LOS DIARIOS DE TOLSTOI V (EL EVANGELIO SEGÚN TOLSTOI)

En 1919 Bertrand Russell escribe a su amante lady Ottoline una carta en la que le refiere un hecho crucial en la vida de Wittgenstein. “Sucedió algo curioso. Estaba Wittgenstein de servicio [durante la primera guerra mundial] en la ciudad de Tarnow en Galitzia y se encontró por casualidad con una librería que, a pesar de su condición, parecía tener a la venta únicamente tarjetas postales. El entró en el establecimiento y se encontró con que el negocio sólo tenía a la venta un único libro. Y lo compró simplemente porque era el único libro que había. Lo ha leído y releído una y otra vez y desde entonces la ha llevado consigo siempre, incluso cuando en el fragor de la batalla, silbaban las balas”. Por aquella época, en 1914, Wittgenstein cree volverse loco, constantemente piensa en el suicidio y todo hierve violentamente dentro de él. Tal como escribiría en una carta a Russell desde el frente “algo cuece en el fondo de mi alma sin descanso como si se tratase del fondo de un géiser. Deseo de continuo que se produzca finalmente una erupción definitiva y pueda convertirme en otro hombre”. Por aquel año confiesa a su amigo Von Ficker que ese único libro con el que se había topado en una librería de Galitzia “lisa y llanamente me mantuvo con vida”. Se trataba de la “Concordia y traducción de los cuatros evangelios” que Tolstoi había realizado 20 años antes.

Pero las inquietudes religiosas de Tolstoi se habían comenzado a fraguar en la crisis de mediados de los años 70. A fuerza de pensar en el significado de la vida y de la muerte se aplica a buscar respuestas a las cuestiones que le atormentan y que no acaba de encontrarlas en los libros de filosofía. Sin embargo la posibilidad de que Tolstoi fuera a convertirse en creyente se encontraba muy lejos de su temperamento y así se lo confiesa a su tía Alexandra Andreyevna. “no creo en nada de lo que nos enseña la religión; y al mismo tiempo no sólo detesto y desprecio la falta de fe, sino que no veo la más mínima posibilidad de vivir sin fe, y menos aún de morir sin ella”. A pesar de esta falta de fe en los dogmas eclesiásticos, Tolstoi va a dedicar los últimos treinta años de su vida a la búsqueda de un sentido espiritual en sintonía con los grandes maestros religiosos, centrándose especialmente en Jesucristo. Para Tolstoi leer a Confucio, Lao-tse, y Buda es una manera de completar el evangelio. Al mismo tiempo comienza a fraguar un proyecto de “círculo de lectura” que no se materializará hasta pocos años antes de su muerte: una selección y traducción de aforismos de los grandes pensadores de la historia: Epicteto, Marco Aurelio, Lao-tse, Buda, Pascal, el Evangelio. Se trata de tener los grandes pensamientos de la humanidad reunidos en un solo volumen para poder leerlos diariamente. Aproximadamente por la misma época comienza a estudiar griego y hebreo para conocer los evangelios de primera mano, profundiza en los padres de la iglesia, toma contacto con filósofos, visita distintos monasterios para entablar conversaciones con distintos monjes sobre temas religiosos. El método que utiliza Tolstoi para leer los evangelios queda expuesto en una carta fechada en 1889 en respuesta a un estudiante que le pedía consejos sobre qué libros debía leer y de qué manera. “Yo le aconsejaría que leyera usted estos libros como le aconsejo que lea los cuatro Evangelios de la siguiente manera: de ser posible, del original, es decir, los cuatro Evangelios en griego. Durante la lectura, para empezar, tachar todos los pasajes en los que se habla de Cristo y conservar aquellos en los que habla el propio Cristo. Las palabras de Cristo también hay que dividirlas, marcando todo lo que resulta incomprensible, confuso, contradictorio, o que parezca serlo. Estos pasajes hay que leerlos una y otra vez intentando unirlos en un todo, y luego, cuando se haya asimilado el espíritu de la doctrina, leer de nuevo los pasajes poco claros intentando entenderlos, pero sin forzar el sentido” Con este método de estudio Tolstoi lee y traduce los evangelios que publica bajo el título de “Concordia y traducción de los cuatro evangelios”. [Existe en castellano una traducción bajo el título de “el evangelio abreviado” KRK Ediciones. También puede resultar útil la “correspondencia” que se acaba de publicar en Acantilado y que abarca parte de las cartas que escribió durante 65 años, en excelente traducción y selección de Selma Ancira. Entre sus corresponsales se encuentran Turgueniev, Rilke, Romain Rolland, Bernard Shaw, Gorki o Gandhi]

