Autor: Pobrecito hablador

POETAS 5. Octavio Paz (VI). Salamandra

Entre 1959 y 1962, el periodo en que escribirá los poemas que luego va a recoger en su libro “Salamandra”, Octavio Paz vuelve a residir en París trabajando como diplomático en la embajada mexicana. Había arribado a París por primera vez en diciembre de 1945, en una ciudad donde triunfaba un existencialismo escindido entre la influencia de Jean Paul Sartre y la ascendencia de Albert Camus. En la polémica que enzarzó a ambos escritores, Octavio Paz se va a encontrar mucho más cerca de Camus, con quien le unía “una profunda y espontánea simpatía”. También le unía la fidelidad a España y a su causa, además del enrolamiento en la tradición libertaria y anarquista. “No le debo a Camus –escribió Paz en “Itinerario”- ideas acerca de la política o la historia sino algo más precioso: encontrar en la soledad de aquellos años un amigo atento y escuchar una palabra cálida”. En esta primera estancia en París, además de respirar la atmósfera existencialista, Octavio Paz se siente atraído desde el principio por un surrealismo que por aquel tiempo ya empezaba a declinar. Seducido por la personalidad magnética de Breton, comulga con su exaltada idea de libertad y del amor único, pero desconfía desde un principio de la creencia ingenua en la escritura automática. Invitado por Breton, entra a colaborar en el Almanaque Surrealista de Medio Siglo y asiste a las reuniones del grupo, en el Café de la Place Blanche, donde traba contacto con Benjamin Péret, Max Ernst, Miró, Julien Gracq. Peret, quien a juicio de Paz era el más genuino poeta surrealista, se convertirá desde entonces en su mejor amigo parisino. Cuando después de un largo intervalo vivido en México, Octavio Paz regresa a Paris en 1959, su obra poética y ensayística ya le han convertido en un escritor influyente y la traducción del Poema “Piedra de Sol” por parte de Benjamin Peret le abre las puertas del mundo literario parisino. En esta época entra en relación con Roger Callois y con Cioran. También con Yves Bonnefoy, Kostas Axelos y Cornelius Castoriadis. En París, Octavio Paz se dedica a explorar una ciudad que va reconstruyendo con la memoria y la imaginación, caminando por pasajes y barrios que le dejan una sensación de “déjà vu” provocada por anteriores lecturas de novelas y poemas. Unido a unos pocos amigos por afinidades intelectuales y literarias, frecuenta alguna de sus casas, pero es en los cafés y los bares de París donde tienen lugar alguno de sus encuentros más felices, que luego aparecerán trasladados a sus poemas de aquella época. “Vivía inmerso en la vida literaria de aquellos días, rememorará Paz más tarde, mezclada de ruidosos debates filosóficos y políticos. Pero mi secreta idea era la poesía: escribirla, pensarla, vivirla. Agitado por muchos pensamientos, emociones y sentimientos contrarios, vivía tan intensamente cada momento que nunca se me ocurrió que aquel género de vida pudiera cambiar.» Pero en 1962 le llega el nombramiento como embajador de México en la india y tiene que cambiar París por Nueva Delhi. Atrás deja tres años de intensa vida parisina y un libro de poemas en el que recogerá parte de estas vivencias, y donde es palpable tanto la huella de la ciudad parisina como la influencia del surrealismo. «Salamandra» es, efectivamente, un libro de poemas de marcado carácter surrealista: las imágenes se vuelven oníricas, las metáforas se hacen audaces y parecen llevarnos hacia otra dimensión de la realidad que ayuda iluminarnos más nítidamente. Los versos de estos poemas, más que ponerse uno encima de otro, se yuxtaponen, pierden su puntuación y adquieren sentidos latentes y azarosos. Pero Salamandra es también un libro que recibe cierta inspiración oriental, una como visión zen de la existencia que no desentona con alguna de las búsquedas que dieron sentido a la aventura surrealista: “Todo es puerta y todo es puente”. Estos versos que aparecen en uno de los poemas de «Salamandra» podrían servir de lema al programa promovido por el surrealismo. ¿Puerta y puente hacia qué? Hacia la otra realidad a la que apunta el lenguaje de signos con que nos habla el mundo: hacia la transparencia y la iluminación que la comprensión de estos signos otorga. Las cosas comulgan, se corresponden, cohabitan, respiran bajo un mismo cielo y ello hace que sean intercambiables, propician la posibilidad de la metáfora. Por medio de la metáfora el poeta logra borrar los límites que aíslan a las cosas, se abren puertas y puentes por donde todo se comunica y se hace transparente. A través de la metáfora se logra hacer visible lo invisible, instaurar un nuevo tiempo en que las cosas echan a andar de otra manera. El mundo ha sido vuelto a bautizar mediante los nombres y las imágenes que el poeta ha ido creando para invocar su propio mundo. Ya no es un mundo ajeno, es un mundo que ha sido apropiado por medio de un acto creador. En Octavio Paz se descubre una mágica correspondencia entre la escritura y el mundo sobre el que el poeta escribe: ambos, escritura y mundo, están enhebrados por la misma aguja del tiempo, se acompasan en un mismo latido y están unidos por la misma duración. Todo lleva la marca de la fluencia con que el mundo transcurre. Por eso, a menudo, la poesía de Paz se torna una reflexión sobre el tiempo: la sustancia del tiempo impide que las cosas permanezcan, pero a la vez el pasado de las cosas, invocado por la memoria, retorna mágicamente a cada instante, regresan constantemente las cosas que se fueron, y este refluir del tiempo garantiza y refuerza la presencia y profundidad del mundo. Pero esta refluencia del tiempo hace que la existencia también aparezca amenazada por la irrealidad de la cosas. El vivir se contamina de la misma irrealidad que lleva el tiempo en sus entrañas, un tiempo que es inaprehensible y fugaz. Y la poesía, cuya esencia consiste en ser lenguaje -y, por tanto, palabra en el tiempo-, también participa de esta irrealidad, pues toda palabra dicha se desvanece en el mismo instante de ser pronunciada, ya rematada por el silencio o por la siguiente palabra, o bien adquiriendo resonancias que la contradicen o anulan: “yo sé que estoy vivo entre dos paréntesis”, llegará a decirnos precariamente en uno de sus versos. Pero el poeta busca ir más allá de la mudanza que el tiempo ejerce sobre las cosas, y no se deja embaucar por cada uno de los rostros que toma el tiempo. Más allá de sus varias manifestaciones, hay un centro de claridad donde el devenir del tiempo se manifiesta como transparencia,  y es esa transparencia posible que se nos brinda tras lo ilusorio de las cosas lo que trata de encontrar el poeta al escribir poesía. «A través del poema -nos recuerda Paz en “el arco y la lira”- vislumbramos el rayo fijo de la poesía. Ese instante contiene todos los instantes. Sin dejar de fluir, el tiempo se detiene, colmado de sí”.

AQUÍ

Mis pasos en esta calle

Resuenan

                 En otra calle

Donde

           Oigo mis pasos

Pasar en esta calle

Donde

Sólo es real la niebla

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POETAS 107. Jaime Sabines II (Tarumba)

Jaime Sabines Gutiérrez (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 25 de marzo de 1926 – Ciudad de México; 19 de marzo de 1999) fue un poeta y político mexicano, reputado como uno de los grandes exponentes de la lírica mexicana. Su padre, Julio Sabines, había nacido en el Líbano; pronto emigró con sus padres y sus dos hermanos a Cuba y, ya trasladado a México, entró a formar parte de la revolución de ese país en 1914. La figura del padre, al que más tarde dedicara el libro de poemas “Algo sobre la muerte del mayor Sabines”, fue clave para su dedicación a la poesía, pues se había empeñado  en inculcar en el hijo el gusto por la literatura. La madre, Luz Gutiérrez, procedía de una familia de tradición militar, y su abuelo llegó a ser gobernador de Chiapas. En 1945, Jaime Sabines se traslada a la Ciudad de México con la idea de estudiar medicina, carrera que deja sin concluir cuando entiende que su verdadera vocación es la literatura. Regresa a su tierra natal, pero enseguida vuelve a la Ciudad de México para ponerse a estudiar Literatura en la UNAM. Un grave accidente acaecido a su padre en 1952 obliga a Jaime Sabines a volver a la casa familiar. En Txula entra en contacto con un grupo de escritores y poetas que iban a tener gran importancia para su formación, además de los abundantes poetas clásicos y modernos que nutrieron sus lecturas. De esta época datan sus dos primeros libros de poemas, donde ya es fácil reconocer su voz propia y en donde se hallan presentes los dos temas más arraigados en su obra: la vida y la muerte. Los libros son “Horal”, 1950;  y “La Señal”, 1951. En Txula entra a trabajar en el negocio familiar ejerciendo una actividad como vendedor de ambulante de telas que más tarde llegaría a tachar como “la más antipoética actividad del mundo”. A la vez que se dedica a este oficio, para él humillante, comienza a leer con fruición el romancero español, a los clásicos y a Juan Ramón Jiménez. Más tarde ampliaría su repertorio con lecturas de García Lorca, de Cesar Vallejo, Pablo Neruda y Miguel Hernández.. En 1953 se casa con Josefa Rodríguez Zebadúa, con quien tendrá 4 hijos. En 1954 publica el libro de poemas “Tarumba”. A pesar del prestigio que el libro alcanzó fuera de su país, la tibia acogida que tuvo en México decepcionó a Sabines. La muerte del padre en 1961 sume al poeta en un abatimiento profundo del que logra salir escribiendo uno de los libros más doloridos de la poesía mexicana: “Algo sobre la muerte del Mayor Sabines”. Julio Sabines decidió adoptar la forma del soneto porque era la más adecuada para contener la emoción de una muerte que en los primeros días la sintió como propia, según llego a declarar más tarde. Este libro tuvo una continuación tres años después, en 1964: la escritura de este poemario le ayudó finalmente a quitarse la muerte de la cabeza y a salir de la sensación de soledad que le había dejado la desaparición del padre. Paralelamente a su vocación de poeta, y fiel a su ideario político, decide inmiscuirse en la política, y en 1976 gana un escaño como diputado federal por Chiapas representado al Partido Revolucionario Institucional (PRI) . En 1988 es elegido diputado en el Congreso de la unión. Su carrera estuvo acompañada de multitud de reconocimientos a su obra, destacando el Premio Nacional de Ciencias y Artes lingüísticas y Literatura en 1983. Jaime Sabines definió su poesía como un largo testimonio de vida. Poeta que nunca renunció al compromiso social, incluso al matiz político, buscó la comunicación con los lectores a base de hacer crónica de la vida cotidiana de una forma sencilla y espontánea. Poeta hondo, dolorido, casi un metafísico de la pena, la solidaridad con la desgracia y la miseria humana ennoblece y da profundidad a su poesía. En alguna ocasión, cuando se le invitaba a que hiciese una reflexión sobre lo que para él significaba la poesía, la llegó a considerar sobre todo como un destino: “un poeta es una gente descarnada, es decir una persona que va por el mundo sin piel, con la carne viva. Por lo tanto las cosas que suceden le afectan más que a otros”. Para Sabines el perfil más reconocible de la poesía era su vivencia humana: “el poema no tiene más que una medida, su autenticidad”. Por tanto, era importante que el poeta no escribiera nada más que sobre aquello que hubiera vivido: “todo lo que se haga al margen de la experiencia emocional será una construcción verbal, juego entretenido, pero no poesía”. En el fondo de estas palabras late la suspicacia que le provocaba la poesía de Octavio Paz: “No me gustan los poemas –dijo en cierta ocasión, sobre Paz- donde no se ve al poeta ni al hombre. Pura construcción, pura objetividad sin mancha y sin trato”. Sin embargo, Octavio Paz, que sí apreciaba la poesía de Jaime Sabines, llegó a dejar una semblanza bastante atinada de la relevancia del poeta para la lírica mexicana: “Jaime Sabines es uno de los mejores poetas contemporáneos de nuestra lengua. Muy pronto, desde su primer libro, encontró su voz. Una voz inconfundible, un poco ronca y áspera, piedra rodada y verdinegra, veteada por estas líneas sinuosas y profundas que trazan en los peñascos el rayo y el temporal. Mapas pasionales, signos de los cuatros elementos, jeroglíficos de la sangre, la bilis, el semen, el sudor, las lágrimas y los otros líquidos y sustancias con que el hombre dibuja su muerte –o con los que la muerte dibuja nuestra imagen de hombre».

