LOS UTOPISTAS II (Lev Tolstoi: «Sobre la revolución»)

La actividad espiritual es la fuerza más grande y más poderosa. Mueve al mundo. Pero para que sea la fuerza que mueva al mundo es preciso que los hombres crean en su potencia, que se sirvan de ella sin mezclar procedimientos de violencia que destruyan su fuerza. Los hombres deben saber que todas las murallas de la violencia, aun aquellas que parecen más fuertes, no se destruyen por las conjuraciones, por los discursos parlamentarios, o las polémicas de los periódicos, y mucho menos por las revoluciones y las matanzas; se destruyen únicamente por la explicación que cada uno se hace del sentido y del objeto de su vida y la ejecución firme, valerosa, sin compromisos, en todos los casos de la vida, de las exigencias de la ley superior, interior de la vida. Seria muy de desear que los jóvenes a quienes nada liga al pasado, que quieren con sinceridad servir al bien de los hombres, comprendan que la actividad revolucionaria que les atrae, no solamente no alcanza un fin persuasivo, sino que es completamente contrario, agota sus mejores fuerzas de la vida en la que pueden servir a Dios y a los hombres; que esta actividad, con más frecuencia, produce actividad contraria, que el objeto que no se alcanza por la clara conciencia de cada individuo sobre su destino y de la dignidad humana, y, en consecuencia, por la vida firme, religiosa y moral que no admite ningún compromiso, ni de palabras ni de actos, con el mal de la violencia que se censura y se desea destruir.

La pregunta vuelve a quedar reducida a esta: ¿el ideal del hombre -la sociedad bien organizada sin la violencla- se realizará pronto o no? Esto depende de los que dirigen las masas y desean francamente el bien del pueblo; si comprenden pronto que nada aleja más a los hombres de la realización de su ideal que lo que ahora hacen, a saber, mantener las antiguas supersticiones o la negativa de toda religión, sujetaran la actividad del pueblo al servicio del gobierno. Que los hombres que desean con sinceridad mejorar la suerte de su prójimo comprendan toda la vanidad de los medios propios de los hombres políticos y revolucionarios para establecer el bien de los hombres, que comprendan que el único medio de librar a los hombres de sus males, está en que los hombres por sí mismos dejen de vivir la vida egoista, pagana, y empiecen a vivir la vida humana, cristiana, y no reconozcan como ahora, que sea posible y legal aprovecharse de la violencia sobre el prójimo, participando de ella para lograr su bien personal, sino, que por el contrario, siguiendo en la vida la ley fundamental suprema, procedan con los otros como los otros quieren que procedan con ellos, etc., y sucederá que la forma irrazonable, cruel de la vida en la cual vivimos ahora, se destruirá para establecerse una forma nueva, propia de la conciencia de los hombres.

Lev Nikoláyevich Tolstói ( (28 de agosto de 1828 – 20 de noviembre de 1910).

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