POETAS 107. Jaime Sabines II (Tarumba)

Jaime Sabines Gutiérrez (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 25 de marzo de 1926 – Ciudad de México; 19 de marzo de 1999) fue un poeta y político mexicano, reputado como uno de los grandes exponentes de la lírica mexicana. Su padre, Julio Sabines, había nacido en el Líbano; pronto emigró con sus padres y sus dos hermanos a Cuba y, ya trasladado a México, entró a formar parte de la revolución de ese país en 1914. La figura del padre, al que más tarde dedicara el libro de poemas “Algo sobre la muerte del mayor Sabines”, fue clave para su dedicación a la poesía, pues se había empeñado  en inculcar en el hijo el gusto por la literatura. La madre, Luz Gutiérrez, procedía de una familia de tradición militar, y su abuelo llegó a ser gobernador de Chiapas. En 1945, Jaime Sabines se traslada a la Ciudad de México con la idea de estudiar medicina, carrera que deja sin concluir cuando entiende que su verdadera vocación es la literatura. Regresa a su tierra natal, pero enseguida vuelve a la Ciudad de México para ponerse a estudiar Literatura en la UNAM. Un grave accidente acaecido a su padre en 1952 obliga a Jaime Sabines a volver a la casa familiar. En Txula entra en contacto con un grupo de escritores y poetas que iban a tener gran importancia para su formación, además de los abundantes poetas clásicos y modernos que nutrieron sus lecturas. De esta época datan sus dos primeros libros de poemas, donde ya es fácil reconocer su voz propia y en donde se hallan presentes los dos temas más arraigados en su obra: la vida y la muerte. Los libros son “Horal”, 1950;  y “La Señal”, 1951. En Txula entra a trabajar en el negocio familiar ejerciendo una actividad como vendedor de ambulante de telas que más tarde llegaría a tachar como “la más antipoética actividad del mundo”. A la vez que se dedica a este oficio, para él humillante, comienza a leer con fruición el romancero español, a los clásicos y a Juan Ramón Jiménez. Más tarde ampliaría su repertorio con lecturas de García Lorca, de Cesar Vallejo, Pablo Neruda y Miguel Hernández.. En 1953 se casa con Josefa Rodríguez Zebadúa, con quien tendrá 4 hijos. En 1954 publica el libro de poemas “Tarumba”. A pesar del prestigio que el libro alcanzó fuera de su país, la tibia acogida que tuvo en México decepcionó a Sabines. La muerte del padre en 1961 sume al poeta en un abatimiento profundo del que logra salir escribiendo uno de los libros más doloridos de la poesía mexicana: “Algo sobre la muerte del Mayor Sabines”. Julio Sabines decidió adoptar la forma del soneto porque era la más adecuada para contener la emoción de una muerte que en los primeros días la sintió como propia, según llego a declarar más tarde. Este libro tuvo una continuación tres años después, en 1964: la escritura de este poemario le ayudó finalmente a quitarse la muerte de la cabeza y a salir de la sensación de soledad que le había dejado la desaparición del padre. Paralelamente a su vocación de poeta, y fiel a su ideario político, decide inmiscuirse en la política, y en 1976 gana un escaño como diputado federal por Chiapas representado al Partido Revolucionario Institucional (PRI) . En 1988 es elegido diputado en el Congreso de la unión. Su carrera estuvo acompañada de multitud de reconocimientos a su obra, destacando el Premio Nacional de Ciencias y Artes lingüísticas y Literatura en 1983. Jaime Sabines definió su poesía como un largo testimonio de vida. Poeta que nunca renunció al compromiso social, incluso al matiz político, buscó la comunicación con los lectores a base de hacer crónica de la vida cotidiana de una forma sencilla y espontánea. Poeta hondo, dolorido, casi un metafísico de la pena, la solidaridad con la desgracia y la miseria humana ennoblece y da profundidad a su poesía. En alguna ocasión, cuando se le invitaba a que hiciese una reflexión sobre lo que para él significaba la poesía, la llegó a considerar sobre todo como un destino: “un poeta es una gente descarnada, es decir una persona que va por el mundo sin piel, con la carne viva. Por lo tanto las cosas que suceden le afectan más que a otros”. Para Sabines el perfil más reconocible de la poesía era su vivencia humana: “el poema no tiene más que una medida, su autenticidad”. Por tanto, era importante que el poeta no escribiera nada más que sobre aquello que hubiera vivido: “todo lo que se haga al margen de la experiencia emocional será una construcción verbal, juego entretenido, pero no poesía”. En el fondo de estas palabras late la suspicacia que le provocaba la poesía de Octavio Paz: “No me gustan los poemas –dijo en cierta ocasión, sobre Paz- donde no se ve al poeta ni al hombre. Pura construcción, pura objetividad sin mancha y sin trato”. Sin embargo, Octavio Paz, que sí apreciaba la poesía de Jaime Sabines, llegó a dejar una semblanza bastante atinada de la relevancia del poeta para la lírica mexicana: “Jaime Sabines es uno de los mejores poetas contemporáneos de nuestra lengua. Muy pronto, desde su primer libro, encontró su voz. Una voz inconfundible, un poco ronca y áspera, piedra rodada y verdinegra, veteada por estas líneas sinuosas y profundas que trazan en los peñascos el rayo y el temporal. Mapas pasionales, signos de los cuatros elementos, jeroglíficos de la sangre, la bilis, el semen, el sudor, las lágrimas y los otros líquidos y sustancias con que el hombre dibuja su muerte –o con los que la muerte dibuja nuestra imagen de hombre».

