ESTO NO ES UN CUENTO (Escrito en Moleskine)

Tengo que pedir disculpas, pero la mujer con sombrero como un cuadro del viejo Chagall me pide seriamente que renuncie al cuento del sombrero si quiero que me siga susurrando sus dulces palabras al oído. Así que renuncio. Perdí el sombrero y perdí el cuento. A cambio he ganado una mujer con sombrero. Si el administrador se lo encuentra en alguno de sus agujeros, le pido que lo triture. Será que no le llegó su hora. Será que no estaba maduro. A cambio dejo este otro cuento, que no es cuento, porque no es un cuento de verdad. Le faltan unas cuantas manos, pero acaso no tengo yo tantas manos para tanto cuento. Así que suelto lastre. Esto no es un cuento, pero todo lo que cuento, lo cuento de verdad. Y con toda la mala leche de la que soy capaz.

 Moleskine es el legendario cuaderno de notas/agenda de los artistas e intelectuales europeos de los últimos dos siglos: de Van Gogh a Henri Matisse, de las vanguardias históricas a Ernest Hemingway. Una tradición recuperada por el escritor viajero Bruce Chatwin que los adquiría en una vieja papeleria parisina, para llevarlos siempre consigo en la mochila o intercambiar con sus amigos escritores como Luís Sepúlveda.Lo dice MOLESKINE (El mejor cuaderno del mundo)  

¿Cómo se puede contar un cuento de mentira?, me pregunto. ¿Sería un cuento verdaderamente falso, o sería un cuento de verdad ese cuento que yo quería contar sobre las mentira?. Pero la verdad es que, por más que me pongo a escrutar en mi alrededor, no encuentro ningún cuento sobre ninguna mentira. La verdad es que soy tan mentiroso, tengo la mentira tan pegada a las narices, cada vez más hinchadas, y está tan desarrollada en mí y en casi todo cuanto veo alrededor, que no sabría inventarme un cuento sobre ninguna mentira. Tendría que contar un cuento de verdad, copiar de lo real que veo en mi y en todo cuanto respira a mi alrededor, y con cada calada que doy a todo cuanto digo y a todo cuanto oigo. Para no hablar de las cosas de mentira que veo, toco, huelo, piso, trago, y hasta vomito. Y de las palabras de mentira que oigo, digo y pienso y escribo, con las que escribo cuentos de mentira como este cuento que había pensado escribir un día. Tendría que hacer un vaciado en lo real, palpar este bolígrafo y este cuaderno dónde escribo, y arrastrarlos al corazón del cuento, y allí interrogarlos, y atizarlos, y luego destriparlos para ver si es una pluma  y un cuaderno de verdad o se trata de otro simulacro más de los que nos han estado colando desde el momento en que nos hemos metido en este mundo falso de los pies a la cabeza, tan falso, o más, como nuestros propios pies y nuestras propias cabezas. Sobre todo, nuestras cabezas, nuestras vacías cabezas, a fuerza de llenarlas de lo que han querido. Y tendría entonces que sacar una copia de  eso real que casi no me creo, y de nada me serviría ya tener una copia de algo que es mentira para lograr escribir un cuento de verdad. Así que ahora mismo me siento sin fuerzas para  contar un  cuento de verdad. Un cuento como esos que se les cuenta a los niños para tranquilizarlos y para que se duerman enseguida, porque si no te duermes, niño, vendrá el coco y te comerá la lengua. A mi, para contar los cuentos, me gustaría tener la máquina aquella con la que soñé una noche, cuando era niño, y entré en aquella juguetería y le pedí al juguetero una maquina de contar cuentos, por la sencilla razón, supongo, de que mis padres no me contaban ningún cuento cuando me iba a la cama. En aquel sueño yo me había extraviado, y estaba buscando el camino de regreso a casa. Y le había ido a solicitar aquella máquina precisamente para inventarme un cuento con el que yo pudiera regresar a casa. Creo que a la máquina había que contarle las cosas de verdad, las que te ocurrían todos los días, esas que son tan normales o tan anormales -depende de por dónde se las mire-, que no parecen de verdad; luego la maquina se encargaba de disfrazarlas, con ese ropaje extravagante que adquieren las cosas que salen de los sueños. Por ejemplo, ese niño, que era un poco precoz y perverso, porque llevaba ya mucho tiempo perdido fuera de su casa, le confesaría a la maquina de contar cuentos que la noche anterior se había hecho una paja, y la maquina en cambio le saldría un eco malsonante en el que se confiesa que ha montado un “menage a trois” con otro niño y otra niña, porque a los cuentos les gusta que haya muchos personajes, y que todo sea libertino y exuberante, y con orgasmos múltiples, un concierto de gritos desafinados en los que se encierran muchos celos de esos que acaban en violencia doméstica, mezclada con un poco de pedofilía, mucha zoofilia con animales raros, y a ser posible con desenlace atroz, y, si además, la cosa acaba en asesinato ritual, lo sagrado de todo arte y de todo cuento ya lo tenemos bien servido. Y el burgués que todos somos, se queda bien “epatado”. En cambio Onán es un personaje la mar de aburrido, que no da ni  para un mal cuento, porque en vez de follarse a la mujer de su hermano muerto, que eso sí que daría juego para una tragedia, le da groseramente la espalda y derrama su semilla por el suelo. Y eso sí que no, porque no se puede defraudar las expectativas del buen lector, que aguarda siempre impaciente para recibir su semilla, para que pueda así seguir creciendo saludablemente la flor de su imaginación.

