POETAS 1. César Vallejo (III) Trilce

En 1922 y antes de marcharse a París en un viaje sin vuelta, Cesar Vallejo va a publicar «Trilce», su último libro editado en vida -el resto de su producción parisina quedaría inédita hasta la muerte del poeta-,  y tal vez el libro de poesía más libre y experimental de toda la poesía del siglo XX en lengua española. Aunque se han apuntado distintas versiones para explicar su sugerente título, -síntesis verbal de triste y dulce, por ejemplo-, el mismo vallejo confesaría a González de Ruano en una entrevista que «Trilce» no quería decir nada, «no encontraba, en mi afán, ninguna palabra con dignidad de título, y entonces la inventé: Trilce. ¿No es una palabra hermosa? Pues ya . no lo pensé más: Trilce». «Trilce» es un libro que está motivado por tres experiencias vitales de su último periodo en Perú: La muerte de su madre -que lo hundiría en una fuerte depresión-, la relación amorosa con Otilia Villanueva y su reclusión en prisión durante 112 días, entre 1920 y 1921, acusado injustamente de ser el instigador del incendio y saqueo de una casa de comerciantes en su pueblo natal. Aunque Vallejo huye para evitar la prisión, ocultándose en casa de unos amigos, finalmente es descubierto y conducido a un calabozo de Trujillo, de donde sólo saldrá en libertad provisional por la mediación de algunos intelectuales. El ambiente de prisión, las condiciones de su encierro, la monotonia carcelaria y su impronta en la vida anímica serán volcados en algunos de los poemas de este libro, que iba a ser encuadernado y publicado en la propia imprenta de la penitenciaría. En tres años que median entre «Los heraldos negros» y «Trilce», Vallejo ha dado un paso de gigante que no será comprendido por el público y la crítica en el momento de su publicación. Incorporando en su lenguaje formas de las vanguardias, Vallejo las va a dejar atrás explorando un territorio apenas entrevisto por ultraístas y futuristas, y lo va a hacer siempre transitando un camino personal que le lleva a reflejar su experiencia más íntima o vital de un modo directo; no buscando el alarde técnico o la innovación esteticista por sí misma, sino tratando de ser fiel a un material anímico o emocional al que la poesía no había sabido dar forma todavía, amordazada por las convenciones de la lógica y el lenguaje. La indiferencia con que se recibió su libro no fue obstáculo para que Vallejo fuera consciente de las cotas de libertad expresiva que había alcanzado, y así en una carta a Atenor Orrego se queja del vacío en que ha caído su libro y se hace responsable de él:. » Asumo toda la responsabilidad de su estética. . Hoy, y más que nunca quizás, siento gravitar sobre mí, una hasta ahora obligación sacratísima, de hombre y de artista, !la de ser libre! Si no he de ser hoy libre, no lo seré jamás. Siento que gana el arco de mi frente con su más imperativa curva de heroicidad. me doy en la forma más libre que puedo y ésta es mi mayor cosecha artística. !Dios sabe hasta dónde es cierta y verdadera mi libertad! Dios sabe hasta qué bordes espeluznantes me he asomado, colmado de miedo, temeroso de que todo se vaya a morir a fondo para que mi pobre ánima viva». La libertad con Vallejo ha compuesto los 77 poemas que integran «Trilce» deja la sensación de que no hay ninguna unidad tras la variedad de tonos y estructuras. Sin embargo  el nuevo lenguaje incorporado por Vallejo parece adaptarse como un guante a los temas que trata, ya sea la muerte, la ausencia de los seres queridos, o el trastorno del espacio y el tiempo sufrido en su cautividad. Vallejo amolda el material de la lengua a su antojo, pero para acomodar una realidad que es sumamente escurridiza, con un lenguaje paradójico que sabe atrapar mejor ese dominio extraño en que los muertos ya no son, o los vivos viven a veces como si fueran muertos. En este anómalo dominio de la realidad las metáforas no pueden aprestarse a la imagen fácil y cotidiana y las palabras buscan las raras asociaciones sugeridas por situaciones de desolación. La poesía de Vallejo, más que experimental, es experiencial. Es el hondo sentimiento suscitado por ciertas situaciones de desamparo lo que hace que sus palabras se impregnen de su energía, se estiren y den de sí mas que lo que  acostumbra el lenguaje ordinario. Así, si Vallejo se inventa nuevos vocablos no es por capricho verbal, sino porque las palabras de los diccionarios, de los códigos y las instituciones se le quedan pobres para expresar una realidad que es tremenda y que a la vez resulta cotidiana. De ahí que pese a esta inventiva de vocablos, busque la expresividad de la lengua hablada y coloquial porque es en este registro donde encuentra caja de resonancia toda la carga emocional que lleva dentro, apoyándose a menudo en vocablos quechuas, en americanismos y en palabras ya en desuso que designan los enseres de un mundo labriego y ganadero. Pero la anomalía de la voz de Vallejo no radica sólo en inventarse términos, sino también en el manejo libérrimo que hace de las categorías gramaticales, convirtiendo adverbios en adjetivos, verbalizando adverbios, sustantivando adjetivos, descordinando tiempos verbales. Y es que el estado de orfandad en que Vallejo se coloca sólo puede ser captado retorciendo la sintaxis y la gramática para dejar paso una nueva dimensión de espacio y tiempo en la que se inscribe una realidad poética más acorde con el sentir del poeta. Vallejo es también el poeta que mejor ha explorado la realidad de los números convirtiendo cada guarismo en un símbolo emocional de su mundo poético: «siempre asoma el guarismo bajo la línea de todo avatar». Ha descubierto que la realidad del cuerpo humano es numérica porque el hombre es un animal deseante que expresa sus potencias e impotencias en función de un número de órganos y miembros que le constituyen, una realidad contable y a la vez innumerable hecha de pelos y poros, de codos y arterias, de costillas y falanges. A la vez esta contable realidad corporal intersecciona con el mundo cotidiano que se puede computar en grados, en horas, en esquinas, en ángulos y flancos. A lo que hay que añadir además la dimensión emocional de los valores y sentimientos que hablan también en un lenguaje numérico, hecho de órdenes y líneas. Vallejo ha descubierto que la realidad natural y humana en la se afinca el hombre, sometida a mesura y medida, a pauta y regla, es desmesurada por esa otra realidad interior acuciada por el deseo y por el sentimiento de angustia y orfandad, por el anhelo de justicia y libertad que sólo es posible expresar en una dimensión cubista de la realidad, con un nuevo cuerpo humano resultante que adolece de miembros o que desearia multiplicarlos, o que se descoyuntan ante un mundo opresivo y lacerante. Pero más allá de estos hallazgos verbales que complican la lectura de «Trilce», pervive la voz honda de Vallejo, agravada  por un tono metafísico que nos hace sentir la profunda extrañeza de la existencia.

