Mes: diciembre 2011

POETAS 90. Carlos Martínez Rivas II

Nacido en Guatemala en 1924, se consagró a edad temprana con su poema “Paraíso recobrado”, de gran influencia en generaciones posteriores. En 1946 se trasladó a Madrid para estudiar Filosofía y Letras y allí acabó -según cuentan sus biógrafos- volviéndose noctámbulo y dipsómano. En la década de los 60 trabajó como diplomático en Roma y Madrid, y en los 70 mudó su residencia a San José de Costa Rica, donde se ocupó en trabajos para el Consejo Superior Universitario Centroamericano. Tras su regreso a Managua después del triunfo sandinista, ocupó una cátedra de literatura en la Universidad y recibió el prestigioso premio Rubén Darío por su libro “Infierno de Cielo”, libro que se negó a publicar para seguir la tradición de poeta inédito que se había forjado una vez acabó de publicar su libro más famoso: “La insurrección solitaria” (1954). Con este libro, que fue sometiendo a parcas y lentas adiciones de nuevos poemas,  su obra se fue convirtiendo con el tiempo en un referente para iniciados. Solitario y mujeriego empedernido, cultivó siempre una imagen de poeta maldito curtido en noches alcohol y de bohemia: “Encuentro otra taberna entro me siento/pago en cuanto me sirven desde/hace treinta años esto”.  Con su salud ya estragada por el alcohol, un tanto aislado, y enemistado con su propia familia,  el 17 de junio de 1998 murió por fin en paz en un hospital de Managua: “Morir sin enlutar un solo corazón, !Qué paz!”. Su vida rebelde y tabernaria tuvo como irónico colofón el boato con el que fue enterrado. Una carroza tirada por caballos y flanqueada por dos columnas de guardias militares despidió en el cementerio de Granada al poeta de vida y obra legendaria, cuyos versos,  inéditos y garabateados en las mismas paredes de su casa, eran recitados de memoria por los jovenes poetas cual si fueran consignas contra la rutina burguesa y adocenada que él había combatido en vida. Su obra poética  se inserta en la tradición de poetas vanguardistas nicaraguenses que optan por un lenguaje claro y sencillo, de lengua coloquial y vocablos vernáculos, y que oponían a la ocupación norteamericana del país,  una conciencia nacional propia que podía usarse como arma poética, pero también como un modo de reacción ante una cultura forzada y artificosa.  Al igual que otros poetas hispanoamericanos de su generación ya seleccionados en esta serie -Eliseo Diego, Idea Vilariño o Roberto Juarroz-, Carlos Martínez Rivas trata de explorar en su poesía las zonas sumergidas del ser humano mediante una interrogación del lenguaje, que es a la vez cuestionamiento de la tradición cultural y de las convenciones sociales. *****

VILLANCICO

!Un niño nos ha nacido
un niño se nos ha dado!

Vamos, pastores, vamos,
vamos a Belen,
a adorar, etcétera…

Para algo nace
el niño.
Por algo lo hace.
No se alza porque sí
el vientre, la purísima clausura
de una Niña de Niñas (!Virgen virginum!).

Si viene a traer la paz y no la guerra,
no sé a qué venga.

Por más dulce que sea la llegada
de los bebes, y ofrecerlos,
!Por el amor de Dios!, si no ha de cambiar todo
esto, no sé a que vienen,
y sí
 sé
que vienen a engrosarlo no a cambiarlo.

Si Él no ha venido -espada
en mano- contra el sabor a hierro,
el regusto a cobre de no haber
sembrado sino desparramado,
de haber sido gastado
por la existencia sin gastarla,
de haber sido usado sin usar,
si Él no viene a quitar
de una vez por todas
ese resabio a cobre de las bocas,
no sé a qué viene.

Vamos, pastores, vamos,
a Belén,
a adorar, etcétera.