 

Pero en fin, sin esa jodida maquina que yo logré sacar una vez de esa juguetería,  y que ahora tengo estropeada de tanto usarla, mi imaginación no da para mucho. No me sería posible contar cuentos de verdad, sin esa máquina, cuentos contados de una manera natural, como si el hombre pudiera decir o hacer algo natural, como si la naturaleza del hombre no estuviera pervertida desde el mismo momento en que un chalado don quijote que se creía medio dios, se le ocurrió que podía cambiar el mundo y  robarle el fuego a los que lo guardaban para achicharrarnos.  Antes de que a mí se me estropease la máquina de contar cuentos,  yo tenía preparado uno de esos cuentos de verdad, un cuento sobre un niño al que le dicen sus padres que no debe mentir nunca, se lo dicen por la mañana que no se debe mentir bajo ningún concepto, ni por la mañana, ni por la tarde ni por la noche, ni cuando se está soñando, y por la tarde viene una bruja mala a llamar a la puerta para preguntar por su padre, y su madre le dice que no está en casa, y entonces el niño deja en evidencia a su madre y le recuerda que no se deben decir mentiras bajo ningún concepto, no mientas, mamá, bajo ningún concepto, porque la verdad es que mi padre está durmiendo y, según he oído a mamá, no quiere que le moleste nadie, porque mi padre es un bello durmiente que trajina por las noches e inverna por el día, aunque también debe ser mentira que mi padre está durmiendo, porque no tarda mucho en levantarse, oye los gritos y reclamos de la bruja que le dice a mi madre que no se puede pervertir a los niños tiernos, y que, sobre todo, no se puede mentir, y viene mi padre dando gritos  a mi madre por haber mentido todos al infierno nos vamos todos al infierno por haber mentido, sobre todo el padre que se marcha con la bruja, sobre todo la madre que se queda sin el padre que se queda sin el hijo que se queda sin la bruja que nos sacó a todos del cuento; sobre todo al niño que se escapa de casa llorando, siempre huyendo y llorando desde entonces, y buscando la casa de la que le sacó la bruja del cuento. El cuento tenía que haber sido contado a cuatro voces, cada voz con su versión, cada voz con su mentira, cada voz con su falsete, cada voz con su grito, cada voz con su llanto. Y luego, Colorín Colorado, este cuento se ha acabado, con la flor de la imaginación siempre lozana y pura,  como una flor nunca marchita metida en una campana de cristal que dobla y repiquetea para que acudan mariposas a danzar y danzar.