 

 

LXXV

Estáis muertos.

Qué extraña manera de estarse muertos. Quienquiera diría no lo estáis. Pero, en verdad, estáis muertos.

Flotáis nadamente detrás de aquesa membrana que péndula del cenit al nadir, viene y va de crepúsculo a crepúsculo, vibrando ante la sonora caja de una herida que a vosotros no os duele. Os digo, pues la vida está en el espejo, y que vosotros sois el original, la muerte.

Mientras la onda va, mientras la onda viene, cuán impunemente se está uno muerto. Sólo cuando las aguas se quebrantan en los bordes enfrentados y se doblan y doblan, entonces os transfiguráis y creyendo morir, percibís la sexta cuerda que ya no es vuestra.

Estáis muertos, no habiendo antes vivido jamás. Quienquiera diría que, no siendo ahora, en otro tiempo fuísteis. Pero, en verdad, vosotros sois los cadáveres de una vida que nunca fue. Triste destino el no haber sido sino muertos siempre. El ser hoja seca sin haber sido verde jamás. Orfandad de orfandades.

Y sin embargo, los muertos no son, no pueden ser cadáveres de una vida que todavía no han vivido. Ellos murieron siempre de vida.

Estáis muertos.

III

Las personas mayores
¿a qué hora volverán?
De las seis y el ciego Santiago,
y ya está muy oscuro.

Madre dijo que no demoraría.

Aguedita, Nativa, Miguel,
cuidado con ir por ahí, por donde
acabar de pasar gangueando sus memorias
dobladoras penas,
hacia el silencio corral, y por donde
las gallinas que se están acostando todavía,
se han espantado tanto.
Mejor estamos aquí no más.
Madre dijo que no demoraría.

Ya no tengamos pena. Vamos viendo
los barcos. !El mío es el más bonito de todos!
con los cuales jugamos todo el santo día
sin pelearnos, como debe ser:
han quedado en el pozo de agua, listos,
fletados de dulces para mañana.

Aguardemos así, obedientes y sin más
remedio, la vuelta, el desagravio
de los mayores siempre delanteros
dejándonos en casa a los pequeños,
como si también nosotros
no pudiésemos partir.

Aguedita, Nativa, Miguel?
Llamo, busco al tanteo en la oscuridad.
No me vayan a ver dejado solo,
y el único recluso sea yo.

*****

V

Grupo dicotiledón. Oberturan
desde él petreles, propensiones de trinidad
finales que comienzan, ohs de ayes
creyérase avaloriados de heterogeneidad.!
Grupo de los dos cotiledones!

A ver. Aquello sea sin ser más.
A ver. No trascienda hacia afuera
y piense en son de no ser escuchado
y crome y no sea visto.
Y no glise en el gran colapso.

La creada voz rebélase y no quiere
ser malla, ni amor.
Los novios sean novios en eternidad.
Pues no deis 1, que resonará al infinito.
Y no deis 0, que callará tanto,
hasta despertar y poner de pie al 1

VI

El traje que vestí mañana
no lo ha lavado mi lavandera;
lo lavaba en sus venas otilinas,
en el chorro de su corazón y hoy no he
de preguntarme si yo dejaba
el traje turbio de injusticia.

A hora que no hay quien vaya a las aguas,
en mis falsilla encañona
el lienzo para emplumar, y todas las cosas
del velador de tanto qué será de mí,
todas no están mías
a mi lado.

Quedaron de su propiedad,
frateaseadas, selladas con su trigueña bondad

Y si supiera si ha de volver
;y si supiera qué mañana entrará
a entregarme las ropas lavadas, mi aquella
lavandera del alma. Qué mañana entrará
satisfecha, capulí de obrería, dichosa
de probar que sí sabe, que sí puede
!CÓMO NO VA A PODER !
azular y planchar todos los caos.

X

Prístina y última piedra de infundada
ventura acaba de morir
con alma y todo, octubre habitación y encinta.
De tres meses de ausente y diez de dulce.
Cómo el destino,
mitrado monodáctilo, ríe.

Cómo detrás desahucian juntas
de contrarios. Cómo siempre asoma el guarismo
bajo la línea de todo avatar

Cómo escotan las ballenas a palomas.
Cómo a su vez éstas dejan el pico
cubicado en tercera ala.
Cómo arzonamos, cara a monótonas ancas.

Se remolca diez meses hacia la decena,
hacia otro más allá.
Dos quedan por lo menos todavía en pañales.

Y los tres meses de ausencia.
Y los nueve de gestación.

No hay ni una violencia.
El paciente incorpórase,
y sentado empavona tranquilas misturas.

XI

He encontrado a una niña
en la calle y me ha abrazado.
Equis, disertada, quien la halló y la hallé,
no la va a recordar.

Esta niña es mi prima. Hoy, al tocarle
el talle, mis manos han entrado en su edad
como en par de mal rebocados sepulcros.
Y por la misma desolación marchóse,
delta al sol tenebroso,
trina entre los dos.

«Me he casado»,
me dice. Cuando lo que hicimos de niño
en casa de la tía difunta.
Se ha casado.
Se ha casado.

Tardes años latitudinales,
qué verdaderas ganas nos ha dado
de jugar a los toros, a las yuntas,
pero todo de engaños, de candor, como fue.

XIII

Pienso en tu sexo.
Simplificado el corazón, pienso en tu sexo,
ante el hijar maduro del día.
Palpo el botón de dicha, está en sazón.
Y muere un sentimiento antiguo
degenerado en seso.

Pienso en tu sexo, surco más prolífico
y armonioso que el vientre de la Sombra,
aunque la muerte concibe y pare
de Dios mismo.

Oh Conciencia,
pienso, sí, en el bruto libre
que goza donde quiere, donde puede.

Oh, escándalo de miel de los crepúsculos.
Oh estruendo mudo.!

Odumodneurtse!

