Ahwaí Ratman

   

Ahwahí Rathman

Esta es una de esas historias de familia que ahora que uno empieza a ser mayor no acaba de creer pero que seguramente tienen algo de verdad, y en esa verdad medio mentira se basa la importancia que los mayores dan a la familia. Claro que mentir bien es una de las mejores habilidades… a lo mejor la historia es totalmente mentira y mi abuela una mentirosa mejor de lo que se puede pensar.

Repite que no hay nada más importante que la familia y los tesoros que posee. Claro que mi familia no posee ningún tesoro material, pero, como en todas las familias, una inmensa fortuna estuvo alguna vez en sus manos. No se muy bien por qué dan  importancia a la creencia de que un lejano antepasado fuera rico. Debe ser porque eso añade categoría al presente: – «Ya ves, ahora no tengo zapatos, pero si no hubiera sido por la mala fortuna seguramente me estarías viendo sentado en un elefante adornado con cadenas de oro, yendo a cazar al tigre que mató al vecino…»

La fortuna llegó a mi familia en forma de rubí. Aunque antes ya habían mostrado los dioses menores su favor, pues mi bisabuela fue la más bella mujer conocida de la más favorecida de todas las aldeas de la provincia, y eso que nuestra aldea no tiene más favor en la historia que haber sido la base de un pequeño destacamento británico, en aquellos tiempos, dicen que felices, en los que no había otra ocupación más importante que ver salir y entrar a los diez o doce soldados, con su sargento, a caballo, al frente, ni otra preocupación que mirar al cielo esperando la lluvia.

Y no sólo era bella, aunque no estoy muy seguro de que fuera mi bisabuela… Decía que no sólo era bella sino además un pozo de sabiduría, que ella repartía en forma de historias que contaba sentada en la puerta de su choza, dicen que primero a los niños y luego a los mayores, especialmente a los hombres, que no sabían qué admirar más, si su sabiduría o su belleza. Tanta era su fama que el maharajá quiso conocerla, y tan entretenidas y sabias fueron las historias que le contó en su palacio que el maharajá estuvo toda una noche oyéndola, tan absorto que no se dio cuenta de que el tiempo pasaba, es decir, que le hizo feliz, porque eso de olvidar el paso del tiempo es una muestra de felicidad segura, y casi tuvo que dejarla con la palabra en la boca para irse a cazar al tigre que mató al vecino, subido en su elefante adornado con cadenas de oro, no sin antes regalarle a mi bisabuela un rubí grande como un puño.

Yo creo que en el tamaño del rubí mi abuela exagera un poco. En lo de la belleza y la habilidad para contar cuentos no. Digo esto del rubí por lo que diré más tarde, porque tampoco hacía falta que fuera como un puño, incluso hubiera sido un inconveniente…

Claro que un rubí tan valioso podía tentar a los ladrones, por lo que mi bisabuela… o tal vez fuera mi tatarabuela… esperó que pasara el destacamento de los soldados británicos cerca de la casa del maharajá, para seguirlos de cerca en su vuelta a nuestra aldea.

No he dicho como era mi bisa o tata o lo que fuera. Es una leyenda en la familia que su piel era del color de la arena cerca de la desembocadura del río y tan suave como la de los recién nacidos. Sus ojos eran negros, tan brillantes que  parecían emitir luz. Tenía los labios rojos, de un rojo apagado que hacía juego con el color de su piel. No era muy alta, pero si una de las más altas de la aldea, ni delgada ni lo contrario, pero flexible como un junco o un bambú joven. Y reía. Reía siempre. Y las historias que contaba siempre hacían sonreír, sobre todo porque nadie esperaba los finales que les daba. Menos cuando contaba cosas terribles, como el modo en que el tigre se comió al vecino, y mató al elefante del maharajá, que sólo se salvó porque el sargento Gordon, el jefe del destacamento en aquellos tiempos, estaba cerca y le disparó con su rifle. Aunque nunca se supo si le hirió o sólo le asustó… pero yo no creo que un tigre tan fiero se asustara de un disparo… el caso es que se fue lejos del sargento, porque todos los vecinos que dicen que se ha comido desde entonces son de aldeas lejanas, de las que casi no sabemos otras cosas. O sea, que debió herirle y se fue a curarse en lo profundo de la selva… creo yo.