En esta obra Tolstoi va a tratar de realzar el contenido ético del mensaje evangélico y de negar la naturaleza divina de Jesús. El contenido de esta ética se confunde con la propia ética tolstoiana que puede quedar resumida en cinco mandamientos negativos y uno positivo: ama a dios y a tu prójimo como a ti mismo. Los mandamientos negativos están basados en el sermón de la montaña: No te encolerices, no cometas adulterio, no jures, no seas enemigo de nadie y no te resistas al mal con la violencia. Sobre ellos va desarrollar su teoría sobre la no-violencia –de notable influjo en Gandhi- y sus llamamientos a la desobediencia civil. Si Tolstoi trata de depurar la ética que se desprende del texto evangélico es porque no cree en la divinidad de Cristo. Jesús no es un hombre cualquiera pero tampoco es más que un hombre. De este modo despoja a los evangelios de todo aquello que resulta superfluo y falso y que resulta además fomentado por las instituciones eclesiásticas. Pero existían dos razones más por las que Tolstoi no aceptaba la divinidad de Cristo. Toltoi había comprendido que la afirmación de esta naturaleza divina era una coartada utilizada por los seguidores de Cristo para no secundar su doctrina, pues en ese caso lo más importante ya no era su mensaje moral sino su divinidad, algo que era utilizado para distraer a los cristianos de lo que para Tolstoi era lo fundamental: sus postulados éticos. La segunda razón es que esta divinidad de Cristo constituía un verdadero obstáculo para la búsqueda de la unión de todos los hombres, algo de la mayor importancia para Tolstoi y que también imbuía sus ideales estéticos: “Si Jesús no es Dios sino un gran hombre, su enseñanza no puede dar lugar a tantas sectas. La enseñanza de un gran hombre es grande sólo porque expresa de forma comprensible y clara lo que otros expresaron confusa e incomprensiblemente”. La divinidad de Cristo no haría más que confundir y arrojar más tinieblas sobre la humanidad, pero los evangelios encarnan precisamente esa claridad que logra dar sentido a la vida, a pesar de la falsa interpretación de la iglesia. “Buscaba respuesta para la pregunta de la vida y no para las preguntas teológicas e históricas; y por eso me daba igual si Jesucristo era Dios o no lo era, de quien procedía el espíritu santo, etcétera.”, llega a afirmar en el prólogo de los evangelios. Al igual que Wittgenstein cuarenta años después, Tolstoi buscaba las respuestas que le salvasen de la absurdidad de la vida y que le evitasen levantarse la tapa de los sesos. Y la respuesta la va a hallar en la fe, después de haber zozobrado entre las insatisfactorias soluciones que la ciencia y la filosofía le habían ofrecido. “La fe seguía siendo para mí tan irracional como antes, pero no podía dejar de reconocer que sólo ella proporciona a la humanidad respuestas a la cuestión de la vida y, por consiguiente, nos damos la posibilidad de vivir”. Pero la fe, que es la fuerza de la vida y sin la cual es imposible vivir, no puede tampoco dar respuestas satisfactorias tal como es elaborada por la iglesia y vivida por el pueblo. Para Tolstoi la doctrina de la iglesia oculta a los hombres el verdadero significado de la enseñanza de Cristo. Al final de su libro “confesión” (Acantilado 2008) señala la tarea que se propone cuando se decide a traducir e interpretar los evangelios: “Es innegable que hay verdad en la doctrina de la Iglesia, pero también es innegable que hay mentira; y debo encontrar la verdad y la mentira y separar la una de la otra”. “Leyendo mi versión –advierte Tolstoi en el prólogo de sus evangelios- el lector se convencerá de que el cristianismo no sólo no es una mezcla de lo elevado y lo bajo, no sólo no es una superstición, sino que es la enseñanza metafísica y ética más rigurosa, pura y completa, que hasta ahora no ha sido superada por la razón del hombre y alrededor de la cual, sin ser consciente de ello, gira toda actividad humana superior.”