XV

En el rincón aquel, donde dormimos juntos
tantas noches, ahora me he sentado
a caminar. La cuja de los novios difuntos
fue sacada, o tal vez qué habrá pasado.

Has venido temprano a otros asuntos
y ya no estás. Es el rincón
donde a tu lado, leí una noche,
entre tus tiernos puntos,
un cuento de Daudet. Es el rincón
amado. No lo equivoques.

Me he puesto a recordar los días
de verano idos, tu entrar y salir,
poca y harta pálida por los cuartos.

En esta noche pluviosa,
ya lejos de ambos dos, salto de pronto…
Son dos puertas, abriéndose, cerrándose,
dos puertas que al viento van y vienen
sombra a sombra.

XVIII

Oh las cuatro paredes de la celda.
Ah las cuatro paredes albicantes
que sin remedio dan al mismo número.

Criadero de nervios, mala brecha,
por sus cuatro rincones cómo arranca
las diarias aherrojadas extremidades.

Amorosa llavera de innumerables llaves,
si estuvieras aquí, si vieras hasta
qué hora son cuatro estas paredes.
Contra ellas seríamos contigo, los dos,
más dos que nunca. Y ni lloraras,
di, libertadora!

Ah las paredes de la celda.
De ellas me duele entretanto más
las dos largas que tienen esta noche
algo de madres ya muertas
llevan por bromurados declives,
a un niño de la mano cada una.

Y sólo yo me voy quedando,
con la diestra que hace por ambas manos,
en alto, en busca de terciario brazo
que ha de pupilar, entre mi donde y mi cuando,
esta mayoría inválida de hombre.

XIX

A trastear, Hélpide dulce, escampas,
cómo quedamos de tan quedarnos.

Hoy vienes apenas me he levantado
El establo está divinamente meado
y excrementido por la vaca inocente
y el inocente asno y el gallo inocente

Penetra en la maría ecuménica.
Oh sangabriel, haz que conciba el alma,
el sin luz amor, el sin cielo,
lo más piedra, lo más nada,
hasta la ilusión monarca.

Quemaremos todas las naves!
Quemaremos la última esencia!

Mas si se ha de sufrir de mito a mito,
y a hablarme llegas masticando hielo
mastiquemos brasas,
ya no hay donde bajar,
ya no hay donde subir.

Se ha puesto el gallo incierto, hombre.

XX

Al ras de batiente nata blindada
de piedra ideal. Pues apenas
acerco el 1 al 1 para no caer.

Ese hombre mostachoso. Sol,
herrada su única rueda, quinta y perfecta,
y desde ella para arriba.
Bulla de botones de bragueta,
libres,
bulla que reprende. A vertical subordinada.
El desagüe jurídico. La chirota grata.

Mas sufro. Allende sufro. Aquende sufro.

Y he aquí se me cae la baba, soy
una bella persona, cuando
el hombre guillermosecundario
puja y suda felicidad
a chorros, al dar lustre al calzado
de su pequeña de tres años.

Engállase el barbado y frota un lado.
La niña en tanto pónese el índice
en la lengua que empieza a deletrear
los enredos de enredos de los enredos,
y unta el otro zapato, a escondidas,
con un poquito de saliba y tierra,
pero con un poquito
no má
-s-

XXII

Es posible que me persigan hasta cuatro
magistrados vuelto. Es posible me juzguen Pedro!
Cuatro humanidades justas juntas!
Don Juan Jacobo está en hacerlo,
y las burlas le tiran de su soledad,
como a un tonto. Bien hecho.

Farol rotoso, el día induce a darle algo,
y pende
a modo de asterisco que se mendiga
a sí propio quizás qué enmendaturas.

Ahora que chirapa tan bonito
en esta paz de una sola línea,
aquí me tienes,
aquí me tienes, de quien yo penda,
para que sacies mis esquinas.

Y si, éstas colmadas,
te derramases de mayor bondad,
sacaré de donde no haya,
forjaré de locura otros posillos,
insaciables ganas
de nivel y amor.

Si pues siempre salimos al encuentro
de cuanto entra por otro lado,
ahora, chirapado eterno y todo,
heme, de quien yo penda,
estoy de filo todavía. Heme!

XXIII

Tahona estuosa de aquellos mis bizcochos
pura yema infantil innumerable, madre.

Oh tus cuatro gorgas, asombrosamente
mal plañidas, madre: tus mendigos.
Las dos hermanas últimas, Miguel que ha muerto
y yo arrastrando todavía
una trenza por cada letra del abecedario.

En la sala de arriba nos repartías
de mañana, de tarde de dual estiba,
aquellas ricas hostias de tiempo, para
que ahora nos sobrasen
cáscaras de relojes en flexión de las 24
en punto parados.

Madre, y ahora! Ahora, en cúal alvéolo
quedaría, en qué retoño capilar,
cierta migaja que hoy se me ata al cuello
y no quiere pasar. Hoy que hasta
tus puros huesos estarán harina
que no habrá en qué amasar!
!tierna, dulcera de amor,
hasta en la cruda sombra, hasta en el gran molar
cuya encía late en aquel lácteo hoyuelo
que inadvertido labrase y pulula !tú lo viste tanto!
en las cerradas manos recién nacidas!

Tal la tierra oirá en tu silenciar,
como nos van cobrando todos
el alquiler del mundo donde nos dejas
y el valor de aquel pan inacabable.
Y nos lo cobran, cuando, siendo nosotros
pequeños entonces, como tú verías,
no se lo podíamos haber arrebatado
a nadie; cuando tú nos lo diste,
¿dí, mama?

XXV

Alfan alfiles a adherirse
a las junturas, al fondo, a los testuces,
al sobrelecho de los numeradores a piel.
Alfiles y caudillos de lupinas parvas.

Al rebufar el socaire de cada caravela
deshilada sin ameracanizar,
ceden las estevas en espasmo de infortunio,
con pulso párvulo mal habituado
a sonarse en el dorso de la muñeca.
Y la más aguda tiplisonancia
se tonsura y apeálase, y largamente
se ennazala hacia carámbanos
de lástima infinita.

Soberbios lomos resoplan
al portal, pendiente de mustios petrales
Las escarapelas con sus siete colores
bajo cero, desde las islas guaneras
hasta las islas guaneras.
Tal los escarzos a la intemperie de pobre
fe.
Tal el tiempo de las rondas. Tal el del rodeo
para los planos futuros,
cuando inánima grifalda relata sólo
fallidas callandas cruzadas

Vienen entonces alfileres a adherirse
hasta en las puertas falsas y en los borradores.

