Murmuraciones en Little Town

Murmuraciones en Little Town

Mi abuela se quedó embarazada al mismo tiempo que mi madre, de manera que mi tío Edgar y yo teníamos la misma edad, crecimos juntos y nadie hubiera dicho que no éramos hermanos gemelos, excepto, claro, todos los habitantes de Little Town, que nos conocían desde siempre, como a mi madre y a mi abuela y a mi abuelo y a todos: Ventajas y desventajas de las poblaciones pequeñas.Así que fuimos durante toda la niñez como un espectáculo: como íbamos siempre juntos cualquier vecino que nos miraba ponía cara de asombro. Después de pensarlo mucho creí que debía ser por la fertilidad de mi abuela o la potencia de mi abuelo, aunque cuando nació Edgar no eran tan mayores; claro que lo de mi madre era más normal, o así se lo parecía a ellos, a pesar de que creo que nadie conoció a mi padre, que se fue a la guerra antes de nacer yo y del que nunca nadie decía nada: ¡Hacía tanto tiempo!

Pero hoy, que soy mayor, creo que sus caras se debían a otros pensamientos más torcidos, y tumbado al pie de los cinco álamos negros, junto al río, me he puesto a recordar que éramos idénticos, más iguales que hermanos, aunque yo creo que el verde de la pupila de Ed es más sucio que el mío y seguramente ese puntito negro que dicen que es por donde se ve, él lo tiene más pequeño.

Una cosa curiosa eso de la pupila: se me ocurre que según el color y el tamaño del agujerito, que sí, que ya se que cambia, pero yo me entiendo; pues sí, mirando a la pupila de una persona y el tamaño del agujerito se puede saber cómo es. O al menos si es más limpia, de conciencia, o de sentimientos… Y hoy, que es un día bueno de principios de la primavera, veo las hojas temblar con el viento y el color de las que están a la sombra me recuerda el color de los ojos de Ed. Y pienso, o trato de grabar en mi memoria que cuando vuelva a casa tengo que mirar si mis ojos son de un color más limpio.

Pero mi tío y yo éramos muy distintos. Claro que ahora y aquí le llamo mi tío porque siento una sensación extraña: con el recuerdo se me han mezclado las cosas: El recuerdo de cuando jugábamos a los Tikopias y otros recuerdos menos buenos. Y los menos buenos me han formado como un nudo encima del estómago… pero ya se me pasará…Antes, en la puerta de la peluquería, me he cruzado con Wally y su hijo. El hijo debe rondar los 50, aunque no lo parece, tiene canas en las patillas y una cara como cuadrada, pero más larga y le saca casi la cabeza a Wally. Y Wally tampoco representa la edad que tiene porque está derecho como una vela, y he pensado que ellos podrían ser como mi tío Edgar y yo, pero al revés: Son de dos generaciones y parecen de una y nosotros somos de una generación y parecemos de una generación… Bueno, creo que me he vuelto a hacer un lío con las generaciones. Pero el caso es que, salvo en la de la estatura, Wally y su hijo se parecen mucho y mi tío Edgar y yo también nos parecemos.

Pues nos iba tan bien con aquello de los Tikopias, que son una tribu de los mares del sur que seguramente se había inventado mi abuelo, pero que vivía en la orilla del río, cuando apareció Beth. Fue un día a finales de la primavera, aquí mismo. Entonces este sitio estaba más lejos del pueblo: No. No es que lo hayan movido, pero el pueblo ha crecido y el camino de tierra que llegaba a la granja de Judd ahora es una carretera que llegará al fin del mundo si alguien que la tome quiere llegar allí. Recuerdo muy bien el día porque Ed, mi tío, me acababa de decir una tontería de esas que se te clavan en la memoria y te pinchan en la conciencia durante años: Había dicho mirando al humo del cigarrillo que nos estábamos fumando a escondidas:

