Categoría: Meditaciones provisionales

PENSAMIENTOS 4. Joseph Joubert (1745-1824)

No hay que ocuparse de los males y desgracias del mundo sino para aliviarlos. Limitarse a contemplarlos y deplorarlos equivale a agriarlos sin provecho alguno. Todo el que los incuba con los ojos hace que surjan de ellos tempestades.

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No es feliz quien no quiere serlo. (más…)

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PENSAMIENTOS 3. Epicuro

 (Isla de Samos, h. 342 a. C. – Atenas, h. 270 a.C) (Los dos párrafos finales en que se reflexiona sobre la figura de Epicuro, han sido extraídos de la introducción que hace Carlos García Gual para  la edición de Gredos.)  

No es posible vivir con placer sin vivir sensata, honesta y justamente; ni vivir sensata, honesta y justamente sin vivir placenteramente. Quien no tiene esto a mano, no puede vivir con placer. (más…)

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PENSAMIENTOS 2. Paul Valéry

Paul Valéry (Sète, 1871 – París, 1945) es una figura decisiva de la modernidad cultural europea. Después de estudiar Derecho de Montpellier, se instaló en 1894 en París, en cuyos círculos literarios fue introducido por su amigo Perre Louÿs. Allí estrechó lazos de amistad con Stéphane Mallarmé, a quien admiró profundamente, y con André Gide. Aunque sus inicios fueron de carácter poético, en 1892, a raíz de una intensa crisis espiritual renunció a la palabra poética y se consagró a un trabajo de pensamiento que lo llevo a la escritura de obras tan significativos como  «Introducción al método de Leonardo da Vinci.

volvió a la poesía en 1917 con «La joven Parca.  A partir de entonces, el verso y la prosa lo ocuparon por igual, con libros como «Album de versos antiguos (1920) o «El Alma y la danza». Como poeta obtuvo sus logros mayores con «El cementerio marino»

Estos pensamientos están extraídos de sus «Cuadernos», donde volcaba los pensamientos a los que él mismo se sometía con disciplina día a día (se levantaba entre las cuatro y las cinco de la mañana y se entregaba a pensar sobre los más variados temas durante varias horas). T. S. Eliot llegó a confesar que P. Valery era la personalidad intelectual de su época que más le interesaba y Ocatavio Paz llegó a afirmar: «Encuentro que el verdadero gran filósofo francés de nuestra época no es Sartre: es Valéry, como lo revela, sobre todo, la publicación póstuma de los Cahiers.»

 *****

Si el lenguaje fuera perfecto, el hombre dejaría de pensar. Con el álgebra se prescinde del razonamiento aritmético. (más…)

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PENSAMIENTOS 1. Seneca

Se abre aquí una nueva sección en la que se propone una modesta práctica del pensar. Se trata de seleccionar- con una periodicidad más o menos mensual- los pensamientos de algunos pensadores –filósofos, escritores, tal vez científicos o poetas-. Pensadores de todas las épocas y de todas las culturas. Se elegirán 10 máximas de cada uno. La propuesta es que se utilice uno de estos pensamientos o aforismos para que, quien quiera, realice en su intimidad un comentario breve; que se deje deslizar el boligrafo sobre un papel o los dedos sobre un teclado, al dictado de las sugerencias que nos vaya suscitando uno de esos pensamientos. Se trata, entonces, de elegir un pensamiento de entre esos diez. Es un ejercicio de índole íntima y personal. Un ejercicio para combatir la esclerosis mental. ¿Tal vez, para ensanchar el horizonte espiritual? Quien sabe. En fin, máximo provecho para quien se aventure. (Por supuesto, el que quiera enriquecer esta sección con su propia selección de máximas y filósofos, no tiene más que seguir el orden numérico y dar continuidad a la sección). La sección se titula “PENSAMIENTOS”. Si alguien quiere cambiar el título de la sección  es dueño de hacerlo. Si alguien quiere hacer alguna otra propuesta, que la haga. No se trata de publicar lo que se ha escrito, sino de escribir en la intimidad lo que se ha pensado. Se trata de dar cabida en nosotros a la resonancia que puedan tener los pensamientos de otros pensadores. Tal vez bastaría con elegir un solo pensamiento entre esos diez. Tal vez, el hecho de fijarnos en un solo pensamiento, aunque nada escribamos o meditemos acerca de él, sea ya una sutil forma de meditación. Tal vez esté operando ya una virtual incorporación de ese pensamiento en nuestro propio pensamiento. Feliz provecho. En todo caso, si nadie se aventura por el camino propuesto, siempre quedará como fruto la amena lectura de máximas y pensamientos.

*****

En todo ejercicio que practiques vuélvete presto del cuerpo al alma; de ésta ocúpate noche y día. Un trabajo moderado basta para alimentarla, y este ejercicio no lo impedirá ni el frío ni el calor ni siquiera la vejez. cultiva aquel bien que mejora con el tiempo (más…)

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De profundis

«De profundis clamavi»… o «De profundis clamabo»[1]

«Desde lo profundo he gritado», o «Desde lo profundo gritaré»

Enrique Gippini

¡Qué pena no saber latín!

Las citas en la lengua original tienen como más peso y los trabajos de investigación serios dicen que deben hacerse en la lengua en la que lo investigado fue escrito. Por eso me dirán que nunca podré llegar a conocer, con seriedad, qué, cuando y como fue Schopenhauer. Pero si autónomamente valoro a los filósofos por lo que me han ayudado a sobrevivir, lejos, muy lejos de la academia, tengo que predicar que mi amigo Arturo está en la primera fila.

Y esa lejanía de la academia me entristece, con el sentimiento del navegante que abandona el puerto sabiendo que no lleva consigo todo cuanto quisiera y que la añoranza de lo olvidado será como un deseo permanente de volver, en la ilusión ciega de que, en la ausencia, todo haya devenido ideal. Pero consciente de que la perfección sólo tiene, «en el espacio y el tiempo, ese mundo real para el individuo«[2] una existencia aparente y onírica.

