y otras muchas más que aprendemos, porque de algún modo sabemos que les han ocurrido a otros, forman un tejido inmaterial que nos hace ser personas. De hecho, si nuestros cuerpos no son tratados por los capuchinos, tras un tiempo, lo único que queda de nosotros en este mundo son las pequeñas historias que se van olvidando poco a poco. O deprisa.

Y llega un momento en el que decidimos que somos nosotros los que tenemos que escoger la historia que queremos vivir y nos ponemos a maquinar los medios y los pasos para que todo sea como deseamos. Capricho inútil si sólo somos cuerpos efímeros. Pero en nuestro físico hay una influencia notable de los esfuerzos, llamémoslos morales, que realizamos. Como si esos gestos que se hacen con la faz corpórea al realizar un trabajo: sacar la lengua, fruncir el ceño, apretar los dientes, tuvieran un paralelo en lo que he llamado antes, impropiamente, moral, y su repetición no sólo marcara el alma sino también el gesto. Dicen que en la madurez cada uno tiene el rostro que se merece. Cuerpo al fin, parte del cuerpo.

Pero he caído en la trampa de considerar cuerpos solamente a los humanos, cuando, en realidad son los menos numerosos y, tal vez, los menos importantes aunque su cercanía nos los haga parecer los mayores. Porque: ¿Qué es un cuerpo humano comparado en tamaño con un planeta? Y, en duración: ¿No tiene más vida y más historia la más humilde de las piedras?

Cuerpos celestes extraordinarios, manifestaciones de una inteligencia tan superior como para inventar la casualidad que produjera su existencia.

Entonces: ¿Qué es lo que nos diferencia? A lo mejor es que las historias que nos conforman producen en nosotros sentimientos. Y… ¿Sienten los planetas?

Hace unos días argumentaba con una amiga acerca de los géneros gramaticales y la animación: parece ser que el neutro se aplicaba, antes del indoeuropeo, a lo inanimado, mientras masculino y femenino se usaba para lo capaz de moverse. Pero ¿Qué es moverse?: Podemos llamar movimiento sólo al nuestro, convulso, fugaz, efímero; Las piedras, las estrellas y otras muchas cosas tienen otro ritmo, y también se mueven, cambian, aunque en el suspiro que es nuestra vida, la ceguera del relámpago o la falta de tiempo para fijarnos, nos impidan saberlo.

Todo lo material es mucho más uniforme que los mapas genéticos, somos sólo cuerpos. Una luz brilla en la oscuridad, sin embargo: La única sentencia reconocida de Leucipo de Mileto, que es el que más supo de cuerpos hace ya unos 2500 años dice: «Nada sucede por azar, sino todo por una razón y por obra de la necesidad.» Si los cuerpos fueran absolutamente inútiles no habría ni cuerpos.

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