 

Ese cuento de mentirijillas sería un cuento iniciático, un cuento sobre la primera vez. Un cuento sobre la primera vez que un hombre que es un niño oye una mentira, y el niño deja de ser niño y el hombre deja de ser hombre y el mundo de verdad se le derrumba para quedarse desnudo con una sarta de mentiras. Sería un cuento por el que se nos van colando todas las patrañas sobre las que se ha ido construyendo la vida de ese niño, que toda la vida seguirá siendo niño, es decir, seguirá siendo un hombre a medias, un hombre medio, un medio hombre por haberse pasado toda la vida mimetizando aquella farsa escenificada con la llegada de la bruja mala.  Pero qué difícil es contar un cuento sobre la mentira en el que el cuentista deja automáticamente de contar mentiras por el solo hecho de haberlo contado, como ocurre con las confesiones, donde todos nuestros pecados nos son abolidos,  y ya podemos salir a la calle a cometer más y más pecados, pero con más virulencia, con la inocencia de la primera vez que se peca. Pero me doy cuenta que este cuento no sería más que otro cuento, que probablemente esto que yo quiero contar nunca se llegó a contar en su momento, por lo menos como yo quería imaginármelo en el medio de mi cuento, un cuento que me he  estado inventando durante todos estos años, para poder seguir contando cuentos y seguir mintiendo. Me doy cuenta de que esta  historia llena de mentiras era una historia de mentiras, asi que he hecho un movimiento falso para contar un cuento sobre la mentira que no voy a poder contar, porque ahora no tengo ganas de contar ningún cuento, y menos este cuento de mentira que estoy ahora escribiendo sobre un cuaderno moleskine de verdad, comprado en un gran almacén de mentira donde venden patrañas fabulosas a precios increíbles. De hecho, yo creo que lo más increíble de las libretas moleskine –ya de por sí increíbles- es su precio indecentemente caro, y como todo lo que tiene precio y exige romper huchas, y quebrar voluntades, y vender almas después de ser pesadas y aquilatadas y troqueladas y engrilletadas, como todo lo que puede ser permutado por oro acorazado, como todo lo que se vende en el mercado a gritos de buhonero cuentacuentos, está hecho de mentiras. Sin ir más lejos, este cuaderno moleskine en el que yo escribo este cuento que nunca podré contar, “nace de un legendario cuaderno”, y todos sabemos que todo aquello que es legendario nunca ha sido ni podrá ser de verdad. “La historia de moleskine está en su interior”, reza también la leyenda escrita en  la  fajita de color pistacho, que es un pistacho más bien falso, como también me parece mentira que se cuente la historia del cuaderno en su interior, tal como anuncia en su exterior. Más bien, me parece pura publicidad para captar clientes de verdad, de esos que se pasan toda la vida contando historias de mentira mientras los directivos de los moleskine se dan la gran vidorra, que esa si que es una vida de verdad. Pero imaginemos que me equivoco, que sin querer, ese niño de la fábula que lleva media vida buscando con una linterna hombres y cosas de verdad, por fin descubre que hay una sola verdad en este mundo de mentira, y que esa verdad se hallaba oculta en un cuaderno moleskine al módico precio de saldo de unos poquitos euros, dela misma manera que en los cuentos de los ciegos, dios se oculta en una de las letras de los millones de libros que hay en sus bibliotecas –letra que, por supuesto, ningún ciego va a encontrar nunca jamás, salvo que la haya escrito dios en un cuaderno Moleskine. Imaginemos que dos horas después de haber empezado a urdir este cuento, se desprende del cuaderno  un folletito veraz donde se nos cuenta la historia de la humanidad través de los cuadernos moleskine. Imaginemos que yo ya no puedo contar mi cuento, porque la mentira me ha salido rana. Imaginemos que yo recojo del suelo el folleto  donde se me va a contar la extraordinaria historia jamás contada de toda la humanidad, a ver si es verdad que la humanidad no habría podido sobrevivir sin los cuadernos moleskine, cosa que estoy dispuesto a creer si todos tuviéramos la misma necesidad de escribir que tenía Kafka cuando sufría esas extrañas metamorfosis en las que se clavaba una pluma parker en el alma. Sólo que la pluma parker era de mentira, a Kafka se le infectaba el alma, le crecía la trompa y cientos de patita,s y acababa de patitas en la calle, lanzado contra un contenedor de basura donde deben quedar sepultados todos los escarabajos que soñaron con tatuarse el alma.