Leo el §35 de «El mundo como voluntad…» y escucho, más que oigo, la 6ª sinfonía de Tchaikowski. Y repito el final, el «Adagio lamentoso». Cuando lo escribo sonrío, porque esto es filosofar en multimedia, pero es una sonrisa un poco triste porque el sentimiento es personal, temporal e inútil. Los sentimientos del individuo no cambian nada externo. E, incluso lo interno sólo cambia un instante: el tiempo disuelve hasta aquello que sentimos como lo más sublime o lo más doloroso.

Pero hay un interior más profundo, probablemente aquel del que surge el grito prístino, el «clamavi», el «he gritado» de la humanidad entera que se refleja en el arte, en el arte verdadero, lejano a todo lo comercial: Si el grito tiene valor ya no es grito: es deseo de apropiarse el alma de otro, del dolor del artista.

No es arte lo que se aprecia sino lo que se produce desde el desconcierto y el dolor, muchas veces incomprensible, otras perdido, con un destino único desaparecer devorado por el tiempo, ni cenizas, ni recuerdo o, peor aún, convertido en moneda de cambio.

El §35 compara las figuras que dibujan las nubes, los remolinos del agua en un río caudaloso, las formas casi florales de los cristales de nieve, todos esos fenómenos exteriores, poco importantes comparados con las leyes que los ordenan y subyacen, los compara con los hechos del acaecer humano. Los sentimientos, las actuaciones, los hechos que parecen inmediatamente como los más importantes son meros accidentes efímeros: figuras/nubes, remolinos/río, cristales/hielo, pasiones/hombre.

El suave pesimismo del Schopenhauer joven se muestra aquí en la devaluación de lo personal: todo lo que «me» ocurre carece de entidad. Todo lo que afecta al gran artista o al pensador sublime son remolinos fugaces en la historia. Y su valor el mismo que el de los afectos del más humilde de los hombres: nulo. ¡Si Kant no hubiera vivido la humanidad no sería diferente!

Desde que Espinosa fijó su mirada sobre la realidad única, subyacente, hasta esta devastación de lo personal en Schopenhauer, el pensamiento occidental parece sujeto por una cadena a ese centro: la clara manifestación del Todo-Naturaleza-Dios en Espinosa, el oscuro trabajo del concepto en el Absoluto de Hegel, la Voluntad más allá del mundo del fenómeno, en el que «…no es posible una verdadera pérdida ni ganancia.«[3].

«Sólo la voluntad existe; ella, la cosa en sí; ella, la fuente de todos aquellos fenómenos. Su autoconocimiento, y la afirmación o negación que decida a partir de él, constituyen el único acontecimiento en sí.«[4]

Un paso hacia la negación de la libertad del hombre, reducido a la forma aparente de una nube.

Pero, culpable o no, errada o no, heterónomamente determinada o no, algunos hombres[5] disconformes con esa pasividad, tratan de acercarse a ese punto de anclaje: a la Verdad. Y, de acuerdo con Platón, como aconseja Schopenhauer, sólo atribuyen verdadero ser a las Ideas, y el mundo de las Ideas está fuera del tiempo.

Como un buceador, que no puede respirar bajo el agua, y, a pesar de ello, se esfuerza buscando un tesoro en el fondo, prescindiendo del tiempo, cuya ausencia nos destruye, tratamos y trataremos de llegar a conocer qué sea la Naturaleza, el Absoluto o la Voluntad y cuando no podamos más, desde lo más profundo de la individualidad gritaremos al Todo: De profundis clamabo ad te Domine.

Mayo 2009


 


[1] Clamo, clamas, clamare, clamavi, clamatum??? Clamabo, futuro imperfecto; clamavi, pretérito perfecto.

[2] «El mundo…»; «La idea platónica: el objeto del arte»; Trotta, 2004.- pag. 236

[3] Obra citada. §35.- pag 238.-

[4] Idem.

[5] Al menos algunos hombres. Decir «el hombre» podría ser anfibología.

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De la contradicción…

«Ex contradictione sequitur quodlibet«

Este principio es como un alivio en el camino de la deducción lógica. Después de mil transformaciones rígidas, aparece la libertad. De hecho, que me perdonen los lógicos, me parece el principio más interesante de la ciencia de la derivación.

No se si valdrá en mi defensa el decir que, sin yo quererlo, mi pensamiento es de frontera, es decir que, solo él, sin un movimiento de «mi» voluntad, se coloca después de Kant, mirando hacia lo indemostrable y busca en el ritmo de la música, en el misterio de la poesía o en las voces de los filósofos famosos, eso que he dado en llamar «el consuelo de la filosofía», que no es más que un atisbo de lo que pudiera ser la verdad. Y todo movido por una creencia provisional y un poco tonta que supone que ese trabajo de especular tiene un rendimiento positivo, que aquí o allá me voy a acercar a la verdad. Un poco como el viajero que afronta la última etapa y se siente feliz, a pesar de que sabe que nunca la acabará.

Siendo kantiano, y a pesar de ello, voy a pensar en aquello que no puedo conocer, y, en vista de la contradicción, voy a sacar las conclusiones que se me ocurran… y no sólo eso: voy a hablar de lo que no se puede decir nada, quodlibet.

Después de esta declaración de principios supongo que los kantianos me echarán de su equipo, pero yo seguiré siendo admirador de Kant aunque sea un admirador proscrito.

Y hablo y escribo, primero porque mi falta de habilidad para completar los pensamientos jugando con ellos sin expresarlos, como si fuera un malabar de la inteligencia… que los hay… pues esa deficiencia me obliga a escribirlos, porque así los ordeno y percibo lo que pienso.

Sí, puedo pensar sin percibirlo, y no solo en niveles bajos de razonamiento o intelección sino también en la gestación de opiniones profundas… en el quodlibet casi todo son opiniones. Pienso, sin saber que lo hago, que es ese rebullir inquietante de las ideas y las percepciones, alojadas cerca del estómago, que es como tener dolores de parto, o, mejor, como molestias de la gestación, dar vueltas a una imagen inexpresa, viscosa, incomprendida e incomprensible; olvidarla sin querer y sin querer volver a tomarla, hasta que en un momento se cree haber hallado el cabo del ovillo… pero todo no es un hilo continuo. Sin saberlo se sigue el razonamiento, o la especulación, ésta si se sobrepasa la aporía aristotélica, se amasan las intuiciones hasta conseguir lo que creo un final parcial que, de momento, permite un descanso. Pero la conciencia de que queda una madeja infinita por devanar mantiene la inquietud, que no se calma con una meditación provisional, muy provisional, escrita. La razón pide por el todo, aunque la razón sabe que es inalcanzable.