XXVII

Me da miedo ese chorro,
buen recuerdo, señor fuerte, implacable
cruel dulzor. Me da miedo.
Esta casa me da entero bien, entero
lugar para este no saber dónde estar.

No entremos. Me da miedo ese favor
de tornar por minutos, por puentes volados.
Yo no avanzo, señor dulce,
recuerdo valeroso, triste
esqueleto cantor.

Qué contenido, el de esta casa encantada,
me da muertes de azogue, y obtura
con plomo mis tomas
a la seca actualidad.

El chorro que no sabe a cómo vamos,
dame miedo, pavor.
Recuerdo valeroso, yo no avanzo.
Rubio y triste esqueleto, silba, silba.

XXVIII

He almorzado solo ahora, y no he tenido
madre, ni súplica, ni sírvete, ni agua,
ni padre que, en el facundo ofertorio
de los choclos, pregunte para su tardanza
de imagen, por los broches mayores del sonido.

Cómo iba yo a almorzar. Cómo me iba a servir
de tales platos distantes esas cosas,
cuando habráse quebrado el propio hogar,
cuando no asoma madre a los labios.
Cómo iba yo a almorzar nonada.

A la mesa de un buen amigo he almorzado
con su padre recién llegado del mundo
con sus canas tías que hablan
en tordillo retinte de porcelana,
bisbiseando por todos sus viudos alvéolos;
y con cubiertos francos de alegres tiroriros
porque estánse en su casa. Así qué gracia!

Y me han dolido los cuchillos
de esta mesa en todo el paladar.

El yantar de estas mesas así, en que se prueba
amor ajeno en vez del propio amor,
torna tierra el bocado que no brinda la MADRE,
hace golpe la dura deglusión; el dulce,
hiel; aceite funéreo, el café.

Cuando ya se ha quebrado el propio hogar,
y el sírvete materno no sale de la
tumba,
la cocina a oscuras, la miseria de amor.

XXXII

999 calorías.Rumbbb….. Trraprrr rrach….. chaz
Serpentínica u del biscochero
engirafada al tímpano.

Quién como los hielos. Pero no.
Quien como lo que va ni más ni menos.
Quién como el justo medio.

1.0000 calorías.
Azulea y ríe su gran cachaza
el firmamento gringo. Baja
el sol empavado y le alborota los cascos
al más frío.

Remeda al cuco: Rooooooooeeeeis……
tierno autocarril, móvil de sed,
que corre hasta la playa.

Aire, aire- Hielo!
Si al menos el calor (——–Mejor
no diga nada.

Y hasta la misma pluma
con que escribo por último se troncha.

Treinta y tres trillones trescientas treinta
y tres calorías.

XXXIII

Si lloviera esta noche, retiraríame
de aquí a mil años.
Mejor a cien no más.
Como si nada hubiese ocurrido, haría
la cuenta de que vengo todavía.

O sin madre, sin amada, sin porfía
de agacharme a aguaitar al fondo, a puro
pulso,
esta noche así, estaría escarmenando
la fibra védica,
la lana védica de mi fin final, hilo
del diantre, traza de haber tenido
por las narices
a dos badajos inacordes de tiempo
en una misma campana.

Haga la cuenta de mi vida
o haga la cuenta de no haber aún nacido
no alcanzaré a librarme.

No será lo que aún no haya venido, sino
lo que ha llegado y ya se ha ido.
sino lo que ha llegado y ya se ha ido.

XXXIV

Se acabó el extraño, con quien, tarde
la noche, regresabas parla y parla.
Ya no habrá quien me aguarde,
dispuesto mi lugar, bueno lo malo.

Se acabó la calurosa tarde;
tu gran bahía y tu clamor;
la charla con tu madre acabada
que nos brindaba un té lleno de tarde.
Se acabó todo al fin: las vacaciones,
tu obediencia de pechos, tu manera
de pedirme que no me vaya fuera.

Y se acabo el diminutivo, para
mi mayoría en el dolor sin fin
y nuestro haber nacido así sin causa.

XXXV

El encuentro con la amada
tanto alguna vez, es un simple detalle,
casi un programa hípico en violado,
que de tan largo no se puede doblar bien.

El almuerzo con ella que estaría
poniendo el plato que nos gustara ayer
y se repite ahora,
pero con algo más de mostaza;
el tenedor absorto, su doneo radiante
de pistilo en mayo, y en verecundia
de a centavito, por quítame allá esa paja.
Y la cerveza lírica y nerviosa
a la que celan sus dos pezones sin lúpulo,
y que no se debe tomar mucho!

Y los demás encantos de la mesa
que aquella núbil campaña borda
con sus propias baterías germinales
que han operado toda la mañana,
según me consta, a mí,
amoroso notario de sus intimidades
y con las diez varillas mágicas
de sus dedos pancreáticos.

Mujer que, sin pensar en nada más allá,
suelta el mirlo y se pone a conversarnos
sus palabras tiernas
como lancinantes lechugas recién cortadas.

Otro vaso y me voy. Y nos marchamos,
ahora sí, a trabajar.

Entre tanto, ella se interna
entre los cortinajes y !Oh aguja de mis días
desgarrados! se sienta a la orilla
de una costura, a coserme el costado
a su costado,
a pegar el botón de esa camisa,
que se ha vuelto caer. Pero háse visto!

XXXVI

Pugnamos ensartarnos por un ojo de aguja,
enfrentados, a las ganadas.
Amoniácase casi el cuarto ángulo del círculo.!
Hembra se continúa el macho, a raíz
de probables senos, y precisamente
a raíz de cuanto no florece!

¿Por ahí estás, Venus de Milo?
Tú manqueas apenas pululando
entrañada en los brazos plenarios
de la existencia,
de esta existencia que todaviiza
perenne imperfección.
Venus de Milo, cuyo cercenado, increado
brazo revuélvese y trata de encodarse
a través de verdeantes guijarros gagos,
ortivos nautilos, aunes que gatean
recién, vísperas inmortales.
Laceadora de inminencias, laceadora
del paréntesis.

Rehusad, y vosotros, a posar las plantas
en la seguridad dupla de la Armonía.
Rehusad la simetría a buen seguro.
Intervenid en el conflicto
de puntas que se disputan
en las más torionda de las justas
el salto por el ojo de la aguja.