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Lo imperfecto

Lo imperfecto

Todo es imperfecto
Excepto el ansia de perfección
pero sólo de los místicos.

El universo es
perfectamente imperfecto.

Algunos creen haber
alcanzado su propia perfección
y la soberbia los hace imperfectos.

Como a los bellos
la vejez los hace feos.

Vocacionalmente, quiero ser
perfectamente imperfecto:
Feo pero no horroroso,
profundo sin ahogarme,
viejo pero no decrépito.
Filosofante sin alcanzar consuelo,
interesante sin agobiar,
serio sin dejar de reír,
amador sin amante,
jugador sin apostar.
Provocador sin herir.

Y casi casi todo lo demás.

Así seré universo imperfecto
hasta que todo acabe.

La única perfección que no puedo evitar
Es la de haber nacido solo
y perfectamente solo esperar.

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POETAS 19. Joseph Brodsky II

Joseph Brodsky -para los rusos, Iósif Brodski- nació en Leningrado el 24 de mayo de 1940 en el seno de una familia judía, abandonó la escuela siendo adolescente y se educó de manera autodidacta. Su apatía y desencuentro con la sociedad soviética le llevó a ser acusado de parasitismo social, siendo deportado en 1964 a una granja colectiva donde fue obligado a acarrear estiercol durante un año y medio -había sido condenado a cinco años, pero fue indultado-. Antes de abandonar Rusia para siempre en el año 1972, trabajó en una fábrica, en un faro, en un laboratorio de cristalografía y en una morgue, y durante un tiempo se dedicó a viajar por toda la Unión Soviética como un vagabundo, para hacer honor a la fama de parásito que se había ganado con el juicio. El juez le acusó de llevar una vida vago, de cambiar continuamente de trabajo y de no buscarlo cuando se quedaba sin empleo. Brodsky se defendió alegando que se mantenía ocupado escribiendo poesía. Cuando el juez le preguntó qué hacía por su patria, Brodsky le contestó: «escribir poemas, ese es mi trabajo. Creo que lo que escribí será útil a la gente, no sólo ahora, sino para futuras generaciones». El inquisidor le preguntó burlonamente que quién le había dado el nombre de poeta: «No lo sé.., Dios tal vez».  Durante los años que siguió en la URSS después del juicio fué examinado con lupa por las autoridades, que se sentían ofendidas por todo lo que hacía. A pesar de que tuvo una relación de simpatía con los disidentes, Brodsky jamás fue perseguido por otra cosa que por escribir poemas. En la primavera de 1972 le abrieron la puerta para que se marchara, aprovechó su oportunidad y aterrizó en Viena. Después de una temporada viajando por Europa acabó como profesor en una universidad americana.  En Michigan, mas tarde en Nueva York. Conocida fue su relación con Susan Sontang. Antes, en la URSS, con la joven pintora Marina Basmanova, con la que tuvo un hijo, y a  la que dedicó encendidos poemas de amor, alguno hermoso, seleccionado aquí.  También fue conocido su desencuentro con sus propios compatriotas en América, su cambio de la lengua rusa por el inglés. En este idioma escribió algunos ensayos sobre los poetas que admiraba: Marina Svetaieva, Anna Ajmátova, Osip Mandelstam, Auden, Robert Frost. Tal vez por escribir también en inglés, y por la perestroica, y por buen poeta, recibió el nobel en 1987. Alguna vez comentó que de haber seguido viviendo en Rusia hubiera escrito tal vez más poemas, y hubiera vivido  menos, dado su historial médico: el primer infarto lo tuvo en 1976, el último en 1996. «Si no puedes fumar un cigarrillo con el café de la mañana -dijo una vez- no vale la pena levantarse». Así que no trató de alargarse demasiado. Brodsky escribía todos los años un poema dedicado a la Navidad, y por eso se le hace reaparecer aquí y ahora (hay tres buenos poemas, creo, seleccionados en apeiron, junio de 2009). Se han seleccionado unos cuantos poemas navideños, junto a otros poemas más profanos. La traducción es de Ricardo San Vicente, que sobre sus poemas navideños comenta lo siguiente: «La navidad constituye para Brodsky la piedra angular de nuestra cultura -la judeo-cristiana- y de nuestra manera de entender el mundo, en la que el amor nos abre las puertas de la eternidad, nos permite detener con el poeta el tiempo y acceder al curso eterno que une a nuestros antepasados con nuestros descendientes». Creo que los poetas no suelen estar de acuerdo con sus intérpretes. Hubiera preferido seguramente el poeta que otro poeta lo interpretara. Que fue lo que trató de hacer el propio Brodsky con  Auden, con Horacio, con Marcial. Dejo también aquí su larga y gran elegía a John Donne, próximo poeta en aparecer aquí.