ANDO BUSCANDO A UN HOMBRE que se parezca a mí

Para darle mi nombre, mi mujer y mi hijo,

Mis libros y mis deudas.

Ando buscando a quién regalarle mi alma,

Mi destino, mi muerte.

 

¡Con qué gusto lo haría,

Con qué ternura me dejaría en sus manos!

                          (“Poemas sueltos”, 1951-1961)

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PENSAMIENTOS 15. Jalil Gibran

Gibran Jalil Gibran nació en Libano el 6 de enero de 1883 y murió en Nueva York el 10 de abril de 1931. Por su rama paterna, pertenecía a una familia maronita originaria de Siria que en el siglo XVI se estableció en Baalbek. Su padre se ganaba la vida como recaudador de impuestos. La familia de la madre, Kamlé Rahmé, era muy conocida en la región. Hija del sacerdote Estephan Rahmé , antes de conocer al padre de Kalil Gibrán, había inmigrado con su primer marido a Brasil en busca de fortuna. De este primer matrimonio había nacido en 1877 Boutros, el hermano mayor de Kalil. Mariana y Sultana eran las otras dos hermanas menores de Gibrán. Kalil se crió junto a sus hermanos escuchando las historias y leyendas que sobre el Líbano iba narrando la madre, quien se esmeró en darle la mejor educación a su alcance: aprende árabe, música, dibujo y descubre la biblia. Un álbum dedicado a Leonardo da Vinci, que le regaló la madre, convierte a Gibrán en un precoz admirador de su obra. Su gran aptitud para el arte y su exceso de imaginación iban a suscitar ya desde muy temprano la envidia y las burlas de sus compañeros. En 1891 el padre de Gibrán es arrestado por las fuerzas del orden debido a la mala administración de los impuestos que recaudaba. Es condenado, despojado de todos sus bienes y conducido a Beirut para ser encarcelado. Esta ausencia del cabeza de familia hunde al resto en la miseria y en 1895, después de malvender su escaso patrimonio, toman un barco para Boston en busca de condiciones más favorables. Una vez instalados en Boston, la madre se ve obligada a ir de puerta en puerta con un fardo a la espalda vendiendo ropa de casa, encajes y sederías de fabricación siria, mientras Boutros, el hijo mayor, se gana la vida como empleado en una tienda de tejidos. En Bostón, Gibran entra a estudiar en la escuela comunal de Quincy, situada en el barrio sirio de la ciudad. Su pericia para el dibujo pronto atraerá la atención de una de las profesoras que pone al adolescente en contacto con Fred Holland Day, una relevante figura del mundo artístico de la época. Fred Holland Day no sólo destacaba por ser un fotógrafo excelente dentro de la corriente simbolista, sino que además dirigía una pujante casa editorial con un moderno catálogo de libros. Entre los jóvenes efebos semidesnudos que desfilaron por su estudio para servir de modelos, Gibrán ocupó un lugar preferente. Pero Fred Holland Day se convirtió sobre todo en el primer mentor intelectual de Gibrán, descubriéndole el mundo gráfico y poético de William Blake, que tanta influencia iba a tener en su obra posterior. La fecundidad simbólica de la obra de Blake, marcada por la dialéctica espiritual del Bien y del mal, de la desintegración y la regeneración, va a estar presente en la imaginería de sus primeros bocetos. Por sugerencia de Day se inicia en las lecturas de Swinburne, Whitman, Keats, Emerson y los escritores románticos. También patrocina una exposición en la que se exhiben los retratos fotográficos hechos a Gibrán, además de una docena de sus propios dibujos. Esta obra precoz va a llamar la atención de una mujer que tendrá una importancia capital en su vida: Josephine Preston Peabody, una mujer de veintitrés años que ya había hecho sus primeras incursiones literarias. En febrero de 1897, un Gibrán apenas adolescente sucumbe a los encantos de una mujer que le dobla la edad, y que la esposa de un comerciante. La madre y el hermano mayor, exasperados por su comportamiento y por sus frecuentes ausencias nocturnas, deciden enviarle en un barco de vuelta al Líbano, donde arriba el 30 de agosto de 1898. En Becharré se reencuentra con su padre y entra a estudiar en el colegio de la Sagesse, donde permanecerá hasta julio de 1901. Durante esta época lee a Ibn Jaldún, Avicena, los poetas sufíes y profundiza en su conocimiento de la biblia. Aprende francés y se sumerge en las obras de Víctor Hugo, Chauteaubriand y Rousseau. También comienza a publicar sus primeros textos en una revista que él mismo edita en colaboración con un amigo. Con dieciocho años, Gibrán inicia una relación amorosa con Sultana Tabet, hermana de un compañero de clase; tiene 22 años y acaba de perder a su marido. La muerte repentina de la joven cuando apenas habían iniciado la relación iba a dejar en Gibrán un doloroso sentimiento que luego plasmaría en su primera novela: “alas rotas”. En abril de 1902 le llega la noticia de que una de sus hermanas está gravemente enferma y se ve obligado a embarcar rumbo a Boston, dejando atrás un país al que ya no retornará. Para cuando Gibrán desembarca en Estados Unidos, su hermana ya ha fallecido de una tisis galopante. A partir de ese momento Gibrán reanuda su relación con Josephine, que se va a prolongar durante un año y medio y que concluirá cuando la tibieza de esta relación acabe abocando a Josephine a casarse por motivos económicos con un inglés acaudalado. En poco menos de un año la desgracia se va a cebar con la familia de Gibrán. Su hermano Boutros fallece el 12 de marzo de 1903 contagiado de tuberculosis por alguno de sus clientes. El 28 de junio del mismo año muere su madre a consecuencia de un tumor, dejando la familia reducida al escritor, su hermana menor, Mariana, y un padre distante en otro continente. No sólo la muerte de sus parientes, sino también las deudas heredadas de sus negocios, hunden a Gibrán en la desesperación. Finalmente consigue clausurar la tienda de costura que había abierto la madre, vende el fondo comercial de su hermano, liquida las deudas y se decide a relanzar su carrera artística. Vuelve entonces a entrar en contacto con Day y acepta su encargo de trabajar en sus dibujos con el fin de ser mostrados en una exposición que tendrá lugar en mayo de 1904. En el curso de esa exposición Gibrán va a conocer a Mary Haskell, miembro de una acaudalada familia de Carolina, encarnizada feminista, militante de grandes causas sociales y políticas y fundadora de una institución educativa para chicas. A la vez que mantiene esta relación, Gibrán comienza a escribir sus primeros artículos para un periódico árabe en Nueva York. El 12 de noviembre de 1904, el estudio de Day va a quedar destruido por un incendio que se lleva por delante el trabajo fotográfico de 20 años de carrera, además de los dibujos que Gibrán había confiado a su amigo. A partir de este desastre, Gibrán va a dedicar más esfuerzo a la escritura que al dibujo. Una entrevista concedida a un periodista árabe revela en ese momento a un joven de 23 años fuertemente influido por la cultura occidental, que lee a Nietzsche y a Shakespeare, que se siente reflejado en Miguel Ángel, admirador de Mahoma y de Juana de Arco, y que ya manifiesta una gran fascinación por la figura de los locos. En el otoño de 1906 publica en árabe “Las ninfas del valle”, una antología de tres relatos alegóricos, obra teñida de romanticismo y que ya anuncia los temas predilectos del autor: la grandeza de Cristo, puesta de relieve frente a la mezquindad del clero; La metempsicosis y la locura como fuente de verdad y de libertad. Un año después comienza a frecuentar en secreto a una pianista, Gertrude Barrie, que se convierte en su amante, en una relación que se va a prolongar durante varios años. A la vez, la relación mantenida con Mary Haskel se convertirá en una relación de mecenazgo: para incentivar el progreso de su carrera artística le propone costearle una estancia de un año en Paris. Antes de su partida, Gibrán publica su tercer libro en árabe: “los espíritus rebeldes”, cuatro novelas realistas ambientadas en el Líbano y que manifiestan su rebeldía contra la opresión feudal, el clero y los hombres de leyes, denunciando el sometimiento del mundo oriental a tradiciones obsoletas. El libro levanta tempestades en Siria y Egipto. En una de las veladas organizadas por Mari Haskel, conoce a a la francesa Emilie Michel, 3 años mayor que Gibrán, mujer adicta al teatro y a quien Mari Haskel ha confiado la dirección de los cursos de francés en la Haskell’s School. Después de que Gibrán le haga un retrato, se iniciará una relación que va a culminar en París. El 1 de julio de 1908 Gibrán embarca en Nueva York y llega a París el 13 de Julio. La pareja se instala entonces en un estudio en el barrio de Montparnasse. Nada más llegar a París, Gibrán se inscribe como oyente en la Escuela de Bellas Artes y entra enseguida a estudiar en la Academia Julian, por donde habían pasado alumnos como Matisse, Bonnard y Léger. Pronto Emile parte de nuevo para América y se instala en Nueva York con la ambición de dedicarse al mundo del teatro. Gibrán tratará de aliviar su soledad mediante el trato con su amigo Youssef Hoayek, con quien vuelve a encontrarse en Paris. Da clases de dibujo durante dos veces por semana a cinco estudiantes para ganarse algo de dinero e inicia una serie de retratos consagrados a las grandes personalidades de su tiempo. Su amigo Youssef ha dejado de Gibrán una semblanza de esta época: “Me acuerdo bien del estado de ánimo de Gibrán; arrastraba los pies por el frío suelo, y su alma volaba por el infinito. Atormentado, empantanado en la vida, fuma mucho, se toma varias tazas de café al día, lee y relee a Gide, Rilke, Tolstoi y Nietzsche, además de compartir con Ernest Renan la admiración por la figura de Jesús de Nazaret”. En una carta escrita a Mari Haskel llegará a definir a Jesús como el más grande de los artistas y el mayor de los poetas. “Llamarlo Dios lo empequeñece. Pues en tanto que es Dios, sus maravillosas palabras resultarían mediocres; pero en tanto que hombre, constituyen la más pura de las poesías”. Gibrán consigue que le admitan una de sus obras, “El otoño”, en el salón de Printemps, una de las más importantes exposiciones anuales de París. Reanuda su relación con Emile, que vuelve de Nueva York sin haber obtenido en el teatro el éxito que ansiaba; su convivencia se va a prolongar todavía unos meses más. El 22 de noviembre de 1909 parte con ella para América. Atrás deja un periodo de aprendizaje de dos años en los que consigue perfeccionar su técnica con la pintura al óleo, la aguada y la acuarela, además de todo el bagaje vital e intelectual que ha ido acumulando. A su llegada a Boston estrecha las relaciones con su protectora Mari Haskel y le pide en matrimonio. Su rechazo, excusando una diferencia de edad, sume a Gibrán en un desengaño amoroso que tratará de mitigar entregándose al trabajo. Pinta y escribe artículos para periódicos árabes y se esfuerza por convencer a los medios libaneses y sirios de Boston para fundar una asociación en defensa de la causa de los países árabes sometidos por el imperio