Bien, eso es por lo que hablo, por lo que escribo. ¿Por qué publico? simplemente porque estoy determinado a hacerlo. No lo entiendo, no puedo explicarlo ni lo comprendo, pero no puedo dejar de hacerlo. ¿Por qué profetizan los profetas? ¿Por qué no escribe el que no lo hace? Por lo mismo: está determinado a ser ágrafo, y es inútil oponerse a lo necesario:

«Todo lo que ocurre, desde lo más grande a lo más pequeño, ocurre necesariamente«, como dijo Schopenhauer[1].

Siento tentaciones de comparar esta forma de no-razonar con el «tercer modo de conocimiento» de Espinosa, pero mientras Baruch le atribuía la calificación más alta, aquello que he tratado de describir más arriba me parece solamente una osadía propia de la inconsciencia de un filósofo frustrado. Pero sí debe ser verdad que hay un modo de saber inconsciente, un camino, o muchos caminos distintos, para intentar conocer la verdad, y que a algunos les parezca que la han alcanzado, aunque no sepan cómo explicarlo.[2]

El «Todo» que Espinosa llama a veces «Naturaleza» y «Dios», tiene infinitos atributos de los que os hombres apenas podemos conocer dos; tal vez esos caminos que rompen la lógica puedan conducir a otras verdades, a una sabiduría mayor que buscaban Sócrates en Anaxágoras y Kant en Swedenborg.

Hay, en los pensadores profundos, como una vacilación, un movimiento pendular o una vibración entre la esperanza de conocer la verdad y el pesimismo del que se siente ignorante irredimible. Ripalda lo decía de Hegel, en su curso de Doctorado.[3]  Todos, hasta los que disponemos de fuerzas limitadas, los que se empeñan en saber más se estrellan contra ese muro del propio insensible, y le dan nombres, palabras de contenido fuerte como «Dios» o «Absoluto», pero ¿Qué significan?.

Hay una campaña de extraña propaganda mediática que dice que Dios no existe, y probablemente es verdad: ese «Dios» que imaginan es sólo eso, una imaginación[4] privada de la perfección que Espinosa atribuye a la existencia[5], pero el Dios-Todo, Esencia única de la Naturaleza, que propone Espinosa es innegable. Sólo tiene un inconveniente: No consuela. Porque el Dios espinosiano está libre de pasiones y «no ama a nadie ni odia a nadie«, como queda explicito en la Proposición XVII de la Quinta parte de le «Ética»[6]

Cuando el hombre intenta sacudir su desconsuelo inventa un dios y una religión basados en su experiencia vital y se arroja en brazos de la creencia. Y la creencia consuela. Cualquiera que sea el resultado de su imaginación el dios inventado es falso, pero ama. Y el innegable Dios verdadero es inasible. Para los que creen que todo se reduce a lo explicable, y esto es otra forma de creencia indemostrable, el Dios incomprensible no existe y los dioses de las creencias son una pura elucubración humana: Tienen su razón.

Pero el misterio subsiste. Quien no cree en «otra vida» cree en que puede disfrutar de ésta: «carpe diem«. Cree que vivirá mañana. Pero tarde o temprano morirá: «Los que disfrutan del mundo, como si no disfrutasen. Porque la apariencia de este mundo pasa[7]Y la conciencia del fin inmediato puede invalidar todos los goces pasados, como defiende Aristóteles en la «Ética a Nicodemo«. ¡Cuantas historias de moribundos arrepentidos se han oído!

Bien, tenemos un Dios en acto puro, por lo que no puede tener pasiones como amar u odiar, que crea, o mejor, que «es» el Todo[8] y todo es en Él, y el Todo contiene lo bueno y lo malo, y acto y potencia, y ser absoluto e inmóvil parmenideo y cambio continuo heracliteo. Es decir, fuera del tiempo y el espacio, pero comprendiéndolos a ambos, está el ser único cuya realidad es tan distinta de la que solemos percibir que más valía llamarla irrealidad. Esa existencia única y en bloque une al ser de Parménides y a la generación por emanación de Plotino, que no son más que dos intentos geniales de explicar la causa primera.

Así que el mundo no es el mejor de los posibles de Leibniz: es el único, punto. Posible e imposible al mismo tiempo. Y el mundo temporal algo necesario, sin el cual el Todo no estaría completo, sería imposible. Inexistente.

La necesidad de la existencia de cada ente que se pueda imaginar, en lo particular y humano, conduce al terror de la desaparición, pues, sin duda, en el Todo deben estar incluidos seres puramente temporales, que agotado su ciclo desaparecen. Pero los seres desaparecidos tienen su propia y extraña realidad. Desaparecer es un concepto puramente espacio – temporal, perder la apariencia, la manifestación sensible, pero después de atravesar la membrana final deben integrarse en el conjunto de seres que han superado la temporalidad. O sea que se integran en el Absoluto, son en el Todo, «van a la gloria», alcanzan el nirvana.

No se entiende nada. Esta especulación es sólo eso. Nada parecido es demostrable si no es en el mundo de la fantasía. Pero el prurito de no admitir más que lo demostrable reduce al hombre a su mínima dimensión: la terrena.

El Todo se comunica, es necesario que lo haga para ser, pero no parece que, para un «hombre completo», las religiones sean el único camino más apropiado para recibir esa comunicación. Puede que sean un camino, sobre todo cuando guardan la pureza de sus inicios. Tal vez no, especialmente cuando generaciones de hombres, de los talantes más diversos las han «tocado» y han engendrado liturgias difícilmente compatibles con el espíritu primigenio.