ANDO BUSCANDO A UN HOMBRE que se parezca a mí

Para darle mi nombre, mi mujer y mi hijo,

Mis libros y mis deudas.

Ando buscando a quién regalarle mi alma,

Mi destino, mi muerte.

 

¡Con qué gusto lo haría,

Con qué ternura me dejaría en sus manos!

                          (“Poemas sueltos”, 1951-1961)

¡EN QUE PAUSADO vértigo te encuentras

Qué sombras bebes, en qué sonoros vasos!

¡Con qué manos de hule estás diciendo adiós

Y qué desdentada sonrisa echas por delante!

Te miro poco a poco tratando de quererte

Pero estás mojado de alcohol

Y escupes en la manga de tu camisa

Y los pequeños vidrios de tus ojos se caen.

¿A dónde vas hermano?,

¿de qué vergüenza huyes?

Yo miro al niño que fuiste,

Como lo llevas de la mano

De cantina a cantina, de un hambre a otra.

Me hablas de cosas que sólo tu madrugada conoce,

De formas que sólo tu sueño ha visto,

Y sé que estamos lejos, cada uno en el lugar de su miseria,

Bajo la misma lluvia de esta tarde.

Tú no puedes flotar, pero yo hundirme.

Vamos a andar del brazo, como dos topos amarillos,

A ver si el dios de los subterráneos nos conduce.

                       (“Tarumba”, 1956)

 

AHÍ VIENE un galope subterráneo,

Viene un mar rompiendo,

Viene un ventarrón de Marte.

(Alguien ha de explicarme

Por qué no suceden tantas cosas.)

Viene un golpe de sangre

Desde mis pies de barro,

Vienen canas en busca de mi edad,

Tablas flotando para mi ataúd.

(El Rey de Reyes como un elote, espera,

Se prueba unas sandalias de hoja de plátano.)

Viene mi abuelita Chus,

Que cumplió trece desaños,

Trece años en la muerte,

Trece años para atrás, para lo hondo.

Me visitan Tony Chente, mi tía Chofi,

Y otros amigos enterrados.

Pienso en Tito, jalando de la manga a su muerte

Y ésta no haciendo caso.

Viene Chayito dolorosa

Con su hoja de menta

Y con un caballito para mi hijo.

Y viene el aguacero más grande de todos los tiempos

Y el miedo de los rayos,

Y tengo que subirme a un arca transformado en buey

Para la vida dichosa que nos espera.

(“Tarumba”, 1956)

 

 

LE VENDÍ al diablo,

Le vendí a la costumbre,

Le vendí al amor consuetudinario,

Mi riñón, mi corazón, mis hígados.