otomano. Entre los artículos, destaca una carta abierta de un poeta cristiano a los musulmanes en el que llama a todos los musulmanes a levantarse contra el ocupante, pues culpa al Estado otomano de la decadencia de la civilización islámica. Un poco asfixiado por la ciudad pequeña en que se ha convertido Boston después de su experiencia parisina, y ansioso de prosperar en su carrera artística, decide mudarse a Nueva York después de una segunda negativa de Mari a unirse con él. Sin embargo, ésta continua protegiéndole con una pequeña asignación mensual que más tarde se convertirá en una donación total de 5000 dólares para que pueda dedicarse por entero a su obra. Como muestra de agradecimiento, le lega a cambio todo cuanto posee. Gibrán ya lleva en su equipaje a Nueva York un manuscrito de su primera novela “Alas rotas” y un ejemplar de “Así habló Zaratrusta”, que se va a convertir en su libro de cabecera. En uno de sus viajes a Nueva York, Mari Haskel le propone consumar su relación y convertirse en amantes, pero ahora es Gibrán quien la desdeña, herido en su amor propio por haber sido rechazado como esposo. Celoso de su libertad, Gibrán va a escoger el no querer comprometerse jamás con ninguna mujer. “Si llegara a tener una mujer a la que pudiera pintar o a la que pudiera escribir poemas, lograría olvidar su existencia. Ninguna mujer enamorada soportaría mucho tiempo un marido así”, le llega a confesar en una carta a Mary. Gibrán aspirará a volcar la energía de su líbido en las diversas disciplinas artísticas a las que se entrega. Más tarde llegará a decirle a Mary :“si hubiéramos tenido lo que se dice una relación sexual, con el tiempo eso nos habría separado. Nuestras vidas han conocido la misma trayectoria y se nos han ahorrado las relaciones sexuales”. Para poder mantenerse despierto por las noches y dedicarse por entero a su obra, bebe café fuerte y toma baños de agua fría, además de ingerir alcohol con demasiada generosidad. Esta forma de vida desarreglada empieza a afectar a su cuerpo: “Sobre su rostro, que solo tiene treinta y tres años, se hallan grabados más de cuarenta”, anota Mary en su diario. En 1913 vuelve sobre un antiguo proyecto de realizar retratos de grandes personalidades: Thomas Edison, Carl Gustav Jung, Henri Bergson y Sarah Bernhardt acceden a posar para él. En estos años también comienza a colaborar en un nuevo periódico que aparece en Nueva York, Al founoun (Las artes), publicando artículos y poemas en prosa. A la vez, aparecen ensayos literarios dedicados a los grandes místicos, Ghazali e Ibn al-Farid, cuya impronta sufista va a tener repercusión en las ideas y el ropaje simbólico que reviste su obra. Con el estallido de la primera guerra mundial, Gibrán se moviliza y acepta el puesto de secretario del Comité de Ayuda para los siniestrados de Siria y de Monte-Líbano. Su función será la de reclutar a los sirios y libaneses de América que estén dispuestos a combatir al lado de los Aliados, para liberar la región del yugo otomano. Con el fin de que su mensaje llegue a adquirir la mayor difusión entre los medios occidentales, comienza a estudiar con intensidad la lengua inglesa para así convertirla en vehículo de su escritura. En ese idioma lee infatigablemente a Shakespeare y la biblia. El tema del loco, como figura capaz de desentrañar la estupidez y la pereza de los hombres y de desvelar las máscaras de la sociedad, comienza a seducirle y se embarga en el proyecto de un libro centrado en esta figura: la locura, para Gibrán, representa “el primer paso hacia la ausencia del egoísmo”. El libro, bajo el título de “El loco”, se publicará finalmente a mediados de octubre de 1918. El horror de la guerra va a provocar que Gibrán durante esta época se refugie en la pintura; el fruto de este esfuerzo se plasmará en varias exposiciones que tienen lugar en diversas galerías de Nueva York. Para Gibrán, la misión del arte consistirá en “comprender la naturaleza y en transmitir nuestra comprensión de ella a los que la ignoran (…) El arte es un paso que se da desde lo visible conocido hacia lo secreto desconocido, de la naturaleza hacia el infinito”. Con estas premisas, ya se intuye que la obra pictórica de Gibrán va a estar influida por el simbolismo de William Blake. Pero a diferencia de Blake, quien también utilizaba su obra gráfica como un complemento de su escritura, el mundo de Gibrán no está tan dominado por las fuerzas destructoras del Mal y del Apocalipsis; la naturaleza, inspirada por un espíritu sereno, aún sigue siendo un pórtico para que se revele lo divino y podamos penetrar a lo infinito. El periodo que va de 1914 a 1920 va a estar marcado por la influencia de Eugéne Carriere; ensaya la técnica del dibujo a la aguada y sus personajes se vuelven más etéreos y transparentes: el interés por el tema de la maternidad va a reflejarse en una serie de cuadros dominados por este motivo. En diciembre de 1916 se encuentra con Rabindranath Tagore, con quienes muchos críticos vieron en su figura y obra más de un paralelismo. En el año 1920, Gibran funda, junto a un grupo de otros ocho escritores libaneses y sirios de Nueva York, “La liga de la Pluma”. Su objetivo era publicar las obras de sus miembros y las de otros autores árabes que merecieran su apoyo, así como estimular la traducción a la lengua árabe de las obras maestras de la literatura mundial. La liga se convirtió, gracias a las ideas iconoclastas que promovía, en el símbolo del renacimiento de las letras árabes. Para Gibrán, la lengua árabe carecía de futuro si no llegaba a liberarse de sus lastres tradicionales. Para ello era necesario entablar un auténtico diálogo con Occidente con el fin de metabolizar la influencia europea sin dejarse poseer por ella. En agosto de 1920 se publica en el Cairo una antología en la que figuran treinta y un artículos de Gibrán aparecidos en diversos periódicos de lengua árabe. El libro se titulará “Las tempestades”. Animado por un poderoso hálito revolucionario, fustiga en “Las tempestades” los defectos de los orientales –su apego al pasado y a las tradiciones arcaicas-, preconiza la emancipación del matrimonio y rechaza “todas las servidumbres que encadenan a la humanidad”. Tomando siempre partido por los oprimidos, Gibrán rechaza el estado de sumisión y de debilidad en el que se encuentran y, dejándose llevar por un soplo nietzscheano, les arenga a que aspiren al poder y a la grandeza. En torno a esta época la salud de Gibrán comienza a resentirse y su corazón se debilita. Un médico le diagnostica una depresión nerviosa provocada por un exceso de trabajo y una alimentación deficiente. A partir de este periodo de su vida, diversas mujeres con las que había mantenido una relación íntima comienzan a comprometerse con otros hombres, ahondando la soledad en la que siempre se había querido situar. Mary Haskell se casa con un hombre que casi le dobla en edad. Los celos que provoca Gibrán en el marido van a ser el motivo principal de que sus encuentros comiencen a hacerse cada vez menos frecuentes. También por la misma época se casa la pianista Gertrude Barrie con un violinista italiano fanático de la aviación. Entre 1919 y 1923 Gibrán va a estar dedicado casi exclusivamente a escribir “El profeta”, la obra que lleva gestando casi desde sus inicios como escritor. Finalmente el libro se publica en septiembre de 1923. Como toda la obra de Gibrán, “El profeta” es un libro de clara inspiración moral y religiosa. Su protagonista, Almustafá, antes de partir hacia su isla natal desde la tierra en que ha vivido doce años en soledad y meditación, es reclamado por las gentes del lugar para que les obsequie con el fruto de sus pensamientos. A manera de testamento, ofrece sus lecciones de vida y sus recomendaciones sapienciales. Se ha visto en este libro, por su articulación en versículos y su cascada de imágenes y parábolas, la influencia de la biblia y los evangelios, influencia que el mismo Gibrán reconoció más de una vez a lo largo de su obra. También se le ha comparado con “Así habló Zaratrusta”. Pero el orbe religioso en el que habitan los protagonistas proféticos de los libros de Gibrán es fruto de un amplio sincretismo religioso y de un largo aliento místico. En Gibrán confluyen el cristianismo, el islam, el sufismo, las grandes religiones de la India, el esoterismo, la teosofía y la psicología jungiana. Encuentra eco en las obras de Nietzsche, Blake, Gide, Maeterlink, Renan, Emerson y Whitman. Al igual que para el Zaratrusta nietzschiano, el hombre aparece definido como una criatura que debe superarse, que debe trascenderse en busca de su yo más divino. El hombre debe aspirar a alcanzar la unidad universal, pero esta unidad queda compendiada en la imagen de Dios. En “los dioses de la tierra” Gibrán define al hombre como “un dios que se eleva lentamente”. Pero es un dios panteísta que resulta inmanente a la humanidad y también a la naturaleza. Dios se halla tras todas las manifestaciones de la naturaleza y sólo por medio de la comunión con los elementos naturales, a través de los árboles, los ríos y la luz, puede el hombre alcanzar la fusión mística y el sentimiento de armonía y unidad con el todo. La buena acogida del “Profeta” en los medios de prensa americanos convierte a Gibrán en una persona célebre, pero el éxito del libro no acaba de  sacarlo de su habitual penuria; una desafortunada inversión en un proyecto inmobiliario le deja casi arruinado, teniendo que volver pedir la ayuda de Mary Haskell para hacer frente a sus deudas. A partir de 1926, abandona el proyecto de prolongar el profeta con una segunda parte y se embarca en un libro sobre la figura de Jesús. Después de 18 meses de dedicación, a principios de 1928 aparece publicado el libro “Jesus, el hijo del hombre”. Los dolores originados por sus diversas dolencias llevan a Gibrán a refugiarse en el alcohol. El 5 de enero de 1929 se hace un examen médico que revela una alarmante hipertrofia del hígado. Los médicos le aconsejan que se someta a una operación, tras un tratamiento con radio que no da resultado, pero Gibrán prefiere que la enfermedad siga su curso sin intervenciones quirúrgicas. Con fecha de 13 de marzo de 1930, redacta su testamento y deja como herederas a su hermana mariana y a Mary Haskell. En julio alquila una casa al borde del mar buscando el reposo para su enfermedad y durante dos meses trabaja en “El vagabundo”, obra que no va a ver publicada en vida . El jueves 9 de abril de 1931 ingresa en el hospital aquejado de una cirrosis hepática y de un principio de tuberculosis en un pulmón. Gibran entra en coma profundo y expira al día siguiente. Siguiendo su última voluntad, Mary Haskell da su aprobación para que el cadáver de Gibrán sea enviado a Becharré y el 23 e julio de 1931 su féretro envuelto en las dos banderas, libanesa y norteamericana, deja el continente americano a bordo del buque Sinaia. El jueves 20 de agosto de 1931 llega a Beirut, donde el féretro es recibido con todos los honores por las autoridades del Líbano.

