DDHH

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El 10 de diciembre de 1948 se firmó la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Nada me apetece más que empezar esta ovación a los DDHH que haciendo exaltación del largo y tortuoso camino que el ser humano ha tenido, tiene y tendrá, que recorrer para desembarazarse de los dioses y de los idiotas. Nada es más cruel para la humanidad que un dios vengativo y un ser humano ignorante. Hubo un tiempo en el que no existió la libertad porque sólo pensaban unos pocos.

Un derecho es el filosofar mismo, la libertad con la que empezamos a pensar; de no ser así se nos daría todo pensado, o como se nos dan los objetos a la sensibilidad: indiscutiblemente. Por eso pensamos que este hecho a priori, este derecho, la libertad, es el fundamento de la dignidad humana, como el principio de contradicción lo es de toda la lógica, y siendo así que hasta para negarla sea necesario primero afirmarla. Y aquello que se cumple para todos por igual, se le llama igualdad, y esto no se cumple si tan sólo uno no lo es. De modo que la dignidad distingue al ser humano del resto de los organismos vivos porque es libre para pensar, y los iguala con todos aquellos en los que esto no se cumple y en todo lo demás que como organismos vivos los iguala. Resumiendo, todos los seres vivos somos iguales, pero la dignidad es sólo de aquellos que son libres, porque son aquellos que piensan. Y hay que tener muy presente que sólo por ésto la humanidad progresa.

Todos los seres vivos estamos determinados naturalmente, pero los seres humanos además somos libres porque pensamos y en esta actividad elegimos, y porque sus consecuencias afectan siempre al organismo social en el que se deciden, somos al fin conscientes de ello, es decir, responsables. El ser humano absolutamente independiente no puede darse, cabría decir que una decisión que no tenga consecuencias sociales no puede darse; cabría imaginarse en el retiro más absoluto, pero aún así y sólo en el caso de ser absolutamente desconocidos, en el caso de que no existiéramos para nadie en su conciencia, sólo en ese caso nuestro aislamiento no tendría consecuencias, pero esto parece excepcionalmente posible, es decir, todos y cada uno de los seres humanos que viven o han vivido han tomado en cada una de sus elecciones decisiones que han afectado a la sociedad y por ende a la humanidad entera.

Por eso toda pedagogía es poca, es necesaria la libertad que aprende en todo lo posible de todo lo posible, porque las ideas de la cultura en la que desarrolla su primera conciencia sobre el mundo que le rodea y el cuerpo que le hace crecer forman sus creencias; cabe, sin embargo, distinguir cuidadosamente que si la conciencia es libre porque decide antes de actuar, la sociedad también, es decir, una sociedad que se organiza a sí misma y toma deliberadamente sus decisiones, que los fines que persigue en sus actos tengan las consecuencias que todos los que pertenecen a ella esperan, es una sociedad libre que también debe tener normas que la protejan de las decisiones de un sólo acto humano y cuyas consecuencias deba sin remedio padecer. Esta libertad es el estado social natural de la convivencia entre los seres humanos gracias a la reflexión que sobre ella se hace para mejorar estas relaciones con el fin de alcanzar la convivencia en las mejores condiciones posibles que son a juicio de todos las de la paz y, por tanto, fundada en la solidaridad. El filosofar que alcanza este fin como el mejor de los posibles se pone manos a la obra para que el andamio que debe construir este solemne edificio que proteja tan altos valores perseguidos desde que la humanidad tiene conciencia de gran familia, libre, pacífica y solidaria; desde que esta conciencia tiene como finalidad lo mejor para todos, y conscientes de que sólo es alcanzable si es entre todos, sabe que el futuro, o es así o no es, será.

Un ser humano libre que en conciencia elige a priori sus actos por el fin naturalmente social es una naturaleza libre, pacífica y solidaria porque es  «un hecho de la sensible empatía humana«.

El hambre, la sed, la enfermedad, el acoso, abuso, la violencia, prisión, el dolor, la angustia o sencillamente el silencio es lo que se llevaban a la boca del pensamiento, cercenada la libertad y dejándola morir sino rabia, de pena, una mayoría de seres humanos, cuyo número hoy en día es escalofriante. Por eso no debe extrañarnos que la primera libertad de la dignidad humana sea la de su propio cuerpo, las primeras lágrimas pesan como zurrones. Hoy, el dato es que hay el mismo número de obesos que de hambrientos y sentimos vergüenza de pensar como esclavos, de no tener nunca satisfecha nuestra libertad porque a todas luces no sabemos que es, de tener la certeza de que si no se soluciona un problema tendremos siempre dos, el primero más el que genera no haberlo resuelto, y así progresivamente; sabemos que necesariamente todo pasa por la educación, la de los que no tienen para que siendo libres sean autosuficientes; y la de los que tienen porque tan importante es tener como saber tener, y tener demasiado acaba con ellos por ser innecesario, y también con los que no tienen por no tener, pero a los que les correspondía tener POR DERECHO.

¿Quién ha dicho que el agua del planeta no es de todos?, ¿algún extraterrestre?.

Todo aquel que pueda creer que el que nace sin un miembro, o un órgano o mermado en cualquier facultad es una razón suficiente para que no sea tratado igual comete un delito que no sólo atenta contra el derecho sino contra sus fundamentos, contra la conciencia social del derecho, la igualdad. Pensamos además que si el ser humano es parte, última o no, de la evolución de los organismos vivos del planeta, todos tienen derechos fundamentados en ella a ser tratados en igualdad, y por tanto a ser protegidos para mantenerla.

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