Categoría: Meditaciones provisionales

El consuelo de la filosofía

Aunque lo parezca no es nada serio. Ni presuntuoso. Sólo me ha salido así y me parece que contiene algunas ideas para reflexionar. Es sólo un grito.

Kant, Schopenhauer: el consuelo de la filosofía.

Seamos sencillos, que decía uno de mis maestros en filosofía, pensemos como piensa un alma inquieta sin pretensiones materiales: riqueza, poder, gloria, o desengañado de la posibilidad de conseguirlas.

El saber es consuelo. O, tal vez lo es el creer que se sabe. Creer que se comprende, al menos, una parte del jeroglífico. Si la filosofía nos ayuda en este engaño cumplirá con su deber de consolar a la razón inquieta.

Hasta Kant casi todo ha sido especulación o esfuerzo por meter en el saco de la razón lo incomprendido o una fe, necesaria, alterada por los añadidos especulativos de cientos de hombres; unos bien intencionados otros no. Y la fe, necesaria, no cabe en saco alguno, porque se escapa, está fuera, de la intuición de espacio.

Y lo razonable pero incomprendido se ha ido conociendo. Algunos optimistas piensan que se llegará a saber todo.

Kant cerró toda esperanza de explicar aquello que está más allá de los conceptos de la naturaleza. Pero también dejó clarísimo el deseo universal de comprender más, la necesidad de lo imposible, de conocer todo para sentirse satisfecho. Si no se puede «saber» se puede creer que se entiende una parte de lo inabordable y así sentirse consolado. Los inicios de los caminos del pensamiento consolador son la postulación de la libertad, lo referente al «juego» y el fenómeno de la creación genial.

La libertad kantiana existe, en el Canon de KrV, al menos como libertad de pensamiento: ni un hipotético Dios omnipotente puede impedirme que piense de un modo determinado, si me ha constituido como hombre completo, y esa libertad es el signo de la otra inasequible.

El «juego», ampliamente tratado en la «Crítica del juicio» permite la eclosión del sentimiento estético, ese interés desinteresado fuera de toda razón. Precisamente la aparición de la apreciación estética, desinteresada, podría ser un reflejo del actuar de un Creador con un proyecto definido, ese Creador cuya existencia quiere demostrarse con el argumento cosmológico. Válido si el principio de razón suficiente fuera aplicable a lo infinito: La existencia de lo finito exige una causa necesaria pero el infinito no necesita causa alguna.

Dice Schopenhauer, en el Apéndice al primer tomo de «El mundo como voluntad y representación«, que es triste, o frustrante, la conclusión kantiana de la imposibilidad de acceder al conocimiento de lo externo, a la «wirklichkeit», la realidad como actuante, lo no perteneciente al mundo fenoménico. Y cae en la tentación de hablar de lo que no se puede. Me gusta Schopenhauer por una precisión y dos insinuaciones fundamentales: Primera, precisa que la «cosa en sí» kantiana es eso a lo que él llama «voluntad» y que usa 1200 páginas para definir. Segunda, insinúa que esa «cosa en sí» es única, y, lógicamente infinita y atemporal, ajena al tiempo y el espacio. Tercera, que el principio de razón suficiente, la causalidad, que es la única categoría que admite en el mundo de la representación, no es aplicable fuera del tiempo y el espacio.

Sencilamente que hay un infinito que contiene todas las representaciones, es decir, toda la «wirklichkeit» y toda la «realität», y que no es necesaria ninguna causa que nos explique por qué o para qué se produce la «emanación» plotiniana del mundo. «Porque de Él, y por Él, y para Él, son todas las cosas[1] Y la «voluntad» es el Uno: «Todos los seres tienen su existencia por el Uno, no sólo los seres así llamados en el primer sentido, sino los que se dicen atributos de esos seres[i]. Porque, ¿qué es lo que podría existir que no fuese uno?«[2]

*   *   *

El horizonte del hombre es como un círculo: Una de tres partes está llena por la experiencia inmediata, lo que se nos da evidentemente, sobre ello se puede discutir pero no se puede especular: es como es, se «sabe» o se sabrá. Muchos humanos no pasan de la consideración de esta parte, pero eso no significa que esto, lo dado, sea todo.

