2.- Eruditos y pensadores.

Hay eruditos y pensadores. Por desgracia es relativamente fácil, aunque largo, pasar del pensamiento a la erudición y muy difícil deshacer el cambio: el erudito genérico cree que se ha acercado a la verdad más que otros, tal vez porque los conoce, craso error: la verdad es inaprehensible. De estar en alguna parte debe ser en el caos, lugar imposible para el estudio organizado. Los eruditos no son pensadores. En algún caso raro un erudito es también un pensador. Pero no hay que fiarse: la mayor parte de las veces los intereses personales corrompen la actividad de pensar.

Pensar, filosofar artísticamente, es nadar en el caos de los pensamientos. Sin pretender llegar. Atender a lo que sugieran esas intuiciones independientes de la actividad inmediata que, de tarde en tarde, nos propone… ¿el Demiurgo?

Ese planeo sobre las ondas de toda la actividad de la razón preguntando por el todo, no es, por ejemplo, quedarse prendido en la página 153 de la “Filosofía real[1] de Hegel un año entero, y sin ponerse divino. No es pero se parece, sobre todo si se revisa después de haber conocido superficialmente a Arturo Schopenhauer. Tratas de comprender lo escrito pero, sin querer, surge de la nada, del caos, del absurdo, una idea de cierto valor perecedero independiente del trabajo propuesto, de valor perecedero porque está destinada a ser sustituida por la siguiente y porque no es válida para nadie más. Y eso que pasa forzosamente es, para Schopenhauer, el resultado de la acción de la “Voluntad”.

Todo el interés de Ripalda estaba centrado en enseñarnos a pensar. Decía que lo importante era el método. El tema ya lo escogeríamos después, según nuestro interés. El problema de aquella didáctica era y es que el “pensamiento artístico” es incomprensible, incomunicable, y perfectamente inútil para otros sujetos. La hermenéutica, interpretación recurrente de temas difíciles, tampoco es filosofía. Pero ese modo de pensar pudiera ser un primer paso.

Busco un término apropiado: hace tiempo repetí el hallazgo de otros buscadores y me pareció que el adjetivo “líquido”, “pensamiento líquido”, era suficientemente esclarecedor: un pensamiento que se adapta a la forma de su continente, pero creo que ahora debe cambiarse por el de “pensamiento artístico” para incluir esas intuiciones kantianas que superan subliminalmente a los productos de la razón y hacen de puente entre ella y los sentimientos. Me refiero al interés desinteresado ante la obra de arte genial y al sentimiento de lo sublime estético o matemático, descritos en “La crítica del juicio”, incomprensibles, incomunicables, perfectamente inútiles.

Dice Aristóteles que “Todos los hombres desean por naturaleza saber[2], es el comienzo de su estudio sobre lo que está más allá del mundo tangible, prescindiendo de coincidencias editoriales, es verdad. El conocimiento de lo que coloquialmente se conoce como “la realidad” no es el saber que añoran “todos los hombres”[3]. Ese conocimiento deseado sabemos, desde finales del siglo XVIII, que nos está vedado, precisamente por el estudio de la metafísica que demuestra que el conocimiento termina allá donde lo hacen las sensaciones. El deseo del “hombre” es estar comunicado, ser uno con los demás, de aquí la manía compulsiva de aferrarse al teléfono. No es que lo que se dice no tenga el más mínimo interés, que no lo tiene, es que la necesidad de ser uno fundido en los demás es la vocación definitiva y absoluta aunque sea tan lejana en el pensamiento que muy pocos alcancen a intuir su existencia. Y tan próxima a la realidad como la misma muerte.

[1] Edición de Ripalda.- Fondo de cultura económica 1984.-

[2] Libro A parágrafo 980a línea 21: PanteV anqrwpoi tou eidenai oregontai fusei

[3] Aristóteles.- Comienzo de la Metafísica.-

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