*****

Orilla de miel congelada. Reflejo urbano
que se esconde en la leche. Resuena el carrillón.
En mi cuarto, una luz. Allá afuera
los ángeles vocean como si fueran camareros en servicio.
Te escribo desde el otro lado de la Tierra,
hoy, dia del nacimiento del Señor. El susurro de la nieve
detrás de las ventanas se convierte en sincera melodía
que multiplica la blancura. Él pronto cumplirá dos mil años.
Faltan sólo catorce. Hoy ya es miércoles,
mañana será jueves. Pero me temo que este aniversario
lo festejaremos sin añadir hielo,
librando a la mejilla soñolienta
de la próxima arruga. Como diría el vulgo: junto a Él.
y entonces será que nos veremos.
Como la estrella que despierta al campesino,
en la casa de al lado un dedo solitario
rompe el sueño de un piano y cruza la pared:
el sonido percute en mis oídos
como un abecedario deletreado por un principiante.
O mejor: como alguien que estudiara astronomía
escrutando las constelaciones de los nombres propios
allá donde no estamos.
Allá donde la suma depende de la resta.
                                                  (Diciembre de 1985)

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POETAS 92. Thomas Stearns Eliot I (El cultivo de los árboles de Navidad)

          ¿Dónde está la sabiduría 
          que se nos ha perdido en conocimiento?
         ¿Dónde está el conocimiento
          que se nos ha perdido en información?
 

