Yo

Yo, sólo yo y yo conmigo

Para mí escribir un poema
es como quitarse una prenda,
intentar seducir dejando la verdad sin ropa.
Es mostrar lo que se siente
en lo más profundo, en el momento,
sin pensar en las consecuencias,
pues el desnudo a veces ofende.
Pero ¿qué yo es el que se exhibe sin disfraz?
¿El de la intimidad de la noche que se filtra
en la red escudado en un seudónimo?
A veces temo no alcanzar el mínimo
y pasar frente a la indiferencia.
Otras veces siento vergüenza
o me creo débil, porque
me quedo sin secretos.
¿Qué, de interés, puede quedar
tras la verdad desnuda de alguien corriente?
Si no tuviera un secreto sería libre quizás.
Si siempre dijera la verdad,
incluso sin necesidad,
no habría arrugas en mi cara,
si acaso las de la sonrisa.
Este yo sería eternamente joven.
Mas ¿es que hay otros yos?

¡Cuántos pliegues tiene mi yo!
Uno que reza. Otro que se compadece.
Y otro que teme y huye. Y el que sueña.
Y el valiente que espera vencer o amar.
Y habrá, hay, otros yos, que, en ocasiones,
me presentan mis amigos,
y que no puedo reconocer
de tan cerca que soy,
e, incapaz de verme como ellos me ven,
me parecen otros personajes,
héroes o villanos pero no yo.
Yo, ese actor de vivencias comunes
a quién no reconozco
en los poemas que escribe.
Ese es otro, distinto,
que tiene otros sentimientos,
quizás más lejos de la animalidad,
y muchas veces me hallo incapaz
de adivinar qué significa en verdad
eso o aquello que puse en el papel
como si otra cabeza hubiera usado mi mano,
y pido que alguien me guíe por el camino
que marca lo escrito, pero no me oyen.
O ¿soy yo el que no entiende la respuesta?

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