POETAS 104. Charles Simic

 

Dusan Simic, que más tarde cambiaría su nombre por el de Charles, nació en Belgrado el 9 de mayo de 1938. Sus padres, un ingeniero y una profesora de canto, zanjaron sus continuas desavenencias con una separación que llevó al padre lejos de Yugoslavia, primero a Italia, más tarde a Estados Unidos. Por su parte, la madre iba a intentar cruzar con sus hijos la frontera de Yugoslavia en repetidas ocasiones, pero siempre acababan siendo atrapados por la policía, teniendo que pasar alguna temporada en prisión. Finalmente, en 1953 las autoridades comunistas les facilitaron los pasaportes que los llevarían a París, donde residirían durante en un año, entre grandes estrecheces económicas e interminables colas burocráticas para renovar los permisos de residencia. En 1954 logran el visado para Estados Unidos y residen en Nueva York hasta 1955, año en que la familia vuelve a reunificarse en Chicago, donde el padre había logrado un empleo en una compañía telefónica. En Chicago, el futuro poeta comienza a frecuentar en compañía del padre los clubs de jazz y se aficiona a la pintura. Al mismo tiempo que pasa gran parte de su tiempo en las bibliotecas devorando libros, comienza a escribir sus primeros poemas en inglés. Ezra Pound, T.S. Eliot, William Carlos Williams, Brecht , Rilke y, especialmente, Hart Crane son sus primeras influencias. En 1956 Simic ingresa en la Universidad de Chicago en horario nocturno, costeándose las clases como chico de los recados en el diario «Chicago Sun Times». En 1958 Simic vuelve a Nueva York, donde continúa sus estudios nocturnos en la Universidad, mientras alterna diversos trabajos por las mañanas, desde vendedor de camisas en unos grandes almacenes hasta oficinista contable o pintor de brocha gorda. También comienza a publicar sus primeros poemas en la revista «Chicago Review». En 1961 Simic es reclutado como soldado; su conocimiento del francés le facilita una larga estancia en Francia, donde ocupa un puesto militar en el que trabaja para resolver los conflictos de los soldados. En 1966, ya de vuelta a Nueva York, se gradúa Artes y estudia en profundidad la lingüística rusa para poder leer a Tolstoi, Dostoievski o Chejov. Durante esta época, el insomnio que padecía desde su adolescencia comienza a hacerse crónico y le permite escribir durante las noches una serie de poemas que serán publicados bajo el título de «What The grass says», al que le sigue, dos años después, Somewhere Among us a Stone is taking notes». Su incipiente notoriedad provoca una lluvia de ofertas por parte de colegios y universidades que le requieren como profesor de escritura creativa y literatura. Primero acepta un trabajo en el Colegio Universitario Estatal de California, y en 1973 se traslada a la Universidad de New Hanmpshire, donde fue profesor de literatura americana y escritura creativa hasta su jubilación. La poesía de Simic ha estado influida por los surrealistas franceses, sin desdeñar a los poetas hispanoamericanos Cesar Vallejo y Pablo Neruda. Se considera también que Simic forma parte de la tradición de Nueva Inglaterra, de la que forman parte autores como Emily Dickinson, Robert Frost o Wallace Stevens. Sus poemas alternan imágenes impredecibles con un estilo narrativo conciso. Por su libro «Paseando al gato negro (1996) ha sido finalista del Natinal Book Award y «El mundo no se acaba» (1990) ganó el premio Pulitzer.

INVENCIÓN DE LA NADA

No me di cuenta
mientras escribía aquí
De que no queda nada en el mundo
excepto mi mesa y mi silla

Y me dije:
(sólo por molestar, por abusar de la paciencia)
¿Es ésta la taberna
Sin un vaso, ni vino o camarero
en la que soy el borracho largamente esperado?

El color de la nada es azul.
La golpeo con mi mano izquierda y la mano desaparece.
¿Por qué estoy entonces tan callado
y tan feliz?

Me subo a la mesa
(la silla ya no está)
Y canto a través del cuello
De una botella de cerveza vacía.

(1971, «Desarmando el silencio»)

INVENTION OF NOTHING

I didn’t notice
while I wrote here
that nothing remains of the world
except my table and chair.

And so I Said:
(for the hell of it, to abuse patience)
Is this the tavern
without a glass, wine or waiter
where I’m the long awaited drunk?

The color of nothing is blue.
I strike it with my left hand and the hand disappears.
Why am I so quiet then
and so happy?

I climb on the table
(the chair is gone already)
I sing trough the throat
of an empty beer-bottle.

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POETAS 103. Phillip Arthur Larkin (I). «Engaños»