Una segunda parte se completa con el conocimiento racional, la explicación de cómo son las cosas de la naturaleza. Una parte ya está explicada otra parte se va a explicar. Se puede especular sobre los límites del conocimiento a los que la ciencia nos va a conducir, seguramente ella podrá explicar el funcionamiento de todo lo natural, pero esto no significa que estas dos partes sean el todo. Cuando la explicación de la naturaleza se haya completado aún habrá preguntas sin respuesta. Dice Schopenhauer sobre Kant: «Él mostró que las leyes que imperan con inquebrantable necesidad en la existencia, es decir en la experiencia en general, no son aplicables para deducir y explicar la existencia misma…«[3]

La tercera parte final del horizonte está vacía, es inútil que la razón pregunte allí por el todo, no hay medio de llegar más allá de la experiencia. Ese vacío, que sienten más unos hombres que otros, es el que nos produce esa desazón a la que Schelling llamó, más o menos, «sensación de finitud». Como si se hablara en una cámara anecoica las preguntas de la razón parecen perderse sin que haya la más mínima respuesta. Sólo inquietante y profundo silencio.

Y aquí se puede especular, de hecho todo lo que se escriba de esta parte es especulación. Es la creencia, necesaria para sobrevivir hoy. Porque «La mente se traba; no desea permanecer donde está, porque la conclusión no le satisface; no obstante no puede seguir avanzando, porque no tiene medios de resolver el argumento[4]

*   *   *

Filósofos. Toca hablar de filósofos. Primero, «Todos los hombres tienen naturalmente el deseo de saber. El placer que nos causan las percepciones de nuestros sentidos son una prueba de esta verdad. Nos agradan por sí mismas, independientemente de su utilidad, sobre todo las de la vista[5] Así, el ansia de saber es común a todos los hombres, y cada uno en su medida hace silogismos con fines prácticos; todos somos filósofos. Hay filósofos vocacionales y hay filósofos oficiales: Los primeros hacen con todas sus fuerzas filosofía continua y no siempre están reconocidos. Los segundos han llegado a cierto estatus no se sabe bien por qué. Mi amigo Schopenhauer les llamaría filosofastros. Suelen estar reconocidos y la filosofía para ellos es un ganapan o un camino hacia cierta posición social, bien pequeñita si hablamos de quienes deberían acercarnos al infinito. Los primeros, seguro, buscan consuelo. Los segundos se sientan en su cátedra, sean catedráticos o no, y oscurecen el panorama cambiando los nombres a las ideas para que nadie entienda sus razonamientos. Necesitamos especulaciones claras y distintas. Maestros que ya que no pueden explicar nos hagan comprender, en poesía, que tras el velo de Maya puede haber un mundo comprimido en un punto adimensional que es, al mismo tiempo el Infinito. Claro que esta actividad, que consiste en reconocer la impotencia, no da gloria ni poder ni dinero. Como el arte, que deja de serlo cuando se vende, la filosofía es propiedad de pequeñas mentes que contienen todo el universo conocido y por conocer, sin más ambición que dar un grito insignificante hacia fuera u obtener un pequeño consuelo interior.

No podemos por nosotros mismos, idea profunda de casi todas las religiones, pero el innombrable no nos ha dejado en la ignorancia absoluta, la «voluntad» ha dejado mensajes: La inexplicable y aparentemente inútil libertad, el juego como generador de especulaciones, la ficción genérica como indicativo del actuar creacional, los sentimientos y su destilado más puro: el amor. Si pensando en estas ideas somos capaces de inventar otro mundo inmenso dentro del cual estamos, nos lo dibujamos y lo tomamos como un escalón sobre el que nos empinamos para tratar de ver más allá, y creemos haber visto algo, seguramente durante un breve instante sentimos un cierto consuelo y deseos de dar un grito, el mayor de nuestros gritos, aunque no haya eco alguno. Amor verdadero del infinito apoderado.

F   I   N


 


[1] Carta a los Romanos 11-36[2] Plotino.- Principio de la «Enéada sobre el Bien y el Uno».-[3] Schopenhauer.- «El mundo como voluntad y representación», «Apéndice: Crítica de la filosofía kantiana». Trotta 2004.- pag. 484.-

[4] Definición de Aporía.- Aristóteles, EN 1146 a 24.-

[5] Aristóteles.- Metafísica · libro primero · Α · 980a

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La vida…

 

La vida no es el bien supremo

La vida no es el bien supremo, si lo fuera los mártires y los héroes serían idiotas. Tampoco encontraríamos un hacedor justo: ningún demiurgo medianamente responsable crearía una naturaleza en la que todo, más tarde o más temprano, va a ser privado del supremo bien.

Claro que es difícil asumirlo, especialmente cuando cualquier síntoma de enfermedad es una clamorosa llamada de atención a la propia finitud. Y nos aferramos a la posibilidad de que «esta vez no» y «esta vez no» y «esta vez no»… y así imaginamos que alcanzamos la inmortalidad. La vida terrenal como propiedad privada inalienable.

Tampoco es fácil de asumir cuando ese conocimiento profundo que tenemos de la realidad de la muerte no entra en las creencias posibles a cierta edad, 20, 30, 40 años etc. etc. Creencias. ¿Quién cree?: Yo.