Se los vendí por una pomada para los callos,

Y por el gusto,

Y por sentirme bien.

Nadie, desde hoy, podrá decirme

Poeta vendido.

Nadie podrá escarbar y jalarme los huesos.

Estoy con la República de China Popular.

Le curo las almorranas a Neruda,

Escupo a Franco.

(Nadie podrá decir que no estoy en mi tiempo.)

Detrás del mostrador soy el héroe del día.

Yo soy la resistencia. Oídme.

Soporto el hundimiento.

Desde el balcón nocturno miro al sol.

Desde la empalizada submarina.

(“Tarumba”, 1956)

 

 

 

NO ES QUE MUERA DE AMOR, muero de ti.

Muero de ti, amor, de amor de ti,

De urgencia mía de mi piel de ti,

De mi alma de ti y de mi boca

Y del insoportable que yo soy sin ti.

 

Muero de ti y de mí, muero de ambos,

De nosotros, de ese,

Desgarrado, partido,

Me muero, te muero, lo morimos.

 

Morimos en mi cuarto en que estoy solo,

En mi cama en que faltas,

En la calle donde mi brazo va vacío,

En el cine y los parques, los tranvías,

Los lugares donde mi hombro acostumbra tu cabeza

Y mi mano tu mano

Y todo yo te sé como yo mismo.

 

Morimos en el sitio que le he prestado al aire

Para que estés fuera de mí,

Y en el lugar en que el aire se acaba

Cuando te echo mi piel encima

Y nos conocemos en nosotros, separados del mundo

Dichosa, penetrada, y cierto, interminable.

(“Poemas sueltos”, 1951-1961)

 

 

LA ENFERMEDAD VIENE DE LEJOS,

Viene sombríamente

Subiendo a nuestro cuerpo

Como a un monte, con un espeso

Viento, con un duro paso seco.

Viene subiendo

A nuestro viejo cuerpo

Como a una casa en ruinas

De noche, con el miedo.

La enfermedad viene de lejos,

Con polvo, con cansancio,

Viene de cementerios,

Arrastra escobas, trapos

Cuelga perros

Como asesinos, de árboles

Opacos y tercos.

Le enfermedad llega al terreno

En que estamos y vemos

Y nos rodea en silencio

Y allí se está mordiendo

Raíces, bulbos, yemas,

Y escupe, escupe, escupe,

Traga veneno.

La enfermedad agarra nuestro cuerpo,

Unta leche de sapo dulce,

Soba como un abuelo,

Calienta saliva y sebo

Víbora mansa torcida

Al cuello,

Cangrejo de la rodilla,

Alacrán del pelo,

Duele, pica, suda,

Pasta de estiércol.

La enfermedad está girando

Como las hojas de un helecho.

Lame una enorme lengua

De buey el pellejo.

Costra del lecho,

El cuerpo, el otro cuerpo,

El que se tuvo antes,

Se está quieto,

Caracol vacío,

Patio sin nadie, convento

De sombras y ecos.

La enfermedad está subiendo

Un pozo negro

Lentamente, por años,

Como la voz de un muerto.

Arterias hechas nudo,

Sangre asfixiada, lejos,

Trozos de carne ajena,

Uñas y huesos

En el lugar del alma

Están subiendo.

Peces de puro aceite

Y pájaros pétreos,

Subiendo.

Una mosca en el oído,

Encerrada, subiendo.

Cuatro patas, el silencio

De un gato, subiendo.

Sobre el tronco de una niña

Las manos de un ciego,

Torpes, subiendo.

La enfermedad y la cama,

Remolino, trompo de humo,

Están subiendo.

Y espejos alucinados

Y caídos y cayendo

Hacen un vaivén de sombras,

Una marea de féretros.

Y un cuerpo tras de otro cuerpo,

Una procesión de cuerpos,

Sigue subiendo.

 

¡Qué ceniza con azúcar

En las sábanas ardiendo”

Cucharaditas de agua

Con aire, sin miedo,

Trocitos de luz madura

En el ojo entreabierto.

Silencio.

 

La enfermedad está cayendo.

