Ápeiron

Comprender

 Comprender

Dice un hipocrático adagio que la función del médico es curar, si no puede hacerlo, aliviar, y, si tampoco puede, consolar.

De aquí debían aprender los filósofos.

Si no puedo explicarme por qué he de pasar el largo y oscuro pasadizo que me sacará de la temporalidad, al menos, la razón debe ayudarme a comprender cómo son las cosas. Comprender. Función maravillosa de la razón esbozada por Dilthey, reconocimiento de aquel uso regulativo que hacía Kant para decir que el pensamiento, como resultado del uso de la que «pide por el todo», llega mucho más allá que la lógica. Comprender. El día que comprenda todo, si eso fuera posible, habré alcanzado el nirvana. Aunque no me explique nada.

Los que, por casualidad, no nos hundimos en el ruido del hoy, tratamos de aliviar el desconcierto de las preguntas intentando comprender. Que no es explicar, ni entender. Es dejar resbalar el pensamiento sobre la duda como la mano extiende el aceite sobre la piel quemada por el sol. Y parece que todas las piezas se unen. ¡Qué absurdo! El recuerdo de una broma también se une: El «Gnoseyon», aquella superficie irisada sobre la que caen las ideas para convertirse en recuerdos y resbalan hasta caer en el olvido.

Todo lo que nace muere, dice el Buda. No es necesario contestar a las preguntas para alcanzar el Nirvana, es necesario no hacerlas. «Si respetáis los mandamientos, en lugar de renacer otra vez en esta dolorosa tierra renaceréis en el infinito, que produce la beatitud» (Camino a Benarés en compañía de Yasa [142]) ¿Para qué intentar comprender qué es el infinito? Pero todas las reencarnaciones tienen un fin: salir del tiempo. La rueda del tiempo se rompe, o tal vez es mejor pensar que está «en otro sitio», en lo finito, que está dentro y fuera. Pero «el fuera» tiene un final: El mahayana dice que todos los hombres adquirirán la condición de «buda», iluminado.

Los resultados del esfuerzo realizado por algunos hombres tocados por el dedo del destino quieren ser un bálsamo. Espinosa y su comprensiva naturaleza, «natura naturans», que todo lo abarca y se refleja en el tiempo como «natura naturata» que regresa continuamente. Si no lo he entendido mal, para él la naturaleza en el tiempo es como los puntos suspensivos en un escrito.

Nietzsche se quedó anclado en la realidad. Su eterna rueda, de infinitas repeticiones idénticas, se reduce a una: una noria flotando en el tiempo como los planetas en el espacio, cayendo sin caer porque todo está dentro del infinito. Que pena que su rabia no le dejara levantar la punta del velo de Maya, como hizo Kant, y le hiciera intuir que todo lo real, hasta su rueda, es contingente, y «comprender» que más allá de la contingencia está el infinito de lo inexplicable.

Esperemos la liberación universal que predicaba Buda, el final del camino lineal de Agustín de Hipona, que tuvo su principio y tendrá su final justo. Y, seamos sencillos, hagámoslo admitiendo que no entendemos nada pero que el amor que predicaba Pablo de Tarso, amor a algo intangible e inimaginable, es decir, absurdo, nos puede hacer comprender nuestra propia, pequeña y contingente vida. Y muerte.

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