Se debe buscar en lo extraordinario, lo ordinario es simplemente ruido. ¿Qué fenómeno externo nos llama, nos habla de un mundo distinto del puramente material? ¿Que hay de ilógico en lo cotidiano?

Puede buscarse la primera manifestación de esa comunicación en el arte, entendiendo por arte la acción por la que se interpreta, de modo desinteresado un hecho vital, como la contemplación estática de un fenómeno en la pintura o un sentimiento interno intraducible de otro modo, como ocurre en la música, y «desinteresado» puede significar aquí «fuera de la influencia de lo material». Cuando el arte se comercializa deja de serlo.

La segunda característica del Arte es su capacidad de promover emociones estéticas en la generalidad de la humanidad: lo bello es «de todo tiempo y todo lugar» como defiende Kant en «La crítica del juicio».[9]

Pero hay algo más profundo que incluso puede explicar o fundamentar el fenómeno del arte. Dentro de lo incomprensible hay una realidad que alimenta la caldera de la inquietud: es el Amor en todas sus manifestaciones. Y el amor es el mensaje inaudible que habla del por qué. Lo malo es que no se entiende como la razón quisiera.

A poco que se profundice en la ética, sea de un modo formal o coloquialmente, aparece un conjunto de fenómenos, de causa desconocida y efectos múltiples, que se atribuyen a ese concepto difuso. Es el amor la causa del imperativo categórico kantiano. ¿Por qué debe ser una cosa buena si es deseable para todos? En desamor basta que sea deseable para mí. ¿Por qué cada hombre es un fin en sí mismo? y su corolario: ¿Por qué se asume que todos los hombres nacen iguales y libres?  ¿Por qué sacrificar una parte de los bienes propios para favorecer al prójimo? ¿Por qué proteger a los desvalidos? ¿Por qué se asume que el hombre es un «animal social»? ¿Por qué se ven exageradas las virtudes de la persona amada, y se obvian sus defectos? Todas estas preguntas, y muchas otras de los temas más diversos pueden contestarse pensando en algo que se incluye en el género Amor como causa.

El Amor mueve al hombre y mantiene a la sociedad, y probablemente la mejora y la mejorará. Pero el Amor no es la causa primera, hay algo oscuro que lo produce en todos sus grados y manifestaciones, desde la animalidad al heroísmo. Y ese algo es tan oscuro que no podemos sentirlo, ni pensarlo, ni comprenderlo.

Espinosa no llama «alma» a lo que otros filósofos entienden por «alma». Ni su Dios es un dios al uso. Pero su término «amor» habla de un amor profundo y distinto, más abstracto, pero claramente incluible en el concepto general que se maneja y también de una relación hombre-Dios basada en ese amor. Copio las proposiciones XIV, XV, XVI  y XIX de la Parte quinta de su Ética:[10]

«El alma puede conseguir que todas las afecciones del cuerpo, o sea, todas las imágenes de las cosas, se remitan a la idea de Dios».

Remitir a Dios es un esfuerzo.

«Quien se conoce a sí mismo clara y distintamente, y conoce de igual modo sus afectos, ama a Dios, y tanto más cuanto más se conoce a sí mismo y más conoce sus afectos».

Saber es amar. La sabiduría bíblica es la mayor de las virtudes.

«Este amor a Dios debe ocupar el alma en el más alto grado.»

Saber – Amar: Conocerse y conocer a Dios es el fin del hombre.

«Quien ama a Dios no puede esforzarse en que Dios lo ame a él.»

La sabiduría es gratuita. No debe esperarse nada a cambio.[11] El que alcanza el conocimiento no recibe ningún premio en lo espacio – temporal.

Es original la idea de amar a algo incomprensible sin esperar nada a cambio.

Indemostrable, como toda especulación, dejemos aquí la posibilidad de que sea el fenómeno Amor el modo con el que el Dios incomprensible se comunica, sea espinosiano o de otro carácter.

Tenemos un Dios conocible como presencia filosófica, pero inexplicable, que, tal vez, se comunica en las manifestaciones del amor, pero que no es el Dios que necesito: «… la existencia de Dios deja de tener significación en nuestra vida moral e intelectual…».[12]

La razón pregunta por el motivo. El dolor es más llevadero si se conoce su objetivo. El hombre en plenitud, no aturdido por la animalidad ni obcecado por el progreso material, necesita un Dios que no es el de Espinosa. Yo necesito un Dios que dé sentido a mi vida, e incluyo en mi vida todos cuantos males he podido conocer o sufrir. Un dios que me hable claramente, que se ponga a mi nivel, que ni calle ni me espante como a Moises[13]. Que abra mis oídos si están cerrados. Pero a ese Dios no se le encuentra, ni siquiera en la religión.

Dicen los afortunados que Él te encuentra a ti.

* * * Fin provisional * * *

 

 


[1] Arthur Schopenhauer.-  Lebensweisheit § 51 (Traducido por «Sabiduría de la vida» y por «El arte de vivir).-  «Alles, was geschieht, vom Größten bis zum Kleinsten, geschieht notwendig
[2] Días más tarde de haber escrito esto se me ocurre que esta actividad inconsciente de conocer y conocerse es un pálido reflejo de la actividad divina: una inteligencia pensándose a si misma. «y la intelección [del intelecto agente] es intelección de intelección«, Met. 1074b 21 – 34.[3] De 2008-2009

[4] Espinosa.- «Ética».- Apéndice a la primera parte.- «…imaginan y confunden imaginación con entendimiento…» .- .- pag. 102.- Alianza 2004.-

[5] No encuentro ahora la cita, pero Baruch está claramente a favor del argumento ontológico: La existencia es una perfección. La necesidad de la existencia de su «Dios», que es bien distinto del Dios al que se refieren los anuncios mediáticos, está defendida de un modo muy interesante en el «de otra manera» en la Proposición XI de la primera parte de le «Ética».- Edición mencionada pag. 56.-

[6] Espinosa.- «Ética».- pag. 402 de la edición citada.

[7] I Corintios 7, 31

[8] Sto. Tomás.-xxx.- «Deus est quodammodo omnia».- Summa Contra Gentiles Lib.3 Cap.109.- Citado por Kolakowski en «Si Dios no…» edición citada pag. 30.- Creo que la cita no es exacta.-

[9] No puedo precisar la cita de memoria.