Phillip Arthur Larkin, (9 de agosto de 1922-2 de diciembre de 1985), comenzó a labrarse fama en Inglaterra como poeta –antes había ensayado alguna que otra novela-  a raíz de la publicación de su segundo libro de poemas, «Engaños», publicado en 1955. Le siguió «Las bodas de Pentecostés» (1964) y «Ventanas altas» (1974). Pasó su infancia y adolescencia en Coventry, tal como rememora en su poema «Recuerdo, Recuerdo», un lugar del que más bien abominaba, y del que no pudo decir que encontró sus raíces, con una irónica «magnífica familia a la que nunca acudió corriendo cuando estaba deprimido». Su padre llegó a ser tesorero de esta ciudad y se encargó de su primera educación leyéndole obras de Ezra Pound y T. S Eliot. Precisamente éstas fueron sus primeras influencias poéticas, a la que más tarde agregó el descubrimiento de Auden y, sobre todo, de Thomas Hardy. Si bien sus primeros poemas acusaron la influencia simbolista de Yeats, de la que se desprendió más tarde por la lectura más a ras de suelo que hiciera de Hardy. De estos primeros años datan la tartamudez que le acompañó a lo largo de su vida, así como su afición al jazz, llegándose a convertir en uno de los mayores especialistas de Inglaterra. Exento de ir al frente durante la segunda guerra mundial por su miopía, estudió en Oxford entre 1940 y 1943, y se graduó en Literatura Inglesa, llegando a trabar durante esta época una amistad duradera con el escritor Kingsley Amis. Poco después logró un puesto de bibliotecario en Wellington y se ganó fama de mujeriego al mantener durante un tiempo relación con dos mujeres, Ruth Bowman y Monica Jones. En 1950 entró a trabajar en la biblioteca de la Queen’s University de Belfast, donde permaneció durante cinco años, que resultaron bastante fructíferos para su escritura –aquí escribió casi en su totalidad «Engaños»-, debido en parte a una situación de extrañamiento y anonimato favorables, tal como deja constancia en su poema «La importancia de otro lugar», donde sugiere que la condición de extranjero abre la licencia para poder rechazar las costumbres y las instituciones del lugar, algo que está vedado para quien es nativo. En 1955 fue contratado como bibliotecario por la Universidad de Hull y ya no volvería a cambiar de empleo ni de ciudad. Como bibliotecario fue un empleado diligente que promovió la construcción de una nueva biblioteca y multiplicó ampliamente su dotación de libros. Hull supuso para Larkin la ciudad con la que por fin podía conciliarse, una ciudad perfecta en muchos aspectos, especialmente por «estar al límite de las cosas», «lejos de todo, de camino a ninguna parte». La soledad física y espiritual que le aportó Hull le permitió un aclaramiento consigo mismo cuyo fruto fue el siguiente libro, casi diez años después, «Las bodas de Pentecostés», con excelente acogida por parte de la crítica. Fue especialmente valorada su capacidad para reunir «el mundo de todos, el lugar donde, al final, encontramos nuestra felicidad, o jamás la encontramos», una capacidad para sintonizar con la trivialidad del hombre contemporáneo . Como ha escrito Damià Alou, «la belleza de los poemas de Larkin no reside en otra cosa que en la verdad de la experiencia relatada, en su manera de partir del detalle, de fijarlo, de precisarlo, y de saber pasar, a veces con un leve paso y a veces con una cabriola sintáctica, a una observación general acerca de la vida que nunca es desatinada, nunca deja indiferente». Larkin fue un escritor moroso que trabajaba mucho sus poemas, a veces durante años, por lo que su siguiente libro demoró su aparición una década más, llegó en 1974, «Ventanas altas», con un gran éxito de ventas. Su último poema importante, «Albada» fue publicado en el Times Litterrary Supplemente del 29 de noviembre de 1977 y versa sobre el terror de «la muerte infatigable (…) que borra todo pensamiento excepto cómo y dónde y cuándo moriré (…) un miedo concreto que ningún truco disipa». Murió de cáncer de esófago, en Hull, el 2 de diciembre de 1985. Su fama póstuma, cada vez más creciente, fue emborronada por la publicación en 1992 de sus cartas y de su biografía oficial escrita por Andrew Motion. Estos documentos desentierran a un Larkin obsesionado por la pornografía, que se manifestaba abierta y procazmente racista. En alguna ocasión Larkin llegó a escribir: «Encuentro el estado de la nación muy terrorífico. En diez años probablemente nos ocultemos bajo nuestras camas mientras grupos de negros roban todo lo que pueden». A pesar de su fama controvertida, Larkin fue elegido en 2003, en una encuesta hecha por la Poetry Book Society, como el poeta más querido de Gran Bretaña y en los paneles de los autobuses de la ciudad de Hull se puede leer todavía alguno de sus poemas.

La traducción de estos poemas se le debe a Damià Alou. De su labor como traductor de Larkin, ha comentado: «Nunca se prima el sentido sobre el sonido, ni viceversa, porque en el lenguaje humano ambas cosas no pueden separarse. Lo más importante en poesía es que oigamos  la voz del poeta como si fuera un buen doblaje: nunca será lo mismo, pero puede llegar a conmovernos o divertirnos igual. El lenguaje de Larkin nunca es chillón ni machacón, y a veces su rima es tan sutil que pasa desapercibida. Sin embargo, poemas como «Sapos» o «Egoísta es el hombre» la reclama a gritos para que nos llegue su efecto: la risa.»

LUGARES, AMORES

No, todavía no he encontrado
el lugar del que pueda decir
Este es mi sitio,
aquí me quedo;
y tampoco esa persona especial

que enseguida reclame
todo lo que tengo,
incluso mi apellido;

Encontrar eso parece demostrar
que no quieres decidir
dónde construir, ni a quién amar;
les pides que te rechacen
de manera irrevocable,
así no será tu culpa
si la ciudad te aburre
o la chica es imbécil.

Y al no encontrarlos, sin
embargo, te obligas a actuar
como si lo que tienes
en realidad te encantara;
y mejor no pensar
que todavía podrías descubrir
a los hasta ahora innecesarios:
tu lugar, tu pareja.

 

PLACES, LOVED ONES

No, I have never found
the place where I could say
this is my proper ground,
Here I shall stay
Nor meet that special one
Who has an instant claim
on everything I own
Down to my name.

To find such seems to prove
you want no choice in where
To build, or whom to love;
You ask them to hear
You off irrevocably
So that it´s not your fault
Should the town turn dreary
the girl a dolt.

Yet, having missed them, you´re
Bound, none the less, to act
As if what you settled for
Mashed you, in fact;
And wiser to keep away
Rom thinking you still might trace
Uncalled-for to this day
your person, your place.

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POETAS 101. Allen Ginsberg («Nota a pie de página para Aullido», 2ª y 3ª parte)

Por ser Aullido un poema demasiado extenso, se prefirió aplazar la segunda y tercera parte, más breves, para esta entrega, a la que se le añade la poética nota a pie de página y un interesante proemio de aullido, con el que replica el poeta William Carlos Williams a otro poeta que cuando lo conoció aún no merecía mucho crédito. Y es que todavía no tenía la sabiduría poética, como nos recuerda Williams, del que ha experimentado su propia temporada en el infierno…

 

*****

 

AULLIDO PARA CARL SALOMON, escrito por William Carlos Williams

«Cuando conocí a Allen Ginsberg, los dos éramos más jóvenes. Era un joven poeta, hijo de un poeta de renombre, y vivía en Paterson, Nueva jersey, donde nació y se crió. De constitución menuda en lo físico, en lo mental estaba muy trastornado por la vida que había llevado en Nueva York durante los años que siguieron a la Primera Guerra Mundial. Siempre estaba a punto de «marcharse», aunque no parecía importarle demasiado adónde, y me causaba una profunda desazón, pues siempre temí que no viviera lo suficiente para escribir un libro de poemas. Su capacidad para sobrevivir viajar y escribir me asombra, sinceramente. Y no me asombra menos que haya sido capaz de desarrollar y perfeccionar su arte.