Plumas de plomo,

Algodón de muerto.

(“Poemas sueltos”, 1951-1961)

 

 

 

EL CADAVER PRESTADO

¿Qué otra cosa sino este cuerpo soy

Alquilado a la muerte para unos cuantos años?

Cuerpo lleno de aire y de palabras,

Sólo puente entre el cielo y la tierra.

 

SI EL HOMBRE está hecho a semejanza de Dios,

O Dios a semejanza del hombre,

¿Qué pasa con Dios cuando el hombre muere?

Vaso vacío, el hombre. Agua derramada, Dios.

 

LAS FLORES son los ojos con que las plantas ven el mundo,

¿qué miran de noche?

 

¿No serán las flores las únicas estrellas

que ven los ojos de los muertos en su perpetua noche?

 

MOJADO por la llovizna de la muerte

Llego a la casa a oscuras.

Piezas vacías en que no hay ni un muerto,

Ni un fantasma, ni un ruido,

Sólo una luz desesperada hundiéndose,

Soltando las paredes como la tabla el náufrago.

Casa del tiempo, criadero de sombras,

Nido de aguas negras:

En voz alta me hablo como a un amigo muerto,

Me toco en la humedad de tu tierra perdida.

 

CAYENDO en la conciencia como en un remolino,

Cayendo de verdad en un vértigo, en un obscuro hoyo

Espeso de salivas y cenizas,

Vomitándome el alma sobre el pecho,

Cayéndome encima de mí mismo y girando

Como una rama aplastada sobre el pavimento.

 

Levantándome de mi sombra,

De cada sombra de cada día,

Para ser este fantasma perfecto,

Esta figura familiar que todos conocen.

¡Ay, largo, largo hilo invisible zurciendo las heridas!

Bocota del misterio,

Bocota enorme de Dios enorme haciendo payasadas,

Diciendo “ésta es la hora”, “vamos, comienza”.

 

¡Qué pobre diablo de hombre, qué pobre ángel torcido,

Qué pobre hombre pequeño y roto soy y alcanzo!

Tendría que caminar de rodillas ocho días para levantarme,

Andar con los ojos cerrados detrás de las manos

Y no hablar a nadie, sino al muñeco inmóvil

Que aparece como una luz en el interior de mi pecho.

 

Del otro lado de la muerte

Porque la muerte es un río que atravesamos

Frecuentemente-

En esta dura playa en que sabemos que estamos vivos,

Suena el anochecer sobre la carreta del miedo

Arrastrada por dos bueyes perpetuamente quietos.

 

LO QUE IMPORTA no es decir

“me voy a quedar callado”,

Sino quedarse callado

Sin decir nada.

 

Ir de un lado a otro

Y hacer las cosas

Mecánicamente,

Porque no somos más que una pieza

De una maquinaria enorme que alguien mueve.

Olvidarse de esa “libertad”

Que no es sino el aceite con que nos lubrican,

La palmada que nos da la vida para sentirnos importantes.

 

Todas las hojas de un árbol son de un mismo color,

Quien puede hacer que un pez cante como un pájaro?

Y que un gato ladre,

O que un hombre no sea infeliz?

 

He aquí que mi pobre alma

Se ha refugiado a los pies de la cama

Junto a mis zapatos,

Y me mira a hurtadillas

Mientras yo me siento todopoderoso machucando a mi mujer.

(y la mano amiga de Dios

Me tiende una toalla, sonríe y me bendice.)

 

DEVASTADO,

Cubierto de cenizas y de lavas,

Fértil aún por dentro,

Por debajo de la corteza de los días,

Tierra amorosa y débil

Asfixiada en su muchedumbre de semillas,

O tal vez reventado como el vientre de una mujer a los nueve meses,

Y con el niño muerto, sepultado en su sangre primeriza.

Mi propio hijo soy, y me he crecido

Sin el aire del parto, muerto a medias.

 

Gentes de todas partes que me ignoran,

Hermanos de mi alma, padres míos:

Yo no hago nada por salvarme,

Yo no le doy ni una mordida a la vida,

Yo no alzo la mano para decir: “llevadme”.