– “Me hubiera gustado ver embarazada a mi hermana…”

que era mi madre, pero a mí el tono de la voz y el color de las pupilas de Ed me inquietaron, como si hubiera algo, turbio como sus ojos, en el embarazo de mi madre. Claro que a mi también me hubiera gustado ver a mi madre embarazada de mi mismo, aunque sea un pensamiento absurdo. Teníamos unos quince años, y en aquella época todavía era tiempo de ser niños, aunque ya sabíamos que no nos encuentran debajo de una col y mirábamos con envidia a la media docena de jóvenes veinteañeros que fumaban en público, bebían y tenían aventuras, no siempre afortunadas, con chicas… Y los embarazos planeaban por encima de todos esos pensamientos: Que si Ruth Ellis se había quedado embarazada y no salía de su casa, que si teníamos que tener cuidado con lo que hacíamos no fuéramos a dejar a alguna embarazada… aunque yo no sabía muy bien cómo. Bueno, el caso es que los embarazos incluidos los de mi madre y mi abuela estaban allí, en medio de casi todos los pensamientos, y que resultaban sexualmente excitantes, o mejor dicho inquietantes. Por lo menos para mí, y Ed se metía conmigo cuando miraba a hurtadillas a la señora Brown hablando con Cinthia la maestra, en la puerta de la tienda de O´Malley, con la mano puesta en la parte de atrás de la cadera, como si quisiera poner un tirante a su cuerpo, como los del techo del granero, para soportar el peso de una enorme barriga que luego se llamó Rachel, aunque todos decían que por el tamaño tenía que ser un chico grande…

Ya se sabe que la gente murmura. Murmura de lo que no sabe, de lo que imagina. Y en aquel momento, antes de que apareciera Beth yo había empezado a murmurarme a mí mismo, es decir, había inventado algo malo y me lo estaba contando, como si preparara la historia para contársela a otros. Pero yo no podía contar semejantes cosas… y, de pronto, caí en la cuenta de que seguramente esos pensamientos los habrían tenido casi todos los habitantes de Little Town, y ese pensamiento es el que me puso entonces ese nudo encima del estómago, justo cuando llegó Beth, que perseguía a Ed desde el colegio, y recuerdo perfectamente que su llegada me impidió sacarme de dentro esos temores extraños, o preguntarle a Ed si el sabía algo que yo no sabía de los embarazos de mi abuela y mi madre: algo raro, extraño o inconfesable, que durante un instante se había puesto a sonar como un zumbido sordo que llenara toda mi cabeza y me impidiera pensar en otra cosa. Pero debía ser como una burbuja, ruido hueco, porque desapareció como una pompa de jabón que se revienta dejando sólo una gota de agua, pequeña, pero que mancha. Algo como una sospecha, de la que solamente podría hablar con mi tío, y no debía hacerlo porque seguramente se reiría de mí.

Lo más destacable de Beth es que tenía la pierna izquierda como tres pulgadas más corta que la derecha, y, aunque siempre llevaba un zapato con una suela gordísima para compensarlo, andaba de un modo bastante particular. Seguramente por eso no salía con ningún chico de su edad o mayor que ella y se dedicaba a perseguir a Ed. Por lo demás era bastante guapa: a mí me parecía muy guapa, pero ni me miraba. Además entonces debía tener ya unos diecisiete años y era una mujer con todas las particularidades. Yo la sentía como si fuera casi mayor. No se si me explico, pero yo no me sentía mayor, y esa diferencia de sentimientos nos separaba. Además, durante un montón de años nos habíamos visto cada día en la escuela porque ella venía a la clase de Ed y mía porque debido a su lo que fuera, enfermedad o defecto, iba un par de años atrasada en los estudios.

El caso es que llegó. Las hojas de los álamos temblaban como hoy. Ed presumía de cigarrillo y se olvidó de pasármelo. Casi se lo agradecí, porque el sabor acre del humo no me convencía todavía mucho. Y él manejaba la colilla imitando a los chicos mayores, y se tragaba el humo y hacía ostentación de ello. Beth se había sentado, o medio tumbado en el suelo a su izquierda. Yo estaba a la derecha, y, de verdad que no puedo recordar una palabra de la conversación, pero me sentía como un álamo más, con las hojas temblando. Y no es que Ed la hiciera mucho caso, pero tampoco me lo hacía a mí. Claro que ella estaba muy cerca de él, tanto que pensé que se debían oler uno a otro, y este pensamiento se unió a esos otros que he mencionado antes y todos juntos hacían temblar mis hojas.