*****

-La ambición es una forma de trabajo

-Dios hizo la verdad con muchas puertas para acoger a todos los creyentes que llamen a ellas

-La educación no siembra semillas en ti, pero hace que germinen tus semillas. (más…)

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POETAS 109. Czeslaw Milosz (II) (Tierra inalcanzable)

Czeslaw Milosz nace en Vilna (Lituania) el 30 de junio de 1911, en el seno de una familia de la alta burguesía polaca. Los distintos avatares por los que pasará Vilna a lo largo del siglo XX van a ser un espejo en el que se reflejará la ajetreada existencia de Milosz. En el momento en que nace el poeta, Lituania formaba parte del Imperio ruso; después de la Primera Guerra mundial la zona de Vilna se convertirá en uno de los focos culturales más importantes de Polonia, caerá luego bajo el dominio soviético tras concluir la segunda guerra mundial, para convertirse en Estado independiente tras la caída de los regímenes comunistas que gobernaban Europa central. En ese mosaico de épocas y culturas diversas -donde coexistían idiomas como el polaco, el ruso, el yidish y el lituano-, fue donde Miolosz se crió, una Lituania llena de leyendas y poesía que iba a alimentar su imaginación. A pesar de que sus orígenes y su condición viajera iba a propiciar el conocimiento de varias lenguas, y a pesar del largo exilio en el que vivió una buena parte de su vida, Milosz permaneció siempre fiel a su tradición y a la lengua polaca en la que escribiría la casi totalidad de  su obra. “El idioma –escribió en “Abecedario”- es mi madre, de forma literal y metafórica. Con seguridad es también mi casa, con la que vago por todo el mundo”. Milosz se estrenó como poeta en la década de los 30 con un par de libros que explotaban la veta más irracional y visionaria de la poesía polaca, en contacto con las vanguardias europeas: “Tres inviernos” (1933) y “Poema sobre el tiempo congelado” (1936), libro este último que le valió en 1934 una beca para estudiar en Francia. Antes se había licenciado en derecho y durante algún tiempo trabajó como pasante en un bufete de abogados. Luego comenzó su carrera de funcionario trabajando en las oficinas de radio Polonia entre 1935 y 1939. El estallido de la segunda guerra mundial le lleva a Varsovia, donde es testigo de la ocupación alemana y el levantamiento del gueto judío. En esta ciudad se moverá en la clandestinidad ofreciendo su apoyo a los perseguidos por el régimen nazi. Al finalizar la guerra, abandona una Varsovia devastada para irse a vivir a Cracovia, donde publica “Salvación” (1945), poesía de carácter realista que trata de convertirse en denuncia de una época de barbarie y deshumanización. Después de Salvación (1945), se inicia una época de poesía más social, de acerada denuncia a través de la ironía. Durante la ocupación de Varsovia, Milosz traduce la tierra baldía de T.S. Eliot, poema que ejercerá una gran influencia en el autor. Harto de la imagen de una Polonia desolada tras haber sido tomada por el ejército soviético, Milosz busca una vía de escape que lo aleje de su país y por fin encuentra un trabajo, en el año 1946,  como agregado cultural en la Embajada de la república popular de Polonia en Washington. En 1950 Milosz es destinado a Francia, como primer secretario de la embajada polaca en París, pero en diciembre de ese mismo año le retiran al pasaporte cuando decide volver a Varsovia. En 1951, de nuevo en Francia, empieza su largo exilio, que iba a durar treinta años. Tras vislumbrar en Varsovia la faz bárbara del estalinismo, rompe con el Gobierno de su país y pide asilo en Francia. Quiere regresar a Estados Unidos, donde ha dejado a su familia, pero una trama urdida a su alrededor para desacreditarle como topo soviético ante el gobierno de los Estados Unidos convierte la obtención del visado en un trámite kafkiano que iba a demorarse durante diez años. Durante esta década va a malvivir en una Francia difícil y desocupada, ganándose la vida a duras penas con colaboraciones esporádicas para algunas revistas del exilio. Allí traba amistad con Albert Camus, que a la sazón estaba siendo acosado por una campaña de denigración orquestada por Jean Paul Sartre desde la revista “Les temps Modernes”, purgando por el pecado de no querer doblegarse a la línea antipiimperialista que dictaba escribir en contra de los Estados Unidos para alinearse con la política de la Unión Soviética. Fue Camus quien facilitó desde la editorial Gallimard, de la que era asesor, la publicación de sus novelas “El poder cambia de manos” y “El valle de Issa”, además de su libro de ensayo “El pensamiento cautivo”, denuncia –este último libro- de la mentalidad intelectual bajo el estalinismo, que hace del artista un títere desde el momento en que coloca su talento al servicio del poder. “Cuando me entregué a la escritura del pensamiento cautivo –comentó Milosz más tarde- sentía con fuerza que estaba haciendo algo incorrecto, que estaba violando las reglas del juego aceptado por todos, incluso más, que me estaba adentrando en el espacio sagrado para blasfemar”. Esta audacia suya por denunciar los tejemanejes del totalitarismo en su propio país le costó la desgracia de ser señalado como un enemigo del pueblo por escritores polacos que hasta entonces habían sido sus amigos. Durante la década de los cincuenta seguirá publicando más libros de poemas: “La luz del día” y “Tratado político”.   A partir de 1960 obtiene por fin su visado a los Estados Unidos al lograr una invitación como profesor de lenguas y literaturas eslavas en la Universidad de Berkeley. Para Milosz, América – a la que llegó a definir  como un cúmulo de contradicciones-, era, sobre todo, Walt Whitman, el gran bardo americano con el que iba a compartir su visión panorámica del mundo. «En él se cumple -escribió en cierta ocasión- la fórmula de la poesía entendida como totalidad de lo real. Conforme a esta fórmula, la poesía debe ser como un río caudaloso, un río que lo arrastra todo: arena, ramas, troncos de árboles y, por supuesto, pepitas de oro. Ahí radica la grandeza de Walt Whitman». Aparecen en esta década cuatro libros de poesía que representan un cambio respecto a la poética anterior: el más importante de ellos, “Ciudad sin nombre”, 1969. La poesía social pasa a un segundo plano para dejar paso una obra lírica más reflexiva en donde se pregunta por la finalidad de la poesía, por los ideales humanos o por el sentido de la muerte. En los años setenta publica un único libro de poemas, pero que resulta de una importancia capital en su obra: “Desde donde el sol sale hasta donde se pone”. Al mismo tiempo imparte cursos sobre la obra de Dostoyevski, cuya influencia va a estar presente tanto en su reflexión sobre el bien y el mal y la responsabilidad moral del hombre como en la multiplicidad de voces con que va a acompañar su poesía. Comienza entonces la época de mayor plenitud en la carrera del poeta, culminada con la obtención del premio nobel de literatura en el año 1980. La nueva apertura de Polonia, tras la aparición  del sindicato “Solidaridad”, le permite regresar a su país, lo que provocará un nuevo giro en su poesía, ahora centrada en la memoria y en la imposibilidad de evocar las cosas con la fidelidad con que se sucedieron. La traducción durante esta época de algunos libros bíblicos va a tener influjo en sus nuevos poemas, así como la obra esotérica de Swebendorg, William Black o Simone Weil. En el año 2000 publica el volumen “Esto”, poesía cuyo tono abandona el lirismo de obras anteriores, para partir a la búsqueda de un lenguaje más depurado y esencial. Especial trascendencia para su vida personal tendrá la muerte de su segunda mujer, Carol Thigpen, que desencadena la escritura del largo poema Orfeo y Eurídice. En 2006, dos años después de su fallecimiento, producido el 14 de agosto de 2004, aparece su libro póstumo “últimos poemas”, la mayoría de ellos compuestos durante los últimos meses de vida. Libro testamentario en donde  hace un repaso a la totalidad de su vida y obra con la lucidez y la ecuanimidad que otorga el estar en el último tramo del camino, al borde de una frontera que le permite volver a plantearse las grandes interrogaciones metafísicas y religiosas que siempre acompañaron su poesía.