Thomas Stearms Eliot (1885-1965) es el autor de estos versos que merecerían estar en cualquier antología de citas del siglo XX y viene a demostrar que los poemas pueden servir para algo más que para ser recitados. También es uno de los poetas más innovadores, a la vez que uno de los intelectuales más reputados de su siglo. A pesar de que podría pasar por la quintaesencia del espíritu ingles, T. S. Eliot nació en Louisiana, Estado de Missouri, aunque perteneciente a una vieja familia de Nueva Inglaterra que blasonaba de proceder de los puritanos ingleses que cruzaron el mar en el siglo XVII -su padre, importante hombre de negocios; su propia madre, también escritora-. En 1906 ingresó en Harvard, donde estudió griego, literatura inglesa, alemán, historia medieval e historia del arte. Más tarde, especializado ya en filosofía, se convirtiría en alumno de Santayana, dedicando gran parte de su tiempo a los estudios budistas. Durante 1910 coincide con Antonio Machado en las conferencias que Bergson dictó en el Collège de France. Después de recibir la calificación de mejor alumno por parte de Bertrand Russel en el curso que éste daba en Harvard, completa su tesis doctoral sobre F. H. Bradley (autor de «Apariencia y realidad») y marcha becado a Marburgo para estudiar filosofía alemana. Será el conocimiento y la influencia de Ezra Pound quien lo va a ganar definitivamente para la poesía, aunque sus versos iban a verse siempre corroídos por cierta comezón metafísica. Influido al principio por los simbolistas franceses, su voz va a hallar uno de sus registros más perdurables en los poetas  Jules Laforgue y Tristan Corbière, de los que absorberá parte de sus monólogos semidramáticos en lenguaje coloquial, que no son más que contrafiguras del autor  exhibiendo su estado de ánimo mediante frases sin hilazón  e imagenes que se acumulan sin demasiado orden ni concierto, lo que queda reflejado en su conocido poema inicial «La canción de amor de J. Alfred Prufrock». Como apunta José María Valverde, el experimentalismo de las técnicas utilizadas en su primer libro «Prufrock y otras observaciones», 1917, va siempre a ser conservado en posteriores libros, y esto se hace notar en  «el montaje sincrónico y la acumulación simultánea: no un argumento, no un desarrollo o un discurso, narrativo o lógico, que haga que la situación del último verso aparezca como cambiada y evolucionada desde el primer verso». 1917 va a ser también el año en que abandona su puesto de profesor ayudante de filosofía en Harvard para ingresar como directivo en el banco Lloyd’s, donde trabajará hasta 1925. Después aprovechará su conocimiento del mundo de los negocios para hacerse cargo como director de una importante editorial. Durante esta época se casará con una incipiente bailarina de la que se separará en 1932 tras ingresarla en un sanatorio psiquiátrico en el que habrá de permanecer hasta su muerte en 1947. El mismo Eliot se vió trastornado durante varias ocasiones por diversos desarreglos nerviosos. Entretanto, T. S. Eliot había adquirido gran notoriedad como poeta al publicar en 1922 un libro capital como  «Tierra Baldía», del que se hablará en próxima entrega.  Con este libro comienza para la poesía inglesa toda una época  marcada por el influjo de Eliot, que además comienza a hacer imperar sus criterios éticos y estéticos, consagrándose mediante su labor de crítico como uno de los intelelectuales con mayor ascendencia. En 1927, tras nacionalizarse inglés y convertirse al anglicanismo, comienza a escribir sus primeros poemas religiosos,  «Miércoles de ceniza», por ejemplo- un canto a la resignación cristiana con regustos dantescos-, cuya imaginería católica va a seguir siendo utilizada en distintas obras de teatro: «Asesinato en la catedral», será la primera de ellas. Para Eliot, la criatura humana tiene un sentido que sólo puede ser aprehendido si ella es capaz de aceptar su destino. La ascensión hacia el centro inmóvil donde reina la beatitud divina, la marcha, en fin, hacia la eternidad va a ser glosada en su libro más famoso, «Cuatro cuartetos», aparecido en 1943, pero que ya, entre 1935 y 1942, habían sido entregados   a la imprenta en forma de poemas separados . Aunque se detallará el contenido de esta obra en próxima entrega, se anticipa que cada uno de los poemas, que viene a simbolizar uno de los cuatro elementos, lleva el nombre de algún lugar importante en la historia religiosa -personal o colectiva- y trata de seguir el tránsito de lo temporal a lo eterno, propio de la condición humana.  Más allá de la nombradía que el poeta alcanzó por el tono oracular y el contenido críptico de alguno de sus poemas, hay que cifrar su lugar relevante en la literatura en el hecho de que fuera capaz de convertirse en símbolo y radiografía de su época. T. S. Eliot puede figurar como un poeta negativo dentro de una época que hace imposible la aparición de poetas positivos, de ahí que su tono sea el de la autoironía, el hablar a través de citas, el  elegir voces que también son irónicas, porque son ventríloquas. A juicio de su traductor, José María Valverde, -traducción que se ofrece en esta selección-, la gran virtud de Eliot, más allá de notoriedades menos esenciales, es la de haber acertado con su lenguaje, que resulta ser el lenguaje que mejor se ajusta a la voz y al carácter de su tiempo,  hecho con «voces irónicas o collages de citas, pero con la esencial fuerza legitimadora del poeta, que hace que esos artefactos se mantengan en pie porque están hechos de palabras insustituibles y memorables». El mismo Valverde nos advierte que esa original legitimidad se ve puesta en cuarentena en el momento en que su poesía traspasa las fronteras y tiene que ser traducida a otras lenguas.

