Un tema humano: la razón sin conciencia o el poder de la irracionalidad

           Érase una sociedad ampulosa que se juzgaba, no por lo que no le faltaba sino por lo que tenía, y tenía muchas cosas, más, muchas más de las que necesitaban. Érase una sociedad que se decía justa porque cada cual tenía lo que podía, y cuanto más poder más tenía, y así se llamaba libre porque todos tenían el mismo acceso al poder, y gracias al poder tenían. Por eso era una sociedad que podía ser feliz, porque lo importante era “el poder” serlo, y con esto qué más podían querer. Pero, apareció entre ellos un hombre sin poder, porque no tenía nada; andrajoso y pestilente le vieron moverse entre ellos. En la más absoluta perplejidad le miraron porque ese hombre no podía ser libre, no tenía poder. ¿Cómo podía –se preguntaban- un ser humano rechazar lo mejor?. Fue entonces cuando algunos le miraron con más ahínco y descubrieron las quemaduras que tenía por todo el cuerpo, estaba desfigurado, y la enfermedad acampaba libremente por su frágil cuerpo. Pensaron en la desgracia, por eso un ser así no podía tener nada. Asombrados, vieron como extendía la mano. Alguno, más valiente, quiso mirarle a los ojos buscando “algo”, y se dio de bruces con la conciencia: “aquél hombre –pensó-, si yo fuera aquél hombre sería un asesino, sería un ladrón, sería el peor de los hombres porque así es como es”. Aturdido se miró entonces a sí mismo: “¿cómo era posible pedir ayuda siendo un desgraciado?”; qué le permitía a ese hombre mostrarnos su desgracia y su miseria, como si no fuera con él la circunstancia, como si todo lo que tuviera de humano fuera su mirada. La mirada en que yo juzgué su poder y descubrí el mío: “la conciencia de poder ser cualquiera” y no el poder de tener lo que veo

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