Pero el cristianismo que defendía Tolstoi representaba una doctrina incómoda para las autoridades, ya que parecía encuadrarse en una militancia política. Una de las reglas de vida más importante que se deducían de esta interpretación “sui generis” del cristianismo es que no se podía “vivir dejándose servir por los demás, sino sirviendo a los demás. Exigir de los otros los menos posible y darles lo más posible”. Esta manera de enfocar las relaciones humanas tenía que chocar a la fuerza con el orden social existente basado en la explotación de unos por otros y en el parasitismo y la vida ociosa de la aristocracia a la que pertenecía. Un cristiano debía abstenerse de colaborar en la explotación del trabajo de los demás y ponerse al servicio de los otros, debía, por tanto, confeccionar su propia ropa y zapatos, partir su propia leña, superar en lo posible la división del trabajo realizando una tarea de esfuerzo físico para complementar el trabajo intelectual. Pero no sólo debería el cristianismo encauzar una transformación social entre sus adeptos sino también un radical cambio en las costumbres. “Si la doctrina cristiana y el amor (que detesto, porque se ha vuelto una palabra farisea) nos llevan a fumar con toda tranquilidad cigarrillos y a asistir a conciertos y a teatros y a polemizar a propósito de Spenser y de Hegel, que el diablo se lleve esa doctrina y ese amor. Mejor adoptaré la moral burguesa, en ella, por lo menos, no hay fariseismo.” Este radical cristianismo militante contra el fariseismo de su sociedad y de la iglesia ortodoxa le llevó a una contradicción flagrante entre los que por una parte predicaba en sus escritos y el modo de vida que llevaba en Yasnaia Polaina con su familia. Porque a partir de su conversión se suceden en su interior las fluctuaciones entre sus arranques de espiritualidad y la tentación de la carne. Y echa la culpa al tabaco, a la intemperancia, a la ausencia de trabajo de la imaginación. Las desavenencias con su mujer y sus hijos se van haciendo cada vez más fuertes, especialmente porque Tolstoi quería irse desprendiendo de una parte de sus posesiones y de los derechos de autor de sus últimas obras, cosa que su mujer, Sofia Andreyevna, pretendía evitar a toda costa. Los reproches, los insultos y las inculpaciones son constantes y le molesta cada vez más el ambiente de ociosidad y glotonería que impera en su casa. A menudo se siente deprimido ante lo absurdo de la vida, pero sobre todo por la vida que le rodea y varias veces acaricia la idea de fugarse para irse a vivir a una isba como si fuera un campesino. El día 7 de agosto de 1890 comenta en su diario. “Todo el día me he sentido abatido y triste a causa de la vida mala y ociosa que llevo yo y todos los que me rodean. Rezo muchas veces al día.” Sin embargo, tal como expresa Selma Ancira en una de sus notas biográficas para la correspondencia de Tolstoi, “las convicciones de Tolstoi eran cada vez más firmes; éstas se hicieron evidentes en su negativa a fungir como juez en un tribunal, en su conversión al vegetarianismo, en su renuncia a la caza y al alcohol y en sus esfuerzos para conseguir dejar de fumar. También aprendió el oficio de zapatero, signo de su voluntad de llevar una vida simple y útil.” Pero Tolstoi no se contentaba con transformar su propio modus vivendi sino también el de la gente que le rodeaba. La paradójico de su situación es que mientras sus doctrinas, a través de sus libros y artículos, se difundían por todo el mundo ganando adeptos que recorrían cientos de kilómetros para visitarle y pedirle consejo, a la vez que proliferaban comunas fundadas según los ideales de vida espartana predicados por Tolstoi, su propia familia y todo aquel mundo que le había encumbrado como novelista de éxito comienza a verlo como un loco peligroso. Esta situación paradójica a la que había sido inducido en parte por intentar poner en práctica las enseñanzas de los evangelios queda reflejada con exactitud en una carta que escribió por aquellos años: “profundicé un poco en mi vida. Me he privado de todas las antiguas alegrías que tenía. Todos los placeres de la vida –la riqueza, los honores, la gloria-; ya no tengo nada de esto. Mis amigos, incluso mis familiares, me dan la espalda. Unos, los liberales y los estetas, me consideran loco o débil mental, un poco como Gogol; otro, los revolucionarios, los radicales, me consideran un místico, un charlatán; la gente del Gobierno considera que soy un revolucionario nocivo; para los ortodoxos soy el diablo. La fuerza de la personalidad y las ideas de Tolstoi era de tal magnitud que a su alrededor comenzaron a operar dos facciones enfrentadas de seguidores y detractores que no cesaban de provocar turbulencias sobre su retiro de Yasnaia Polaina. Turgeniev , horrorizado por sus derivas místicas, le escribe desde su lecho de muerte “amigo mío, vuelva usted a su trabajo literario”. Las autoridades ponen a Tolstoi bajo vigilancia policial. Junto con Chertkov funda una editorial con el fin de difundir entre el pueblo pequeñas obras clásicas, vidas de santos y artículos edificantes, pero la censura enseguida comienza a prohibir en Rusia sus obras religiosas y filosóficas y se ve obligado a publicar en el extranjero, llegando incluso a ser excomulgado por el Santo Sínodo por sus ideas heréticas. Pero Tolstoi no sólo no ceja en su lucha por expresar sus convicciones ante la oposición de las autoridades, sino que en sus últimos años iba a radicalizar su postura, que como se puede vislumbrar en una soberbia carta con la que contesta a Romand Rolland, estaba fundada más en unas aspiraciones religiosas que en un ideario político. “No puedo ser feliz- comenta Tolstoi en esa carta- más que si en este mundo existe un orden según el cual todos los seres amen a los otros más de lo que se aman a sí mismos”.