Y ahora, al cabo de quince o veinte años, nos ofrece un poema sensacional. Todo demuestra que, literalmente, ha viajado a los infiernos. Y durante el viaje conoció a un hombre llamado Carl Salomon, con quien compartió, en medio de las jugarretas y las penalidades de la vida, algo que sólo puede describirse con las palabras que ha utilizado él para hacerlo. Es un aullido de derrota. Aunque, en realidad, no se trata de una derrota, pues ha pasado por esa experiencia igual que si fuera algo corriente, trivial. En esta vida todos sufrimos derrotas, pero un hombre, si lo es de verdad, nunca se siente derrotado.

Es Allen Ginsberg, el poeta, quien ha padecido en su propia carne las horripilantes experiencias de la vida que describe en estas páginas. Lo más maravilloso de todo no es que haya sobrevivido, sino que en las profundidades del abismo haya encontrado a un compañero al que amar, un amor que celebra en estos poemas de un modo claro y directo. Pensemos lo que pensemos, no demuestra que, aunque pasemos por las experiencias más degradantes que la vida le pueda deparar a un hombre, el espíritu del amor sobrevive para ennoblecer nuestras vidas si tenemos buen humor, valor y fe -¡y arte!- para persistir.

Es la fe en el arte de la poesía lo que ha acompañado a este hombre en su Gólgota, mientras experimentaba padecimientos similares en todos los aspectos a los que sufrieron los judíos durante la Segunda Guerra mundial. Pero él los experimentó en nuestro propio país, sin salir de esa tierra en la que tan a gusto nos encontramos. Somos ciegos, y nuestras vidas transcurren en la ceguera. Los poetas están malditos, pero no están ciegos: ven con los ojos de los ángeles. Este poeta ve en todas partes, a su alrededor, los horrores de los que nos hace participar hasta en los más íntimos detalles con su poema. No trata de evitar nada, sino que apura la copa de la experiencia hasta el fondo. A hace suya. La reclama como propia y, según podemos comprobar, se ríe de ella e incluso tiene el tiempo y el descaro suficientes para amar a un compañero de su elección y dejar constancia de ese amor en su magnífico poema.

Levántense los bordes del vestido, señoras, porque vamos a cruzar el infierno.»

                       William Carlos Williams

*****

II

¿Que esfinge de cemento y aluminio abrió sus cráneos y devoró sus cerebros y su imaginación?

¡Moloch! ¡Soledad! ¡Inmundicia! ¡Ceniceros y dólares inalcanzables! ¡Niños gritando bajo las escaleras! ¡Muchachos sollozando en ejércitos! ¡Ancianos llorando en los parques!

¡Moloch! ¡Moloch! ¡Pesadilla de Moloch! ¡Moloch el sin amor! ¡Moloch mental! ¡Moloch el pesado juez de los hombres!

¡Moloch la prisión incomprensible! ¡Moloch la desalmada cárcel de tibias cruzadas y congreso de tristezas! ¡Moloch cuyos edificios son juicio! ¡Moloch la vasta piedra de la guerra! ¡Moloch los pasmados gobiernos!

¡Moloch cuya mente es maquinaria pura! ¡Moloch cuya sangre es un torrente de dinero! ¡Moloch cuyos dedos son diez ejércitos! ¡Moloch cuyo pecho es una dínamo caníbal! ¡Moloch cuya oreja es una tumba humeante!

¡Moloch cuyos ojos son mil ventanas ciegas! ¡Moloch cuyos rascacielos se yerguen en las largas calles como inacabables Jehovás! ¡Moloch cuyas fábricas sueñan y croan en la niebla! ¡Moloch cuyas chimeneas y antenas coronan las ciudades!

¡Moloch cuyo amor es aceite y piedra sin fin! ¡Moloch cuya alma es electricidad y bancos! ¡Moloch cuya pobreza es el espectro del genio! ¡Moloch cuyo destino es una nube de hidrógeno asexuado! ¡Moloch cuyo nombre es la mente!

¡Moloch en quien me asiento solitario! ¡Moloch en quien sueño ángeles! ¡Demente en Moloch! ¡Chupavergas en Moloch! ¡Sin amor ni hombre en Moloch!

¡Moloch quien entró tempranamente en mi alma! ¡Moloch en quien soy una conciencia sin un cuerpo! ¡Moloch quien me ahuyentó de mmi éxtasis natural! ¡Moloch a quien yo abandono! ¡Despierten en Moloch! ¡Luz chorreando del cielo!

¡Moloch! ¡Moloch! ¡Departamentos robots! ¡Suburbios invisibles! ¡Tesorerías esqueléticas! ¡capitales ciegas! ¡Industrias demoniacas! ¡naciones espectrales! ¡invencibles manicomios! ¡vergas de granito! ¡bombas monstruosas!

¡Rompieron sus espaldas levantando a Moloch hasta el cielo! ¡Pavimentos, árboles, radios, toneladas! ¡levantando la ciudad al cielo que existe y está alrededor nuestro!

¡Visiones! ¡presagios! ¡alucinaciones! ¡milagros! ¡éxtasis! ¡arrastrados por el río americano!

¡Sueños! ¡adoraciones! ¡iluminaciones! ¡religiones! ¡todo el cargamento de mierda sensible!

¡Progresos! ¡sobre el río! ¡giros y crucifixiones! ¡arrastrados por la corriente! ¡Epifanías! ¡Desesperaciones! ¡Diez años de gritos animales y suicidios! ¡Mentes! ¡Nuevos amores! ¡Generación demente! ¡Abajo sobre las rocas del Tiempo!

¡Auténtica risa santa en el río! ¡ellos lo vieron todo! ¡los ojos salvajes! ¡los santos gritos! ¡dijeron hasta luego! ¡saltaron del techo! ¡hacia la soledad! ¡despidiéndose! ¡llevando flores! ¡hacia el río! ¡por la calle!

