Ápeiron

Intenté escribir una carta

 

Intenté escribir una carta

«Es el amor, lectores y hermanos míos, lo más trágico que en el mundo y en la vida hay; es el amor hijo del engaño y padre del desengaño; es el amor el consuelo en el desconsuelo, es la única medicina contra la muerte, siendo como es de ella hermana

Unamuno. «Del sentimiento trágico de la vida» VII (inicio)

Pues se me ocurrió escribir a XX, o YY, o ZZ, porque podría haber escrito a cualquiera de ellos, por la polinomía de mi amigo, que como el ilustre danés, según lo que sale de sus caletres así firma, pero siempre es el mismo, como todos somos el mismo siempre, aunque aparezcamos distintos según la luz de la linterna que nos alumbra. O sea, que los recuerdos deben ser casi los mismos… eso quería decirle, no porque él tuviera necesidad de consuelo sino porque me consolaba a mí, y me servía para reafirmar mi carácter… o eso creía yo en el momento en que pensé escribirle, que fue en ese momento lúcido que hay entre el sueño y la vigilia, cuando, casi despierto, sueñas con un escrito perfecto, que va a ser eficaz para el fin que acabas de soñar, sea el que sea, conseguir un aumento de ingresos o un beso de la mujer amada; lo de los ingresos no necesita explicación, lo de la mujer si, porque no está tan claro que amar a una mujer sea que ella te ame.

Y todo esto me vino porque después de aquella charla con VV, que era el mismo también, cayó en mis manos un largo cuento de Cortazar que se llama «Ciao Verona» que iba de lo pobrecitos que podemos ser los hombres, enredados en las maniobras de una mujer amada, si ella no te ama. Y lo ciegos que estamos para ver muchas cosas… que ella ame a otro, que sea lesbiana, o simplemente que no le caigas tan bien como para quererte los treinta y seis meses que dura el amor, y, lo peor, si le caes lo bastante bien como para que te soporte como «amigo». Claro que hace falta ser o estar un poco masoquista para aguantar una semana mano a mano, dos puertas de hotel por medio. Ciego, decía, ciego para no darse cuenta de que no hay futuro, que decía San Agustín que es esperanza, y que si no hay esperanza más vale el ataque directo y la derrota flagrante que la caballerosidad, la comprensión, el dominio de los instintos. Claro que habrá mucha gente dispuesta a defender lo de la caballerosidad, especialmente mujeres, pero sospecho que de los caballeros queda un recuerdo piadoso: pobrecitos, mientras del varón poseído por la pasión, que se propasa un poco y otro poco que le ayudan a propasar y se llega donde se llega, y se repite… digo yo que no será por disgusto, aunque lo que queda en vez del sentimiento piadoso es una culpa, que es como una cicatriz de esas que se exhiben o se ocultan pero con orgullo: «yo desaté esta pasión», lo que es un mérito. ¿O no? Mérito recóndito, no sea que se entere quien no debe.

Pero el que es caballero es caballero y no sirve para desatar pasiones, o sí, pero con poco futuro, pues el respeto de la duda conduce a la amistad y, ¡Ah!, ya lo dije: lo peor es «ser amigo». Yo he tenido muchas amistades, claro no ahora sino allá en la noche de los tiempos, y eso significa casi lo peor. O sea, UU, que no te preocupe eso que me contaste: siendo guaperas y caballeroso seguro que tendrás infinitas oportunidades de hacer amigas. Y de superar desamores. O decir que los has superado, de uno en uno. Pero pasiones correspondidas… ¡Ay!, como los placeres, que hay pocos y hay que cazarlos al vuelo. Una ardiente pasión es lo más estresante que ha inventado el demiurgo y creo que es algo que te puede destrozar la vida, pero: ¡que atracción!

De pasiones unilaterales convertidas en amistades y de cómo, sin querer, puede romperse una amistad es de lo que quería escribir a WW, por aquello de que viera que las desgracias no sólo le tocan a él y que lo peor es que, después de caballero, se puede quedar mal si uno es sincero e inocente.