 

Imaginemos entonces que la empresa moleskine, ahora trasladada, piedra sobre piedra, y negro sobre blanco, desde Paris a Milán, cumple su palabra y me cuenta la historia del cuaderno en cinco idiomas, incluido el chino, y me entero por todo este cuento de que sí,  de que la el cuaderno moleskine tiene prosapia y regio abolengo, y que mis dedos están acariciando nada menos que la mítica libreta de notas que utilizaban los  grandes y maravillosos artistas e intelectuales europeos de los dos últimos siglos: de Van Gogh a Picasso, de Ernest Hemingway a Bruce Chatwin -¿y quién es ese?-. ¿Ya no podré entonces contar mi cuento ni decir nada sobre moleskines y me habrán callado la boca con una mordaza de papel? Porque la verdad es que no salgo de mi estupor, me tiembla el labio y la mano con la que escribo este falso cuento, cuando leo el nombre de Van Gogh, el hombre que se murió de hambre por defender sus botas, el único hombre de verdad que conozco que murió con las botas puestas, las mismas botas que luego sacó a pasear dentro de un cuadro, y que los histéricos visitadores de museos buscamos dentro de ese cuadro, cuando tendríamos que darnos cuentas que a Van Gogh le enterraron con esas botas que un día estrelló contra un lienzo para golpearnos en la frente y sacudirnos nuestras conciencias. Vicent  Van  Gogh siempre llevaba una libreta moleskine en el bolsillo, eso lo sabe todo el mundo. Es más, hasta tal punto estaba obsesionado mi buen amigo Vicent por las libretas moleskine, que cuando no se las podía comprar, porque eran obscenamente caras, aprovechaba a pintar sus moleskines, tal vez  porque Van Gogh, que era tan retorcido como los cipreses que le gustaba pintar para anunciarnos que la muerte también es bella,  pretendía que viéramos sus dibujos en aquellas libretas y no el cuadro mismo,  resultaba que la verdadera figura del cuadro era la libreta Moleskine y el fondo del cuadro era la pintura que Van gogh nos pintaba para sólo para despistarnos. Así, cuando paseáramos por delante del cuadro podríamos recoger la llamativa y salediza libreta moleskine, así, como quien no quiere la cosa, y desafíar la mirada ceñuda del vigilante y la alarma chillona, nos llevaríamos la moleskine, y nos sentaríamos en una silla y recrearíamos nuestra vista con los estudios y bocetos que hacia de la naturaleza nuestro  amigo Vicent en sus libretas moleskine. En esos bocetos, por supuesto, también habría pintadas más libretas moleskine, pues ya se sabe que Vicent estaba loco, y enloqueció  por culpa de las libretas moleskine, libretas en las que le gustaba hacer estudios del campo, al aire libre, allí, en sus libretas moleskine, metía mucho aire libre libre , y más moleskines saltando por el campo, saltando y haciendo gazapos.

 

Era éste un enigma que siempre me tuvo en jaque, desde que empecé a interesarme por el bueno de Vicent. Cuando solía pensar en Vicent Van Gogh, siempre me ponía a pensar en cosas fantásticas, me ponía a pensar en aquellas cosas fantásticas que yo buscaba con mi linterna. Y me pregunta  cómo mira un hombre de verdad, cómo se sienta en la silla, cómo nos describe su habitación un hombre de verdad, cómo sonríe, sin sonreír falsamente, cómo come patatas un hombre de verdad, cómo pone la mano en el fuego, cómo corta orejas y recorta girasoles un hombre de verdad, cómo mira las estrellas, como le meten en un manicomio a un hombre de verdad, como se pega un pistoletazo en el corazón alguien que tiene un corazón de verdad,  un corazón que no tiene más ojos que para ver  estrellas y girasoles, que para pintar sencillas estrellas y sencillos girasoles, y moleskines, muchas y complicados molesquines, dentro de los cuales había mas moleskines dibujados. Pero entonces la imagen idílica sobre Vicent que yo me había formado se me reventaba en esos cuadernos moleskine en que pintaba sus bocetos. En esto Vicent Van Gogh me parecía y me sigue pareciendo un hombre de mentira, que es precisamente el hombre que nos pintan todas las publicidades del mundo, y siempre llegaba a este punto y me decía, cómo pudo un hombre estar tan loco y tan obsesionado por estas libretas, cómo pudo llegar a vender su alma por una libreta un hombre como Vicent. Todo hombre tiene su punto flaco, pensaba. Pero seguía pensando, ¿no hubiera sido más fácil que Van Gogh hubiera vendido todos sus cuadros a la empresa Moleskine, y así, por lo menos, no hubiera pasado aquellas hambres que le llevaban a ponerse enfermo  y  tragarse todos esos cuadernos moleskine que de todas formas iba a acabar vendiéndoles?. Pero yo siempre intentaba echarle una mano a Van Gogh: pues lo que le ocurría es que no sabía vivir en un mundo de mentira, en realidad no tenía ni puta idea de cómo había que vivir, se pasaba toda la vida buscando a alguien que le vendiera sus instrucciones de uso, así que no se sabía vender, tan malo era Van. Gogh vendiéndose a sí mismo, que fue incapaz de vender un solo cuadro suyo, cosa que cualquier tonto sabe que no hay cosa más fácil en este mundo inauténtico que vender a los tontos un cuadro auténtico de Van Gogh. Los tontos que tienen un cuadro auténtico de Van Gogh en su casa, se imaginan cosas raras por las que su cuadro vale tanto dinero, y tanto dinero tienen que forran con dinero todas las paredes de sus casas. E incluso mandan a otros tontos elaborar teorías sobre el valor incalculable de los cuadros de Van Gogh para que así suba en las subastas su valor incalculable, que luego otros tontos de encargo se encargarán de calcular. No saben que si los cuadros de Van Gogh no tienen precio es porque durante una época estuvo planeando echarlos todos al fuego de su chimenea para poder resistir el ultimo invierno en que se volvió loco de frío, no saben los tontos que cuelgan los mundos estrellados  de verdad en su casa de mentira, que si los cuadros de Van Gogh tienen un valor incalculable, es porque Van Gogh  fue incapaz durante toda su vida de calcular  nada. y defendió los cuadros del fuego que algún día acabará arrasando todo lo que debe arrasar un fuego cuando no tiene la resistencia a prueba de fuego que tienen los cuadros de Van Gogh.