TAN POCO

He dicho tan poco.

Días breves.

Días breves.

Noches breves.

Años breves.

He dicho tan poco.

No he tenido tiempo.

Han fatigado mi corazón.

El entusiasmo,

La desesperación,

El ardor,

La esperanza.

Las fauces del leviatán

Se han cerrado sobre mí.

He yacido desnudo en orillas

De islas desiertas.

 

La blanca ballena del mundo

Se me ha llevado hacia el abismo.

 

Y ahora ya no sé

Qué ha sido real.

Berkeley, 1969

(“Desde donde el sol sale hasta donde se pone”, 1974)

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POETAS 110. Inger Christensen (Alfabeto)

Inger Christensen (Vejle, Dinamarca, 16 de enero de 1935 – 2 de enero de 2009) fue una poeta, novelista y ensayista danesa. Nació en Vejle (costa oriental de Jutlandia), donde realizó sus primeros estudios. Más tarde se trasladaría a Copenhague, y allí se graduó como profesora de Matemáticas en 1958. De este año datan sus primeros poemas, que van a ser publicados en el diario Hvedekorn, bajo el auspicio del poeta y crítico danés Poul Borum, con quien se casará un año más tarde, conviviendo juntos hasta su divorcio en 1976. En 1963 entra a dar clases en el Colegio de Artes de Holbaek. Tras impartir dos cursos, decide consagrarse a la literatura, llevando a imprenta tres obras de poesía durante la década de los sesenta: Luz (1962), Hierba (1963) y Ello (1969), un largo poema filosófico sobre el origen del lenguaje y del mundo, donde hace un recorrido por los sentimientos más esenciales del hombre: el miedo y el amor; el poder y la impotencia. También en los años sesenta comienza su aprendizaje como novelista y publica dos novelas. En el relato corto de 1976, “la habitación pintada”, la escritora abordará la vida y obra del pintor del renacimiento Andrea Mantegna. En 1991 escribe “el Valle de las mariposas”, un ciclo de sonetos experimentales donde la fragilidad de las mariposas le sirve como símil para hacer una indagación sobre el dolor humano. También escribió relatos para niños, obras teatrales y numerosos ensayos. En 1978 entró a formar parte de la Academia Danesa, y en 1994 se convirtió en miembro de la Academia Europea de la Poesía. Recibió el Premio Austriaco de Literatura Europea y el Premio Nórdico en 1994, y también el Premio Europeo de Poesía en 1995, además de figurar durante los últimos años de su vida como una de las candidatas perennes al premio nobel de Literatura.

Pero su obra fundamental la escribió en 1981 y la tituló “Alfabeto”. Se trata de un largo poema rigurosamente estructurado de acuerdo a dos principios de composición: la secuencia de Fibonaci y el orden alfabético. La secuencia de Fibonacci es la sucesión infinita de números naturales, en la cual cada término es la suma de los dos anteriores, y fue descrita por el matemático renacentista Leonardo de Pisa. Está sucesión numérica que ha rendido su utilidad lo mismo en la computación que en la teoría de juegos, también se manifiesta en el orden biológico, bien en las ramas de los árboles, en la disposición de las hojas del tallo o en la flora de la alcachofa. Como la misma poeta se encargó de recordar cuando publicó su “Alfabeto”: “Las proporciones numéricas están en la naturaleza, como la forma en que un puerro se envuelve en sí mismo desde dentro”. Inger va a tratar de que su composición poética se arregle de acuerdo a esta proporcionalidad natural: es decir, cada estrofa va a estar compuesto por un número de versos que será la suma del número de versos de las dos estrofas anteriores. 1, 2, 3, 5, 8, 13, 21, 34, 55… Al mismo tiempo, este orden creciente de estrofas sometidas al orden de los números, va a estar también regida por el orden de las letras, convirtiéndose el poema en un inventario de las cosas del mundo de acuerdo a una clasificación alfabética que va a tener su término en la letra N, ya que el crecimiento exponencial de versos que genera la sucesión de Fibonacci supondría una extensión inabordable en un solo libro de poemas.

Y es en este orden alfanumérico donde se da acogida a ese otro orden natural en el que se va desarrollando el entramado de seres y cosas que forman el mundo, y donde incluso la muerte está ahí sólo para apuntalar mejor ese mismo orden. Pero poco a poco comienza a infiltrarse insidiosamente el desorden provocado por la mano del hombre. En el catálogo de seres y cosas que la poeta celebra a fuerza de invocaciones, se va entreverando una serie de productos humanos que comienzan a ir contaminando y desintegrando tanto la belleza del poema como la inocencia del mundo en él reflejado; y así van haciendo acta de aparición entre los albaricoqueros y las palomas y las flores del sauco, también la dioxina, y el cobalto y los productos de fisión, los errores sistemáticos, el control remoto, los fusiles y el llanto y el lugar del crimen junto al ícaro caído, que viene a simbolizar el poder autodestructor del hombre que ha querido escalar por encima de sus posibilidades. Al lado de los halcones también desfilan los cazabombarderos, a la vez que el poema comienza a expandirse hacia un orden cósmico y telúrico: junto a los corrimientos de tierra y los terremotos se abre un espacio donde ya se premoniza la caída de la bomba de Hiroshima, que “con su blanca oscuridad” va a comenzar a desintegrar el poema y a poner un velo de tinieblas. Por medio de variaciones y repeticiones y nuevas recombinaciones de las palabras que van surgiendo, los objetos y seres naturales designados por ellas también van reconfigurándose en otro orden y sentido, para acabar reflejando el desorden cósmico en el que el hombre se coloca. Junto a la aparición de la Historia también aparece la posibilidad del Olvido, la posibilidad de enterrar toda la naturaleza bajo una capa de muerte y destrucción: “existen las calles, las fronteras, el olvido”. Los experimentos que se realizan con la bomba de hidrógeno en el atolón trazan un factor de irrealidad que va desintegrando el mundo real en que vivimos. El hombre, con su poder de transformarlo todo, se convierte a la vez en el ser que puede aniquilar el mundo y convertirlo en nada: “La bomba de cobalto existe/Envuelta en su capa/De isótopos de cobalto 60/Cuyo periodo de desintegración/Garantiza un efecto/Extremadamente dañino/No hay más que/Decir, nosotros garantizamos/Que el daño será el mayor posible/.” Crítica situación de cataclismo que hace tomar conciencia a la poeta de que el ser humano es sobre todo un ser para la muerte y que el equilibrio de esta relación del ser humano con la muerte pasa por restaurar una relación armoniosa con el mundo natural que le da cobijo. El arte del poeta ha de convertirse entonces en juntar las palabras simplemente para hacer que las cosas queden colocadas en su sitio, siendo consciente de que la intervención del hombre en el mundo natural produce un desorden por donde se puede colar la nada, el poder de las tinieblas. Hay que llegar a pensar líricamente, de la misma forma que el viento escribe su poesía en el agua;  el hombre debe aprender a establecer un vínculo poético con el mundo para remozarlo con su nueva sensibilidad. Hay que pensar como una nube o una hoja de un árbol, nos dice Inge, es decir, hay que pensar teniendo también en cuenta la coexistencia con las nubes y con las hojas de los árboles. Hay que pensar ecológicamente si se quiere pensar líricamente y si se quiere sobrevivir a la deshumanización del hombre. Después de la inminencia del cataclismo queda  un estado de conciencia desolado en el que aparece la compasión como el sentimiento resultante que toma conciencia de que «las cosas tal vez ya no pueden seguir como están». Conciencia de que el poder creador del hombre puede convertir al mundo en un caos y, por tanto, poder demónico que puede venir a desbaratarlo todo. En este horizonte desolado por el poder destructor de la civilización humana, la poesía sirve para abrir un espacio en donde el mundo se vuelve a recolocar de nuevo, dejando que los seres y las cosas lleguen a hacer oír su voz más allá del atronador ruido y confusión con que el hombre ha venido a ensordecer el mundo. Un mundo, nos recuerda Inge, cuya luz resplandece ahora en el cielo pareciéndose al fuego de la bomba un poco.

Al ser el poema una celebración de la existencia de las cosas a través de la pronunciación de los sonidos con que se presentan las palabras, cualquier lector que no conozca la lengua danesa puede, mediante la lectura de la versión original -que aquí se ofrece-, tener un atisbo, recibir algún eco del efecto sonoro que la poeta quiso dar a su orbe de versos. Nunca en verso una lengua tan remota para el lector, se podría decir, ha podido llegar a hacerse tan íntima y tan próxima. Es por este motivo por lo que la selección de las primeras estrofas se ofrece también aquí en su lengua original, con el fin de que se pueda tener acceso a una visión y a una audición lo más cabal posible de uno de los grandes poemas del siglo XX. La traducción del danés al español se le debe a Francisco J. Uriz.

1

Abrikostraeerne findes, abrikostraeerne findes

Los albaricoqueros existen, los albaricoqueros existen

2

Bregnerne findes og brombaer, bromaer

Og brom findes; og brinten, brinten

Los helechos existen; y zarzamoras, zarzamoras

Y bromo existen; y el hidrógeno, el hidrógeno

3

Cikaderne findes; cikorie, chrom

Og citrontraeer findes; cikaderne findes;

Cikaderne, ceder, cypres, cerebellum

Las cigarras existen; chicoria, cromo

Y limoneros existen; las cigarras existen;

Cigarras, cedros, cipreses, cerebelo

4

Duerne findes; drommerne, dukkerne

Draeberne findes; duerne, duerne;

Dis, dioxin og dagene; dagene

Findes; dagene doden; og digtene

Findes; digtene, dagene, doden

Las palomas existen; los soñadores, las muñecas

Los asesinos existen; las palomas, la palomas;

Niebla, dioxina y días; los días

Existen; los días, la muerte; y los poemas

Existen; los poemas, los días, la muerte

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POETAS 103. Philip Larkin III (Ventanas altas)