Y pasó el tiempo sin que en maharajá volviera a llamar a mi… lo que fuera, y todos los días parecían iguales a otros días, supongo que el maharajá seguiría cazando tigres, estos comiéndose a los vecinos, y el sargento Gordon o el que fuera sacando a sus soldados a dar paseos entre las aldeas, mas que nada para que se supiera que estaban allí, aunque fuera sin hacer nada. Pero dicen las historias de la familia que algo había cambiado. La verdad es que hace tanto tiempo que pasó todo eso que nadie recuerda quienes vivían en nuestra choza, ni siquiera cuantos eran, o si alguien lo recuerda no lo dice… y la verdad creo que a nadie le importa porque tampoco lo pregunta nadie en esas noches que alguna rara vez, que no hace demasiado calor y que el viento norte se lleva a los mosquitos, mi abuela real, esa que vive ahora con los dieciséis más que somos en la choza, se pone en el papel de aquella que nos hizo ricos y nos cuenta historias; pero no es verdad: en cuanto ha hablado un poco y haya empezado como lo haya hecho siempre cuenta la misma, con la que quiere enseñarnos que hay cosas más importantes que ser rico, y cuando dice eso me mira a mí…

Pues el caso es que los días no eran iguales aunque lo parecieran porque todos los habitantes de nuestra choza estaban muy preocupados por que alguien robara el rubí y en vez de gozar de la lluvia caliente y de las historias contadas a la luz de la hoguera, sólo pensaban dónde sería mejor esconderlo… y, por los sitios que mi abuela real dice que encontraban debía haber disminuido de tamaño, por eso y por lo que pasó después.

Así que mi tatarabuela o lo que fuera, empezó a sentirse disgustada con todos ellos, que ni habían contado una sola historia para ganarse la riqueza. Y lo pongo aquí o lo mudo allá, siempre de noche, siempre en voz baja, desconfiando de los vecinos, que seguramente no eran ladrones sino sólo posible alimento de los tigres… Y además de sentirse disgustada fue y tuvo dos criaturas. La niña nació primero y era una belleza. No se como mi abuela real puede decir eso porque todos los recién nacidos que he visto me recuerdan más a las cabras recién paridas que a una belleza. Pues fuera como fuera, a las historias de familia hay que perdonarles los errores, y este de la belleza es menor que el del tamaño del rubí. Dicen que cuando fue mayor si que era la más bella de la aldea, era un poco más morena que su madre, y más alta, y se la notaba un algo especial que mi abuela no sabe bien como explicar, pero que la hacía parecer una princesa, y así la llamaban: maharajaní.

Luego nació el niño producto de otro error de Brahma y objeto de pelea entre dioses menores, que le favorecían o le perjudicaban según el momento, y no le hicieron gran favor en el momento de nacer pues fue del color cremoso de la leche de cabra, y los ojos pálidos y desvaídos, aunque luego fueron azules como el cielo de la primavera. Sabemos tanto de cómo era porque todo el pueblo se lo tomó como una maldición y la descripción de semejante criatura, que talmente perecía un inglés, se ha transmitido de boca en boca desde los remotos tiempos de mi bisa o tata, porque nunca ha habido otro fenómeno igual. Y si creció algunos meses sano, llegó un momento en que dejó de medrar, como los novillos que no dejan con su madre, y empezó a adelgazar, y se quedó más pequeño que cuando nació, es decir, que en aquella época en mi familia muchas cosas mermaban, como el rubí, y mi tata-bisa, que dice la leyenda que también empequeñecía; mi abuela supone que de la preocupación de que el Fenómeno fuera como un tubo, como si le hubiera picado un mosquito de los malos… y ningún remedio lo aliviaba. Todo esto en tres o cuatro días, y el chamán de la aldea no quiso verlo, porque decía que era una maldición de algún dios y que no quería verse envuelto en semejante asunto. Así que mi tata-bisa, ya he dado con una forma de llamarla para que me entiendan, bueno, pues ella cogió al Fenómeno y se lo llevó a la aldea más cercana, que era con la que peor se llevaban todos, en la que había una chamana que especialmente no podía ver a nuestro chamán, y, aunque no fuera más que por llevarle la contraria cogió al Fenómeno, le volteó, le olió por todas partes y determinó en secreto que se había abierto un agujero de arriba abajo en su cuerpecillo y que la única salvación era taponarlo con un rubí del tamaño de un puño.