 

Herido de muerte, igual que un animal herido en el bosque,

Me estoy quieto, sangrando,

Empapándome de mi calor y de mi vida.

(Recuerdo los ojos tristes de un caballo,

Más dulces, mucho más dulces que los de una mujer enamorada,

Y recuerdo otras cosas sin importancia

En las que fui dejando a pedazos mi alma.

 

Es hora de dormir o de amar,

Pero a obscuras.

 

 

SEÑOR del abismo, director de las sombras,

Guía de la víbora, padre de las tarántulas,

Hacedor del sueño, lumbre de la vigilia,

Quemadura del ojo:

Desaparece, esfúmate,

Hazte a ti mismo nada,

Gota de agua ahogada

Burbuja de aire en el pulmón del viento.

No le pongas a mi hijo palidez en la cara,

Ni a mí me cargues las espaldas

En tu nombre sagrado y con tu piedra.

Saca de mis venas toda la sangre

Y deja en ellas el alcohol que me vuelve tu amigo.

Te quiero con todo mi odio,

Te perdono con todo el rencor de mi alma.

Como marido y mujer estamos,

Viéndonos, acechándonos, dispuestos

A clavarnos las uñas, furiosos de amor y de deseo.

Ponte falda, señor-señora,

Vela que te consumes velándome,

Apágate de una vez como un rayo.

Tu precioso mundo sigue rodando

En la casa de la locura

Como una canica de barro

Tirada por un niño ciego.

Y yo te bendigo y te acompaño.

 

MIS AMOROSOS padres, mis hermanos,

Mi mujer y mis hijos

Están sentados sobre la lápida

Que quiero levantar para salir al aire.

Espectro de mí mismo, sombra de lo que quise ser,

Araño las paredes de la costumbre,

Me enredo en las telarañas del miedo

Y grito con mi corazón a obscuras

En este subterráneo, esta fosa, esta tumba de tantos años.

No hay otra salida que la cerrada por el amor de todos los días,

No hay más luz que la que me niegan las manos que me acarician.

 

¿Qué hacer?, qué hacer, rana, gota, frío,

Qué hacer, soledad,

Qué hacer, ojos tuyos. Dios mío, que me están mirando

en la obscuridad como los de un tigre?

 

 

A UN LADO DE LOS DIOSES

-porque los dioses han sido condenados a vivir entre los hombres-

Aprendiendo a montar el becerro de oro,

Dulcísimo de tanto renunciar a todo,

Alegre de aceptar tu escasez y tus mutilaciones

¿cuáles dioses son éstos, hijos de qué dioses?),

Gemelo de las gotas de su música,

Corazón de tu tiempo, latido de ti mismo,

Constante en despertar igual que el día.

 

Te saludo. Brindo por ti

Que te levantas de tu ruina.

El aire de la noche te adelgaza,

La canción te espera.

 

Abre sus calles esta ciudad de México

Como los brazos de una amante nueva.

Estás aquí y es tuya. Poséela.

 

 

¿HASTA DÓNDE ENTRA EL CAMPO a la ciudad, de noche?

¿el aire de los cerros,

Las estrellas, las nubes sigilosas?

Cuando las fábricas descansan

Y los motores duermen como algunos hombres,

Paso a paso, los árboles penetran a las calles macizas,

Y el frío se extiende como una sábana de aire,

Sube a las azoteas, se esconde en los zaguanes,

Aquieta el agua de las fuentes.

La hojarasca, la ardilla, los rumores, la alfalfa,

Los eucaliptos y los álamos, las legumbres adolescentes,

Los insectos, el viento, hasta las sombras vienen

A limpiar la ciudad, a poseerla.

(Cuando llega la luz, el campo se retira

Como un enamorado culpable y satisfecho.

 

 

TODAS LAS VOCES SEPULTADAS en el enorme panteón del aire que rodea la tierra

Revivirán de pronto para decir que el hombre sólo es eso,

Un sonido extinguiéndose, una risa, un lamento,

Penetrando en su muerte como en su crecimiento.