Y volvimos al pueblo los tres juntos. Bueno, Ed en medio, Beth a su izquierda, los hombros separados por una cuarta, pero sus manos me pareció que se rozaban de vez en cuando, cuando ella se balanceaba al andar. Y yo medio metro a su derecha. Este fue el principio de mi distanciamiento de Ed. Es decir, la primera vez que yo sentí que no éramos uno.

Yo todavía no lo sabía, pero lo de los Tikopia hacía días que había muerto: había dejado de interesar, en silencio, como dejan de respirar los que se mueren durmiendo o borrachos, como Bob Ashcroft que se murió sentado en la taberna y nadie se dio cuenta hasta la hora de cerrar porque él siempre había sido poco hablador. Pues no sé cuando había pasado pero yo me di cuenta volviendo al pueblo de que nunca más volveríamos a los mares del sur, que están cerca de la orilla, detrás de los cinco álamos negros.

Y Ed se convirtió en alguien difícil de encontrar. Mucho más tarde leí en “La hora de Little Town” la historia de dos hermanos siameses a los que separaron a los veinte años porque antes los médicos no se habían atrevido y que habían acabado suicidándose a poco de recobrar la libertad y la salud porque no soportaban ninguna de las dos cosas. Digo esto porque después de quince años de ser la sombra de Ed, un vacío intenso se apoderaba de mí cada vez que no se quería levantar o decía que ya me vería en otro momento. Yo me quedaba sentado en la orilla del camino, justo al lado de la puerta de la cerca de la casa de mi abuela, sin saber que hacer: no me apetecía nada en solitario, ni pescar, ni buscar tesoros, ni cazar gatos a pedradas y después de un rato me iba , me venía aquí, donde los cinco álamos, pero los Tikopia tampoco se habían levantado.

Mi abuela se había encogido de hombros mientras sacaba a mi abuelo al porche en un sillón al que alguien había puesto ruedas. Mi abuelo había perdido la cabeza muy joven, lo de muy joven lo decían las personas mayores, pero de esto no tengo grandes recuerdos, sólo que ya no estaba cuando debía estar, que era algo que dijo mi madre algo después de estos días. Y ella ni siquiera se había encogido de hombros, claro que como estaba todo el día en la tienda de Andie, en la que vendían de todo, y luego llevaba nuestra pequeña casita en la que igual cosía la ropa que pintaba la valla, además de hacer la comida y lo demás, pues normalmente estaba ocupada con sus cosas y no hacía mucho caso de lo que yo le contaba. Solo que murmuró: -“Estará saliendo con alguna chica…”

No se por que nos tuvimos que venir a la casita pequeña a vivir solos, cuando en la casa de mi abuela sobraba sitio y además ella hacía de comer y se encargaba de que alguien hiciera los arreglos. Creo que eso me privó demasiado pronto de tener madre, y como padre no tuve nunca me colgué de Ed… sí, eso debió ser.

Pero ahora me había quedado sin Ed. Y vagaba todo el tiempo libre sin rumbo fijo. Thornton se metió conmigo:

-“¡Eh!”, me dijo, “¿Dónde vas sin tu doble?… ¡yo que tu lo buscaría de noche porque parece que no quiere tener sombra!”.

Lo miré de hito en hito, que era una costumbre muy frecuente en los Tikopia, pero Thornton es mucho más fuerte que yo, así que recuerdo que consideré poco interesante darme unos empujones con él.

Supongo que por lo que me dijo, después de cenar me puse a pasear muy despacio por el camino que va de la casa de mi abuela al centro del pueblo, pero en vez de ir por la mitad del camino iba pegado a los árboles, dejándome ver poco. Y vi venir a Ed sin que él me viera. Y me escondí en unos arbustos y él pasó de largo. Entonces le seguí.

