Canto de soledad

Canto de soledad

I

Huerto cerrado eres, hermana mía, esposa;
Huerto cerrado, fuente sellada.[1]

Tu morada es una montaña
hecha de tus secretos,
pequeños y grandes.
Los que ocultas
y los que no ocultas
pero yo ahora no puedo ver
y quizás no veré nunca.

Y en esa montaña habitas, estás,
te quisiera ver, te persigo y no te hallo.
Me distancio sin querer y la no presencia
reverbera como la calima.
Te llamo, grito, y el eco me devuelve mi voz vacía.
Inmensa soledad:
¡Qué lejos estoy de tu secreto!

II

Miré al monte ¡tan lejos…!
Sentí el calor de sus piedras
y oí tu respirar.
Grité muy fuerte en mi silencio
seguro de que el eco
te hará llegar mi voz.

Pero tu no estabas en el monte
¡Tan lejos…!

III

La montaña sigue inmóvil.
¡Tan lejos…!
¿Son tus pasos ese mínimo crujido
que aumenta su silencio?
La bruma me ayuda a dominar el grito.
No hay eco. No hay alegría.
¿Por qué me araño el corazón?
No hay llamada. No hay voz.
Te siento en la montaña.
¡Tan lejos…!

Y, tal vez, tu pensamiento
haya seguido, con quedos pasos,
todo este tiempo,
a mi pensamiento.

[1] Cantar 4,12

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