Comportamiento animal

 

Me gustaría escribir periódicamente en una sección que se titulase el comportamiento humano o algo así. Quizás se debiera titular “Comportamiento Animal”, pues somos animales, ¿quién lo duda? Una sección que se basase en noticias publicadas en la prensa española. Noticias sobre el comportamiento humano. Vistas por un marciano. Pero no me voy a hacer ni el loco ni el marciano. Noticias sobre el comportamiento de mis semejantes desde un punto perplejamente humano. Bochornosamente humano. Signos mercuriales que colocan el termómetro moral de la humanidad por debajo del cero, con el corazón helado y a punto del paro cardíaco. Noticias que colocan a especimenes humanos por debajo de nuestra escala humana, apenas un minúsculo palmo por encima de las otras especies, gusanos incluidos. ¿Qué culpa tendrán los pobres gusanos de que algunos hombres se les parezcan? Para no escurrir el bulto, diré que yo muchas veces me miro al espejo y me encuentro un enorme parecido con esos bichitos.

 

La sección se me ocurrió hace tres semanas, aproximadamente, con motivo de una noticia ocurrida en un pueblo dormitorio de Madrid, ya no me acuerdo de qué pueblo y se me han olvidado los detalles de la noticia. Más o menos, sucedió así: Un hombre cae al suelo mientras va paseando por un parque. Le ha dado un infarto. Afortunadamente no está sólo. Afortunadamente hay un ambulatorio cerca. Afortunadamente un familiar corre al ambulatorio para que algún médico vaya a socorrerlo. Pero desgraciadamente para el infartado, los médicos tienen otras ocupaciones. No pueden dejar su trabajo, que es atender enfermos. Su obligación profesional es atender enfermos dentro del  ambulatorio. En resumidas cuentas, los médicos siguen con su trabajo muy profesionalmente y ningún médico quiere dejar su consulta ambulatoria, ningún quiere ambular por los parques de Madrid salvando vidas cuando es necesario salvarlas. Y los médicos siguieron con su trabajo. Tal vez porque no había médicos hipocráticos sino médicos hipócritas que dicen llamarse médicos. Se debió montar un trifostio y, al final, alguno de los que se llaman  médicos pensó que tenía que dar su limosna diaria, hizo de médico de familia y fue a visitar a nuestro enfermo, que a la sazón era ya cadáver. Porque ya había pasado más de una hora.  Aquí no voy a hacer más comentarios.

 