Fue a casa de Beth, pero se paró antes de llegar y se puso a esperar. No llamó para saludar a los padres ni nada parecido. Solo esperó. Al poco se abrió la puerta y salió Beth. Cruzó el jardín con su movimiento especial y se dirigió hacia donde estaba Ed en la orilla del camino. No había nadie a la vista así que cuando llegó donde estaba le echó los brazos al cuello y le besó. Yo diría que ella era un poco más alta que él, pero no fue lo que aprecié entonces sino que me dio un ataque de no se qué: rabia, envidia, pena, o tal vez todo junto. Y me puse a llorar tumbado en el suelo mientras ellos se alejaban camino del río. Ahora lo encuentro casi gracioso, pero entonces fue un drama para mí.

El tiempo corrió muy deprisa. De pronto mi madre fue a casa de mi abuela tres o cuatro veces seguidas al salir del trabajo por la tarde, y un día, debió ser a mediados de Julio, la encontré con Ed en el saloncito de nuestra casa, a medio día y con las cortinas echadas. Realmente sorprendente, fundamentalmente porque cuando aparecí yo, que era el único que debía estar allí a esa hora, los dos se callaron como si hubieran visto a un difunto. Yo también iba a casa de mi abuela, esperando saber algo y ella, cada vez que me veía, me miraba y decía:

-“Si tu abuelo estuviera…”

y la verdad extraña es que estaba en el porche en su silla.

Fue un verano de cosas extrañas, como que mi madre, mi abuela y Ed fueran a ver al pastor una tarde, como si estuvieran preparando la función de Navidad, sólo que era Julio.

Poco después mi madre me dijo que Ed se iba a estudiar interno a la escuela preparatoria de New Bradford para ingresar en la academia militar y que, como estaba tan lejos no volvería en algún tiempo. Verdaderamente podría haberse ido más cerca.

Y recuerdo muchas más cosas de aquellos días con el extraño placer que da saber que ahora las entiendo: Que comprendo por qué la madre de Beth me miraba de un modo extraño y casi se echaba a llorar si me cruzaba con ella en la calle y que el padre apretaba los dientes y no contestaba a mi saludo:

“Buenos días Señor Jones”

Y sobre todo comprendo mi amargura cuando Thornton me dijo:

“Bueno, ya sabes que la coja Beth está embarazada y por eso no se la ve por ninguna parte… ¿No serás tu el afortunado?…”

y se reía de mí. Y entonces estuve a punto de olvidar que era mucho más fuerte que yo, pero todavía no era mayor, lo se porque en vez de darle un puñetazo sentí unas enormes ganas de llorar y me dio vergüenza hacerlo delante de él y me fui corriendo. Eso era la clave de todo lo sucedido en las últimas semanas, pero, aunque parezca extraño, sabiendo lo que se debía estar murmurando, no lo comprendía como lo comprendo ahora.

No había pasado un año cuando ocurrió aquello de la guerra del Pacífico y Ed se fue voluntario y no volvió nunca más. No, no lo mataron ni desapareció. Lo que fue de él es otro secreto de familia que a mi no me fue confiado nunca. Otra murmuración más decía que se había quedado a vivir en alguna isla del sur o tal vez en Indonesia…

*   *   *

Han pasado años. Yo creo que muchos, y casi todos para bien. Todavía sigo viniendo aquí, a la orilla del río, que llamábamos Tikopia por aquella famosa tribu que vivía en sus orillas. Me siento a la sombra de los cinco álamos negros, que no sé quien ni para que los plantó así, siguiendo el cauce de aguas turbias y movidas, y recuerdo perfectamente como fueron aquellos días en los que di el primer tropezón para convertirme en un hombre…