Phillip Arthur Larkin, (9 de agosto de 1922-2 de diciembre de 1985), comenzó a labrarse fama en Inglaterra como poeta –antes había ensayado alguna que otra novela-  a raíz de la publicación de su segundo libro de poemas, “Engaños”, publicado en 1955. Le siguió “Las bodas de Pentecostés” (1964) y “Ventanas altas” (1974). Pasó su infancia y adolescencia en Coventry, tal como rememora en su poema “Recuerdo, Recuerdo”, un lugar del que más bien abominaba, y del que no pudo decir que encontró sus raíces, con una irónica “magnífica familia a la que nunca acudió corriendo cuando estaba deprimido”. Su padre llegó a ser tesorero de esta ciudad y se encargó de su primera educación leyéndole obras de Ezra Pound y T. S Eliot. Precisamente éstas fueron sus primeras influencias poéticas, a la que más tarde agregó el descubrimiento de Auden y, sobre todo, de Thomas Hardy. Si bien sus primeros poemas acusaron la influencia simbolista de Yeats, de la que se desprendió más tarde por la lectura más a ras de suelo que hiciera de Hardy. De estos primeros años datan la tartamudez que le acompañó a lo largo de su vida, así como su afición al jazz, llegándose a convertir en uno de los mayores especialistas de Inglaterra. Exento de ir al frente durante la segunda guerra mundial por su miopía, estudió en Oxford entre 1940 y 1943, y se graduó en Literatura Inglesa, llegando a trabar durante esta época una amistad duradera con el escritor Kingsley Amis. Poco después logró un puesto de bibliotecario en Wellington y se ganó fama de mujeriego al mantener durante un tiempo relación con dos mujeres, Ruth Bowman y Monica Jones. En 1950 entró a trabajar en la biblioteca de la Queen’s University de Belfast, donde permaneció durante cinco años, que resultaron bastante fructíferos para su escritura –aquí escribió casi en su totalidad “Engaños”-, debido en parte a una situación de extrañamiento y anonimato favorables, tal como deja constancia en su poema “La importancia de otro lugar”, donde sugiere que la condición de extranjero abre la licencia para poder rechazar las costumbres y las instituciones del lugar, algo que está vedado para quien es nativo. En 1955 fue contratado como bibliotecario por la Universidad de Hull y ya no volvería a cambiar de empleo ni de ciudad. Como bibliotecario fue un empleado diligente que promovió la construcción de una nueva biblioteca y multiplicó ampliamente su dotación de libros. Hull supuso para Larkin la ciudad con la que por fin podía conciliarse, una ciudad perfecta en muchos aspectos, especialmente por “estar al límite de las cosas”, “lejos de todo, de camino a ninguna parte”. La soledad física y espiritual que le aportó Hull le permitió un aclaramiento consigo mismo cuyo fruto fue el siguiente libro, casi diez años después, “Las bodas de Pentecostés”, con excelente acogida por parte de la crítica. Fue especialmente valorada su capacidad para reunir “el mundo de todos, el lugar donde, al final, encontramos nuestra felicidad, o jamás la encontramos”, una capacidad para sintonizar con la trivialidad del hombre contemporáneo . Como ha escrito Damià Alou, “la belleza de los poemas de Larkin no reside en otra cosa que en la verdad de la experiencia relatada, en su manera de partir del detalle, de fijarlo, de precisarlo, y de saber pasar, a veces con un leve paso y a veces con una cabriola sintáctica, a una observación general acerca de la vida que nunca es desatinada, nunca deja indiferente”. Larkin fue un escritor moroso que trabajaba mucho sus poemas, a veces durante años, por lo que su siguiente libro demoró su aparición una década más, llegó en 1974, “Ventanas altas”, con un gran éxito de ventas. Su último poema importante, “Albada” fue publicado en el Times Litterrary Supplemente del 29 de noviembre de 1977 y versa sobre el terror de “la muerte infatigable (…) que borra todo pensamiento excepto cómo y dónde y cuándo moriré (…) un miedo concreto que ningún truco disipa”. Murió de cáncer de esófago, en Hull, el 2 de diciembre de 1985. Su fama póstuma, cada vez más creciente, fue emborronada por la publicación en 1992 de sus cartas y de su biografía oficial escrita por Andrew Motion. Estos documentos desentierran a un Larkin obsesionado por la pornografía, que se manifestaba abierta y procazmente racista. En alguna ocasión Larkin llegó a escribir: “Encuentro el estado de la nación muy terrorífico. En diez años probablemente nos ocultemos bajo nuestras camas mientras grupos de negros roban todo lo que pueden”. A pesar de su fama controvertida, Larkin fue elegido en 2003, en una encuesta hecha por la Poetry Book Society, como el poeta más querido de Gran Bretaña y en los paneles de los autobuses de la ciudad de Hull se puede leer todavía alguno de sus poemas.

La traducción de estos poemas se le debe a Damià Alou. De su labor como traductor de Larkin, ha comentado: “Nunca se prima el sentido sobre el sonido, ni viceversa, porque en el lenguaje humano ambas cosas no pueden separarse. Lo más importante en poesía es que oigamos  la voz del poeta como si fuera un buen doblaje: nunca será lo mismo, pero puede llegar a conmovernos o divertirnos igual. El lenguaje de Larkin nunca es chillón ni machacón, y a veces su rima es tan sutil que pasa desapercibida. Sin embargo, poemas como “Sapos” o “Egoísta es el hombre” la reclama a gritos para que nos llegue su efecto: la risa.”

VENTANAS ALTAS

Cuando veo una parejita e imagino

Que él se la folla y ella toma

Píldoras o usa un diafragma,

Sé que es  el paraíso

 

Que todo viejo soñó la vida entera:

Ataduras y prejuicios desechados

Como una cosechadora obsoleta, y los jóvenes

Deslizándose sin límites, ladera abajo,

 

Hacia la felicidad. Me pregunto si

Cuarenta años atrás, mirándome alguien

Habrá pensado: Eso es vida;

Nada de Dios, ni de sudar de noche

 

Pensando en el infierno, ni de ocultar

Lo que opinas del pastor. Ese y sus

Amigos se deslizarán, maldita sea,

Libres como pájaros. Y de inmediato,

 

Más que en palabras, pienso en ventanas altas:

El cristal donde cabe el sol y, más allá,

El hondo aire azul, que nada muestra,

Y no está en ninguna parte, y es interminable.

 

 

HIGH WINDOWS

When I see a couple of kids

And guess he’s fucking her and she’s

Taking pills or waring a diaphragm,

I know this is Paradise

 

Everyone old has dreamed of all their lives-

Bonds and gestures pushed to one side

Like and outlated combine harvester,

And everyone you going down the long slide

 

To happiness, endlessly. I wonder if

Anyone looked at me, forty years back,

And thought, That’Il be the life;

No God any more, or sweating in the dark

 

About hell and that, or having to hide

What you think of the priest. He

And his lot will all go down the long slide

Like free bloody birds. And inmediately

 

Rather than Word comes the thougt of high Windows:

The sun-comprehending glass,

And beyond it, the deep blue air, that shows

Nothing, and is nowhere, and is endless.

 

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POETAS 109. Czeslaw Milosz (I). «Hijo de Europa»

 

Czeslaw Milosz nace en Vilna (Lituania) el 30 de junio de 1911, en el seno de una familia de la alta burguesía polaca. Los distintos avatares por los que pasará Vilna a lo largo del siglo XX van a ser un espejo en el que se reflejará la ajetreada existencia de Milosz. En el momento en que nace el poeta, Lituania formaba parte del Imperio ruso; después de la Primera Guerra mundial la zona de Vilna se convertirá en uno de los focos culturales más importantes de Polonia, caerá luego bajo el dominio soviético tras concluir la segunda guerra mundial, para convertirse en Estado independiente tras la caída de los regímenes comunistas que gobernaban Europa central. En ese mosaico de épocas y culturas diversas -donde coexistían idiomas como el polaco, el ruso, el yidish y el lituano-, fue donde Miolosz se crió, una Lituania llena de leyendas y poesía que iba a alimentar su imaginación. A pesar de que sus orígenes y su condición viajera iba a propiciar el conocimiento de varias lenguas, y a pesar del largo exilio en el que vivió una buena parte de su vida, Milosz permaneció siempre fiel a su tradición y a la lengua polaca en la que escribiría la casi totalidad de  su obra. “El idioma –escribió en “Abecedario”- es mi madre, de forma literal y metafórica. Con seguridad es también mi casa, con la que vago por todo el mundo”. Milosz se estrenó como poeta en la década de los 30 con un par de libros que explotaban la veta más irracional y visionaria de la poesía polaca, en contacto con las vanguardias europeas: “Tres inviernos” (1933) y “Poema sobre el tiempo congelado” (1936), libro este último que le valió en 1934 una beca para estudiar en Francia. Antes se había licenciado en derecho y durante algún tiempo trabajó como pasante en un bufete de abogados. Luego comenzó su carrera de funcionario trabajando en las oficinas de radio Polonia entre 1935 y 1939. El estallido de la segunda guerra mundial le lleva a Varsovia, donde es testigo de la ocupación alemana y el levantamiento del gueto judío. En esta ciudad se moverá en la clandestinidad ofreciendo su apoyo a los perseguidos por el régimen nazi. Al finalizar la guerra,a abandona una Varsovia devastada para irse a vivir a Cracovia, donde publica “Salvación” (1945), poesía de carácter realista que trata de convertirse en denuncia de una época de barbarie y deshumanización. Después de Salvación (1945), se inicia una época de poesía más social, de acerada denuncia a través de la ironía. Durante la ocupación de Varsovia, Milosz traduce la tierra baldía de T.S. Eliot, poema que ejercerá una gran influencia en el autor. Harto de la imagen de una Polonia desolada tras haber sido tomada por el ejército soviético, Milosz busca una vía de escape que lo aleje de su país y por fin encuentra un trabajo, en el año 1946,  como agregado cultural en la Embajada de la república popular de Polonia en Washington. En 1950 Milosz es destinado a Francia, como primer secretario de la embajada polaca en París, pero en diciembre de ese mismo año le retiran al pasaporte cuando decide volver a Varsovia. En 1951, de nuevo en Francia, empieza su largo exilio, que iba a durar treinta años. Tras vislumbrar en Varsovia la faz bárbara del estalinismo, rompe con el Gobierno de su país y pide asilo en Francia. Quiere regresar a Estados Unidos, donde ha dejado a su familia, pero una trama urdida a su alrededor para desacreditarle como topo soviético ante el gobierno de los Estados Unidos convierte la obtención del visado en un trámite kafkiano que iba a demorarse durante diez años. Durante esta década va a malvivir en una Francia difícil y desocupada, ganándose la vida a duras penas con colaboraciones esporádicas para algunas revistas del exilio. Allí traba amistad con Albert Camus, que a la sazón estaba siendo acosado por una campaña de denigración orquestada por Jean Paul Sartre desde la revista “Les temps Modernes”, purgando por el pecado de no querer doblegarse a la línea antipiimperialista que dictaba escribir en contra de los Estados Unidos para alinearse con la política de la Unión Soviética. Fue Camus quien facilitó desde la editorial Gallimard, de la que era asesor, la publicación de sus novelas “El poder cambia de manos” y “El valle de Issa”, además de su libro de ensayo “El pensamiento cautivo”, denuncia –este último libro- de la mentalidad intelectual bajo el estalinismo, que hace del artista un títere desde el momento en que coloca su talento al servicio del poder. “Cuando me entregué a la escritura del pensamiento cautivo –comentó Milosz más tarde- sentía con fuerza que estaba haciendo algo incorrecto, que estaba violando las reglas del juego aceptado por todos, incluso más, que me estaba adentrando en el espacio sagrado para blasfemar”. Esta audacia suya por denunciar los tejemanejes del totalitarismo en su propio país le costó la desgracia de ser señalado como un enemigo del pueblo por escritores polacos que hasta entonces habían sido sus amigos. Durante la década de los cincuenta seguirá publicando más libros de poemas: “La luz del día” y “Tratado político”.   A partir de 1960 obtiene por fin su visado a los Estados Unidos al lograr una invitación como profesor de lenguas y literaturas eslavas en la Universidad de Berkeley.Para Milosz, América – a la que llegó a definir  como un cúmulo de contradicciones-, era, sobre todo, Walt Whitman, el gran bardo americano con el que iba a compartir su visión panorámica del mundo. «En él se cumple -escribió en cierta ocasión- la fórmula de la poesía entendida como totalidad de lo real. Conforme a esta fórmula, la poesía debe ser como un río caudaloso, un río que lo arrastra todo: arena, ramas, troncos de árboles y, por supuesto, pepitas de oro. Ahí radica la grandeza de Walt Whitman». Aparecen en esta década cuatro libros de poesía que representan un cambio respecto a la poética anterior: el más importante de ellos, “Ciudad sin nombre”, 1969. La poesía social pasa a un segundo plano para dejar paso una obra lírica más reflexiva en donde se pregunta por la finalidad de la poesía, por los ideales humanos o por el sentido de la muerte. En los años setenta publica un único libro de poemas, pero que resulta de una importancia capital en su obra: “Desde donde el sol sale hasta donde se pone”. Al mismo tiempo imparte cursos sobre la obra de Dostoyevski, cuya influencia va a estar presente tanto en su reflexión sobre el bien y el mal y la responsabilidad moral del hombre como en la multiplicidad de voces con que va a acompañar su poesía. Comienza entonces la época de mayor plenitud en la carrera del poeta, culminada con la obtención del premio nobel de literatura en el año 1980. La nueva apertura de Polonía, tras la aparición  del sindicato “Solidaridad”, le permite regresar a su país, lo que provocará un nuevo giro en su poesía, ahora centrada en la memoria y en la imposibilidad de evocar las cosas con la fidelidad con que se sucedieron. La traducción durante esta época de algunos libros bíblicos va a tener influjo en sus nuevos poemas, así como la obra esotérica de Swebendorg, William Black o Simone Weil. En el año 2000 publica el volumen “Esto”, poesía cuyo tono abandona el lirismo de obras anteriores, para partir a la búsqueda de un lenguaje más depurado y esencial. Especial trascendencia para su vida personal tendrá la muerte de su segunda mujer, Carol Thigpen, que desencadena la escritura del largo poema Orfeo y Eurídice. En 2006, dos años después de su fallecimiento, producido el 14 de agosto de 2004, aparece su libro póstumo “últimos poemas”, la mayoría de ellos compuestos durante los últimos meses de vida. Libro testamentario en donde en donde hace un repaso a la totalidad de su vida y obra con la lucidez y la ecuanimidad que otorga el estar en el último tramo del camino, al borde de una frontera que le permite volver a plantearse las grandes interrogaciones metafísicas y religiosas que siempre acompañaron su poesía.