SELECCIÓN DE PENSAMIENTOS SOBRE LA RELIGIÓN EXTRAÍDOS DEL DIARIO DE TOLSTOI

No puedo evitar sentirme sorprendido de que Dios haya elegido a una criatura repugnante como yo para hablar a los hombres a través de ella.

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Uno de las principales causas del suicidio europeo es la falsa enseñanza cristiana de la Iglesia sobre el cielo y el infierno. La gente no cree ni en el cielo ni en el infierno, y sin embargo la idea de que la vida debe ser un paraíso o un infierno está tan metida en la cabeza de la gente que impide una concepción racional de la vida tal como es, es decir, ni paraíso ni infierno, sino lucha, una lucha incesante, incesante porque la vida no es más que lucha, pero no una lucha darviniana entre seres, entre individuos, sino la lucha de las fuerzas espirituales contra sus limitaciones corporales. La vida es la lucha del alma contra el cuerpo. Si uno concibe así la vida, entonces el suicidio es imposible, inútil e insensato. La felicidad sólo se encuentra en la vida. Busco la felicidad, ¿acaso debo abandonar la vida para conseguirla? Busco setas. Las setas sólo se encuentran en el bosque. ¿Acaso debo abandonar el bosque para encontrarlas?

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Las multitudes corren a la misa ¡cuando correrá si no así, por lo menos en una centésima parte hacia la esencia de la vida!

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La anarquía y el socialismo, es decir, la negación de la propiedad, son el cristianismo, pero sólo con la retención del orden existente. El cristianismo es en parte el socialismo y la anarquía, pero sin la violencia y con disposición al sacrificio.

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Lo trágico de la situación es que no hay una opción distinta que la burda obediencia pagana a la Iglesia o el verdadero cristianismo. Pero en el verdadero cristianismo el hombre está solo; no solamente solo, sino que la mayoría le es hostil. Y los hombres no eligen ni lo uno ni lo otro, y se quedan sin fe alguna, sea la que sea.

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¿Existe Dios? No lo sé. Sé que existe una ley que gobierna mi ser espiritual. El origen, la causa de esta ley yo la llamo Dios.

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Dios se manifiesta en nosotros a través de la conciencia. Mientras no haya conciencia, no hay Dios. Sólo la conciencia brinda la posibilidad del bien, de la abstinencia, del servicio, del sacrificio de uno mismo.
Todo depende de hacia dónde esté orientada la conciencia.
Una conciencia orientada hacia el yo animal mata, paraliza la vida; una conciencia orientada hacia el yo espiritual despierta, sublima, libera la vida.
Una conciencia orientada hacia el yo animal refuerza, inflama la pasión, crea miedo, lucha, terror a la muerte; una conciencia orientada hacia el yo espiritual libera amor.

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Dios no está en los templos, ni en las imágenes, ni en las palabras, ni en los misterios, ni en las obras humanas, sino en el hombre, en el hombre mismo; es a él, a la prostituta, al verdugo, a quien condena a muerte a quien debes venerar, contemplando en ellos a Dios.

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Aunque resulte extraño decirlo: el conocimiento de Dios sólo se consigue a través del amor. El amor es el único órgano que existe para poder conocer a Dios.

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Dios es amor, eso es así. Lo sabemos sólo porque lo amamos; pero que Dios exista en Sí mismo es una reflexión, y con frecuencia es superflua e incluso nociva. A la pregunta: ¿existe Dios en Sí mismo? Debo responder y responderé: sí, probablemente, pero de Él, de ese Dios en Sí mismo, no entiendo nada. Sin embargo, no me sucede lo mismo con el Dios-Amor. A Él lo conozco con certeza. El lo es todo para mí, la explicación y el objetivo de mi vida.

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