[10] Espinosa.- «Ética».- pag. 401 y 402 de la edición citada.

[11] Parece interesante la connotación lejana con el budismo.

[12] Kolakowski.- «Si Dios no existe».- Tecnos 2007.- pag. 23.-

[13] Deuteronomio, 18,16.- «No vuelva yo a oír la voz de Jehová mi Dios, ni vea yo más este gran fuego, para que no muera.»

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Tal vez

Antes de que la mirada del lector, si es que lo hay, caiga sobre este escrito debo advertirle que lo que se edita contiene todas las palabras que escribió el autor, pero el tamaño de letra, los párrafos, las separaciones, los márgenes, son los que el azar ha determinado y tengo que decir que el resultado no me gusta, pero creo que me gusta menos aún el silencio, la agrafía, por lo que entrego este texto al destino. Si alguien esta interesado basta con que me deje en los comentarios su dirección y prometo que alguna vez lo veré y la enviare el texto en formato de world. Perdón por los pecados que no son míos. Los mios no son perdonables: no podía hacer otra cosa.

 

Tal vez sobre la soledad y la muerte.

(peri qa/natoj)

Enrique Gippini

«Vengo de no sé dónde,

Soy no sé quién,

Muero no sé cuándo,

Voy a no sé dónde.

Me asombro de estar tan alegre.»

Epitafio de Martinus von Biberach.

Desaparecer

Ni aún así se puede abordar de modo completo la meditación sobre la muerte. ¿Qué es así? Así es con cierta avanzada edad, con años de reflexión seudo filosófica en busca del consuelo de la razón y una imaginación todavía lúcida, en resumen, en el principio del final.

El planteamiento de la desaparición absoluta o la integración en un súper ente, ambas son incomprensibles y la consideración de su carácter inevitable produce una angustia tal que se siente un vértigo físico.

Como está inevitablemente programado, la juventud, ebria de vida, no puede abordar el problema de la muerte, sí el de la soledad, pero ésta es otra cosa. La imprescindible creencia en la supervivencia inmediata: «Mañana estaré vivo para hacer tales y cuales cosas», se extrapola y hoy se guardan cosas para el futuro, como si el futuro fuera existente y no un ente de razón de improbable cumplimiento. Y se extrapola más aún borrando de todos los planes una fecha de caducidad que no se desea conocer. Un joven no puede vivir si no es completamente sumergido en la conclusión lógica que se sigue: soy inmortal, o: vivo como si fuera inmortal y no puedo pensar en vivir de otro modo.

Supongamos un hombre que no cree en el futuro, que, en perfecta salud, piensa que se acaba su tiempo inmediatamente, y que, en consecuencia, no hace planes. Actuaría por decisiones inmediatas. Si no existiera mañana no habría ética ni moral, tal vez ni libertad, suponiendo que la libertad exista. Ni deseo de ocuparse más que de lo absolutamente imprescindible para satisfacer la necesidad inmediata. Este hombre no comprendería la amistad ni el amor, sería un depredador de su misma raza, estaría solo el tiempo que le tocara vivir. Sería un dios o una bestia. No es imaginable, no es posible una humanidad compuesta por sujetos así, sin aquella primigenia creencia.

¿Quién puede decir ahora que no es creyente si cree que despertará mañana?

Supongamos un plan

¿Por qué tenemos impresa en nuestra conciencia esta esperanza? Supongamos, un demiurgo que con un plan determinado crea un ente complejo al que llamaremos «Humanidad». No lo crea para que desaparezca inmediatamente: Caín mata a Abel, a Eva y a Adán, por ejemplo, porque tiene hambre o sed, o le da el impulso por ahí, y a continuación se muere de aburrimiento. El gran artesano crea la humanidad para llevar a cabo un plan. El demiurgo tendría buen cuidado de implantar en la conciencia de los hombres la creencia de que tras la noche viene otro día y otro día, y, como dice la Biblia[1]: «días sin termino». La valoración del mañana propio se traduce en que «debo conservarme» y se refleja pálidamente en la conciencia de que otros también deben pervivir. Y hay que convivir. La soledad comienza a ser un estado extraño. Conciencia de la muerte y soledad van juntas. La sociedad humana se fundamenta en la creencia en el mañana, en la inmortalidad provisional y en la experiencia de que en grupo se sobrevive mejor.

Si hay un proyecto a largo plazo es evidente que no se realiza únicamente con la vida de las generaciones presentes, es necesario que la sociedad humana perviva por encima de los individuos y la fuerza que mueve a la sociedad hacia su pervivencia es un instinto de conservación social. La sociedad tiende a conservarse por encima de los intereses personales.

De este potente condicionante de la voluntad surgen vectores que determinan el comportamiento de los hombres y que explican realidades tan importantes como el instinto de reproducción o el comportamiento heroico. El hombre individual está en el mundo para llevar a cabo aquello que es conveniente para la sociedad. Es el «zoon politikon», cuyo destino último es la integración en un absoluto mejor y más perfecto que el imaginado por Hegel, y, por supuesto, incomprensible desde el mundo natural.

Así que hay un plan y un principio y, seguramente un final. Es el modelo lineal agustiniano. El ejemplo, la vida del hombre: Nace y muere. Nace y muere en soledad.

Aunque la filosofía tomista defienda la creación de la naturaleza desde la nada, puede postularse que lo hace solamente refiriéndose al impulso creador primero, el big-bang de los físicos. Es posible, incluso probable que ese impulso sea la frontera entre la nada y el ser, entendiendo por «ser» no sólo todas las cosas, natura naturata, sino también el hecho de la existencia. Es difícil, imposible, explicar el mundo sin ese impulso inicial, y ese es la creación ex nihilo, pero después la bola está echada a rodar, y «Ex nihilo nihil fit«: ya no surgen más cosas de la nada, y no es necesario complicar más la teoría: «Entia non sunt multiplicanda praeter necessitatem«, d’Okham dixit. Y para que se de la evolución de la especie sólo hace falta un plan: el del demiurgo. «Comprender», en el sentido que daba Dilthey al término es una cuestión de fe filosófica, porque explicar la existencia de este plan no es posible. Fe filosófica o lógica: desde la naturaleza no se puede escribir razonablemente: «[] → p»: «Nada, entonces p».