Tal siento ahora al meñique
demás en la siniestra. Lo veo y creo
no debe serme, o por lo menos que está
en sitio donde no debe.

Y me inspira rabia y me azarea
y no hay cómo salir de él, sino haciendo
la cuenta de que hoy es jueves.!

Ceded al nuevo impar
potente de orfandad!

XXXVIII

Este cristal aguarda ser sorbido
en bruto por boca venidera
sin dientes. No desdentada.
Este cristal es pan no venido todavía.

Hiere cuando lo fuerzan
y ya no tiene cariños animales.
Mas si se le apasiona, se melaría
y tomaría la horma de los sustantivos
que se adjetivan de brindarse.

Quienes lo vean allí triste individuo
incoloro, lo enviarían por amor
por pasado y a lo más por futuro:
si él no dase por ninguno de sus costados;
si él espera ser sorbido de golpe
y en cuanto transparencia, por boca ve-
nidera que ya no tendrá dientes.

Este cristal ha pasado de animal,
y márchase ahora a formar las izquierdas,
los nuevos Menos.
Déjenlo sólo no más.

XXXIX

Quién ha encendido fósforo!
Mésome. Sonrió
a columpio por motivo.
Sonrió aún más, si llegan todos
a ver las guías sin color
y a mí siempre en un punto. Qué me importa.

Ni ese bueno del sol que, al morirse de gusto,
lo deposita todo para distribuirlo,
entre las sombras, el pródigo
ni él me esperaría a la otra banda.
Ni los demás que paran solo
entrando y saliendo.

Llama con toque de retina
el gran panadero. Y pagamos en señas
curiosísimas el tibio valor innegable
horneado, trascendiente.
Y tomamos el café ya tarde.
con deficiente azúcar que ha faltado,
y pan sin mantequilla. Qué se va hacer.

Pero, eso sí, los aros receñidos, barreados.
La salud va en un pie. De frente: marchen!

XL

Quién nos hubiera dicho que en domingo
así, sobre arácnidas cuestas
se encabritaría la sombra de puro frontal.
(Un molusco ataca yermos ojos encallados,
a razón de dos o más posibilidades tantálicas
contra medio estertor de sangre remordida.)

Entonces, ni el propio revés de la pantalla
deshabitada enjugaría las arterias
trasdoseadas de dobles todavías.
Como si nos hubiesen dejado salir. !Como
si no estuviésemos embarazados siempre
a los dos flancos diarios de la fatalidad!

Y cuánto nos habríamos ofendido.
Y aun lo que nos habríamos enojado y peleado
y amistado otra vez
y otra vez.
Quién hubiera pensado en tal domingo,
cuando, a rastras, seis codos lamen
de esta manera, hueras yemas lunescentes.

Habríamos sacado contra él, debajo
de las dos alas del Amor,
lustrales plumas terceras, puñales,
nuevos pasajes de papel de oriente.
Para hoy que probamos
si aún vivimos, casi un frente no más.

XLI

La Muerte de rodillas mana
su sangre blanca que no es sangre.
Se huele a garantía.
Pero ya me quiero reír.

Murmúrase algo por allí. Callan.
Alguien silva valor de lado,
y hasta se contaría en par
veintitrés costillas que se echan de menos
entre sí, a ambos costados; se contaría
en par también, toda la fila
de trapecios escoltas.

En tanto el redoblante policial
(otra vez me quiere reír)
se desquita y nos funde a palos,
dale y dale,
tas
con
tas.

XLII

Esperáos. Ya os voy a narrar
todo. Esperáos sossiegue
este dolor de cabeza. Eperáos.

¿Dónde os habéis dejado vosotros
que no hacéis falta jamás?

Nadie hace falta! Muy bien.

Rosa, entre del último piso.
Estoy niño. Y otra vez rosa:
ni sabes a dónde voy.

¿Aspa la estrella de la muerte?
O son extrañas máquinas cosedoras
dentro del costado izquierdo.
Esperáos otro momento.

No nos ha visto nadie. Pura
búscate el talle.
!A dónde se han saltado tus ojos!

Penetra reencarnada en los salones
de ponentino cristal. Suena
música exacta casi lástima.

Me siento mejor. Sin fiebre, y ferviente.
Primavera. Perú. Abro los ojos.
Ave! No salgas. Dios, como si sospechase
algún flujo sin reflujo hay.

Paletada facial, resbala el telón
cabe las conchas.

Acrisis. Tilia, acuéstate.

XLIII

Quién sabe se va a ti. No lo ocultes.
Quién sabe madrugada.
Acariciale. No le digas nada. Está
duro de lo que se ahuyenta.
Acaríciale. Anda! Cómo le tendría pena.

Narra que no es posible
todos digan que bueno
cuando ves que se vuelve y revuelve,
animal que ha aprendido a irse… No?
Sí. Acariciale. No le arguyas.

Quien sabe se va a ti madrugada.
¿Has contado qué poros dan salida solamente
.y cuáles dan entrada?
Acaríciale. Anda! Pero no vaya a saber
que lo haces porque yo te lo ruego.
Anda!

XLV

Me desvinculo del mar
cuando vienen las aguas a mí.

Salgamos siempre. Saboreemos
la canción estupenda, la canción dicha
por los labios inferiores del deseo.
Oh prodigiosa doncellez.
Para la brisa sin sal.

A lo lejos husmeo los tuétanos
oyendo el tanteo profundo, a la caza
de teclas de resaca.

Y si así diéramos las narices
en el absurdo,
nos cubriremos con el oro de no tener nada,
y empollaremos el ala aún no nacida
de la noche, hermana
de esta ala huérfana del día,
que a fuerza de ser una ya no es ala.

XLVI

La tarde cocinera se detiene
ante la mesa donde tú comiste;
y muerta de hambre tu memoria viene
sin probar ni agua, de lo puro triste.

Mas como siempre, tu humildad se aviene
a que le brinden la bondad más triste.
Y no quieres gustar, que ves quien viene
filialmente a la mesa en que comiste.

La tarde cocinera te suplica
y te llora en su delantal que aún sórdido
nos empieza a querer de oírnos tanto.

Yo hago esfuerzos también; porque no hay
valor para servirse de estas aves.
Ah! qué nos vamos a servir ya nada.