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POETAS 102. Pablo Neruda (I). Veinte poemas de amor…

Pablo Neruda fue el nombre artístico elegido por Ricardo Neftalí Reyes (Parral, 12 de julio de 1904 – Santiago, 23 de septiembre de 1973) para firmar sus obras poéticas a partir de octubre de 1920. Considerado por Gabriel García Márquez como «el más grande poeta del siglo XX en cualquier idioma» e incluido por Harold Bloom en su canon de los veintiséis autores centrales de la literatura de todos los tiempos –para quien «ningún poeta del hemisferio occidental de nuestro siglo admite comparación con él»-, fue laureado con el premio nobel de literatura en 1971. Sus primeros años se desarrollaron en el Parral, donde poco antes habían llegado sus padres. Su madre, Rosa Basoalto, murió «agotada por la tuberculosis» un mes después de que le diera a luz. Su padre, José del Carmen Reyes, trabajó de obrero en los diques del puerto de Talcahuano, terminando como ferroviario en Temuco. A esta ciudad se trasladaron en el año 1910, año en que también entró el poeta al liceo. Allí conoció a quien fuera la directora del liceo de niñas, Gabriela Mistral, una «señora alta, con vestidos muy largos y zapatos de taco bajo», que le iniciaría en el mundo de la literatura rusa, regalándole novelas de Tolstoi, Dostoievski y Chejov. El mundo virginal y selvático de los parajes de Temuco iba a dejar una honda huella en la sensibilidad de Neruda. Fue allí donde comenzó «entre infinitas playas o montes enmarañados una comunicación entre su alma –poesía- y la tierra más solitaria del mundo». En 1921 pasa a residir en Santiago para iniciar unos estudios de pedagogía francesa que nunca iba a concluir. Son años de hambruna, de vida bohemia en las tabernas y de escritura de los primeros versos. También son años de encuentros con compañeros poetas y con diversos personajes extravagantes, inverosímiles, como de otro tiempo y de otras latitudes, tal como quedan registrados en sus páginas de memorias. En 1923 escribe un primer libro de poemas titulado «Crepusculario», del que pronto se arrepiente su ideario estético. En 1924, orientado por los consejos que le da el poeta uruguayo Carlos Sabat Ercasty a través de una relación por carta, Pablo Neruda abandona la línea retórica y grandilocuente que empezaba a ensayar en sus nuevos poemas y se aplica a escribir unos poemas más sencillos, de tono sentimental, donde ya se comienza a atisbar un sujeto menos altisonante y que porta una imagen del mundo más insegura. Se trata de sus archifamosos «Veinte poemas de amor y una canción desesperada». Neruda fue muy consciente del giro que trazaba con su nuevo poemario y lo glosó ampliamente en sus memorias, «Confieso que he vivido»:

«Cerré la puerta a una elocuencia que para mí sería imposible de seguir, reduje deliberadamente mi estilo y mi expresión. Buscando mis más sencillos rasgos, mi propio mundo armónico, empecé a escribir otro libro de amor. El resultado fueron los «Veinte poemas».

Los veinte poemas de amor y una canción desesperada son un libro doloroso y pastoril que contiene mis más atormentadas pasiones adolescentes, mezcladas con la naturaleza arrolladora del sur de mi patria. Es un libro que amo porque a pesar de su aguda melancolía está presente en él el goce de la existencia. Me ayudaron a escribirlo un río y su desembocadura: el río Imperial. Los «Veinte poemas» son el romance de Santiago, con las calles estudiantiles, la universidad y el olor a madreselva del amor compartido.

Los trozos de Santiago fueron escritos entre la calle Echurren y la avenida España y en el interior del antiguo edificio del Instituto Pedagógico,, pero el panorama son siempre las aguas y los árboles del sur. Los muelles de la «Canción desesperada» son los viejos muelles de Carahue y de Bajo Imperial; los tablones rotos y los maderos como muñones golpeados por el ancho río; el aleteo de gaviotas se sentía y sigue sintiéndose en aquella desembocadura.

En un esbelto y largo bote abandonado, de no sé qué barco náufrago leí entero el Juan Cristobal y escribí la «Canción desesperada». Encima de mi cabeza el cielo tenía un azul tan violento como jamás he visto otro. Yo escribía en el bote, escondido en la tierra. Creo que no he vuelto a ser tan alto y tan profundo como en aquellos días. Arriba el cielo azul impenetrable. En mis manos el Juan Cristobal o los versos nacientes de mi poesía: el ruido lejano del mar, el grito de los pájaros salvajes, y el amor ardiendo sin consumirse como una zarza inmortal.

Siempre me han preguntado cuál es la mujer de los «veinte poemas», pregunta difícil de contestar. Las dos o tres que se entrelazan esta melancólica y ardiente poesía corresponden, digamos, a Marisol y a Marisombra. Marisol es el idilio de la provincia encantada con inmensas estrellas nocturnas y ojos oscuros como el cielo mojado de Temuco. Ella figura con su alegría y su vivaz belleza en casi todas las páginas, rodeada por las aguas del puerto y por la media luna sobre las montañas. Marisombra es la estudiante de la capital. Boina gris, ojos suavísimos, el constante olor a madreselva del errante amor estudiantil, el sosiego físico de los apasionados encuentros en los escondrijos de la urbe.»

*****

PARA QUE TU ME OIGAS

Para que tú me oigas
mis palabras
se adelgazan a veces
como las huellas de las gaviotas en las playas.

Collar, cascabel ebrio
para tus manos suaves como las uvas.

Y las miro lejanas mis palabras.
Más que mías son tuyas.
Van trepando en mi viejo dolor como las yedras.

Ellas trepan así por las paredes húmedas.
Eres tú la culpable de este juego sangriento.

Ellas están huyendo de mi guarida oscura.
Todo lo llenas tú, todo lo llenas.

Antes que tú poblaron la soledad que ocupas,
y están acostumbradas más que tú a mi tristeza.

Ahora quiero que digan lo que quiero decirte
para que tú las oigas como quiero que me oigas.

El viento de la angustia aún las suele arrastrar.
Huracanes de sueños aún a veces las tumban.
Escuchas otras voces en mi voz dolorida.
Llanto de viejas bocas, sangre de viejas súplicas.
Ámame, compañera. No me abandones. Sígueme.
Sígueme, compañera, en esa ola de angustia.

Pero se van tiñendo con tu amor mis palabras.
Todo lo ocupas tú, todo lo ocupas.

Voy haciendo de todas un collar infinito
para tus blancas manos, suaves como las uvas.