*****

EL CULTIVO DE LOS ÁRBOLES DE NAVIDAD

Hay varias actitudes hacia la Navidad,
de algunas de las cuales podemos prescindir:
la social, la torpe, la abiertamente comercial,
la juerguista (las tabernas abiertas hasta la medianoche),
y la infantil -que no es la del niño
para quien la vela es una estrella, y el ángel dorado
extendiendo las alas en lo alto del árbol
no es sólo un adorno, sino un ángel.
El niño se asombra del Arbol de Navidad:
dejadle seguir en el espíritu de asombro
ante la Fiesta como un acontecimiento no aceptado como pretexto;
de modo que el arrebato refulgente, la sorpresa
del primer árbol de Navidad recordado,
de modo que las sorpresas, el deleite en nuevas posesiones
(cada cual con su olor peculiar y emocionante),
la espera del pato o el pavo y el esperado respeto ante su aparición,
de modo que la reverencia y la alegría
no se olviden en la experiencia posterior,
en el aburrido acostumbrarse, la fatiga, el tedio,
la conciencia de la muerte, la conciencia del fracaso,
o en la piedad del converso
que puede estar manchada de presunción
desagradable a Dios e irrespetuosa para los niños
(Y aquí me acuerdo también con gratitud
de Santa Lucía, su canción y su corona de fuego);
de modo que antes del fin, la octogésima Navidad
(con «octogésima» quiero decir la que sea la última)
los recuerdos acumulados de emoción anual
queden concentrados en una gran alegría
que también ha de ser un gran temor, como en la ocasión
en que el temor invadió todas las almas:
porque el principio nos hará recordar el fin
y la primera venida, la segunda venida.
               («El libro de Ariel, 1927-1954)

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DDHH

DDHH

El 10 de diciembre de 1948 se firmó la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Nada me apetece más que empezar esta ovación a los DDHH que haciendo exaltación del largo y tortuoso camino que el ser humano ha tenido, tiene y tendrá, que recorrer para desembarazarse de los dioses y de los idiotas. Nada es más cruel para la humanidad que un dios vengativo y un ser humano ignorante. Hubo un tiempo en el que no existió la libertad porque sólo pensaban unos pocos.

Un derecho es el filosofar mismo, la libertad con la que empezamos a pensar; de no ser así se nos daría todo pensado, o como se nos dan los objetos a la sensibilidad: indiscutiblemente. Por eso pensamos que este hecho a priori, este derecho, la libertad, es el fundamento de la dignidad humana, como el principio de contradicción lo es de toda la lógica, y siendo así que hasta para negarla sea necesario primero afirmarla. Y aquello que se cumple para todos por igual, se le llama igualdad, y esto no se cumple si tan sólo uno no lo es. De modo que la dignidad distingue al ser humano del resto de los organismos vivos porque es libre para pensar, y los iguala con todos aquellos en los que esto no se cumple y en todo lo demás que como organismos vivos los iguala. Resumiendo, todos los seres vivos somos iguales, pero la dignidad es sólo de aquellos que son libres, porque son aquellos que piensan. Y hay que tener muy presente que sólo por ésto la humanidad progresa.

Todos los seres vivos estamos determinados naturalmente, pero los seres humanos además somos libres porque pensamos y en esta actividad elegimos, y porque sus consecuencias afectan siempre al organismo social en el que se deciden, somos al fin conscientes de ello, es decir, responsables. El ser humano absolutamente independiente no puede darse, cabría decir que una decisión que no tenga consecuencias sociales no puede darse; cabría imaginarse en el retiro más absoluto, pero aún así y sólo en el caso de ser absolutamente desconocidos, en el caso de que no existiéramos para nadie en su conciencia, sólo en ese caso nuestro aislamiento no tendría consecuencias, pero esto parece excepcionalmente posible, es decir, todos y cada uno de los seres humanos que viven o han vivido han tomado en cada una de sus elecciones decisiones que han afectado a la sociedad y por ende a la humanidad entera.