 

En realidad Van Gogh pide en una carta escrita a su hermano Teo, y  fechada en uno de los años que más cuadernos vendió la empresa moleskine, que quemase todos sus cuadros. Pero Teo sabe que su hermano se lo pide para ahorrarle el ridículo de tener que vender cuadros invendibles de un chalado con Van Gogh. Y si al final ni Teo ni Vicent llegan a quemar los cuadros, es porque pensaron que nadie compraría jamás un solo cuadro suyo, salvando así al mundo de grandes tonterías. Y por lo tanto toda su obra acabaría desapareciendo, obra que el propio Van Gogh no estimaba demasiado, pues las pinturas de Van Gogh, según confiesa en carta al doctor Gachet, sólo le habían servido para poder ser Van Gogh, y una vez que habían sido pintadas ya se podían tirar como cáscaras vacías de las que ya se le ha extraído toda pulpa. Si Van Gogh supiera que ha vendido sus mil doscientas cáscaras por las que logró convertirse en un loco, si Van Ghog supiera que el mundo se está volviendo loco, comprando y vendiendo cáscaras, si supiera cuánto valen ahora todos sus cáscaras, sé que quemaría todos sus cuadros para acabar de una vez con tanta tontería. No dejaría ni un solo cuadro suyo vivo. Y luego se hubiese avergonzado de ser pintor y se hubiese echado al monte para hacerse ermitaño. Y estoy dispuesto a apoyar la verdadera voluntad de Van Gohg. Esa que dice que la única manera de respetar la memoria de Van Ghog es quemar todos sus cuadros. Así, siendo Van Ghog un perfecto donnadie, desaparecería la publicidad de las libretas moleskine, libretas que sacaba a todas horas en sus cuadros, y en las que pintaba miles de dibujos – prueba irrefutable de que Van Gogh se había vuelto loco-, e incluso se podría decir que si Van Gogh fue un gran artista, lo fue debido a estas sensacionales cuadernos en los que yo escribo este falso cuento ahora. Y es más, incluso se puede decir que si Van  Gohg pasó hambre y, por ello y sólo por ello, fue un gran artista, fue debido a que se gastaba todo el poco dinero que tenía en comprar las libretas moleskine. Fue una pequeña incoherencia en la vida de van Gogh, una incoherencia pequeña, pero que provocaba una grieta en su pintura por donde asomaban moleskines. Pues hasta que no me enteré de lo de las libretas, me había creído que van Gogh dibujaba sus dibujos en el papel rasposo con el  se limpiaba el culo después de haberse tragado todas las libretas moleskine que había podido conseguir, se atiborraba en verdad de libretas moleskine por culpa de las cuales pasaba una hambre terrible, ya que el insensato gastaba todo el dinero que le mandaba su hermano Teo para comprar libretas moleskine. Y yo, modestamente, pienso eso, que si la humanidad quiere dejarse de chorradas y rendirle un verdadero tributo a la  memoria de van Gogh, tendría que quemar todos sus cuadros. Solo de esta manera a la empresa moleskine ya no le interesaría publicitar a un don nadie del que no se conserva ni la memoria, por mucho que fuese el hombre que más libretas moleskine se tuvo que tragar en vida. Como también fue el pintor que más se autorretrató en vida, más de cuarenta retratos en los que pintaba su cara, porque como estaba en un mundo de mentiras tuvo que explorarse una y otra vez por medio de la pintura. Era tan verdadero este tal Van Gogh que a la fuerza tenía que rarificarse en un mundo abocetado de mentiras, y para no acabar desapareciendo tenía que pintarse en sus cuadros de verdad, donde allí sí lograba vivir verdaderamente durante un instante, tomaba un poquito de oxigeno dentro del cuadro donde el aire era insufriblemente puro, como insufribles eran los colores de color absenta con el que los pintaba, y así, bocanada a bocanada de pintura, llego a sobrevivir. Treinta y siete patéticos años en los que sólo se alimentó de libretas moleskine, antes de entrar en el asilo de Auvres para pegarse un tiro