El Yo es la piedra en que tropezamos cada vez.

*   *   *

Leo de Schopenhauer y leo a Schopenhauer. Don Arturo critica que los «filosofastros» carguen al unísono contra el panteísmo.

Si lo finito debe integrarse en lo infinito ¿No es ya una parte de ello? Si no puede haber más que un solo «infinito ontológico» que todo lo comprenda, ¿Es que puede ser otra cosa que Dios? Y si todo es parte del infinito es ya parte de Dios mismo. El espacio y el tiempo son como dos… mejor el espacio-tiempo es como un permiso extraordinario, unas vacaciones dadas a un poco del de suyo inextenso y atemporal, pero todo lo que ocurre en la «realidad kantiana» es un sueño: breve intento de definir la libertad que dura el instante de la vida de cada uno. Las preguntas sin respuesta continúan: ¿Por qué?, ¿Para qué? y se repiten para cada Yo, para cada cuerpo.

*   *   *

Nos representamos un mundo que es el disfraz que nos oculta la realidad: bonita revolución del realismo kantiano.

Las ideas se vuelven densas, perezosas, rebotan una y otra vez dentro de la membrana que limita mi pensamiento. No puedo detenerlas ni capturarlas… astenia intelectual o simplemente aporía. El deseo de llegar a lo recóndito está en la esperanza de que no lo alcance la aporía, porque allí está aquello que sólo yo comprendo. Pero es una falsa esperanza, la verdad es que lo siento como privativo mío, como siento también mi cuerpo, y ambas cosas, como también los sentimientos son ya parte y propiedad de la atemporalidad infinita. Los cuerpos destruidos ¿También?

*   *   *

El juego es una sinrazón.

El principio de razón suficiente no es aplicable a las desconocidas cosas en sí. Si llamamos «real» a lo verdadero, al conjunto de lo inabordable, y atribuimos la racionalidad al citado principio, lo real no es racional… ¡Qué diría Hegel!

Pero «el principio» es el garante de la racionalidad, es lo que nos hace capaces de comprender el mundo. Ahí está la trampa del demiurgo. Para él todo es un juego y, por juego, carente de racionalidad y para nosotros incomprensible, como los mundos de los niños. Es el juego libre de la imaginación, el de la Crítica del Juicio, el que puede acercarnos a la comprensión, sólo acercarnos, porque no hay «conocer del conocer» que dice Don Arturo en «La cuádruple raíz…».

*   *   *

¿Son mensajes sin otro fin que unos locos que se empeñan en hacerse preguntas sin respuesta crean que han «comprendido» algo?

Y ¿qué mensaje más cercano y más absurdo que el propio cuerpo? Individuo y distinto, ansioso de perduración y contingente. Ejecutor de los mandatos de la voluntad pero ajeno a ella. ¿Dónde se generan los deseos? Creo que la voluntad del hombre es «prestada» y que, al fin, reintegrada a los planetas la materia que «durante un breve lapso (no se sabe cómo) fue dotada de energía vital» (KpV A289) es la verdadera «voluntad» la que se manifiesta, el plan para la creación de un mundo perfecto obra de un Demiurgo perfecto, pero ¿Por qué?, ¿Para qué?.

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Comprender

 Comprender

Dice un hipocrático adagio que la función del médico es curar, si no puede hacerlo, aliviar, y, si tampoco puede, consolar.

De aquí debían aprender los filósofos.

Si no puedo explicarme por qué he de pasar el largo y oscuro pasadizo que me sacará de la temporalidad, al menos, la razón debe ayudarme a comprender cómo son las cosas. Comprender. Función maravillosa de la razón esbozada por Dilthey, reconocimiento de aquel uso regulativo que hacía Kant para decir que el pensamiento, como resultado del uso de la que «pide por el todo», llega mucho más allá que la lógica. Comprender. El día que comprenda todo, si eso fuera posible, habré alcanzado el nirvana. Aunque no me explique nada.

Los que, por casualidad, no nos hundimos en el ruido del hoy, tratamos de aliviar el desconcierto de las preguntas intentando comprender. Que no es explicar, ni entender. Es dejar resbalar el pensamiento sobre la duda como la mano extiende el aceite sobre la piel quemada por el sol. Y parece que todas las piezas se unen. ¡Qué absurdo! El recuerdo de una broma también se une: El «Gnoseyon», aquella superficie irisada sobre la que caen las ideas para convertirse en recuerdos y resbalan hasta caer en el olvido.