Por eso toda pedagogía es poca, es necesaria la libertad que aprende en todo lo posible de todo lo posible, porque las ideas de la cultura en la que desarrolla su primera conciencia sobre el mundo que le rodea y el cuerpo que le hace crecer forman sus creencias; cabe, sin embargo, distinguir cuidadosamente que si la conciencia es libre porque decide antes de actuar, la sociedad también, es decir, una sociedad que se organiza a sí misma y toma deliberadamente sus decisiones, que los fines que persigue en sus actos tengan las consecuencias que todos los que pertenecen a ella esperan, es una sociedad libre que también debe tener normas que la protejan de las decisiones de un sólo acto humano y cuyas consecuencias deba sin remedio padecer. Esta libertad es el estado social natural de la convivencia entre los seres humanos gracias a la reflexión que sobre ella se hace para mejorar estas relaciones con el fin de alcanzar la convivencia en las mejores condiciones posibles que son a juicio de todos las de la paz y, por tanto, fundada en la solidaridad. El filosofar que alcanza este fin como el mejor de los posibles se pone manos a la obra para que el andamio que debe construir este solemne edificio que proteja tan altos valores perseguidos desde que la humanidad tiene conciencia de gran familia, libre, pacífica y solidaria; desde que esta conciencia tiene como finalidad lo mejor para todos, y conscientes de que sólo es alcanzable si es entre todos, sabe que el futuro, o es así o no es, será.

Un ser humano libre que en conciencia elige a priori sus actos por el fin naturalmente social es una naturaleza libre, pacífica y solidaria porque es  «un hecho de la sensible empatía humana«.

El hambre, la sed, la enfermedad, el acoso, abuso, la violencia, prisión, el dolor, la angustia o sencillamente el silencio es lo que se llevaban a la boca del pensamiento, cercenada la libertad y dejándola morir sino rabia, de pena, una mayoría de seres humanos, cuyo número hoy en día es escalofriante. Por eso no debe extrañarnos que la primera libertad de la dignidad humana sea la de su propio cuerpo, las primeras lágrimas pesan como zurrones. Hoy, el dato es que hay el mismo número de obesos que de hambrientos y sentimos vergüenza de pensar como esclavos, de no tener nunca satisfecha nuestra libertad porque a todas luces no sabemos que es, de tener la certeza de que si no se soluciona un problema tendremos siempre dos, el primero más el que genera no haberlo resuelto, y así progresivamente; sabemos que necesariamente todo pasa por la educación, la de los que no tienen para que siendo libres sean autosuficientes; y la de los que tienen porque tan importante es tener como saber tener, y tener demasiado acaba con ellos por ser innecesario, y también con los que no tienen por no tener, pero a los que les correspondía tener POR DERECHO.

¿Quién ha dicho que el agua del planeta no es de todos?, ¿algún extraterrestre?.

Todo aquel que pueda creer que el que nace sin un miembro, o un órgano o mermado en cualquier facultad es una razón suficiente para que no sea tratado igual comete un delito que no sólo atenta contra el derecho sino contra sus fundamentos, contra la conciencia social del derecho, la igualdad. Pensamos además que si el ser humano es parte, última o no, de la evolución de los organismos vivos del planeta, todos tienen derechos fundamentados en ella a ser tratados en igualdad, y por tanto a ser protegidos para mantenerla.