(1923, «Veinte poemas de amor…»)

 

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POETAS 101. Allen Ginsberg (Aullido I)

Allen Ginsberg (Newark, 1926-New York, 1997) fue una de las figuras más destacadas de la cultura Underground de Norteamérica y gran impulsor, durante la década de 1950, de la generación Beat –abreviatura de beat-nik, que significa vencido o golpeado, pero también beatitud. Ginsberg saltó a la fama mundial como poeta con su célebre poema “Aullido”. Estudió en la Universidad de Columbia donde conoció a Jack Kerouac, William Burroughs y Lucien Carr, con los que formaría un movimiento revolucionario contra el capitalismo y el estilo de vida americano. A finales de los años 40, Allen Ginsberg pasaría ocho meses en un hospital psiquiátrico después de tener una visión de William Blake que le embargó durante una semana. Un ejemplar del Bhagavad Gita con el que entró en aquel psiquiátrico le abriría las puertas de su interés por la Indía y el hinduismo. Entre 1961 y 1962 viajó a lo largo de ese país junto con su pareja sentimental durante tres décadas, Peter Orlovski, y también junto al matrimonio formado por los poetas Gary Snyder y Joanne Kyger. Un viaje que quedó ampliamente registrado en los diarios de Ginsberg y que se adentra en la fascinación por el budismo y la experimentación con las drogas más dispares. Esta fascinación por Oriente iba a quedar afianzada  cuando en una calle de Nueva York tuvo un encuentro casual con Chogyam Trungpa Rinpoche, un  budista tiebetano maestro de meditación que permanecería como su mentor durante el resto de su vida, llegando el poeta  a  impartir clases  y seminarios de budismo en la Naropa University de Colorado. Durante los años 60 se embarcó en toda clase de movimientos de protesta no violenta, desde la oposición a la guerra de Vietnam hasta la defensa de los derechos de los homosexuales, convirtiéndose en un abanderado de «la revolución de las flores» y del movimiento  hippie. Con su poema Aullido Ginsberg recobra la importancia de la oralidad para la poesía, ya que el poema fue elaborado con la finalidad de que fuera leído en voz alta. La primera vez que  recitó este  poema fue en 1955, en el curso del recital en la Six Gallery de San Francisco. Ginsberg había concebido cada verso como una unidad respiratoria, tomando a Walt Whitman como modelo, si bien con un tono más pesimista y siempre revindicando la poesía visionaria de William Blake. Por la crudeza del lenguaje y las imágenes que desplegaba, esta obra fue prohibida por escándalo al poco de su publicación en 1956. La segunda parte de aullido estuvo inspirada por las visiones que le provocó la ingesta de peyote, una más de las múltiples drogas con las que el poeta experimentaba para escribir poemas que iba recitando sobre la marcha mientras los registraba en un casete. Cuando en una entrevista realizada durante 1993 se le preguntó cuál debería ser la función de un poeta, Ginsberg aclaró que el poeta tiene que revelar y explorar su propio conocimiento, dejando a un lado los artificiosos discursos políticos que pueden conducir a la manipulación. La poesía “tiende hacia la plenitud del pensamiento. El poeta es un ser que debe mantenerse en estado de vela, despierto, para ver lo que pasa en él mismo y alrededor suyo.” ( Se deja aquí la primera parte del poema -la más extensa-, quedando pendiente para otro apartado lo que falta del poema)

 

Vi las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, hambrientas, histéricas, desnudas.

Arrastrándose por las calles de los negros al amanecer en busca de un colérico pinchazo,

hipster con cabeza de ángel ardiendo por la antigua conexión celestial con la estrellada dínamo de la maquinaria nocturna,

que pobres y harapientos y ojerosos y drogados pasaron la noche fumando en la oscuridad sobrenatural de los apartamentos de agua fría, flotando sobre las cimas de las ciudades contemplando jazz, (más…)

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POETAS 5. Octavio Paz V (Piedra de sol)

En 1958 Octavio Paz publica en México el libro titulado la «Estación violenta», donde recopila nueve poemas extensos, apareciendo por primera el poema «Piedra de sol», una de sus obras maestras. El título de «estación violenta» deriva de un verso de Apollinaire -«ya viene el verano, la estación violenta/mi juventud ha muerto como la primavera»-, que el propio Octavio Paz tradujo para una serie de programas de radio de la Universidad de México, y que más tarde aprovecharía para su libro «Versiones y Diversiones». Piedra de sol, el último poema seleccionado aquí, es un largo poema compuesto por 590 endecasílabos que dibujan una estructura circular: los 6 últimos versos replican los 6 primeros. Su estructura circular está inspirada en la estructura del calendario sagrado de los aztecas. El poema propone un viaje circular que termina donde empieza. También propone la experiencia de vivenciar el mundo desde el sacrificio de la personalidad, el encuentro con la otredad. Uno no se salva si no salva su circunstancia y su otredad: «Nunca la vida es nuestra, es la de los otros,/la vida no es de nadie, todos somos/la vida -pan de sol para los otros/los otros todos que nosotros somos».

HIMNO ENTRE RUINAS

Coronado de sí el día extiende sus plumas.
!Alto grito amarillo,
caliente surtidor en el centro de un cielo
imparcial y benéfico!
Las apariencias son hermosas en esta su verdad momentánea.
El mar trepa la costa
se afianza entre las peñas, araña deslumbrante;
la herida cárdena del monte resplandece;
un puñado de cabras es un rebaño de piedras;
el sol pone su huevo de oro y se derrama sobre el mar.
Todo es dios.!
Estatua rota,
columnas comidas por la luz,
ruinas vivas en un mundo de muertos en vida! (más…)

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La cinemática del conocimiento, lectura de WWV Tomo II parágrafo 30

 El título global del apartado es “DEL PURO SUJETO DEL CONOCIMIENTO”

 La Cinemática[1] es la rama de la física que estudia las leyes del movimiento de los cuerpos sin considerar las causas que lo producen.

 Es la cinemática del conocer lo que aborda Schopenhauer aquí, movimientos de los pensamientos independientemente de las causas. El punto de vista es el de alguien externo. Primero, para evitar la trampa de las causas del conocimiento, lo define como un acto de “autonegación” que produce un desprendimiento de la propia voluntad.