 

Así que acabo de descubrir que esta libreta en la que escribo este cuento falso es una libreta de mentira debido, a que Van Gogh le robó el alma a las libretas y cuadernos moleskines, para pintar en sus cuadros la verdadera libreta, por lo que si yo quisiera tener alguna cosa de verdad, tendría que ir a irla a buscar a los cuadros de Vang Gogh. Van Gogh  se dedicaba a coger moleskines, los pelaba, se lo comía y luego nos dejaba las cáscaras. Ahora, lo malo es que las verdaderas moleskines se las ha quedado Van Gogh, y la culpa de que ahora esté yo escribiendo un cuento falso la tiene Van Gogh, por no habernos dejado una sola moleskine de verdad.  Me preguntó, entonces, para seguir con el escrutinio de las cosas de mentira que palpo a mi alrededor, donde tendría que buscar si quiero encontrar un bolígrafo de verdad en un mundo de mentira. Eso por no seguir con el escrutinio fuera de mi libreta y mi bolígrafo, porque si descubro que el mundo que meto en mis cuadernos es de mentira, entonces el niño de mi fábula nunca podría regresar a su casa. Ahora que ha descubierto que Van gogh es de mentira, necesita  el niño de mi fábula, si quiera,  un punto en que apoyarse para mover su mundo y desalojar las mentiras que en el mundo se alojan,  mentiras que siguen andando por el mundo y que han infectado la vida de Van Gogh, que arrastró por el mundo una existencia falsa, si exceptuamos las verdaderas libretas que  Van Gogh nos pintaba en sus cuadros y con las que al final logró redimirse como yo todavía podría redimirme gracias a  mis apuntes en estas libretas moleskine , que en parte es una libreta de mentira debido a que Vincent Van Gogh les estuvo robando el alma de tanto pintarlas cuando estaba loco.

 

Así que para limitarme en mi escrutinio sólo a mi boligrafo y mi libreta, que  es todo cuanto poseo ahora mismo, una libreta moleskine, y también un bolígrafo pilot que ahora blando en la mano para contar mentiras con optima precisión en el trazo y con escritura suave y fluida y continua con una hermosa tinta azul que ni se evapora ni se borra ni nada me gustaría a mí seguir contando cosas que sólo con este bolígrafo de gran autonomía es posible contar una autonomía de más de dos kilómetros de tinta, pero noto que, aunque yo juraría que no llevo más de un kilometro escribiendo mentiras –porque todavía no he empezado a jadear, ni mucho menos,- el visor del nivel de tinta me está diciendo lo contrario, me está diciendo que me estoy acercando peligrosamente al cenit  de la hora de la verdad, y que ya puedo escribir el final de este cuento postizo cagando leches,  porque de dos kilometros de tinta,  nada de nada, y esto es una pena,  porque me gustaría haber hablado de cuando Paris era una fiesta, allá por los años veinte, y Hemingway pasaba tanta hambre que solo andaba pensando en sacar la escopeta de casa para ir a  le bois de boulogne a cazar palomas para, ya de vuelta a casa, comérselas en su habitación acompañadas de unas de esas libretitas donde Hemingway soñaba con tener o no tener palomas, y más libretas moleskine. Así  que es una lastima que no me quede más tinta de está tan simpática que ni se borra, ni se evapora, ni se acaba nunca para que este cuento perviva más allá de la muerte de todas las palomas  y de todos los girasoles.