HIJO DE EUROPA

Nosotros, a quienes la dulzura del día penetra hasta los pulmones

Y vemos ramas que florecen en mayo,

Somos mejores que los que perecieron.

 

 

Nosotros, que saboreamos la comida al masticar

Y valoramos en su totalidad los juegos amorosos,

Somos mejores que ellos, los enterrados.

 

De los hornos abrasadores, tras la alambrada donde silba el viento de interminables otoños,

De las batallas, cuando en un espasmo ruge el viento herido,

Nos salvamos gracias a la astucia y al conocimiento,

 

Enviando a los otros a lugares más peligrosos,

Azuzándolos con gritos para la batalla,

Retirándonos cuando preveíamos que todo estaba perdido.

 

Teniendo para elegir la propia muerte y la muerte de un amigo

Elegimos su muerte, pensando fríamente: ojalá se cumpla.

 

Cerramos herméticamente las puertas de las cámaras de gas, robamos pan

Sabiendo que el día siguiente sería más duro que el anterior.

 

Como corresponde a los hombres, conocimos el bien y el mal.

Nuestro malicioso conocimiento no tiene igual en la tierra.

 

Hay que dar como demostrado que somos mejores que ellos,

Crédulos, impulsivos pero débiles, que valoraban poco su propia vida.

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POETAS 63. Mark Strand III (Tormenta de uno»)

Mark Strand nació en 1934 en Sunmerside (Canadá) y murió en Nueva York el 29 de noviembre de 2014. Aunque Mark Strand abandonó pronto Canadá, siempre conservó un vínculo con este país. Canadá representaba para Strand el país de sus primeros recuerdos, en el que sus padres vivieron sus últimos años y en el que estaban enterrados: “Era el refugio de su pena, y era tan grande y vacuo que cada día que vivieron ahí tuvieron la certeza de estar perdidos”. Su destino itinerante iba a llevarle con su familia a instalarse en Estados Unidos. Cleveland, Montreal, Nueva York y Filadelfia fueron las plazas del padre como directivo de Pepsi-cola, convirtiendo los primeros años del poeta en una mudanza continua. También vivió durante estos años en Colombia, México y Perú, donde aprendió un español suficiente que a la larga le serviría para traducir a Rafael Alberti y Octavio Paz. Pero más que de Canadá o Estados Unidos, se consideraba ciudadano de un mundo hecho de libros, cuadros o fotos y cuya nación era la nación del idioma inglés. “No creo –comentó en cierta ocasión -que las condiciones geográficas que se me impusieron por haber nacido en Canadá y vivido en los Estados Unidos me definan en absoluto. Creo que me define de manera más elocuente lo que leo, lo que miro, la gente que conozco, y lo que escribo”. Después de graduarse en Antioch College en 1957, su vocación por la pintura le llevó a Yale para estudiar con el artista Joseph Albers, graduándose como pintor en la facultad de Bellas Artes en 1959. Desde entonces la pintura iba a ser una de las constantes de Mark Strand. Se ha dicho que en sus versos surrealistas e introspectivos se proyecta la sombra de Max Ernst, Giorgio de Chirico, o Magritte. Iba a ser precisamente el surrealismo una de las influencias capitales de su obra poética, como confesaría a Rosa Pereda en una entrevista: “yo creo que la poesía tiene tanto que ver con el azar como con la causalidad, que lo irracional tiene un papel tan importante en la vida como la razón”. La pintura le enseñaría, además, el valor de la paciencia, a darse cuenta que uno siempre puede volver sobre el trabajo al día siguiente. Pero mientras estudiaba en Yale, las lecturas de poesía, especialmente Wallace Stevens y Forster, le encaminaron de forma imprevista a su segunda vocación. “Nunca fui muy bueno con el lenguaje cuando era niño. Créame –aseguró en una entrevista a “Los Angeles Times” en 1991”-, la idea de que algún día me convertiría en poeta habría sido una gran sorpresa para toda mi familia”. No menos importante para su formación como poeta fue la fascinación que “veinte poemas de amor…” de Neruda ejerció en sus inicios. Neruda era un genio –escribió en “Alfabeto de un poeta”- pero en cuya escritura se mezclan inextricablemente la belleza y la banalidad. Cuando lo leemos, nos sentimos felices porque todo ha alcanzado una condición privilegiada. El universo es bueno después de todo. La utopía verbal de Neruda, dependiendo de la credulidad de cada quién, es un antídoto inocuo contra este siglo torturante”. De Neruda también llegó a decir que era el gran demócrata de la poesía, por rebajar lo elevado y elevar lo bajo, aunque le decepcionaban sus limitaciones intelectuales. No pensaba lo mismo de Octavio Paz, a quien consideraba uno de los hombres de letras más inteligentes del siglo XX, y cuya obra poética le había conmovido especialmente. Ya resuelto en su vocación poética, en 1960 se traslada con una beca Fulbright a Florencia para estudiar a los poetas italianos del siglo XIX. En Iowa continúa sus estudios literarios en el “Iowa Writers Workshop”, graduándose en 1962. Allí se hace amigo de Philip Roth, concluye su primer libro y comienza a dar clases en un taller de literatura. Su carrera docente le iba a hacer recorrer parte de Estados Unidos: Utah, Chicago, Nueva York o Boston. Su desembarco literario tiene lugar en 1970, cuando el responsable de la editorial Athenaeum, Harry Ford, publica su segundo volumen de poesía, «Reasons for Moving». Ford continuaría publicando su poesía con otras tres colecciones durante esa década hasta que, en 1980, Strand decidió pausar su producción poética. «Ya no creía en mis poemas autobiográficos», dijo entonces. Sentarse en su escritorio cuando no tenía nada que decir se le empezó a volver un suplicio, por lo que “ya sólo escribía cada vez que tenía tiempo y ganas y estos periodos empezaron a espaciarse cada vez más, y a veces hubo periodos de silencio de dos o tres años…De cualquier manera, ya nadie lee poesía. Los poetas sí, pero el lector común ha sido abandonado por la poesía». Mark Strand se empeñó entonces en otras aventuras literarias, como libros para niños, relatos o ensayos sobre arte. Una década después volvió con nuevos bríos, con volúmenes como «A Continuous Life» (1990), «Dark Harbor» (1995) y «Blizzard of One» (1998). Mientras tanto, comenzó a ganar terreno su pasión por la pintura. Escribió ensayos sobre Edwar Hopper o William Bailey, al mismo tiempo que en un taller en Hell’s Kitchen producía sus papeles pintados, mezclando pulpas de colores secos. A partir de 2011 se trasladó a Madrid de la mano la marchante de arte Mari Cruz Bilbao, quien se convirtió en su pareja. Trasladó cuadros, libros y gran parte de su mobiliario a un piso de Chamberí donde seguía recortando y pegando esos papeles pintados para convertirlos en collages que este mismo otoño expuso en una galería de Nueva York. El final de su carrera como poeta estuvo jalonado de números reconocimientos. Fue nombrado Poeta Laureado de Estados Unidos, ganador de la beca MacArthur en 1987, del premio Bollingen en 1993 y del Pullitzer de poesía en 1999 por “Tormenta de Uno”. Este mismo otoño estaba nominado al National Book Award por sus Collected poems. Su traductor, Dámaso López García, a quien se debe la traducción de los poemas aquí seleccionados, ha señalado como rasgos característicos de su poesía el que su mundo no tenga rasgos diferenciales propios. Los lugares no tienen nombre, los personajes son anónimos: “comparten los rasgos comunes de todos los paisajes y de toda la humanidad”. La presunta oscuridad de sus poemas no se relaciona tanto con la dificultad del lector ante un lenguaje oscuro como con la ausencia de referencias a un universo familiar. Las manifestaciones de temor ante un mundo maligno, el valor de la poesía ante una naturaleza apática y el deseo de gozar de un “momento perfecto” han sido también rasgos señalados por la crítica. Pero el propio Mark Strand nos ha dejado en diversas entrevistas una visión personal sobre su poesía. Mark Strand se consideraba un poeta metafórico. A diferencia de los poetas metonímicos, que representan fielmente el mundo de la experiencia, el poeta metafórico cree en un mundo alternativo con sus propias reglas y regulaciones. “Lo que me importa –dijo- es la integridad del mundo que creo, y no lo que estoy revelando sobre el mundo en el que viven los demás.” Mark Strand no se consideraba un poeta de la naturaleza, sino un poeta que ahonda en el comportamiento de las cosas. “Mis poemas describen actividades, a veces de carácter nervioso o absurdo, a veces muy pacífico, pero eso es lo que les da vida”. Era un poeta al que le gustaba mezclar la melancolía y lo elegíaco, que nunca desdeñaba el humor, interesado en las sintaxis complejas pero amante de las palabras sencillas como “piedra” o “cielo” o “mar”. Para Mark Strand los poemas no tienen por qué tener sentido: “son en primer lugar, y sobre todo, una experiencia, no un vehículo para un significado”. Por eso creía que la musicalidad verbal era un elemento imprescindible y confiaba esa musicalidad al ritmo que aporta la escritura a mano. “La gente que escribe en la computadora se olvida de escuchar el poema, creo que establecen un contrato visual con la computadora. En primer lugar, los poemas llegan tan rápido a imprenta que parecen mucho más terminados de lo que realmente están.” Puesto que la métrica es lo que distingue la poesía de la prosa, era fundamental para Strand que el poeta educase su propio oído escuchando el ritmo y la cadencia que otros poetas han imprimido a sus versos. También consideraba importante la tarea de reescritura de los poemas: “Los poemas no son estáticos. Cobran una vida propia y van hacia donde quieren. Pueden volverse estériles o resistirse. Si no mejoran, los odias” Por eso solían tener muchísimos borradores de cada poemas, a veces treinta o cuarenta. Escribía a mano varias versiones y después los pasaba a la computadora. Trataba de postergar lo más posible el momento de ponerlos en limpio. “Más que leer mis poemas, me interesa escucharlos, y cuando están escritos a mano me parece que los estoy escuchando”. Dos cosas consideraba importantes en su poesía: el misterio y la muerte. “La vida me parece misteriosa, mi presencia en la Tierra me parece misteriosa. Muchas veces, cuando termino un poema, no estoy muy seguro, aunque generalmente estoy seguro de lo que he dicho, siempre hay un elemento inexplicable”. Respecto a la muerte, llegó a escribir en “Alfabeto de un poeta” que había sido la influencia medular de su escritura. Pero también la preocupación central de la poesía lírica: “La poesía lírica nos recuerda que vivimos en el tiempo. Nos recuerda que somos mortales. Celebra o reconoce estados de ánimo, ideas e incluso acontecimientos para recordarnos que existen sólo en su forma transitoria. Pues ¿qué habría que tuviera significado fuera del tiempo? La poesía es un prolongado epitafio, un recuerdo de nuestra estancia aquí en la tierra”. También comentó: “Buena parte de lo que amamos en los poemas, sin considerar su tema, es que nos dejan con una sensación de novedad de vida agregada. La vida, por otra parte, nos prepara para nada y nos deja sin dónde ir. Sólo se detiene”.