Todo lo que nace muere, dice el Buda. No es necesario contestar a las preguntas para alcanzar el Nirvana, es necesario no hacerlas. «Si respetáis los mandamientos, en lugar de renacer otra vez en esta dolorosa tierra renaceréis en el infinito, que produce la beatitud» (Camino a Benarés en compañía de Yasa [142]) ¿Para qué intentar comprender qué es el infinito? Pero todas las reencarnaciones tienen un fin: salir del tiempo. La rueda del tiempo se rompe, o tal vez es mejor pensar que está «en otro sitio», en lo finito, que está dentro y fuera. Pero «el fuera» tiene un final: El mahayana dice que todos los hombres adquirirán la condición de «buda», iluminado.

Los resultados del esfuerzo realizado por algunos hombres tocados por el dedo del destino quieren ser un bálsamo. Espinosa y su comprensiva naturaleza, «natura naturans», que todo lo abarca y se refleja en el tiempo como «natura naturata» que regresa continuamente. Si no lo he entendido mal, para él la naturaleza en el tiempo es como los puntos suspensivos en un escrito.

Nietzsche se quedó anclado en la realidad. Su eterna rueda, de infinitas repeticiones idénticas, se reduce a una: una noria flotando en el tiempo como los planetas en el espacio, cayendo sin caer porque todo está dentro del infinito. Que pena que su rabia no le dejara levantar la punta del velo de Maya, como hizo Kant, y le hiciera intuir que todo lo real, hasta su rueda, es contingente, y «comprender» que más allá de la contingencia está el infinito de lo inexplicable.

Esperemos la liberación universal que predicaba Buda, el final del camino lineal de Agustín de Hipona, que tuvo su principio y tendrá su final justo. Y, seamos sencillos, hagámoslo admitiendo que no entendemos nada pero que el amor que predicaba Pablo de Tarso, amor a algo intangible e inimaginable, es decir, absurdo, nos puede hacer comprender nuestra propia, pequeña y contingente vida. Y muerte.

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Ataraxia, finitud, verdad, yo, variedad y otras cosas

  

Ataraxia, finitud, verdad, yo, variedad y otras cosas

Conocí a Menecles «El Pirrónico» hace diez o doce años, un amante de la historia antigua me dijo que sus discípulos, porque tuvo que tenerlos, decían de él que «pasó su vida enseñando a los hombres el camino de la ataraxia». Y, en su epitafio está escrita esta sentencia suya: «Desde que nací, todo cuanto vi me parece equivalente«. La equivalencia de las cosas, el que todo valga lo mismo, que nos importe lo mismo, debe ser un estado de felicidad, una felicidad que no es como un río, que corre, sino como un estanque o un lago, es decir, pequeña o grande pero quieta, como si ya hubiera llegado. No se si eso es positivo o negativo, bueno o malo, pero sí tan atractivo que los que prueban el camino químico de la ataraxia, los que prueban las drogas, se vuelven adictos, y describen la sensación del estado anímico causado por la droga como «que todo te da igual»: Ataraxia perfecta.

Un misterio, otro, ese enlace entre lo que se siente y algunas sustancias puramente materiales. Porque la relación entre la disciplina física del budismo y el alcance de la vacuidad, la conciencia de que en el mundo -en este mundo- no hay nada interesante, es, seguramente, explicable por un equilibrio distinto de endorfinas. Los sentimientos y las sensaciones tienen una traducción bioquímica, realizan cambios en las segregaciones de todas las células capaces de excretar, pero creo que está primero el sentimiento y después la bioquímica.

 *   *   *

Hace ocho o diez años escribí la primera versión de «Cuerpos gloriosos», entonces pensaba que en la reencarnación tendríamos «un» aspecto y era discutible cual sería el más apropiado. Han tenido que pasar esos años y bastantes páginas de lectura para que me dé cuenta de que tendremos «todos» los aspectos. Es un poco como la respuesta a los saduceos: «¿Es que no sabéis, ignorantes, que en la otra vida seréis como ángeles?» (Mateo 16). Ángeles u hombres, pero atemporales. La historia tiene un fin, acabará el día que el más atrasado de los hombres haya adquirido la verdadera ataraxia: «Amor verdadero del infinito apoderado», escribí un día.

*   *   *

No podemos pensar razonadamente fuera del tiempo y el espacio. Dice Kant, más o menos, que son condiciones subjetivas de la realidad. Pero para Kant la realidad es el fenómeno, lo que captamos. Es posible que dentro de muchos siglos Kant deje de tener razón y la verdad, el noumeno, pueda ser… No, no «pueda ser»: sea necesariamente conocido. El hombre será uno, se convertirá en uno, la anfibología perderá su sentido, lo múltiple y lo uno serán lo mismo. Y la razón, la de todos los sabios que hayan sido será inútil.