Esto nos conduce a otra aporía: He aquí que algo fundamental, el conocimiento, es independiente de la Voluntad, siendo ésta el motor de toda evolución. Dice que esta negación de la voluntad es el único camino para adquirir un conocimiento verdadero: “… solo de este modo se convierte el conocimiento en espejo de la esencia objetiva de las cosas.”[2] Y, aunque esté fuera de contexto fundamenta “toda auténtica obra de arte”  en la aproximación al conocimiento de todas las cosas «como si» no le interesaran en absoluto: Un calco del interés desinteresado de Kant.

 Volviendo a la cinemática del proceso de conocer, el cambio fundamental se realiza en el sujeto, con la eliminación de todo querer, o sea con la negación de la Voluntad, como si durante el instante de la aprehensión, la razón o intelecto, de cualquier ser cognoscente, dominara a la Voluntad… la correspondiente supresión del deseo conduce o acerca a la felicidad. Puede entenderse aunque me he adelantado un poco a los acontecimientos. Esta cesión de protagonismo de la Voluntad socava su imagen de castillo inconquistable. Ya no puede ser el Uno, ni la cosa en sí, ni la Idea platónica, ni el noúmeno: todas estas entelequias son inamovibles. No puede concebirse la negación del Uno o de la cosa en sí, etc. Incluso sería difícil comparar la Voluntad con el Absoluto hegeliano que al final de la historia será también un castillo inexpugnable, pero durante el proceso es algo dinámico, en crecimiento y dirigido hacia algo con connotaciones positivas, la síntesis de toda la historia anterior.

 Arturo considera en este parágrafo un esquema tradicional del proceso de conocer, hay un sujeto que conoce y un objeto que es conocido, pero vuelve a realizar un proceso de contracción de lo individual a lo básico… no me atrevo a decir expansión a lo genérico, pero la voluntad vuelve a ser única e infinita cuando dice de ella que el escurridizo sujeto “…es la conciencia del propio yo que es la voluntad.” Mientras, por otro lado está “la conciencia de otras cosas”, conocimiento del mundo externo y captación de los objetos: genérico pero “objeto”.  surgen dudas: ¿Cómo la conciencia del propio yo puede ser la Voluntad rectora de todas las historias del devenir del sujeto? Que el proceso de conocer modifica al sujeto cognoscente es evidente, pero es difícil admitir que esa modificación sea autónoma y suspenda el dominio de la Voluntad porque choca frontalmente con la primera y simple entelequia de aquella.

 


[1] Del griego κινεω movimiento.

[2] WWV , edic. Citada, II §30, pag. 413.

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El aguardo

El aguardo

El aguardo es un chozo de jara
al borde de una charca,
silente al amanecer.
Espera a la presa,
el cazador al aguardo,
y cuando se acerca a beber
la muerte estalla.
Su eco se oye hasta tres veces
el tiempo, lento, detenido.
Pero enseguida vuelve
el ruido del amanecer.
En la balanza del bien y el mal
la muerte de la presa
¿Quién está triste?
compensa el gozo del cazador.

Que otra cosa podría suceder
si somos presas con sed
y el destino es acechador.

 

 

 

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PENSAMIENTOS 12. Michael de Montaigne (I)