Cuando la historia llega a este punto suele hacerse un silencio, porque todo el mundo se pone en el lugar de mi tata-bisa, y los hombres piensan que es mejor la riqueza de una familia entera que la vida de un  maldito por los dioses. Y las mujeres piensan que le puede pasar a cualquiera de sus hijos y empiezan a cavilar acerca del modo en que podrían hacerse con un rubí del tamaño de un puño. Mis amigos y yo, durante los breves segundos que dura la atención al tema de la historia, antes de volver a estudiar los gestos de mi abuela y las caras de los mayores, que es lo realmente divertido de las historias cerca de la hoguera, pensamos en lo absurdo que es tapar un tubo con un rubí cuando con un poco de caca de vaca seca sería hasta más fácil… claro que son cosas de la magia que no entendemos.

Mi tata-bisa volvió a la aldea, sin decir nada a nadie, buscó el rubí y, siguiendo al pie de la letra las complicadas instrucciones de la chamana, lo puso en la garganta del Fenómeno y empujando con un dedo se lo hizo tragar. Y la pobre criatura no pudo quejarse ni nada  de lo débil que estaba, que ya toda la aldea le había dado por muerto.

Esta parte de la historia es muy emocionante. Cuando mi abuela, con el dedo doblado como un gancho hace el ademán de hacer tragar al , se oyen murmullos entre los mayores. Y esto aunque saben la historia, que es la misma que la de la semana pasada, que la del verano pasado. Y debe ser el dolor de ver la fortuna inmensa de una familia perderse para siempre, o el de que te obliguen a tragar algo con el dedo así, a la fuerza, y tu tan débil que no puedes ni echarlo fuera, ni quejarte. Claro que muchos se ofrecerían voluntarios para tragarse un rubí como un puño si luego pudieran quedárselo.

También puede ser porque alguno de los oyentes cree que ha conocido al Fenómeno convertido en teniente del ejército británico, porque dicen que una vez pasó por la aldea, no hace tanto, un teniente alto, blanco y con los ojos azules que miraba todo como si lo hubiera conocido antes, aunque no dijo una sola palabra, tal vez porque un tapón en la garganta no le dejaba salir el aire. Yo no creo que el teniente fuera él, más que nada porque debía ser un general viejo en vez de un teniente joven, pero para los que lo creen, el momento en el que se tragó el rubí fue como el principio de la historia de la aldea, y se sienten testigos de algo importante, porque una cosa que da para repetir tantas veces la misma charla, es importante. Y, al mismo tiempo que son testigos de la ruina de mi familia pasan a formar parte de la historia del Imperio, que tampoco se, ni saben, muy bien que es.

Bueno, como tenía ganas de terminar esta noche, no he contado el final, pero todo el mundo sabe que el truco del tapón funcionó.

Después de un enorme alboroto que se produjo cuando los parientes se enteraron de que el rubí ya no estaba, se dedicaron a vigilar al Fenómeno, a ver si tal como había entrado salía, pero no salió. Durante tres días lloraron por la ruina que les había venido. Podría decirse que lloraban porque el Fenómeno no se había muerto, al revés de lo que debiera ser, creo yo. Y también creo que les vino un descanso inmenso, porque se acabaron los paseos nocturnos dentro y fuera de la choza para cambiar el tesoro de escondite, y también la zozobra de sentirse siempre amenazados por los ladrones. Porque riqueza, riqueza, la piedra no fue, aunque fuera como un puño no les privo de pasar algo de hambre ni de ir a buscar caca de vaca seca para la cocina.

