Ataraxia, finitud, verdad, yo, variedad y otras cosas

  

Ataraxia, finitud, verdad, yo, variedad y otras cosas

Conocí a Menecles «El Pirrónico» hace diez o doce años, un amante de la historia antigua me dijo que sus discípulos, porque tuvo que tenerlos, decían de él que «pasó su vida enseñando a los hombres el camino de la ataraxia». Y, en su epitafio está escrita esta sentencia suya: «Desde que nací, todo cuanto vi me parece equivalente«. La equivalencia de las cosas, el que todo valga lo mismo, que nos importe lo mismo, debe ser un estado de felicidad, una felicidad que no es como un río, que corre, sino como un estanque o un lago, es decir, pequeña o grande pero quieta, como si ya hubiera llegado. No se si eso es positivo o negativo, bueno o malo, pero sí tan atractivo que los que prueban el camino químico de la ataraxia, los que prueban las drogas, se vuelven adictos, y describen la sensación del estado anímico causado por la droga como «que todo te da igual»: Ataraxia perfecta.

Un misterio, otro, ese enlace entre lo que se siente y algunas sustancias puramente materiales. Porque la relación entre la disciplina física del budismo y el alcance de la vacuidad, la conciencia de que en el mundo -en este mundo- no hay nada interesante, es, seguramente, explicable por un equilibrio distinto de endorfinas. Los sentimientos y las sensaciones tienen una traducción bioquímica, realizan cambios en las segregaciones de todas las células capaces de excretar, pero creo que está primero el sentimiento y después la bioquímica.

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Hace ocho o diez años escribí la primera versión de «Cuerpos gloriosos», entonces pensaba que en la reencarnación tendríamos «un» aspecto y era discutible cual sería el más apropiado. Han tenido que pasar esos años y bastantes páginas de lectura para que me dé cuenta de que tendremos «todos» los aspectos. Es un poco como la respuesta a los saduceos: «¿Es que no sabéis, ignorantes, que en la otra vida seréis como ángeles?» (Mateo 16). Ángeles u hombres, pero atemporales. La historia tiene un fin, acabará el día que el más atrasado de los hombres haya adquirido la verdadera ataraxia: «Amor verdadero del infinito apoderado», escribí un día.

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No podemos pensar razonadamente fuera del tiempo y el espacio. Dice Kant, más o menos, que son condiciones subjetivas de la realidad. Pero para Kant la realidad es el fenómeno, lo que captamos. Es posible que dentro de muchos siglos Kant deje de tener razón y la verdad, el noumeno, pueda ser… No, no «pueda ser»: sea necesariamente conocido. El hombre será uno, se convertirá en uno, la anfibología perderá su sentido, lo múltiple y lo uno serán lo mismo. Y la razón, la de todos los sabios que hayan sido será inútil.

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Dijo Gorgias: la verdad no existe. Gorgias también cayó en la trampa del tiempo. En el tiempo no existe, no puede ser conocida, no puede ser comunicada. La verdad está en lo infinito y, mientras no se integre todo lo finito en la inmensa Naturaleza espinosiana, no existe. Misterio incomprensible el infinito. Sólo podemos sentir vértigo cuando especulamos en la pérdida de límites, cuando la esencia inmediata de nuestro ser, nuestro cuerpo, es la limitación. La finitud de Schelling… en el tiempo y el espacio. Ese expandirse instantáneo debe ser como un dolor. Me reconozco porque me palpo. Me reconozco porque me veo en el espejo y me encuentro como debería estar con relación al tiempo: más viejo que ayer. Y la comprobación de lo que me parece esperable me tranquiliza. Si de pronto no tuviera donde ir ni que sentir, ni que desear, porque no hay nada que no esté ya hecho, me desgarraría y en uno de los trozos estaría mi persona. Locura: no quiero dejar de ser finito, no quiero dejar de ser yo, aunque todo me dé igual.

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Variedad. Qué difícil es admitir la variedad cuando estamos seguros de tener la razón. Pero no hay razón cierta, como no hay verdad, si hay tiempo. No sabemos qué es lo bueno. Los juicios son opiniones. Hasta los axiomas. Parménides es discutible: Lo que es, es. Pero ¿No puede «no ser»? Nicolás de Cusa ya tropezó en esta piedra. No sabemos qué es lo malo: En virtud de un plan, cuyo conocimiento nos está vedado, ocurren cosas a nuestro alrededor que nos estremecen. Quisiéramos torcer el plan, que esas cosas que nos parecen «malas» no hubieran existido, ni existan, ni vayan a existir. E inventamos soluciones, planes para hacer un mundo mejor cuando ya estamos en el mejor de los mundos posibles. Y vuelve a aparecer la variedad. Puede que la variedad sea condición necesaria de la existencia de ese mundo «mejor» existente y planificado. A fin de cuentas todo lo «necesario» va a ocurrir, cualquiera que sea nuestra opinión al respecto. Pero, no caigamos aquí también en la trampa del tiempo cuando el plan está escrito fuera de él. Las cosas que pasan, todas, las mejores y las peores son contingentes, sin importancia. ¡Que claro y oportuno es el castellano!: Pasan.

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Hasta el último de los pobres, que va a perder su corporalidad al morir de hambre, tiene su yo. Los antepasados, muertos, vistos desde aquí, siguen teniendo su yo. Todos yoes finitos. En el interregno están en el valle de Josafat, que es nuestra memoria, esperando el final de los tiempos. Pero llegará. Y todos seremos uno, despojados de nuestro yo, para ser infinitos. No hay ataraxia, sólo el dolor de no ser. Desde aquí, mientras dure el tiempo hay una esperanza: ¿Para qué crearme si voy a ser aniquilado?. Si Dios es bueno y consecuente hará otro milagro inexplicable, hará que me integre en Él sin dejar de ser yo. Si es así no me importará el dolor de la ruptura.

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2 respuestas a “ Ataraxia, finitud, verdad, yo, variedad y otras cosas ”

  1. Nerea Ánima dice:

    Querido Tupacalos:
    Nunca entendí ese empeño por sobrevivir uno mismo siendo siempre el mismo, aunque habría que saber qué mismo de sí mismo. Porque yo a veces me canso a mi misma, otras me abandono de cansancio, y otras tantas me pierdo para ver si lo consigo.
    Sobre la contingencia vital, o la importancia de lo innecesario.
    Recibe un cordial saludo.

  2. Ana dice:

    Querido Tupacalos:
    Que bonitas tus palabras, un poco tristes quizá, pero no se puede hablar de verdad sin que resulte triste. Disculpado.
    Sólo una cosa… ¿porqué siempre acaba Dios, (no me refiero a tus escritos, sino a los que a él se refieren) asociado a unas virtudes supremas que con una invocación cariñosa sirven para remediar todos nuestros males?;-)

    Lo principal: mi enhorabuena por la bitacora, a todos.

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