Y si hay un plan, se deduce que hay un demiurgo. Es posible que la física lleve a la demostración de la existencia de Dios.

Un creador, un mundo, un destino. Un proyecto único definido y acabado de una irregularidad, tal vez un experimento. Un relámpago temporal en un universo detenido e inmenso, fuera del tiempo y el espacio. En ese relámpago somos humanos.

El mundo real y el transreal: la soledad como frontera

Especulación imaginativa pura, el universo, el todo, incluye un mundo físico, comprensible e inmediato y probablemente otro mundo, perfecto, infinito e incomprensible. La vida material es un pasar, en la amnesis (a/mnh/mwn), a través de una tempestad cuyos rayos y truenos son el tiempo y el espacio. Y el navío el propio cuerpo. Imposible recordar lo anterior si es que lo hubo. Discutir sobre la creencia de una existencia anterior es inútil, no hay argumentos que traspasen la frontera del olvido. Se puede estar más o menos de acuerdo con Platón y con los que defienden la preexistencia de unas almas eternas que entran y salen del mundo temporal, o, creer que un dios las crea en el momento del nacimiento o de la concepción, o incluso creer que no hay almas, pero no hay argumentos en este mundo para defender nada de eso: son creencias.

Que drama olvidar todo. Contaba Cunqueiro que cuando Décimo Junio Bruto, dispuesto a derrotar a los galaicos, llegó con sus legiones a la orilla del río Limia, los soldados creyeron que se encontraban ante el río Lethe, que nacía en el infierno, y que quien lo atravesara olvidaría todo. Bruto tuvo que ser el primero en vadearlo y llamando a sus legionarios por sus nombres desde la otra orilla les convenció de que no había olvidado nada… y así entró en Galicia. Desgraciadamente no tenemos a alguien que nos llame por nuestro nombre desde ese mundo transreal: ¿O sí? No sabemos de dónde venimos pero: ¿Será la muerte nuestro río Limia? ¿Olvidaremos todo? No hay soledad mayor que la del que olvida a sus seres queridos.

No parece justo, si es que la justicia de los hombres se perfecciona en el plan del demiurgo, no lo parece que se olvide todo, que los pensamientos que perfeccionan el mundo material se pierdan. Que la luz que procede de los sentimientos se apague. Pero los pensamientos y los sentimientos son de cada hombre y sólo de cada hombre. Esa combinación de productos químicos con la que se quiere explicar cada impulso de felicidad o tristeza es distinta para cada uno, personal y, como la verdad de Gorgias, intransmisible: se puede decir «Te quiero», pero no explicar que significa. Así que, en soledad, nos enfrentamos a lo desconocido, arrastrando, como si fuera nuestra sombra, a un fantasma inmaterial formado por el trasunto de nuestros recuerdos, especialmente de nuestros recuerdos de los sentimientos pasados. Esa es nuestra alma. La entrada en el trasmundo es una potencia-capacidad-virtud, sólo de ella. De ella sola. No del cuerpo. Y no podemos saber cómo. Tanto desean creerlo que las religiones más importantes prometen una presencia personal en la transrealidad. Claro que esto es sólo una esperanza, otra creencia indemostrable.

El cuerpo

Lo único que creemos conocer es nuestra corporeidad. Es la única verdad patente: tenemos un cuerpo… ¿Somos sólo un cuerpo? Realmente no. Es verdad que nadie puede presumir de haber asido con sus manos un sentimiento, un amor, un odio, un deseo, pero están ahí. No podemos darles magnitud física, pero sí les damos un lugar: el alma, cuya existencia tampoco podemos demostrar. En una particular interpretación del hilemorfismo, materia y forma son cuerpo y alma. Y el cuerpo es finito. Y las cosas que posee, esas que tienen un significado sólo para cada uno, son finitas. Y no sólo solos, sino despojados absolutamente de todo lo material vamos a ver desaparecer esa entidad física y posiblemente incluso nuestro Yo. Ya no podremos ser el hombre volador de la filosofía árabe, que privado de toda sensación tenía conciencia de su propia existencia… ¿O sí? Ese «sí» cumplido, que nos arrastra a la ilógica creencia, es nuestra esperanza. ¿Tiene el hombre cabida en el infinito con sus recuerdos? El hombre es también alma, aunque el alma sea una especulación pura e inmaterial. Y lo inmaterial se filtra más allá de las fronteras del tiempo y el espacio. ¿Será ese espíritu incomprensible lo más importante del hombre? ¿Hay hombre sin «res extensa«?

Dice Espinosa que Dios es extenso[2]. Si dice lo que parece, no estoy de acuerdo. La extensión es algo propio de lo temporal. Viene Espinosa de demostrar que Dios es una cosa pensante porque a él pertenecen todos los pensamientos, y dice que es extenso porque le pertenecen todas las extensiones. Espinosa está influido por la filosofía, de su tiempo, revolucionaria pero incapaz de independizarse completamente del concepto de Dios personal del tomismo. Posiblemente quería decir que dentro del infinito único y necesario, que es Dios, cabe todo, como ha analizado y demostrado en su opinión en toda la parte primera de la Ética. Es decir que somos parte de la natura naturata finita, pero también de la natura naturans porque ésta comprende a todo, y que cuando salimos de la temporalidad no podemos hacerlo a una «nada» metafísicamente imposible sino que nos integramos en lo infinito. Morir es desprenderse de las limitaciones temporales y espaciales y pasar a un mundo ilimitado, como entes ilimitados. Es imposible traducirlo a palabras, es como si al abrir los brazos pudiéramos contener junto a nosotros todo espacio y todo tiempo, e indistintos con todo lo demás componer una esfera, no símbolo de perfección sino perfección en si, «a/peiroj – on», sin límites no porque haya algo más allá, confuso, sino porque todo está incluso y el termino límite carece de sentido.