Dice el cuento que él creció y se hizo un muchacho como yo. Su mayor afición fue siempre seguir a los soldados con su sargento al frente, y un día no volvió cuando lo hizo el destacamento. Tal vez se lo comió el tigre. Dice mi abuela que nadie le lloró, sólo se quedaron como pasmados, esperando, no se sabe muy bien por qué, que algún día volvería montado en un elefante adornado con cadenas de oro. Mi tata-bisa siempre estuvo convencida de que esto pasaría.

Mi abuela tiene razón, las cosas no dan la felicidad. Contarlas sí. Por eso cuento esta historia tan bonita. Cuando sea viejo quiero ser cuentacuentos, por eso me la he aprendido…

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4 respuestas a “ Ahwaí Ratman ”

  1. Pobrecito hablador dice:

    Ya te comenté en su momento que esta historia me recordaba a los cuentos de Ruyard Kipling. Me gusta este cuento porque tal, como dices en el cuento, intenta narrar una de esas historias que nos hacen felices y que nos hacen olvidar el paso del tiempo. Es un cuento sobre un objeto -el rubí-, y además es un objeto fantástico. Creo que el cuento se puede mejorar teniendo en cuenta este detalle e indagando en otros cuentos célebres que tengan como tema un objeto.

    Me gusta también que se trata de un rubí que recibe como pago la bisabuela a cambio de una historia. El rubí que surge de una historia no puede dejar de ser un rubí fabuloso.
    Se cuenta una historia que viene casi de la noche de los tiempos, tiene algo de historia mítica y también se emparenta esta historia con la vida de quien ahora la cuenta. Es una historia que debe servir para que el protagonista pueda encontrar su identidad. Es por tanto una historia iniciatica en la que el protagonista debe llegar a saber algo más de sí mismo a través de la historia que cuenta.

    Así que el planteamiento y la manera en que está contada la historia me gusta mucho, pero luego esto no lo veo reflejado en el desenlace. Hay algo que o no me queda claro o me deja insatisfecho. Me parece aquí importante encontrar la precisión en las frases para que nada quede oscuro.

    Pero que quede claro que me ha gustado, por eso creo que vale la pena corregirlo. ¿Pero hay algo que no haya que estar corrigiendo continuamente. Ya lo decía Borges, lo importante no es publicar, pero uno acaba llevando las cosas a la imprenta para no tener que pasarse toda la vida acribillando los textos con tachaduras.

  2. Tupacalos dice:

    He hech algunas correcciones mínimas… que creo que aclaran algo, pero la verdad es que la historia, como todas las leyendas, es algo confusa. Me he quedado con una duda: ¿Alguien ha pensado en el o los padres del la maharajaní y del Fenómeno?

  3. Ushuaia dice:

    Es una historia entre Scherezade y los lanceros bengalíes pero no creo que se pierda en la noche de los tiempos como dice P.H., pues ya están ahí los ingleses, algo más modernos, oye. Yo pienso que aparte de contar historias, el rajá fue el padre de la niña guapa y el sargento Gordon fue el padre del que se tragó el rubí ¿o no? con lo cual la leyenda queda muy redonda. Y como el rubí obraría como talismán antitigres, el chico regresó convertido en teniente inglés. Una historia estupenda, si no es como la he imaginado, no me lo aclares, porque así me parece perfecta y la abuela, una mujer muy sabia.

  4. Tupacalos dice:

    ¡Siii! esa es la historia. Lo único que el tenienete no podía ser aquel «Fenómeno», lo cual añade una pista acerca de la imaginación que desplegaban todos los habtantes de la aldea en pasado, presente y futuro. Y todo en busca de la felicidad, aunque sea una pequeñita, como la que se nos da al creer que las cosas son tal como las pemsamos.

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