*   *   *

Dijo Gorgias: la verdad no existe. Gorgias también cayó en la trampa del tiempo. En el tiempo no existe, no puede ser conocida, no puede ser comunicada. La verdad está en lo infinito y, mientras no se integre todo lo finito en la inmensa Naturaleza espinosiana, no existe. Misterio incomprensible el infinito. Sólo podemos sentir vértigo cuando especulamos en la pérdida de límites, cuando la esencia inmediata de nuestro ser, nuestro cuerpo, es la limitación. La finitud de Schelling… en el tiempo y el espacio. Ese expandirse instantáneo debe ser como un dolor. Me reconozco porque me palpo. Me reconozco porque me veo en el espejo y me encuentro como debería estar con relación al tiempo: más viejo que ayer. Y la comprobación de lo que me parece esperable me tranquiliza. Si de pronto no tuviera donde ir ni que sentir, ni que desear, porque no hay nada que no esté ya hecho, me desgarraría y en uno de los trozos estaría mi persona. Locura: no quiero dejar de ser finito, no quiero dejar de ser yo, aunque todo me dé igual.

*   *   *

Variedad. Qué difícil es admitir la variedad cuando estamos seguros de tener la razón. Pero no hay razón cierta, como no hay verdad, si hay tiempo. No sabemos qué es lo bueno. Los juicios son opiniones. Hasta los axiomas. Parménides es discutible: Lo que es, es. Pero ¿No puede «no ser»? Nicolás de Cusa ya tropezó en esta piedra. No sabemos qué es lo malo: En virtud de un plan, cuyo conocimiento nos está vedado, ocurren cosas a nuestro alrededor que nos estremecen. Quisiéramos torcer el plan, que esas cosas que nos parecen «malas» no hubieran existido, ni existan, ni vayan a existir. E inventamos soluciones, planes para hacer un mundo mejor cuando ya estamos en el mejor de los mundos posibles. Y vuelve a aparecer la variedad. Puede que la variedad sea condición necesaria de la existencia de ese mundo «mejor» existente y planificado. A fin de cuentas todo lo «necesario» va a ocurrir, cualquiera que sea nuestra opinión al respecto. Pero, no caigamos aquí también en la trampa del tiempo cuando el plan está escrito fuera de él. Las cosas que pasan, todas, las mejores y las peores son contingentes, sin importancia. ¡Que claro y oportuno es el castellano!: Pasan.

*   *   *

Hasta el último de los pobres, que va a perder su corporalidad al morir de hambre, tiene su yo. Los antepasados, muertos, vistos desde aquí, siguen teniendo su yo. Todos yoes finitos. En el interregno están en el valle de Josafat, que es nuestra memoria, esperando el final de los tiempos. Pero llegará. Y todos seremos uno, despojados de nuestro yo, para ser infinitos. No hay ataraxia, sólo el dolor de no ser. Desde aquí, mientras dure el tiempo hay una esperanza: ¿Para qué crearme si voy a ser aniquilado?. Si Dios es bueno y consecuente hará otro milagro inexplicable, hará que me integre en Él sin dejar de ser yo. Si es así no me importará el dolor de la ruptura.

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El qué, algo sobre el cómo y nada sobre el por qué.

El qué, algo sobre el cómo y nada sobre el por qué.

(Febrero 2008)

Nicolás de Cusa (1401 – 1464) dijo que «Dios en lo Absoluto y a la vez es lo uno y múltiple». No es textual. Creo que quería decir que era, a la vez, lo sencillo y lo complejo; el yo y el no yo; el dolor y el placer; lo malo y lo bueno; la síntesis de los contrarios.

Después de Nicolás se hizo un silencio como de doscientos años.

Spinoza dijo que Dios era el infinito, e intuyó que este Infinito incluía a todo lo finito [1]. No es, ni mucho menos, textual. Pero se entiende.

Después de Baruch (1632 – 1677) se hizo un silencio como de cien años.

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COMPORTAMIENTO ANIMAL II (CANCIÓN DE UN CAZADOR DE FOCAS)

Arranca en Canadá la gran matanza de la cría de foca. La mayor matanza de mamíferos salvajes ha comenzado. Hasta 275.000 cachorros de foca serán sacrificadas, según la cuota fijada por el gobierno canadiense. Pese a que el deshielo del Ártico obstaculiza su reproducción. Canadá ha ampliado en 5.000 el número máximo de presas con respecto a 2007, y alega que este año la caza será «más humana» («El País, 30 de marzo de 2008) (más…)

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EL CUIDADO

Estas reflexiones que saco aquí tienen tres orígenes: Una conferencia que dió El profesor Salgado sobre Nietzsche hilándolo con las ultimas investigaciones llevadas a cabo por Faucault en torno al hacer de la vida un arte, el propio libro de Faucault «la hermenéutica del sujeto», y el cuidado en todo que observé a mi alrededor durante los cinco días que duró una práctica de meditación (zen) en el centro de Betania en Brihuega. Como siempre agradecimiento a todos. Como siempre, una cosa es lo que se reflexiona y otra cosa es lo que se práctica. Queda dicho que algo de ficticio y forzado hay en estas reflexiones, pues el que las hace anda muy lejos de mostrar el cuidado al que se intenta hacer referencia. Así que tampoco hay que tomárselas en serio. Eso suponiendo que fueran reflexiones en serio. Pero de alguna manera hay que calificarlas.