Como lo que le ocurrió a otro amigo, y no se si es verdad o mentira, porque no siempre se dice la verdad, es más, es conveniente no decir toda la verdad, sería horrible; esa manía de decir la verdad, que además nadie sabe qué es, podría cargarse a la civilización si se pusiera en práctica. Pero me contengo, no voy a pensar más en la verdad, pero que quede claro que es peligrosa. Al fin yo sólo quería advertir que las pasiones pasadas están mejor en el recuerdo profundo, que casi es olvido. Y también que no debe aprovecharse la amistad para revolver en las cenizas porque la polvareda que se levanta puede llegarte a los ojos. Vamos, que la intimidad sólo debe tenerse con quien se quiere y te quiere, y entonces es como imposible que ofenda.

Superada la verdad, la anécdota, que quería transmitir a JJ, es bien sencilla. Ese amigo común tuvo una pasión unilateral, tratable como enfermedad psíquica. Al principio tenía ciertas esperanzas pero le rompieron la relación. ¿A quién no le han roto una relación? y se quedó hecho polvo, pero, con esfuerzo logró superarlo y, en su mente, comparó su ilusión perdida con el brillo explosivo de los fuegos artificiales… Es una buena metáfora: Brillo, asombro, ruido ensordecedor y brevedad, es decir, pasión. Y el resto, lo que quedó después, como lo que queda de los cohetes: restos chamuscados, cenizas al fin.

Como si fuera normal, tras aquella fallida pasión quedó una bonita amistad. Claro que él no hubiera llamado bonita a lo que quedó: una confianza que permitía conocer las pasiones más o menos logradas de su heroína. Y creyó, se creyó con el derecho de comunicar su estado de ánimo. Sintiéndose poeta vertió toda la amargura del amor frustrado en un poema. Nada más nefasto para la amistad que la poesía. Por eso yo nunca escribo poesía, es demasiado fuerte, sin querer contiene más verdad de lo conveniente, pero el que es poeta es poeta, como el que es cabalero es caballero y parece que si los segundos no pueden tener pasiones, los primeros no pueden tener amigas, excepto si evitan leerles las poesías.

Pues nuestro amigo común había escrito la siguiente composición:

Cohete de feria…

Estela de luz que asombra.

Junco, ayer verde, hoy chamuscado,

basura de los tejados,

canuto de papel tiznado…

            *          *          *

Volviendo a ser niño, he corrido

tras el leve trazo de tu chispa

cayendo hacia el rincón.

Me ha ilusionado tu olor, acre,

y tu huella oscura en mis manos.

Aquel junco que te guiaba

ha sido, para mí, espada.

Tu recuerdo agudo e instantáneo

ha cortado mi alma.

            *          *          *

De tu estela, sólo el recuerdo:

mal olor, tizne, un palo sin valor…

Pero te echo de menos, amor.

No se que parecerá al común, a mí me parece que la pasión teóricamente superada, aunque parezca muerta, no es buena inspiración. La poesía se convierte en frases inanes si no es capaz de transmitir el sentimiento que la produjo, y las pasiones privadas son imposibles de transmitir. O sea, que el verso es malo. Lo que no quiere decir que no contenga verdad, más verdad de lo conveniente. Es que no se debe decir mucha verdad.

Definitivamente no debió enseñarle el escrito a la dama de sus ex amores, y menos en persona, pues acabada una lectura rápida, a casi oscuras, en un pub, que es el sitio donde, contra toda lógica, las pasiones frustradas suelen reunirse, se levantó, le fulminó con la mirada y le dejó con su guiski y un «brandy con ginger ale» sin tocar, como si el escrito hubiera hecho referencia a ella. Ya se ve que las mujeres son incomprensibles. ¿O no?

Bueno, esto es un lío, así que se lo mandaré tal cual a XYZ, porque entre otras cosas me siento incapaz de ordenar y reescribir la carta empezando por: Querido ABC…

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