 

Esqueleto de una sombra,

Estructura de un vuelo,

Rastro de una piedra en el agua,

Deseo, sólo deseo, sueño, sólo sueño.

 

Con los ojos cerrados miro lo que quiero

Y lo que quiero no existe.

 

 

LA SIRENA DE UNA AMBULANCIA pasa buscando

Entre los seres queridos,

De pronto,

Suena una gota de un ácido

Sobre la madera de un ojo

El techo de la casa cae en cámara lenta,

Se desploma el algodón flotante del tiempo.

La sde de los drenajes borbotra,

Hierve hacia abajo como algunos pulmones,

Y del miedo no se mueve ni una hoja.

 

El aire juega con la cola de la cebolla,

Mientras la sombra de un niño se acurruca en

Un rincón de la madre.

El sueño tiene los ojos abiertos al nivel del mar.

Recórreme, desde las plantas de mi dolor

Hasta la punta de mi cabeza giratoria,

Y encuentra algo de mí que yo conozca.

 

Me puse todo en el bote de la basura de Dios.

 

 

HE AQUÍ EL PATRIMONIO del desheredado:

Sus hijos y la tarea diaria,

Y el pedazo de cama en que se acuestan

Con los ojos abiertos los sueños.

¿Es posible? ¿es posible vivir

Al margen del río sonoro de la vida?

 

EN LA BOCA DEL INCENDIO arden mis días,

La hojarasca que soy, la yerba seca.

Siento mi alma como tierra quemada.

 

Ojos míos: no miren otra cosa que los fantasmas diarios.

Boca mía: no digas más que el saludo, “buenas noches”,

Y el tiempo, “qué hermosa tarde” o “cómo llueve”.

Manos y dedos míos: sigan apretando el escritorio,

Los billetes, la copa y los muslos.

Planta de mi pie: hay que continuar sobre el camino hollado,

Al lado de los mismos automóviles, sobre las mismas hormigas.

Corazón mío: dedícate a tu sangre, a mis pulmones.

Y tú, querido estómago: digiere las cosas con que te acompaño.

Rueda del molino: no somos extraños.

Por ti, amada, odiada mía, me pondré a buscar los nombres más dulces

Y los iré enterrando en tu oído con mi lengua.

Quiero llenarte la cabeza con esa espuma del mar.

Yo no sirvo para otra cosa que los pájaros.

Dios, árbol mío: déjame caer de ti como tu sombra.

 

(“POEMAS SUELTOS”, 1951-1961)

 

 

 

AQUÍ, ALMA MÍA, te dejo.

Aquí te entierro, pregunta desprendida

De mi cuerpo,

Mano de mi corazón amputada.

Aquí, como una piedra, alma mía,

Te dejo.

Lejos de ti, a ese lugar me llevan

Mis piernas subterráneas,

Allí donde mis ojos sólo miren como un río que cae.

Allí tengo las manos abiertas apretando

Y un aire rudo sopla en el corazón desangrado.

Aquí, alma mía, estopa, bagazo de mi diario

Sudor, sobre de mi sombra, te dejo,

Estremecida, latiendo aún con el calor de mi cuerpo,

Contagiada de mí para siempre.

(“Poemas sueltos”, 1951-1961)

 

 

QUISE HACER DINERO,

Vivir sin trabajar,

Disfrutar de las cosas del mundo.

Pero ya estaba escrito

Que he de comer mi piedra

Con el sudor de mi corazón.

(“Yuria”, 1967)

 

 

 

CUANDO TENGAS GANAS DE MORIRTE

Esconde la cabeza bajo la almohada

Y cuenta cuatro mil borregos.

Quédate dos días sin comer

Y verás qué hermosa es la vida:

Carne, frijoles, pan.

Quédate sin mujer: verás.

 

Cuando tengas ganas de morirte

No alborotes tanto: muérete

Y ya.

(“Yuria, 1967)

 

 

AUTONECROLOGÍA

4

Y BIEN. Es el momento de amontonar palabras, hojarasca,

Y quemarlas.

Y si echamos las manos a ese fuego,

Si el pelo, si una parte del alma,

Si los ojos,

Mejor, tanto mejor,

De este residuo de los días

Hay que impregnar la almohada.