¿Qué diferencia hay entre la filosofía y la espiritualidad? Es en su libro “La hermenéutica del sujeto” donde Foucault trata de responder a esta pregunta. “Llamamos filosofía a la forma de pensamiento que se interroga acerca de lo que permite al sujeto tener acceso a la verdad, la forma de pensamiento que intenta determinar las condiciones y los limites del acceso del sujeto a la verdad. Pues bien, si llamamos filosofía a eso, creo que podríamos llamar espiritualidad la búsqueda, la practica, la experiencia por las cuales el sujeto efectúa en si mismo las transformaciones necesarias para tener acceso a la verdad. Se denominar espiritualidad, entonces, el conjunto de esas búsquedas, practicas y experiencia que pueden ser las purificaciones, las ascesis, las renuncias, las conversiones de la mirada, las modificaciones de la existencia, etcétera que constituyen, no para el conocimiento sino para el sujeto, para el ser mismo del sujeto, el precio a pagar por tener acceso a la verdad.” El sujeto, pues ha de transformarse, ha de hacer un trabajo sobre sí mismo que le capacite y le haga digno de iluminarse. (más…)

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Velocidad

Velocidad es un texto de hace algún tiempo, pero lo he revisado por otros motivos y, aunque no es de los que más me gustan creo que podrá escandalizar a algún físico, así que merece la pena.

VELOCIDAD

Creo recordar que se llama «el principio de indeterminación». Más o menos dice que cuanto más deprisa se mueve un móvil más difícil es saber donde está. Esto no es una perogrullada aplicable a los automóviles o a los amantes fugitivos: se aplica estrictamente en física y llega a extremos tan absurdos para un mortal común como definir a una partícula por la probabilidad de encontrarla.

Algo igualmente asombroso demuestra también la física sobre el tiempo: Parece ser que transcurre tanto más despacio cuanto más deprisa se mueve en el espacio el sujeto del experimento.

Bajando al terreno de los mortales podemos observar por inducción completa que el tiempo transcurre más deprisa cuanto mayor se es. Podríamos decir el tiempo subjetivo, pero es lo que quisiera analizar.

Aplicando de un modo absolutamente liberal los principios de la física al mundo subjetivo, esta aceleración en el transcurrir del tiempo puede asimilarse a una aceleración en el espacio, y concluir que cuanto más rápidamente se nos escapan los días más difícil es saber donde estamos.

Cuando un móvil alcanza la velocidad de la luz, o ese ente de  razón que es la velocidad máxima posible, es imposible saber donde se encuentra, en otras palabras, «no está».

Como aun no he logrado este extremo necesario, no tengo experiencia propia acerca del sitio, suponiendo que se le pueda llamar así, sitio, aquello donde están los móviles que no sabemos siquiera que existen, simplemente porque se están moviendo más deprisa que la velocidad máxima permitida en nuestro mundo.

Si asimilamos la aceleración del tiempo subjetivo al aumento de velocidad en el espacio también podría estar relacionada con otra variable, a la que no sé poner nombre, que se va haciendo más indeterminada, más difícil de aprehender. ¿Sería desconcertante llamarla «Vida»?

Cuando el tiempo transcurra para nosotros suficientemente deprisa estaremos en otro sitio, tal vez junto a los móviles que van más deprisa que la luz.

La línea de mis pensamientos me ha llevado a convivir, por unos segundos, con los agonizantes y los locos. Pero ambos, con los que fácilmente se pueden organizar sofismas como los de las líneas anteriores, todos ellos, me merecen mucho respeto. Y también el humor de quien pueda leer estas reflexiones. Por eso les abandono… en su velocidad vital extrema.

Otros lúcidos, como atletas que corren hacia el obstáculo cada vez más deprisa, nos preparamos para dar ese salto que nos separará de la realidad de los felices ignorantes que no se han dado cuenta de lo que está pasando, y, cuando ellos piensen que nos hemos muerto habremos atravesado una sutil membrana «Almosmótica» y habremos nacido a otra realidad y estaremos viajando a la dulce velocidad de la luz, o más.