Se deja aquí una selección de poemas de su libro “Tormenta de uno”, libro que recibió el premio Pulitzer y que compuso mientras trabajaba como profesor durante el periodo que pasó en Chicago y Baltimore entre 1993 y 1998.

 

ME VA A ENCANTAR EL SIGLO XXI

La cena se enfriaba. Los invitados, con la esperanza de los habituales

Encuentros rápidos, fríos y caprichosos, estaban echados

En los dormitorios. Las patatas estaban duras; las alubias, blandas; la carne…

No había carne. El sol de invierno había vuelto amarillos los olmos y las casas,

Los ciervos bajaban por la carretera como si fueran refugiados; en el camino unos gatos

Se calentaban sobre el motor de un automóvil. Luego un hombre se dio la vuelta

Y me dijo: “Aunque amo el pasado, su oscuridad,

Su peso que nada nos enseña, su pérdida, su todo

Que no pide nada, me va a encantar aún más el siglo XXI,

Pues veo en él a alguien en albornoz y zapatillas, con ojos castaños y pobre,

Que camina sobre la nieve sin dejar tras de sí ni siquiera una huella”.

“Ah”, dije mientras me ponía el sombrero, “ah”.

 

I WILL LOVE THE TWENTY-FIRST CENTURY

Dinner was gettin cold. The guests, hoping for quick,

Impersonal, random encounters of the usual sort, were sprawled

in the beadroms. The potatoes were hard, the beans soft, the meat-

there was no meat. The Winter sun had turned the elms and houses yellow;

Deer were moving down the road like refugees; and in the driveway cats

Were warming themselves on the Hood of a car. Then a man turned

And said to me: “Although I love the past, the dark of it,

The weight of it teaching us nothing, the loss of it, the all

Of it asking for nothing. I will love the twenty-first century more,

For in it I see someone in bathrobe and slippers, Brown-eyed and por,

Walking through snow without leaving so much as a footprint behind”

               “Oh,” I said, putting my hat on, “Oh.”

 

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POETAS 101. Allen Ginsberg III (América)

 

 

 

Allen Ginsberg (Newark, 1926-New York, 1997) fue una de las figuras más destacadas de la cultura Underground de Norteamérica y gran impulsor, durante la década de 1950, de la generación Beat –abreviatura de beat-nik, que significa vencido o golpeado, pero también beatitud. Ginsberg saltó a la fama mundial como poeta con su célebre poema “Aullido”. Estudió en la Universidad de Columbia, donde conoció a Jack Kerouac, William Burroughs y Lucien Carr, con los que formaría un movimiento revolucionario contra el capitalismo y el estilo de vida americano. A finales de los años 40, Allen Ginsberg pasaría ocho meses en un hospital psiquiátrico después de tener una visión de William Blake que le embargó durante una semana. Un ejemplar del Bhagavad Gita con el que entró en aquel psiquiátrico le abriría las puertas de su interés por la Indía y el hinduismo. Entre 1961 y 1962 viajó a lo largo de ese país junto con su pareja sentimental durante tres décadas, Peter Orlovski, y también junto al matrimonio formado por los poetas Gary Snyder y Joanne Kyger. Un viaje que quedó ampliamente registrado en los diarios de Ginsberg y que se adentra en la fascinación por el budismo y la experimentación con las drogas más dispares. Esta fascinación por Oriente iba a quedar afianzada cuando en una calle de Nueva York tuvo un encuentro casual con Chogyam Trungpa Rinpoche, un budista tiebetano maestro de meditación que permanecería como su mentor durante el resto de su vida, llegando el poeta a impartir clases y seminarios de budismo en la Naropa University de Colorado. Durante los años 60 se embarcó en toda clase de movimientos de protesta no violenta, desde la oposición a la guerra de Vietnam hasta la defensa de los derechos de los homosexuales, convirtiéndose en un abanderado de “la revolución de las flores” y del movimiento hippie. Con su poema Aullido,  Ginsberg recobra la importancia de la oralidad para la poesía, ya que el poema fue elaborado con la finalidad de que fuera leído en voz alta. La primera vez que recitó este poema fue en 1955, en el curso del recital en la Six Gallery de San Francisco. Ginsberg había concebido cada verso como una unidad respiratoria, tomando a Walt Whitman como modelo, si bien con un tono más pesimista y siempre revindicando la poesía visionaria de William Blake. Por la crudeza del lenguaje y las imágenes que desplegaba, esta obra fue prohibida por escándalo al poco de su publicación en 1956. La segunda parte de aullido estuvo inspirada por las visiones que le provocó la ingesta de peyote, una más de las variopintas drogas con las que el poeta experimentaba para escribir poemas que iba recitando sobre la marcha mientras los registraba en un casete. Cuando en una entrevista realizada en 1993 se le preguntó cuál debería ser la función de un poeta, Ginsberg aclaró que el poeta tiene que revelar y explorar su propio conocimiento, dejando a un lado los artificiosos discursos políticos que pueden conducir a la manipulación. La poesía “tiende hacia la plenitud del pensamiento. El poeta es un ser que debe mantenerse en estado de vela, despierto, para ver lo que pasa en él mismo y alrededor suyo.

 

CANCIÓN

El peso del mundo

es el amor.

Bajo la carga

de la soledad,

bajo la carga

de la insatisfacción

 

el peso,

el peso que cargamos

es el amor.

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POETAS 108. CLAUDIO RODRÍGUEZ

(Zamora, 1934-Madrid 1999)

 

NANA DE LA VIRGEN MARÍA

Duérmete, Niño amante

Luz de mi sueño.

Duérmete sin cuidados

Que yo te velo.

 

Cuando caiga la noche

Sobre el silencio,

Se hará cojín de espumas

Mi blanco pecho.

 

Cuando frías estrellas

Nieven del cielo

Será para tu carne

Pañal mi beso.

 

Cuando sepan pastores…

Cuando el misterio…

¡Duérmete, Niño amante,

Luz de mi sueño!

¿Por qué tienes los ojos

limpios y abiertos?…

 

Ya más no puedo darte…

Duerme, lucero.

Duérmte. Mira:

Hosannas

Dicen los vientos…

(Despacio…

Callad

Despacio,

Que está durmiendo…)

 

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