Y lo más estrictamente definible por sus límites es el cuerpo. Como un vestido acostumbrado es el más cómodo, y su uso nos define; éste vestido único para todo nuestro paso por la temporalidad acaba por convertirse en nuestra obvia identidad. Cuando un amigo aparece no vemos su alma, sólo su cuerpo. Y es alto o bajo, hombre o mujer, agraciado o deslucido. Así nos ven. Y también vemos alguien en quien apoyarnos, alguien, que de algún modo nos ama, pero, cosa extraña, es un cuerpo, ente físico regido por las leyes de lo material, el que parece hacerlo. Y vemos su rostro amable, sus movimientos acostumbrados, sus gestos de cariño, como expresión de cosas que sólo un alma puede vivir.

Perder la capacidad de relacionarse, porque toda relación ya está en acto, aterroriza, como espanta todo lo absolutamente desconocido.

Amamos el cuerpo y vemos como se va destruyendo. Necesito, como Kant, postular que el hombre es algo más que esto deleznable. Y necesito estrellarme una y otra vez contra la imposibilidad de saberlo. A pesar de que lo ignoro casi todo, como una mónada más, soy un reflejo del universo entero.

El lenguaje

«Una cuestión de lenguaje. Eso parece ser la vida humana. La vida de ese ser indigente, menesteroso, que no puede vivir sin los otros, pensar sin los otros. Al menos, eso es lo que decía el filósofo que descubrió para qué servían las palabras y qué se podía encerrar en ellas. Esa exigencia de compañía no sólo manifiesta la necesidad de lenguaje, sino la radical soledad de cada conciencia que encuentra, a través de las palabras y del amor, la posibilidad de engarzarse con sus semejantes. Apenas hay otros puentes entre seres «eternamente separados». El origen del lenguaje y del amor tenía, sin embargo, que desarrollarse sobre un principio de libertad que permitía ver el mundo y desatascaba de las palabras acartonadas, de las frases hechas, en las que se coagula la posibilidad de pensar.»

Así comienza un artículo de Emilio Lledó[3]. La cita es larga pero se puede justificar su presencia en este escrito porque en ella están resumidos sus principales motivaciones: Soledad, necesidad de la convivencia, el lenguaje como enlace necesario. Falta la muerte, pero ¿qué es ésta sino el cese de toda comunicación? Y hay una referencia a la libertad que en la divagación anterior se ha negado: No puedo escoger mi destino último, y lo que parece una elección en el actuar temporal posiblemente no es más que una fantasía. Pero soy libre de expresarme como quiera, incluso de hacerlo sin significado o en cacofonías. Hubo un tiempo en el que muchos pensadores cayeron en la trampa de restringir la capacidad de razonar a lo expresable lógicamente. Quizás esté en el propio Espinosa, con ese estilo tan propio de la derivación lógica, el origen de la moda de principios del XX de conceder toda la importancia al lenguaje y a su expresión en la lógica formal. Los códigos son imprescindibles para la transmisión de información, emisor y receptor deben reconocerlos e interpretar los mensajes, pero hay mensajes sin receptor definido, lanzados con un código tan flexible que parece inexistente: la voz del arte es así. ¿Cómo explicar los sentimientos que despiertan la música o la poesía? No se puede negar que en el lenguaje libre, en ese que se salta todas las reglas de la lógica, y que no se parece en nada a esa jaula que condiciona la vida que han descrito aquellos pensadores, hay una expresión de lo inefable.

El lenguaje rompe la soledad en el nivel de desarrollo social, pero, en lo más profundo el hombre piensa sin lenguaje: Intuye, comprende, siente, aunque no explique.

«De lo que no se puede hablar, es mejor callar…» No. Mientras dura la vida debe hablarse de lo inefable. La especulación fuera de las normas del lenguaje y de la lógica estricta es, quizás, la única esperanza, el único camino, de aproximarse a la comprensión de lo absurdo, o a la proposición de figuraciones que lo expliquen. La ficción revindica aquí su más noble fin. Y lo temporal su carácter de absurdo.

Recuerdo lo que me han dicho. Creo en lo que me han dicho, lo asumo. Construyo sobre aquello. Y, a mi vez, digo, cuento, escribo, para que otros sigan mi tarea, para que se cumpla el plan. Pero mi mensaje desaparecerá. El lenguaje callará. No habrá necesidad de él en el transmundo. No necesitaré decirte nada, amigo, hermano, porque seremos lo mismo y conoceremos todo. Pero yo desearía seguir hablándote: La ignorancia de una transrealidad «mejor» me hace intuir que la potencia actual es superior al acto futuro: ¿Es esto un pecado?

El amor de Dios

Como un guía profesional que ante la belleza más asombrosa repite su excelencia con una cantinela monótona mientras su pensamiento está ausente, Dios produce. Ese pensamiento lejano es Dios. Dios es acto puro. «Dios, propiamente hablando, no ama a nadie ni odia a nadie.«[4] La innegable existencia de un Dios filosófico, que no consuela. Incomprensible e inmóvil, del que, a lo mejor, emanamos ¿Es una maldición?

«Dios es amor, eso es así. Lo sabemos sólo porque lo amamos; pero que Dios exista en Sí mismo es una reflexión, y con frecuencia es superflua e incluso nociva. A la pregunta: ¿existe Dios en Sí mismo? Debo responder y responderé: sí, probablemente, pero de Él, de ese Dios en Sí mismo, no entiendo nada. Sin embargo, no me sucede lo mismo con el Dios-Amor. A Él lo conozco con certeza. Él lo es todo para mí, la explicación y el objetivo de mi vida[5] Tolstoi era un «homo religiosus» que escribía esto en su Diario. De ese Dios con pasiones se ocupan las religiones. Pero todavía queda mucho por recorrer hasta llegar a ellas.