                                                                      

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Cuerpos gloriosos

 Cuerpos gloriosos

Rezan los católicos, y yo con ellos, que creemos en la resurrección de la carne. Claro que lo que cada uno piensa acerca del resultado de tan maravilloso fenómeno no tiene por que coincidir.

Hace poco argumentaba yo a un amigo jesuita, que la resurrección de la carne debe ser una figura poética, en la que no se puede creer mas que a fuer de metáfora, porque si uno resucita para encontrarse con todos los achaques… vaya faena, a pesar de la omnisciencia, la traslación gloriosa, el don de la ubicuidad y las vestiduras blancas.

La verdad es que la información fidedigna de lo que serán los cuerpos gloriosos es bastante escasa. Sabemos que no serán como creían los Saduceos, cuyos hermanos se casaban con la cuñada viuda hasta dejarla preñada como fuera, sino como ángeles…

Entonces voy y caigo en esa manía recurrente que es figurarme como serán las cosas el día que el tiempo no siga corriendo, no exista… A fin de cuentas todo depende de que el tiempo se pare o no… Bueno, todo todo no, porque lo de las blancas vestiduras debe ser consultado con un físico… ¿Como se altera una radiación si ya no se puede vibrar ?

Entonces tendremos el don de la ubicuidad: lo encuentro normal; al no haber más que presente, se está «al mismo tiempo» aquí y allí, no como en los atascos de tráfico. Y esto que llamaban algo así como la «traslación gloriosa», o don de la ubicuidad, lo cual me parece lo mismo, debió ser la idea base para hacer la M 40 y similares en el espíritu.

Tengo que confesar que una de las cosas que más me preocupa, más que lo del sexo, que ya es preocupante en sí, es lo de la música: Si música es el arte de combinar los sonidos en el tiempo… ¿Que pasará con mis sonatas para piano de Mozart ? Y eso que no soy muy fiel y hay temporadas en que cohabito musicalmente con Vivaldi… pero eso, ¿Que pasará con los conciertos de flauta de Vivaldi ? y, ¿Para que y cómo tañeremos el arpa?.

Y lo que decía antes, lo del sexo: pásese uno toda la vida mortal en plan deficitario y váyase a la otra para enterarse que de lo dicho, nada… ¡No es justo!

Empiezo a explicarme por qué el personaje de ficción que más se acerca al estado que contemplo: el ángel del libro «El enigma del espejo» de Jostein Gaarder , se queja de falta de variedad, precisamente por la ausencia de la sensación de vértigo imaginario que podría producirle el tiempo. Bueno, esto no es muy exacto, pero a mi me pareció interesante, y eso que el buen ángel estaba bastante resignado.

Lo de la omnisciencia, en cambio, si me lo explico. O, mejor, me lo explicó una película que he visto con gozo media docena de veces: «Atrapado en el tiempo», de Bill Murray.

El protagonista de la película, haga lo que haga, vuelve sistemática y misteriosamente al amanecer de un mismo día: «el día de la marmota»; así, puede ser todo lo que se puede ser, y acaba siendo bueno, además de pianista.

¿Será la Eternidad así?: Un día que se repite. Eso estaría bien, y prometo que aprenderé piano, además de investigar lo de las vestiduras blancas y tratar de poner mi balance en números negros en otras cuestiones obvias.

No me puedo imaginar un «Continuo», que es donde algunos modernos dicen que están todas las almas esperando «el santo advenimiento», lleno de «cyndyscrawfords» y «robertsredfords», cuerpos que al menos fueron gloriosos una temporada, por poner un ejemplo. Si solo están ellos no me parece interesante, y, si estamos todos, así de transfigurados, aquello parecerá una playa de California llena de clónicos.

Sería maravilloso pero poco práctico. Quiero decir que no me figuro al cielo como lo que hay detrás de la pantalla de televisión a la hora de los anuncios, tan llena de cuerpos repletos de bifidus, fundamentalmente porque tengo una conciencia bastante real de mi identidad carnal y no me veo perdiendo el «tiempo detenido» entre todas mis conocidas convertidas en «claudiaschifers», sin hacer nada.

O, ¿Tal vez esto será el infierno?

                                                                             

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Cuerpos

 Cuerpos, sólo cuerpos

En Cambrils, sería Abril, un día de viento y sol, vi en el espigón del puerto el cuerpo de un hombre paralítico, en una silla de ruedas, mirando al mar. He pensado que, en su caso, a mí también me gustaría que me dejaran así.