XLVII

Ciliado arrecife donde nací,
según refieren cronicones y pliegos
de labios familiares historiados
en segunda gracia.

Ciliado archipiélago, te desislas a fondo,
a fondo archipiélago mío!
Duras todavía tus articulaciones
al camino, como cuando nos instan,
y nosotros no cedemos por nada.

Al ver los párpados cerrados,
implumes maryorcitos, devorando azules bombones,
se carcajean pericotes viejos.
Los párpados cerrados, como si, cuando, nacemos
siempre, no fuese tiempo todavía.

Se va el altar, el cirio para
que no le pasase nada a mi madre,
y por mí que sería con los años, si Dios
quería, Obispo, Papa, Santo, o tal vez
sólo un columnario dolor de cabeza.

Y las manitas que se abarquillana
siéndose de algo flotante,
a no querer quedarse.Y siendo ya la 1.

XLVIII

Tengo ahora 70 soles peruanos.
Cojo la penúltima moneda, la que sue-
na 69 veces púnicas.
Y he aquí, al finalizar su rol,
quémase toda y arde llameante,
Llameante,
redonda entre mis tímpanos alucinados.

Ella, siendo 69, dase contra 70;
luego escala 71 rebota en 72.
Y así se multiplica y espejea impertérrita
en todos los demás piñones.

Ella, vibrando y forcejeando,
pegando gritttos,
soltando arduos, chisporroteantes silencios,
orinándose de natural grandor,
en unánimes postes surgentes,
acaba por ser todos los guarismos,
la vida entera.

L
El cancerbero cuatro veces
al día maneja su candado, abriéndonos
cerrándonos los esternones, en guiños
que entendemos perfectamente.

Con los fundillos lelos melancólicos,
amuchachado de trascendental desaliño,
parado, es adorable el pobre viejo.
Chancea con los presos, hasta el tope
los puños en las ingles. Y hasta la mojarrilla
les roe algún mendrugo; pero siempre
cumpliendo su deber.

Por entre los barrotes pone el punto
fiscal, inadvertido, izándose en la falangita
del meñique,
a la pista de lo que hablo,
lo que como,
lo que sueño.

Quiere el corvino ya no hayan adentros,
y cómo nos duele esto que quiere el cancerbero.

Por un sistema de relojería, juega
el viejo inminente, pitagórico!
a lo ancho de las aortas. Y sólo
de tarde en noche, con noche
soslaya alguna su excepción de metal.
Pero, naturalmente,
siempre cumpliendo su deber.

LII

Y nos levantaremos cuando se nos dé
la gana, aunque mamá toda claror
nos despierte con cantora
y linda cólera materna.
Nosotros reiremos a hurtadillas de esto,
mordiendo el canto de las tibias colchas
de vicuña !y no me vayas a hacer cosas!

Los humos de los bohíos !ah golfillos
en rama! madrugarían a jugar
a las cometas azulinas, azulantes,
y, apeñuscando alfarjes y piedras, nos darían
su estímulo fragante de boñiga,
para sacarnos
al aire nene que no conoce aún las letras,
a pelearles los hilos.

Otro día querrás pastorear
entre tus huecos onfalóideos
ávidas cavernas,
meses nonos,
mis telones.

O querrás acompañar a la ancianía
a destapar la toma de un crepúsculo,
para que de día surja
toda el agua que pasa de noche.

Y llegas muriéndote de risa,
y en el almuerzo musical,
cancha reventada, harina con manteca,
con manteca,
le tomas el pelo al peón decúbito
que hoy otra vez olvida dar los buenos días,
esos sus días, buenos con b de baldío,
que insisten en salirle al pobre
por la culata de la v
dentilabial que veía en él.

LIII

Quien clama las once no son doce!
Como si las hubiesen pujado, se afrontan
de dos en dos las once veces.

Cabezazo brutal. Asoman
las coronas a oir,
pero sin traspasar los eternos
trescientos sesenta grados asoman
y exploran en balde, dónde ambas manos
ocultan el otro puente que les nace
entre veras y litúrgicas bromas.

Vuelve la frontera a probar
las dos piedras que no alcanzan a ocupar
una misma posada a un mismo tiempo.
La frontera, la ambulante batuta, que sigue
inmutable, igual, sólo
más ella a cada esguince en alto.

Veis lo que es sin poder ser negado,
veis lo que tenemos que aguantar,
mal que nos pese.!
Cuánto se aceita en codos
que llegan hasta la boca!

LIV

Foragido tormento, entra, sal
por un mismo forado cuadrangular.
Duda. El balance punza y punza
hasta las cachas.

A veces doyme contra todas las contras,
y por ratos soy el alto más negro de los ápices
en la fatalidad de la Armonía.
Entonces las ojeras se irritan divinamente,
y solloza la sierra del alma,
se violentan oxigenos de buena voluntad,
arde cuanto no arde y hasta
el dolor doble el pico en risa.

Pero un día no podrás entrar
ni salir, con el puñado de tierra
que te echaré a los ojos, foragido!

LV

Samain diría el aire es quieto y de una contenida tristeza.

Vallejo dice hoy la Muerte está soldando cada lindero a cada hebra de cabello perdido, desde la cubeta de un frontal, donde hay algas, toronjiles que cantan divinos almácigos en guardia, y versos antisépticos sin dueño.

El miércoles, con uñas destronadas se abre las propias uñas de alcanfor, e instila por podvorientos harneros, ecos, páginas vueltas, zarros,
zumbidos de moscas
cuando hay muerto, y pena clara esponjosa y cierta esperanza.

Un enfermo lee, La Prensa, como en fasistol.

Otro está tendido palpitante, longirrostro,
cerca a estarlo sepulto.

Y yo advierto un hombro está en su sitio
todavía y casi queda listo de éste, el otro lado.

Ya la tarde pasó diez y seis veces por el subsuelo empatrullado,
y se está casi ausente
en el número de madera amarilla
de la cama que está desocupada tanto tiempo
allá……………………
enfrente..

LVI

Todos los días amanezco a ciegas
a trabajar para vivir: y tomo el desayuno,
sin probar ni gota de él todas las mañanas.
Sin saber si he logrado, o más nunca,
algo que brinca del sabor
o es sólo corazón y que ya vuelto, lamentará
hasta dónde esto es lo menos.