Stefan Zweig afirma que Michael de Montaigne (1533-1592) no tiene biografía, pues gustaba pasar desapercibido: aparentaba ser burgués, funcionario, noble y católico, un hombre cualquier al que gustaba cumplir con sus obligaciones para poder así desplegar su libertad interior sin que nada le pusiera trabas. Poco pueden decir los lances de su vida sobre el hombre Montaigne que no lo pregonen más claramente sus ensayos; él mismo se encargó de advertir que los hechos de su vida siempre iban a hablar más acerca del destino que acerca de su propia persona. Sin embargo, la biografía intelectual de Montaigne puede pasar por ser la de una persona singular, casi extravagante. Descendiente de una familia burguesa que había hecho fortuna con el comercio de pescado, será su padre, Ramon Eyquem ,quien consiga el título nobiliario de la familia cuando decide enrolarse como soldado a las órdenes del rey Francisco I en la campaña de Italia. Será también su padre el que levantará el castillo en el que su hijo acabará enrocándose para poder escribir sus ensayos, y también será quien ponga las bases de su esmerada educación. El padre de Montaigne, imbuido de humanismo y de culto al latín, tratará de hacer de su hijo el perfecto hombre renacentista. Primero lo arranca de su cuna y lo aleja del castillo para confiar sus primeros años a unos pobres leñadores de un pequeño caserío propiedad de los Montaigne, con el objeto de fortalecer su cuerpo, educándolo en un espíritu de frugalidad y austeridad. Más tarde, cuando todavía no había cumplido los cuatro años de edad, manda traer para educar al niño a un sabio alemán que no sabía francés y que tenía prohibido hablarle en otra lengua que no fuera el latín. A causa de este extraño experimento pedagógico, toda la casa entera, padres y criados, se ven obligados a aprender los rudimentos del latín, hasta el punto de que algunas palabras y nombres propios latinos se propagan por los pueblos vecinos. Esta rigurosa educación a la que fue sometido su cuerpo y su espíritu le llevará más tarde a afirmar que no es un alma ni un cuerpo lo que se educa, sino un hombre. Montaigne no comenzará a aprender su lengua vernácula hasta que con diez años su padre lo envía al selecto colegio de Guienne. Más tarde estudia Derecho y ejerce de abogado en la Audiencia de Perigueux. Como miembros del parlamento Montaigne se verá obligado a realizar frecuentes viajes a la Corte, pero sin abrigar ninguna ambición política. La muerte de su padre en 1571 le cambia la vida por completo. Como primogénito hereda el título nobiliario y una renta de diez mil libras, pero al mismo tiempo también hereda las responsabilidades de su patrimonio, que le alejan de sus ocupaciones favoritas. En un momento en que Francia se debate en luchas intestinas entre católicos y hugonotes, con sus sangrientas secuelas, Michel de Montaigne, prefiere alejarse de todo fanatismo y elige el camino de la retirada a su propio reducto interior. Considera que ya ha vivido demasiado para los demás y a partir de ese momento se ordena vivir para sí mismo. En una torre redonda, aneja al castillo, que su padre había mandado construir como fortificación, hace instalar su biblioteca, y en las vigas del techo manda pintar, para su propio solaz, cincuenta y cuatro máximas latinas. Sólo la última de las máximas –“Que sais-je”, «¿qué se yo?- está grabada en francés y se convertirá al final en uno de los lemas de su filosofía, tan impregnada de tolerancia y de espíritu de indagación. “Disgustado de la esclavitud de la corte y de los cargos públicos”, Montaigne se retirará a pasar los días que le quedan consagrado a sus libros, a su tranquilidad, a su libertad y a sus ocios. De esta ciudadela que Montaigne se monta para no verse perturbado por las mil distracciones domésticas, sólo él puede salir, pero nadie puede entrar. “Mi biblioteca es mi reino y en ella trato que mi gobierno sea absoluto”. Será en esta biblioteca apartada del mundanal ruido donde Montaigne se aplique a la escritura de sus ensayos. Montaigne, que toda su vida se quejó de su mala memoria y de sus ataques de pereza comienza a escribir observaciones y ocurrencias al margen de los libros que lee, y más tarde, sin mucha conciencia de lo que comenzaba a traerse entre manos, comienza a zurcir estas notas deshilachadas y a poner su propio yo como centro de la trama. Montaigne va a seguir el consejo de Plinio de hacer de sí mismo materia de estudio, utilizando su excepcional capacidad de observación e introspección. Todo el acopio de análisis y estudios lo vuelca sobre sí mismo; si busca ejemplos de la antigüedad es para conocerse mejor y no duda en ponerse a sí mismo como ejemplo íntimo de lo que va a tratar. No le interesan tanto los grandes hombres como ver lo que es el hombre en si mismo, aunque sea pequeño. Por si ya la dificultad de la tarea no fuera poca, Montaigne se ve obligado a pintar este retrato del hombre sin salir de sí mismo, y tiene que pintarlo con la materia de los pensamientos, “que a duras penas puede meterlos en el cuerpo etéreo de las palabras”. Ocuparse de sí mismo con verdadero tino, palparse y estudiarse, reflejarse y descubrirse, y enfocar el mundo desde el mayor número de ángulos propios le parece la mejor manera de descubrir la mesura y la razón, y la tarea más sería que puede acometer un hombre. Seguramente Montaigne fue consciente de la originalidad y la novedad de sus ensayos desde el principio. Su propia empresa le parecía fantástica y alejada de lo común; su inclinación meláncolica y su gusto por la soledad un requisito para que en su cabeza naciera “esta fantasía de meterme a escribir. Pero en cuanto se da cuenta de la dificultad para encontrar temas adecuados y de que se encuentra vacío, no encuentra mejor ocurrencia que presentarse a sí mismo “como argumento y tema”. Todo cuanto predicará de los distintos temas a los que se aplica, ya sea sobre la virtud o la libertad, sobre la mentira o la pereza, sobre los libros que le gustan o sobre las costumbres de la modas, sobre las leyes suntuarias o la vanidad de las palabras, reflejará más la medida de su propia vista que la medida de las cosas mismas. Su virtud como ensayista es hacer relativas todas las cosas, y reclamar la mesura para un mundo humano que tiene el juicio desordenado y tiende por naturaleza a desmesurarlo todo. Para Michael de Montaigne, hasta el tema más humilde tenía cabida en sus ensayos. Enemigo de la erudición por la erudición, de los saberes librescos y del aprendizaje a golpe de memoria, sólo citaba a los demás para dar más peso a sus palabras, y prefería una cabeza bien hecha a una cabeza bien repleta. De espíritu curioso, buceador de otras culturas y pueblos, Montaigne llegó a convertirse en un antropólogo “avant la lettre”, tolerante con las costumbres extrañas y con la espléndida diversidad del mundo. “Creo fácilmente –llegó a escribir una vez- cosas distintas a las mías. Creo y concibo mil modos de vida opuestos, y al contrario de lo normal, acepto más fácilmente la diferencia, que el parecido entre nosotros». Sus ensayos están salpicados de ejemplos históricos extraídos de los libros clásicos a los que solía ir a libar, pero también de anécdotas y dichos que escuchó en sus viajes o en su trato con la corte y el pueblo. La grandeza de los ensayos de Montaigne es haber restaurado el imperativo socrático de conocerse a sí mismo, haciendo de ello todo un canto a la libertad interior: “Podemos amar esto o lo otro, pero no podemos dejar de casarnos con nosotros mismos”. Su estilo tiene toda la riqueza de la prosa medieval, laboriosa y bien trabajada, pero mezclado con la sequedad y precisón de las sentencias latinas en las que se inspiraba y que venían a iluminar su mente de pensador. Las obras filosóficas de Cicerón, Las cartas a Lucilio, de Séneca, las noches áticas, de Aulo Gelio, y las obras morales y de costumbres, de Plutarco fueron sus modelos, pero más allá de este saber libresco, Montaigne cifraba su arte y su inspiración en su propia vida. En 1580, después de pasar diez años sumergido en sus reconcentradas lecturas y pensamientos y en la laboriosa redacción de sus ensayos, toma la alternativa de romper con esta reclusión intelectual. Para Stefan Zweif, la razón de esta huida hay que ir a buscarla en la monotonía de su matrimonio y de su vida familiar, que a la postre acabó por asfixiar las ansias de libertad que con tanto ahinco había buscado Montaigne. Después de poner “su casa en orden, sus campos y sus bienes en perfecto estado» y de llevar sus dos primeras volúmenes de ensayo a la imprenta, decide comenzar una nueva vida, y el 22 de junio de 1580 emprende un viaje por Europa que lo va a mantener alejado de su hogar durante casi dos años. Viajará por Suiza e Italia por el mero placer de viajar, sin rumbo fijo y sin hacer planes, evitando todo aquello que puede parecer una obligación. “Me causaba tanto placer viajar, que odiaba la mera aproximación al lugar donde había planeado quedarme y fraguaba diferentes planes para viajar solo, a mi antojo y a mi entera comodidad”. Unos cálculos biliares y distintos achaques echan a perder la última parte de su viaje, enferma gravemente, piensa incluso en el suicidio para aliviar sus males, y finalmente le llega, cuando se encontraba en Roma, la noticia de que los ciudadanos de Burdeos lo han elegido alcalde de la ciudad, tal vez influidos por el eco de la fama que la publicación de sus ensayos había ido ganando mientras se ausentó de Francia. El 30 de noviembre de 1581 entra en su castillo para tomar posesión de su cargo. Pese a que quiere mantenerse alejado de responsabilidades, su último periodo le va a mantener atareado en la vida política. El mismo rey Enrique III le encomienda la tarea de regidor de Burdeos y es imposible negarse después de leer la carta que le manda: “haréis algo que me resultará muy agradable, y lo contrario me disgustaría mucho”. La situación de Francia se complica por momentos, cuando Enrique de Navarra (el futuro Enrique IV) es nombrado –por la ley sálica- heredero de la Corona. Toda la corte es católica, mientras que el futuro sucesor es hugonote. La amenaza de una guerra civil y otra segunda “noche de Bartolomé” penden sobre Francia. Montaigne, como hombre tolerante, y amigo tanto del rey como del pretendiente, se postula como mediador ideal y se le encarga la intermediación y la pacificación de Francia. Cumple su tarea con éxito, pero una nueva calamidad viene a enturbiar su segundo mandato como alcalde de Burdeos cuando la peste asola la ciudad y Montaigne la deja librada a su suerte para mantenerse a salvo. Durante meses deambula con su familia de posada en posada hasta que por fin regresa a su castillo y se pone manos a la obra para redactar el tercer volumen de sus ensayos, que junto con los dos anteriores, fueron publicados en 1588. Ese mismo año conoce en Paris a Mademoiselle de Gourmay, con quien mantendrá una íntima amistad hasta el final de su vida y que se encargará de culminar, a título póstumo, la publicación de todos sus ensayos. Marie de Gourmay logró por fin la edición completa en 1895. Montaigne ya había muerto unos años antes, el 13 de septiembre de 1592.