En Palermo, los capuchinos descubrieron hace un par de siglos un procedimiento de momificación que describen minuciosamente al visitante curioso: el cadáver se deja en una habitación oscura y seca, colgado de algún modo que no he querido investigar, hasta que «suda» y deja de sudar. A continuación se pone al sol en la terraza del convento y se le va cambiando de posición hasta que se considera convenientemente «seco», momento en que se devuelve a la familia, que lo viste a su gusto y lo deja «residiendo» en las catacumbas del convento. Supongo que todo previo pago, o mejor, donación de algún dinero; no poco, porque sólo los ricos disfrutaban del privilegio de visitar los cuerpos de sus antepasados, cambiarles de ropa y estar unas horas en su compañía, por ejemplo en su cumpleaños. Las catacumbas se pueden visitar aún hoy y su último inquilino es una niña de dos años que se unió hacia 1920 a la comunidad que recibe al turista. Cuerpos al fin, sólo cuerpos.

En Espalmador, Formentera, hay unos baños de barro amarillento verdoso. Además sólo hay arenal, mar y toneladas de curiosos residuos vegetales de origen incierto, que se tejen para tomar el aspecto de un roquedal amenazador cuando en realidad son un blando colchón sobre el que se puede caminar descalzo. Pues en esos baños, los turistas, los que están dando una vuelta, porque en semejante paraíso lo único que puede hacerse es «pasar», «hacer un tour», untan sus cuerpos y luego caminan desnudos por la playa, con el aspecto de auténticos alienígenas verdes, hasta que se cansan y riendo se enjuagan en el mar. Cuerpos, en ese momento, sólo cuerpos. Por lo menos sólo se ven cuerpos, unos atractivos, otros ignorables.

Luego está esa presencia física con la que nos identificamos, que vemos evolucionar sin tener demasiada conciencia de ello, hasta que un día nos preguntamos si lo que vemos en el espejo somos nosotros o tal vez sólo un cuerpo.

Sin duda nacemos cuerpo, digamos casi puro. Crecemos y se nos van añadiendo historias: al principio «nos pasan», no tenemos la voluntad de que nos ocurran. Nos perdemos en un supermercado o nos llevan de veraneo. Todas estas historias y otras muchas más que aprendemos, porque de algún modo sabemos que les han ocurrido a otros, forman un tejido inmaterial que nos hace ser personas. De hecho, si nuestros cuerpos no son tratados por los capuchinos, tras un tiempo, lo único que queda de nosotros en este mundo son las pequeñas historias que se van olvidando poco a poco. O deprisa.

Y llega un momento en el que decidimos que somos nosotros los que tenemos que escoger la historia que queremos vivir y nos ponemos a maquinar los medios y los pasos para que todo sea como deseamos. Capricho inútil si sólo somos cuerpos efímeros. Pero en nuestro físico hay una influencia notable de los esfuerzos, llamémoslos morales, que realizamos. Como si esos gestos que se hacen con la faz corpórea al realizar un trabajo: sacar la lengua, fruncir el ceño, apretar los dientes, tuvieran un paralelo en lo que he llamado antes, impropiamente, moral, y su repetición no sólo marcara el alma sino también el gesto. Dicen que en la madurez cada uno tiene el rostro que se merece. Cuerpo al fin, parte del cuerpo.

Pero he caído en la trampa de considerar cuerpos solamente a los humanos, cuando, en realidad son los menos numerosos y, tal vez, los menos importantes aunque su cercanía nos los haga parecer los mayores. Porque: ¿Qué es un cuerpo humano comparado en tamaño con un planeta? Y, en duración: ¿No tiene más vida y más historia la más humilde de las piedras?

Cuerpos celestes extraordinarios, manifestaciones de una inteligencia tan superior como para inventar la casualidad que produjera su existencia.

Entonces: ¿Qué es lo que nos diferencia? A lo mejor es que las historias que nos conforman producen en nosotros sentimientos. Y… ¿Sienten los planetas?

Hace unos días argumentaba con una amiga acerca de los géneros gramaticales y la animación: parece ser que el neutro se aplicaba, antes del indoeuropeo, a lo inanimado, mientras masculino y femenino se usaba para lo capaz de moverse. Pero ¿Qué es moverse?: Podemos llamar movimiento sólo al nuestro, convulso, fugaz, efímero; Las piedras, las estrellas y otras muchas cosas tienen otro ritmo, y también se mueven, cambian, aunque en el suspiro que es nuestra vida, la ceguera del relámpago o la falta de tiempo para fijarnos, nos impidan saberlo.

Todo lo material es mucho más uniforme que los mapas genéticos, somos sólo cuerpos. Una luz brilla en la oscuridad, sin embargo: La única sentencia reconocida de Leucipo de Mileto, que es el que más supo de cuerpos hace ya unos 2500 años dice: «Nada sucede por azar, sino todo por una razón y por obra de la necesidad.» Si los cuerpos fueran absolutamente inútiles no habría ni cuerpos.

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