El niño crecería ahíto de felicidad
oh albas,
ante el pesar de los padres de no poder dejarnos
de arrancar de sus sueños de amor a este mundo;
ante ellos que, como Dios, de tanto amor
se comprendieron hasta creadores
y nos quisieron hasta hacernos daño.

Flecos de invisible trama,
dientes que huronean desde la neutra emoción,
pilares
libres de base y coronación,
en la gran boca que ha perdido el habla.

Fósoforo y fósforo en la oscuridad,
lágrima y lágrima en la polvareda.

LVII

Craterizados los puntos más altos, los puntos
del amor de ser mayúsculo, bebo, ayuno, ab-
sorbo heroína para la pena, para el latido
lacio y contra toda correción.

¿Puedo decir que nos han traicionado? No.
¿Que todos fueron buenos? Tampoco. Pero
allí está una buena voluntad, sin duda,
y sobre todo, el ser así.

Y qué quien se ame mucho! Yo me busco
en mi propio designio que debio ser obra
mía, en vano: nada alcanzó a ser libre.

Y sin embargo, quién me empuja.
A que no me atrevo a cerrar la quinta ventana.
Y el papel de amarse y persistir, junto a las
horas y a lo indebido.

Y el éste y el aquél.

LX

Es de madera mi paciencia,
sorda vejetal.

Día que has sido puro, niño, inútil,
que naciste desnudo, las leguas
que tu marcha, van corriendo sobre
tus doce extremidades, ese doblez ceñudo
de después deshiláchase
en no se sabe qué últimos pañales.

Constelado de hemisferios de grumo,
bajo eternas américas inéditas, tu gran plumaje,
te partes y me dejas, sin tu emoción ambigua,
sin tu nudo de sueños, domingo.

Y se apolilla mi paciencia,
y me vuelvo a exclamar: !Cuándo vendrá
el domingo bocón y mudo del sepulcro;
cuándo vendrá a cargar este sábado
de harapos, esta horrible sutura
del placer que nos engendra sin querer,
y el placer que nos DestieRRa!

LXI

Esta noche desciendo del caballo,
ante la puerta de la casa, donde
me despedía con el cantar del gallo.
Está cerrada y nadie responde.

El poyo en que mamá alumbró
al hermano mayor, para que ensille
lomos que había yo montado en pelo,
por rúas y por cercas, niño aldeano;
el poyo en que dejé que se amarille al sol
mi adolorida infancia… ¿Y este duelo
que enmarca la portada?

Dios en la paz foránea,
estornuda, cual llamando también, el bruto;
husmea, golpeando el empedrado. Luego duda,
relincha,
orejea a viva oreja.

Ha de velar papá rezando, y quizás
pensará se me hizo tarde.
Las hermanas, canturreando sus ilusiones
sencillas, bullosas,
en la labor para la fiesta que se acerca,
y ya no falta casi nada.
Espero, espero, el corazón
un huevo en su momento, que se obstruye.

Numerosa familia que dejamos
no ha mucho, hoy nadie en vela, y ni auna cera
puso en el ara para que volviéramos.

Llamo de nuevo, y nada.
Callamos y nos ponemos a sollozar, y el animal
relincha, relincha más todavía.

Todos están durmiendo para siempre,
y tan de lo más bien, que por fin
mi caballo acaba fatigado por cabecear
a su vez, y entre sueños, a cada venia, dice
que está bien, que todo está muy bien.

LXII

Alfombra
Cuando vayas al cuarto que tú sabes,
entra en él, pero entorna con tiento la mampara
que tanto se entreabre,
casa bien los cerrojos, para que ya no puedan
volverse otras espaldas.

Corteza
Y cuando salgas, di que no tardarás
a llamar al canal que nos separa:
fuertemente cogido de un canto de tu suerte
te soy inseparable,
y me arrastras al borde de tu alma.

Almohada
Y sólo cuando hayamos muertos !quién sabe!
Oh no. Quién sabe!
entonces nos habremos separado.
Mas, si, al cambiar el paso, me tocase a mí
la desconocida bandera, te he de esperar allá
en la confluencia del soplo y el hueso,
como antaño,
como antaño en la esquina de los novios
ponientes de la tierra.

Y desde allí te seguiré a lo largo
de otros mundos, y siquiera podrán
servirte mis nós musgosos arrecidos,
para que en ellos poses las rodillas
en las siete caídas de esa cuesta infinita,
y así te duelan menos.

LXIV

Hitos vagarosos enamoran, desde el minuto
montuoso que obstetriza y fecha los amotinados nichos de la atmósfera.

Verde está el corazón de tanto esperar; y en el canal de Panamá !hablo con vosotras, mitades, bases cúspides! retoñan los peldaños, pasos que suben,
pasos que baja-
n.
Y yo que pervivo,
y yo que sé plantarme.

Oh valle sin altura madre, donde todo duerme horrible mediatinta, sin ríos frescos, sin entrada de amor. Oh voces y ciudades que pasan cabalgando en un dedo tendido que señala a calva Unidad. Mientras pasan, de mucho en mucho, gañanes de gran costado sabio, detrás de las tres tardas dimensiones

Hoy Mañana Ayer

(No, hombre!)

LXV

Madre voy mañana a Santiago,
a mojarme en tu bendición y en tu llanto.
Acomodando estoy mis desengaños y el rosado
de llaga de mis falsos trajines.

Me esperará tu arco de asombro,
las tonsuradas columnas de tus ansias
que se acaban la vida. me esperará el patio,
el corredor de abajo con sus tondos y repulgos
de fiesta. Me esperará mi sillón ayo,
aquel buen quijarudo trasto de dinástico
cuero, que pára no más rezongando a las nalgas
tataranietas, de correa a correhuela.

Estoy cribando mis cariños más puros.
Estoy ejeando, ¿no oyes jadear la sonda?
¿no oyes tascar dianas?
estoy plasmando tu fórmula de amor
para todos los huecos de este suelo.

Oh si se dispusiera los tácitos volantes
para todas las cintas más distantes,
para todas las citas más distintas.

Así, muerta inmortal. Así.
Bajo los dobles arcos de tu sangre, por donde
hay que pasar tan de puntillas que hasta mi padre
para ir por allí,
humildóse hasta menos de la mitad del hombre,
hasta ser el primer pequeño que tuviste.

Así muerta inmortal.
Entre la columnata de tus huesos
que no puede caer ni a lloros,
y a cuyo lado ni el Destino pudo entrometer
ni un solo dedo suyo.