La sección que quería inaugurar con esta noticia debía ser semanal. Pero llegué a dudar de que la actualidad nos pudiera abastecer de esos ejemplos de comportamiento animal con tal periodicidad. La verdad es otra. La verdad es que me engaño, porque no tengo ganas de comprometerme con una sección semanal. No tengo ganas de trabajar. La pereza que da escribir. Pero no nos engañemos. La sección podría ser diaria. Tal vez una tirada matutina y otra vespertina, con distintas noticias. No tendría que buscar mucho. El hombre da para mucho. Más que otros animales. No tiene desperdicio. Hoy, por ejemplo, sin ir más lejos. Imagínese que va en un trasatlántico, que usted el domingo día 5 monta en el trasatlántico que zarpa de Barcelona y que se lo está pasando en grande, con tanto daikiri y cocoloco y con tanta baño en la piscina olímpica, tanto horizonte marino y tantas compras por Alicante, Túnez y Trípoli, y tanto escala portuaria que nos acaba mareando  como si fuese un tiovivo. Y de repente, a la altura de Malta, la tragedia para el turista que se tiene que levantar de la tumbona porque a alguien se le ha ocurrido desgarrar el sacrosanto silencio con el grito escandaloso de “hombre al agua”. Al principio, el hombre duda: un hombre al agua da para una aventura. Y una aventura es el destino utópico que todo turista anda deseando en su imaginario. Pero llega hay un momento en que la aventura se vuelve desventura: “se veían a lo lejos puntitos naranja en el mar, que desparecían y volvían a aparecer entre las olas”. Eran negritos de Eritrea a los que muchos les hemos estado mandando el dinero del domund. Muchas aventuras se pueden transformar en  una gran desventura. Sobre todo cuando la desventura ajena puede ser tu desventura. “Una cosa es verlo en la televisión y otra, en la realidad. Levantaban las manos pidiendo auxilio y no podíamos hacer nada. Rescatamos a 12, a algunos ya no pudimos salvarlos”. A los otros náufragos, dice la crónica de hoy en el país, se los trago el mar. No pretendo ser duro. Sólo quiero hacer un juego de palabras: Yo pienso que el mar tal vez se debió haber tragado a alguno de los pasajeros; tal vez alguno de esos náufragos que se tragó el mar se merecía estar en una tumbona. Tal vez el mar no se los tragó. A veces las apariencias nos engañan. Tal vez quien se tragó a aquellos náufragos fue alguno de los pasajeros que los miraban con desprecio. “Perlas del mediterráneo”. Así se llama el itinerario ideado por la  compañía naviera. ¿Pero qué ocurre cuando uno de esos turistas que andan buscando perlas encuentra unos garbanzos negros?  Naturalmente, la pataleta. Naturalmente a uno le han vendido que sólo debe tener contacto con perlas y no debe comerse los marrones de los garbanzos negros. Me gustaría verlos, quedarme con las caras de esos turistas típicos que estaban molestos por perder tiempo, me gustaría observar sus modales y memorizarlos, ver las caras que se les quedó cuando se enteraron de que el trasatlántico ya no hacía escala en Cerdeña porque el viaje había dejado de ser de placer, me gustaría saber con qué tono de voz amenazaban con presentar reclamaciones a la compañía, con qué despectiva mirada miraban a los 12 supervivientes que les habían echado por la borda su viaje idílico en busca de algunas perlas por el mediterráneo. Se produjeron “situaciones tensas” entre pasajeros que creían que se estaba haciendo lo correcto y otros que hubieran preferido no rescatarles, dice la crónica. Y acaba con una frase que me sobresalta: una portavoz de la empresa, continúa diciendo la crónica, se mostró ayer sorprendida por la actitud de esos pocos pasajeros. “No sé que van a reclamar. El capitán estaba obligado, también por ley, a ayudar a los náufragos”. Menos mal que hay leyes. Pero y ¿si no las hubiera? No quiero ser mal pensado, pero es que hoy en día resulta tan fácil ser malpensado que me dejo caer en la tentación, amen. Si no las hubiera, si no hubiera leyes…, los intereses económicos dictarían a la conciencia del capitán lo que tendría que hacer. Lo peligroso es que una portavoz de la empresa se escude en leyes para justificar una conducta moral basada en el sentido común más obvio. Es también un signo más del descenso vertiginoso en la temperatura de ese termómetro moral. Es ese tipo de noticias que nos acaban helando la sangre.

 

Pero no quiero ser pesimista. No quiero ser pesimista, así que también quiero dejar constancia de la otra cara, la del párroco de Albuñol, Gabriel Castillo, que alojaba en su propia casa a inmigrantes indocumentados, senegaleses de fe islámica que dormían en la calle en pleno invierno. Y el cura se los llevaba a dormir a su propia casa -eso si que me da envidia, ese tipo de cosas que me gustaría hacer y que nunca hago-. Aunque ya se sabe que no hay que ser extremista cristiano o extremadamente cristiano, porque enseguida toda cara tiene su cruz, la del arzobispo de Granada, que enseguida lo ha trasladado de localidad para que se vaya con su música celestial a otra parte. Aunque ya se sabe que toda cruz tiene su cara,  la de los 18 vecinos que se han encerrado en la iglesia bajo huelga de hambre para hacer cambiar de opinión al arzobispo. Los tiempos están cambiando. Antes los cristianos iban misioneramente a los senegaleses. Ahora los senegaleses vienen a los cristianos. Se me ocurre una idea: que hospeden a los senegaleses en el palacio arzobispal. Así se habrá eliminado un problema y los senegaleses mejorarán sus condiciones de vida: vida palaciega  a cuerpo de arzobispo.  Se me ocurre otra idea. Que promuevan a Gabriel Castillo al arzobispado y que trasladen al arzobispo al lugar donde iban a desterrar a Gabriel Castillo. Bastan unos ínfimos cambios para mejorar el mundo. Lo malo es que el mundo no se deja cambiar tan fácilmente.

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Una respuesta a “ Comportamiento animal ”

  1. Tupacalos dice:

    A veces el pesimismo te invade, o la deseperación, como la que produce la oscura locura de ese padre que ha disparado un tiro en la cabeza a una niña de 18 meses. Ni ese hombre ni los pasajeros que no querían perderse su visita a Cerdeña deben ser de la misma humanidad que yo.
    Gracias Pobrecito hablador por agitar el árbol de las conciencias.

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