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Ninguno de nosotros piensa lo bastante que sólo es uno más.

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Me guardaré bien, si puedo, de que mi muerte diga algo que no haya yo dicho antes en vida.

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Las excelentes memorias van unidas con frecuencia a los juicios débiles

***** (más…)

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POETAS 85. William Blake II («El Matrimonio del Cielo y del Infierno»)

William Blake, (Londres, 1757-1827), fue Poeta, dibujante, grabador e ilustrador de sus propios libros, además de ganarse una reputación como escritor místico y herético . A pesar de que vivió aislado de los grupos y corrientes de su época, llegaría a convertirse en el más conocido representante del prerromanticismo europeo por su concepción singular del artista como un profeta iluminado: para Blake, “el Genio Poético es el Hombre verdadero”  y es a la vez el origen de todas las sectas filosóficas y de todas las religiones de la tierra. Nacido en Londres en el seno de una familia de comerciantes y artesanos, pronto entró como aprendiz en un taller de grabador y pudo perfeccionar su estilo copiando los grabados que decoraban las catedrales góticas, especialmente los de la Abadía de Westminster.  Más tarde acabará ganándose  la vida como grabador comercial mediante algunos encargos de importancia, especialmente las ilustraciones de la Biblia a Thomas Buts, con influencias pictóricas de Rafael y Miguel Angel. En sus escasos ratos de ocio, se dedicará a la composición de poemas a los que luego acompaña con ilustraciones realizadas mediante la técnica del aguafuerte. Para esta tarea iba a recibir el apoyo de Catherine Boucher, mujer analfabeta con quien contrajo matrimonio en 1782, y a la que enseñó a leer, escribir y  realizar grabados. Su formación literaria fue autodidacta y se nutrió tanto de la Biblia como de los pensadores radicales que trataban de importar las ideas de la ilustración francesa a Inglaterra: Joseph Priestley, Thomas Payne, y William Godwin, entre otros. Su poesía altamente simbólica, alegórica y visionaria registra la influencias de Jakob Böhme y Enmanuel Swedenborg. Su propia vida estuvo jalonada, al igual que la del visionario sueco,  por visiones de tipo místico desde que a las nueve años contemplara un árbol  lleno de ángeles, “adornando con destellos, como estrellas, cada rama”. Su primera producción poética ”Cantos de Inocencia y de Experiencia” , (1789- 1794), deja entrever la correspondencia antagónica entre “los dos estados opuestos del alma humana”: la visión inocente e imaginativa del mundo infantil  que se contrapone al desencanto vital de la experiencia sensible. En sus últimos años completará  una serie de libros proféticos:  ”Visiones de las hijas de Albión”, 1793;  “Milton”, 1804. De esta fase profética, 1790, data también su libro “Bodas del Cielo y del Infierno”,  en donde se vierte la afirmación de “el hombre no tiene un cuerpo distinto de su alma”. El cuerpo es la porción del alma percibida por los cinco sentidos.  Para Blake, el deseo constituye el motor de la existencia humana  y se traduce en energia, que es la única vida y, la cuál, procede del cuerpo. Las “Bodas del cielo y del infierno”  representa el intento de aliar tanto las pasiones que han sido difamadas como las que han sido canonizadas a lo largo de la historia moral, ya que “sin contrarios no hay progreso”: a juicio de Blake, atracción y repulsión, razón y energía, amor y odio resultan necesarios para la existencia humana. (La traducción de estos poemas se le debe a Jordi Doce. Existe una buena edición bilingüe de los poemas de William Blake en la Colección Visor de Poesía, con el título de «Ver un mundo en un grano de arena». También se acaba de editar, en la colección Atlanta ,»Los libros proféticos I»).

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A DIOS

Si eres tú quien trazó un Círculo a la entrada,
entra tú mismo, a ver cómo te las arreglas.

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AUGURIOS DE INOCENCIA

Ver un Mundo en un Grano de Arena
y un Cielo en una Flor Silvestre;
tener el Infinito en la palma de tu mano
y la Eternidad en una hora.
Un Petirrojo en una Jaula
pone furioso a todo el Cielo
Un palomar repleto de Palomas
estremece las regiones del Infierno.
Un perro hambriento a la Puerta de su Amo
predice la ruina de la Hacienda.
Un Caballo maltratado en el Camino
calma al Cielo pidiendo sangre Humana.
Cada grito de la Liebre cazada
rasga una fibra del Cerebro.
Una calandria herida en el ala
y un Querubín depone su canto.
El Gallo entrenado para la Lucha
al Sol Naciente atemoriza.
El aullido de cada Lobo y cada León
Recluta en el infierno un Alma Humana. (más…)

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