Así muerta inmortal.
Así.

LXVI

Dobla el dos de noviembre.

Estas sillas son buenas acogidas.
La rama del presentimiento
va, viene, sube, ondea sudorosa,
fatigada en esta sala.
Dobla triste el dos de noviembre.

Difuntos, qué bajo cortan vuestros dientes
abolidos, repasando ciegos nervios,
sin recordar la dura fibra
que cantores obreros redondos remiendan
con cáñamo inacabable, de innumerable nudos
latientes de encrucijada.

Vosotros, difuntos, de las nítidas rodillas
puras a fuerza de entregaros,
cómo aserráis el otro corazón
con vuestras blancas coronas, ralas
de cordialidad. Sí, Vosotros, difuntos.

Dobla triste el dos de noviembre.
Y la rama del presentimiento
se la muerde un carro que simplemente
rueda por la calle.

LXVII

Canta cerca el verano y ambos
diversos erramos, al hombro
recodos, cedros, compases unípedos,
espatarrados en la sola recta inevitable.

Canta el verano y en aquellas paredes
endulzadas de marzo,
lloriquea, gusanea la arácnida acuarela
de la melancolía.

Cuadro enmarcado de trisado anélido, cuadro
que faltó en ese sitio para donde
pensamos que vendría el gran espejo ausente.
Amor, éste es el cuadro que faltó.

Mas, para qué me esforzaria
por dorar pajilla para tal encantada aurícula,
si a espaldas de astros queridos,
se consienten el vacío, a pesar de todo.

Cuánta madre qudábase adentrada
siempre en tenaz atavío de carbón, cuando
el cuadro faltaba, y para lo que crecería
al pie de ardua quebrada de mujer.

Así yo me decía: Si vendrá aquel espejo
que de tan esperado, ya pasa de cristal.
Me acababa la vida ¿para qué?
Me acababa la vida, para alzarnos

sólo de espejo a espejo.

LXVIII

Estamos a catorce de julio.
Son las cinco de la tarde. Llueve en toda
una tercera esquina de papel secante.
Y llueve más de abajo ay para arriba.

Dos lagunas las manos avanzan,
de diez en fondo,
desde un martes cenagoso que ha seis días
está en los lagrimales helado.

Se ha degollado una semana
con las más agudas caídas; hace hecho
todo lo que pueda hacer miserable genial
en gran taberna sin rieles. Ahora estamos
bien, con esta lluvia que nos lava
y nos alegra y nos hace gracia suave.

Hemos a peso bruto caminado, y, de un solo desafío,
blanqueó nuestra pureza de animales.
y preguntamos por el eterno amor,
por el encuentro absoluto,
por cuanto pasa de aquí para allá.
y respondimos desde dónde los míos no son los tuyos
desde qué hora el bordón, al ser portado,
sustenta y no es sustentado. (Neto.)

Y era negro, colgado en un rincón,
sin proferir ni jota, mi paletó,
a
t
o
d
a
s
t
A

LXX

Todos sonríen al desgaire en que voy-
me a fondo, celular de comer bien y bien beber.

Los soles sin yantar? O hay quien
les da granos como a pajarillos? Francamente,
yo no sé de esto casi nada.

Oh piedra, almohada bienfaciente al fin. Amémonos
los vivos a los vivos, que a las buenas cosas muertas
será después. Cuánto tenemos que quererlas
y estrecharlas, cuánto. Amemos las actuali-
dades, que siempre no estaremos como estamos.
Que interinos Barrancos no hay en los esenciales
cementerios.

El porteo va en el alfar, a pico. La jornada nos
da en el cogollo, con su docena de escaleras, escala-
das, en horizontizante frustración de pies, por pávi-
das sandalias vacantes.

Y temblamos avanzar el paso, que no sabemos si
damos con el péndulo, o ya lo hemos cruzado.

LXXIII

Ha triunfado otro ay. La verdad está allí
Y quien tal actúa ¿no va a saber
amaestrar excelente dijitigrados
para el ratón? ¿Si… No…?

Ha triunfado otro ay y contra nadie.
Oh exósmosis de agua químicamente pura.
Ah míos australes. Oh nuestro divinos.
Tengo pues derecho
a estar verde y contento y peligroso, y a ser
el cincel, miedo del bloque basto y vasto;
a meter la pata y a la risa.

Absurdo, sólo tú eres puro.
Absurdo, este exceso sólo ante ti se
suda de dorado placer.

LXXIV

Hubo un día tan rico el año pasado…!
que ya ni sé qué hacer con él.

Severas madres guías al colegio,
asedian las reflexiones y nosotros enflechamos
la cara apenas. Para ya tarde saber
que en aquello gozna la travesura
y se rompe la sien.
Qué día el del año pasado,
que ya ni sé qué hacer con él,
rota la sien y todo.

Por esto nos separarán,
por eso y para que ya no hagamos mal.

Y las reflexiones técnicas aún dicen
¿no las vas a oír?
que dentro de dos gráfilas oscuras y aparte,
por haber sido niños y también
por habernos juntado mucho en la vida,
reclusos para siempre nos irán a encerrar.

Para que te compongas.

LXXVI

De la noche a la mañana voy
sacando lengua a las más mudas equis.

En nombre de esa pura
que sabía mirar hasta ser 2.

En nombre de que la fui extraño,
llave y chapa muy diferentes.

En nombre della que no tuvo voz
ni voto, cuando se dispuso
esta su suerte de hacer.

Ebullición de cuerpos, sin embargo,
aptos; ebullición que siempre
tan sólo estuvo a 99 burbujas.!

Remates, esposados en naturaleza,
de dos días que no se juntan,
que no se alcanzan jamás!

LXXVII

Graniza tanto, como para que yo recuerde
y acreciente las perlas
que he recogido del hocico mismo
de cada tempestad.

No se vaya a secar esta lluvia.
A menos que me fuese dado
caer ahora para ella o que me enterrasen
mojado en el agua
que surtiera de todos los fuegos.

¿Hasta dónde me alcanzará esta lluvia?
Temo me quede con algún flanco seco;
temo que ella se vaya, sin haberme probado
en las sequías increíbles cuerdas vocales,
por las que
para dar armonía,
hay siempre que subir !nunca bajar!
¿No subimos acaso para abajo?

Canta, lluvia, en la costa aún sin mar!

 

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