(Bajo las sábanas el cuerpo mutilado

Se reconstruye.)

La soledad es rica en amapolas

Y el silencio despierta los sueños.

 

6

El mediodía en la calle, atropellando ángeles,

Violento, desgarbado;

Gentes envenenadas lentamente

Por el trabajo, el aire, los motores;

Árboles empeñados en recoger su sombra,

Ríos domesticados, panteones y jardines

Transmitiendo programas musicales.

¡Cuál hormiga soy yo de estas que piso?

¿qué palabras en vuelo me levantan?

 

“Lo mejor de la escuela es el recreo”,

Dice Judith, y pienso:

¿Cuándo la vida me dará un recreo?

¡Carajo!. Estoy cansado. Necesito

Morirme siquiera una semana.

 

8

Esta mañana imaginé mi muerte:

Despeñado en el coche o de un balazo.

Me tuve lástima. Lloré por mi cadáver un buen rato.

Hablé, luego, de vacas, del gobierno,

De la cara que cuesta ahora la vida,

Y me sentí mejor, un poco bueno.

Iba a decirte que estoy realmente enfermo.

Como sin piel, herido por el aire,

Herido por el sol, las palabras, los sueños.

Se me ha trepado en la nuca un cabrón diablo

Y no me deja quieto.

 

Ulcerado, podrido, hay que vivir

A rastras, a gatas, apenas, como puedo.

 

 

10

Se ha vuelto llanto este dolor ahora

Y es bueno que así sea.

Bailemos, amemos, Melibea.

 

Flor de este viento dulce que me tiene,

Rama de mi congoja:

Desátame, amor mío, hoja por hoja.

 

Mécete aquí en mis sueños,

Te arropo con mi sangre. Ésta es tu cuna:

Déjame que te bese una por una.

 

Mujeres tú, mujer, coral de espuma.

 

Rosario, sí. Dolores cuando Andrea,

Déjame que te llore y que te vea.

 

Me he vuelto llanto nada más ahora

Y te arrullo mujer, llora que llora.

 

 

11

Cuando estuve en el mar era marino

Este dolor sin prisas.

Dame ahora tu boca:

Me la quiero comer con tu sonrisa.

 

Cuando estuve en el cielo era celeste

Este dolor urgente.

Dame ahora tu alma:

Quiero clavarle el diente.

 

No me des nada, amor, no me des nada:

Yo te tomo en el viento,

Te tomo del arroyo de la sombra,

Del giro de la luz y del silencio,

De la piel de las cosas

Y de la sangre con que subo al tiempo.

Tú eres un surtidor aunque no quieras

Y yo soy el sediento.

 

No me hables, si quieres, no me toques,

No me conozcas más, yo ya no existo.

Ya soy sólo la vida que te acosa

Y tú eres la muerte que resisto.

(“Yuria”, 1967)

 

 

 

 

CÁNTEMOS AL DINERO

Con el espíritu de la navidad cristiana.

No hay nada más limpio que el dinero,

Ni más generoso, ni más fuerte.

El dinero abre todas las puertas;

Es la llave de la vida jocunda,

La vara del milagro,

El instrumento de la resurrección.

Te da lo necesario y lo innecesario,

El pan y la alegría.

Si tu mujer está enferma puedes curarla,

Si es una bestia puedes pagar para que la maten.

El dinero te lava las manos

De la injusticia y del crimen,

Te aparta del trabajo

Te absuelve de vivir.

Puedes ser como eres con el dinero en la bolsa,

El dinero es la libertad.

Si quieres una mujer y otra y otra, cómpralas,

Si quieres una isla, cómprala,

Si quieres una multitud, cómprala.

(Es el verbo más limpio de la lengua: comprar.)

Yo tengo dinero quiere decir me tengo.

Soy mío y soy tuyo

En este maravilloso mundo sin resistencias.

Dar dinero es dar amor.

¡Aleluya, creyentes,

Uníos en la adoración del calumniado becerro de oro

Y que las hermosas ubres de su madre nos amamanten!

(“Yuria”, 1967)

 

 

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