Sigo viniendo a este sitio porque me sigue encantando la sombra de los álamos y el ruido de sus hojas, especialmente a finales de la primavera, y aunque está cerca de la ciudad es estupendo para hacer picnic, por eso mi mujer y mis dos hijos están a punto de llegar… de hecho veo llegar el coche, los dos se bajan corriendo, abren la puerta trasera y sacan dos cestas con sándwichs y ensaladas y…bueno, todo lo demás; los dos vienen corriendo hacia mí y temo que toda la merienda acabe en el suelo: Ed tiene doce años ya y Larry cuatro y apenas puede con una cesta que parece mayor que él, los dos se parecen extraordinariamente a mí. ¡Ah!, pero mi mujer ha cerrado ya el coche y se acerca andando con ese balanceo tan particular suyo…

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9 respuestas a “ Murmuraciones en Little Town ”

  1. María papelotes dice:

    El protagonista de este relato es el gran sufridor, que nunca sabe la verdad de nada, las mentiras de las familia caen sobre él. Has plasmado muy bien el encubrimiento en las zonas rurales. Una historia para que todos analicemos, a mí me ha hecho pensar. Muy bonita.

  2. Tupacalos dice:

    O no, María. A lo mejor sabe todo, o ha llegado a saberlo con la edad y acepta la vida como es. La felicidad no requiere un pasado tan limpio ni un futuro sin nubes. Pero tu sabes que la verdad de un escrito no está en lo negro sobre blanco que puso el escribidor, sino en la verdad que se generó en el lector… a lo mejor es verdad que no sabía nada. Aunque yo no me fio de las aguas mansas ni de los que guardan silencios en los momentos en los que yo gritaría. Muchas gracias por tu cariñoso comentario. Hay una continuación que podría ser de esta historia, más flojilla… algún día la colgaré.

  3. Ushuaia dice:

    Una narración soberbia que nos traslada a una pequeña población de los EE.UU. Al final todos los pueblos se parecen. Incluído el happy end, pero ¿no es un poco grandote para ser tan ignorante?

  4. Tupacalos dice:

    ¿Por qué debe ignorar nada? Sabe todo, y más. Simplemente, como hacemos todos, ha cogido el trocito de pastel que le ha dejado la vida y ha sido capaz de crear una provisional felicidad. No quiere ser listo, ni justo, sólo fiel a su amor de siempre y a pesar de todo. Es decir, bueno.

  5. Ushuaia dice:

    Me refiero al asunto sexual un chico de pueblo a los 15 años sabe más del tema que sus propios padres, al menos no piensa en otra cosa que no sea esa y le saca más jugo a todo. A propósito ¿Hay algún entendido en informática que me pueda decir por qué el dichoso guión largo se ha transformado en un 3/4 al trasladar mi relato de los sapos?Ya decía el cura que no jugara con sapos que me saldrían verrugas….

  6. Tupacalos dice:

    Teóricamente la acción se desarrolla antes de la segunda guerra mundial… en un pueblo pequeño y posiblemente en una familia seudo-puritana… no se. Tampoco juega mucho lo que sabía o no sabía, juega más el enamoramiento visceral de la adolescencia… no se.
    Bueno, el guión… no tiene nada de importancia comparado con Pobrecito hablador que no puede publicar.
    Por cierto ¿Has estado en Ushuaia?

  7. María Papelotes dice:

    Soy Ushuaia desde el ordenador de María Papelotes. Perdona, Tupacalos, por no haberte contestado antes. Sí, estuve en Ushuaia, la ciudad del fin del mundo. Recomiendo una visita si te gustan los lugares en contacto con la naturaleza y que se salgan de lo corriente. Un saludo.

  8. Tupacalos dice:

    Es un medio extraño para comunicarse: ¿no tienes correo? Sí. Estuve en la carcel y recomiendo el centollo fueguino como partre de la naturaleza del sur profundo. Un beso.

  9. Ushuaia dice:

    Tengo correo, pero estaba de visita en casa de María y Eva me comentó que no había contestado tu pregunta y es que soy muy despistada. Si te digo que yo también estuve en la cárcel cualquiera puede pensar que somos dos delincuentes. Que pases unas felices fiestas.

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