Ápeiron

Persona triste

Vivo en el vientre de mi madre y soy feliz, estoy rodeado de agua, mi cuerpo se siente relajado, las caricias que traspasaban a través de su piel y sus palabras dulces, hacen mi estancia muy agradable. Quiero vivir para siempre así, que mi madre sea siempre para mí, que nada se interponga entre nosotros.

Pero oigo conversaciones, que ha llegado el momento, que sea un parto feliz, no lo entiendo muy bien, espero con ansiedad el significado de estas palabras. De pronto, las aguas calmadas se vuelven turbulentas, aunque no veo, noto una corriente de aire, mi cuerpo se desliza hacia esa abertura – mamá no quiero salir – una idea tengo, me doy vueltas en la marea, pongo atravesadas las piernas y ya no salgo mamá. ¿Qué oigo? ¿qué ha pasado? era un parto normal, – deprisa, hay que hacer una cesárea- , el feto venía de cabeza, pero ahora está de nalgas – ¡qué lenguaje!-, cesárea, nalgas. Bueno, yo a lo mío, a resistir. Oigo –hay que hacer cesárea, no hay tiempo- . Ruido de metales, silencio, -¡mamá, háblame!-, -¿qué pasa?- Salgo por el túnel, qué frío, qué inhóspito. Veo figuras difuminadas, todas de blanco, pero no oigo la voz de mi madre, solo la palabra – ha muerto –

Las palabras en mi cabeza se me agolpan, “cesárea”, “nalgas”, “deprisa”. – He matado a mi querida mamá –

Me crié con mi abuela materna, me miraba y su rostro se cubría de lágrimas y decía – tienes los mismos ojos que tu madre –

Siempre fui un niño triste, nadie comprendía mi tristeza, colmado de cariño, juguetes.. nada me hacía feliz, en mi interior siempre era la misma respuesta – has matado a tu madre-

Debido a mi tristeza visité varios psicólogos, ninguno acertó en el diagnóstico, yo solapaba mis respuestas para que nadie entrara en mis pensamientos. No tuve apenas amigos, era triste, a nadie confesé mi tragedia.

Pasaron los años, mis estudios los encaminé hacia la medicina. Mi meta era convertirme en tocólogo y se cumplió. Me dediqué en cuerpo y alma a mi profesión, no podía consentir que ninguna madre muriera al dar a luz. Cada vez que salvaba vidas mi rostro se perlaba de sudor frío, pensando en mi madre. Mi mente me repetía, – ¿mamá, me has perdonado?- .

Sigo siendo una persona triste. Necesito ayuda psicológica, no puedo vivir así.

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