Aquí sólo queda el misterio: «Y el que estaba sentado en el trono dijo: -«Todo lo hago nuevo«.»[6]

* * *

Diciembre 2008.-



[1] Una frase del salmo 23

[2] Ëtica II, proposición 2ª

[3] Emilio Lledó.- El País, Babelia , 22/11/2008.-

[4] Espinosa.- Proposición XVII, Corolario.- Alianza 2004 pag. 402.-

[5] Tolstoi.- «Diario»

[6] Apocalipsis 21, 3-5.- la cita completa es: «Escuché una voz potente que decía desde el trono: -«Esta es la morada de Dios con los hombres: acampará entre ellos. Ellos serán su pueblo, y Dios estará con ellos y será su Dios. Enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto ni llanto ni dolor. Porque el primer mundo ha pasado.»

Y el que estaba sentado en el trono dijo: -«Todo lo hago nuevo«

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eros, philia, ágape, ¿caritas?

Inserto a continuación un apunte sobre eros que hice en el 2006. No es el sitio más apropiado, pero lo hago con la intencioón de que los tertulianos del «Comercial» que deseen leerlo puedan hacerlo. Es bastante «académico» y no se si «bueno» o útil… pero no tengo otra cosa sobre el tema: Perdón. Además no puedo cortar el texto por alguna misteriosa circustancia.

El mundo como tarea: alcanzar la Belleza

Enrique Gippini

Hubo un hombre llamado Heráclito de Éfeso, nacido probablemente 540 años antes de nuestra era que ya había determinado que todo está compuesto por opuestos en guerra:

«Conviene saber que la guerra es común a todas las cosas y […] todas las cosas sobreviven por la discordia y la necesidad«. (Fragmento 211 Kirk- Raven pag. 282)

Debo confesar que este planteamiento, el de «la guerra es el padre y el rey de todas las cosas» (F. 212), durante mucho tiempo, me hizo relegar al bueno de Heráclito, colocarlo en el apartado de los apocalípticos, con su «pur» a cuestas.

(más…)

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DESAFORISMOS

Si no podemos vislumbrar el paraíso es porque desde donde nos situamos no podemos alcanzar a verlo, es decir, haciendo lo que hacemos no conseguimos fabricarlo.


El infierno somos nosotros


Lo único que se lleva la muerte es aquello que nos hemos guardado y que no hemos podido dárselo al mundo. Todo lo que se da al mundo ha sido robado a la muerte; de esta manera conseguimos rescatarlo del tiempo y lo hacemos eterno. Lo que nosotros robamos a la muerte es nuestra vida. Y puesto que sólo viviendo podemos robarle algo a la muerte, vale la pena que lo que le robemos acabe siendo preciado.


Todo hombre que ha pasado por el mundo merece una novela.


Ver mejor en lo visible para así conocer el significado de lo invisible, esa es la tarea del espíritu.


Me levanto de la siesta con la viva sensación de que el asana más importante del yoga es la figura del durmiente, de que toda la vida es un único y continuado asana que apenas sabemos perfilar.


Somos uno de los espejos en los que se refleja el mundo. Nuestra tarea es no permitir que se deforme el mundo en nuestro propio espejo.


Sobre cómo serán desplazados los dioses verdaderos por otros falsos. Entra dentro de lo previsible y se puede atisbar dentro del panorama que se va dibujando en el futuro, que a fuerza de comer como una máquina (y junto a máquinas comer comida-máquina), de trabajar como una máquina junto a las máquinas fabriles y cibernéticas y de hablar como una máquina junto con máquinas altoparlantes, el hombre mismo acabará transformándose indolentemente en una máquina más, con pensamientos y sentimientos cada vez más maquinales, con una pura vivencia de máquina en un mundo exclusivamente artificial y prefabricado del que será expulsado todo vestigio de vida orgánica, toda presencia de la madre natural; entonces habremos finalmente quedado huérfanos, al mismo tiempo que matando a la madre nos habremos convertido en irresponsables padres engendradores de una progenie de hombres-máquina, el anuncio, el advenimiento de una nueva edad de hombres dioses que se habrán olvidado para siempre de la verdadera divinidad de su naturaleza humana.

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Avances en neurología

Campos magnéticos y responsabilidad

Estos días los avances en neurología están propiciando una conciencia borrosa de la naturaleza -por otra parte inexplicable – del hombre. No se trata de algo novedoso, el funcionalismo o mecanicismo, el considerar el ente animal como un conjunto de complicados mecanismos, tuvo una gran difusión ya en el XVII y nos dejó una bonita colección de dibujos en los que se interpreta así el cuerpo humano: engranajes, bielas y poleas. Este intento de explicar la carne como metal tiene un paralelismo con la subterránea conciencia creada acerca de la no trascendencia del ser humano. Parece que la ciencia más tarde o más temprano lo explicará todo: ¿Los sentimientos también? ¿Sólo una combinación de sustancias químicas identificables será capaz de explicar el heroísmo, el amor, la poesía…?

Es aquello de conocer perfectamente el mecanismo del reloj y no saber la hora.

El hombre es un ser cuya corporalidad no puede ser obviada pero que es finita, se acaba.

Reducir el hombre a su cuerpo es un insulto porque todos los pensamientos que surgen de cualquier modesta inteligencia componen un mundo, de algún modo imperecedero, independiente del cuerpo que se marchita y devuelve su mota de polvo al universo.

Se podrá manipular el cuerpo, se le podrá hacer sentir tanto placer, dolor o desconcierto cuanto imaginen e investiguen los científicos: también se puede poner arena en los frágiles engranajes del reloj, pero el sueño de libertad del común de los mortales, sentido en la química del cuerpo, siempre tendrá esa sustancialidad inalcanzable de los sueños.

Pueden los cuerpos de los predicadores gritar que los cuerpos son responsables de las consecuencias de sus actos. U otros predicadores susurrar que cuando se acaba la biología se acaba todo. Todos quieren explicar todo y ninguno osa enfrentarse al absurdo.

El absurdo es muchas veces el camino hacia la verdad: el cuerpo del hombre se sueña libre cuando está absoluta y heterónomamente determinado. Que un ser finito y condicionado, y por demás contingente, se sueñe eterno, feliz y libre es absurdo, como es absurdo intentar comprenderlo. Y ese es el comienzo de un camino que sólo tiene su fin fuera del cuerpo. Después de la biología tampoco habrá filósofos.

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