 

Y eso es lo malo de las mentiras, que te las acabas creyendo. Lo malo de las mentiras es que te acaban volviendo mentiroso, y ya no actúas tú,  sino la mentira que hay en ti y que todo lo contamina y lo contagia,  y todo lo que tocas se va convirtiendo en mentira, lo mismo que me ha pasado en este cuento, que también se ha convertido en  mentira por estar escrito con tinta imborrable y eterna en un vetusto cuaderno moleskine, una mentira que de tanto contarla comienzo a creérmela de verdad. Así que me gustaría creer que este es un cuento de verdad que empecé a contarlo de mentira, un cuento que puede acabar en forma de cuento, a condición de saber que no es nada más que un cuento, y que cuando se acaba el cuento, se acabaron todos los cuentos. Por eso me gustaría acabar contando mi cuento sobre la mentira, como se contaban antiguamente los cuentos de verdad, recurriendo a un sueño, más que nada porque el niño de mi fábula descubre que en los sueños todavía le quedan algunas cosas de verdad, y que la única manera de hacerse rico que tiene en este mundo falso donde todo el mundo quiere hacerse rico, es arrebatarle un diamante al sueño. Así que el niño, para encontrar el camino de regreso a casa, tiene que volver a sus sueños. Y el niño, que no tiene un pelo de tonto, sabe que la culpa de todo lo que le ha pasado la tiene el juguetero que le ha vendido una mula que no quería, y se ha dado cuenta de que, en el fondo, todas las mentiras en las que se basa su falsa vida actual,  se las ha ido contando él mismo con aquella máquina de fabricar cuentos, y desde el momento en que supo que había una maquina de contar cuentos, toda su vida la dedicó a contar cuentos en donde él era el principal cuentista, así que vuelve a la juguetería y le dice al juguetero que quiere cambiar la maquina de contar cuentos por una maquina de contar verdades, porque quiere regresar ya de una vez a su casa. El juguetero le mira sonriendo, casi conteniéndose la  carcajada, y le dice al niño que si usa esa máquina  que le pide, el mundo acabará desapareciendo. Que la máquina que sirve para contar verdades hará desaparecer todos las máquinas. Que sí, que desaparecerán junto con las máquinas todas las mentiras, pero que también desaparecerán las verdades que se alojan entre las mentiras Y entonces el niño mira toda esa tienda llena de juguetes que tanto le gustan, mira todo a su alrededor. y le parece que no puede hacer esa barbaridad, que su vida no tendría sentido sin ninguno de esos juguetes, e incluso que los demás niños se pasarían toda la vida pegándole por haberles dejado sin juguetes. Entonces el niño responde al juguetero que vale, que le despache una maquina de contar mentiras, y el juguetero es cuando estalla en una fuerte carcajada que durante muchos años dejará medio sordo al niño. El niño sale de la tienda y echa a correr llorando, porque sabe que ya no puede regresar a casa, sale corriendo mientras nota las últimas palabras del juguetero le van haciendo sangre en los oídos, el juguetero se ha reído y le ha dicho que contar mentiras es la cosa más natural del mundo, y que para contar mentiras no hace falta ningún cacharro de esos que él vende en la juguetería, y mientras corre y corre llorando hacia delante, se pone a pensar en esa cosa rara de la que hablan los adultos, esa cosa que llaman verdad y de la que sólo conoce el nombre, nada más que el asomo de una palabra con un nombre biensonante, y piensa tristemente que para encontrar eso que se halla perdido y que le ha hecho también perder su casa, para inventar una cosa que no existe ni existirá jamás, si que habría que echar mucha, muchísima más imaginación que para contar mentiras.

  

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Una respuesta a “ ESTO NO ES UN CUENTO (Escrito en Moleskine) ”

  1. numa dice:

    Pardiez, en cuántos ratitos terminaré tu cuento. Perderé los ojos en el intento..

    Cómo conseguiste la artimaña. He entrado varias veces a buscar tu sombrero.

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