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POETAS 91. Nicanor Parra I (Poemas y antipoemas)

Hay veces que los premios, más que un estímulo, parecen un certificado de defunción. Veo que el premio Cervantes abusa mucho de este tipo de certificados. Algunos se preguntarán quién era Nicanor Parra, poeta ¿de qué siglo? Otros dirán: ¿!pero todavía sigue vivo!? Una vez que nos enteramos de que aún no ha sido enterrado el gran enterrador de la poesía que fue Nicanor Parra, nos preguntaremos si aún tendrá resuello para soplar las 98 velas de su siguiente  cumpleaños. ¿Tendrá aliento suficiente para recoger el premio el año que viene? ¿Y si acude, podrá levantarse de la silla? ¿Se acordará de dar las gracias? ¿qué dirá? ¿dirá dadá? ¿y el jurado, el premio a quién lo dá? ¿también dadá? ¿o está gagá? ¿Hay que esperar a estar ya muerto para recibir los premios? ¿Debería renunciar a un premio por poeta el que fuera insigne antipoeta? Si yo fuera Nicanor Parra renunciaría al premio; le diría al insensato jurado: ¿y porqué no me lo distéis cuando aún estaba vivo? ¿Os estáis burlando de mí por haberme burlado yo tanto de la poesía? Menos mal que sabemos que los premios sólo han sido hechos para los poetas malos , y que los buenos poetas saben ver el mundo con mirada traviesa, saben ver los premios como un castigo envenenado que sólo les puede colocar en una situación ridicula, de rodillas y de cara al paredón. Por eso no necesitan de premios. Creo que el jurado del premio Cervantes no cabe en sí de gozo por haber dado un premio que todavía ha llegado a tiempo.  Como la reseña biográfica del infeliz galardonado  estará hoy en todos los periódicos, sólo me hago  con respecto al burlón e iconoclasta Nicanor Parra unas pocas preguntas, y que cada uno vaya a bucar las respuestas en alguna hoja de Parra. ¿Se puede hablar de la poesía desde la antipoesía, desde la militancia contra la poesía? ¿Se puede hacer poesía poniéndose en guardia contra la poesía? ¿Un certificado de defunción en que se anuncia: «ha muerto la poesía», es también materia para la poesía? En antipoetas como Nicanor Parra descubrimos que sigue habiendo antipoesía después de la poesía, que su antipoesía es la manera que tiene la poesía moderna de ponerse en guardia contra los riesgos y los excesos de toda poesía. Contra la solemnidad y la cursilería, que es el tuétano mismo de toda poesía. Hay tiempos en que ser antipoeta es la mejor manera de ser poeta. Parra fue -porque hoy sabemos ya que estaba muerto- un poeta muy digno de su tiempo.

*****

AUTORRETRATO

Considerad, muchachos,
Esta lengua roída por el cáncer:
Soy profesor en un liceo obscuro
He perdido la voz haciendo clases.
(Después de todo o nada
Hago cuarenta horas semanales.)
¿Qué os parece mi cara abofeteada?
!Verdad que inspira lástima mirarme!
Y qué decís de esta nariz podrida
Por la cal de la tiza degradante.

En materia de ojos, a tres metros
No reconozco ni a mi propia madre.
¿Qué me sucede? -Nada.
Me los he arruinado haciendo clases:
La mala luz, el sol,
La venenosa luna miserable.
Y todo para qué
Para ganar un pan imperdonable
Duro como la cara del burgués
Y con sabor y con olor a sangre.
!Para qué hemos nacido como hombres
Si nos dan una muerte de animales!

Por el exceso de trabajo, a veces
Veo formas extrañas en el aire,
Oigo carreras locas,
Risas, conversaciones criminales.
Observad estas manos
Y estas mejillas blancas de cadáver,
Estos escasos pelos que me quedan,
!Estas negras arrugas infernales!
Sin embargo yo fui tal como ustedes,
Joven, lleno de bellos ideales,
Soñé fundiendo el cobre
y limando las caras del diamante.
Aquí me tienen hoy
Detrás de este mesón inconfortable
Embrutecido por el sonsonete
De las quinientas horas semanales.

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