POETAS 19. Joseph Brodsky (POEMAS DE NAVIDAD)

Joseph Brodsky -para los rusos, Iósif Brodski- nació en Leningrado el 24 de mayo de 1940 en el seno de una familia judía, abandonó la escuela siendo adolescente y se educó de manera autodidacta. Su apatía y desencuentro con la sociedad soviética le llevó a ser acusado de parasitismo social, siendo deportado en 1964 a una granja colectiva, donde fue obligado a acarrear estiercol durante un año y medio -había sido condenado a cinco años, pero finalmente le llegó el indulto-. Antes de abandonar Rusia para siempre en el año 1972, se ganó la vida trabajando en una fábrica, en un faro, en un laboratorio de cristalografía y en una morgue, y durante un tiempo se dedicó a viajar por toda la Unión Soviética como  vagabundo, haciendo honor a la fama de parásito que se había ganado durante su célebre  juicio. El juez le había acusado de llevar una vida de vago, de saltar continuamente de trabajo y de no buscarlo cuando se quedaba sin empleo. Brodsky trató de defenderse alegando que se mantenía ocupado escribiendo poesía. Cuando el juez le preguntó que qué hacía por su patria, Brodsky le contestó: “escribir poemas, ese es mi trabajo. Creo que lo que escribí será útil a la gente, no sólo ahora, sino para futuras generaciones”. El inquisidor le preguntó, a su vez,  burlonamente, que quién le había dado el nombre de poeta: “No lo sé.., Dios tal vez”, fue la insolente respuesta de Brodsky.  Durante los años que siguió residiendo en la URSS después del juicio, llegó a ser examinado con lupa por las autoridades, que se sentían ofendidas por todo lo que hacía. A pesar de que tuvo una relación de simpatía con los disidentes, Brodsky jamás fue perseguido por otra cosa que por escribir poemas. En la primavera de 1972 le abrieron la puerta para que se marchara, aprovechó su oportunidad y aterrizó en Viena. Después de una temporada viajando por Europa acabó como profesor en una universidad americana.  En Michigan primero, mas tarde en Nueva York. Conocida fue su relación con Susan Sontang. Antes, en la URSS, con la joven pintora Marina Basmanova, con la que tuvo un hijo, y a  la que dedicó encendidos poemas de amor.  También fue conocido su desencuentro con sus propios compatriotas en América, su paso desde la lengua rusa a la inglesa. En este último idioma escribió algunos ensayos sobre los poetas que admiraba: Marina Svetaieva, Anna Ajmátova, Osip Mandelstam, Auden, Robert Frost. Tal vez por su capacidad para expresarse en inglés, y por el eco de la perestroica, y por buen poeta, se le concedió el premio «Nobel» en 1987. Alguna vez comentó que de haber seguido viviendo en Rusia hubiera escrito seguramente más poemas, pero  hubiera vivido  menos, dado su accidentado historial médico: el primer infarto lo tuvo en 1976, el último en 1996. ”Si no puedes fumar un cigarrillo con el café de la mañana -declaró una vez- no vale la pena levantarse”. Así que no trató de alargarse demasiado. 

Aunque ya un poco a destiempo, se deja aquí una selección de poesía del libro publicado por la editorial Visor con el título de «Poemas de Navidad», traducido por Svetlana Maliavina y Juan José Herrera de la Muela, a los que se agradece su labor. Este libro recoge los poemas que Joseph Brodsky escribió ritualmente a lo largo de los veinticinco últimos años de su vida. La traductora Esvetlana Maliavina, en consonancia con el lugar preeminente que concede al concepto de vacío en la vida y en el arte de Brodsky, interpreta el significado de estos poemas de Navidad como «un intento por superar la luz, pues sólo mirando fijamente en la oscuridad se puede distinguir la estrella, lo que de manera natural supera el vacío y lo que, en la poética de Brodsky, se convierte en un signo esencial de la esperanza y del equilibrio. Los pasos necesarios, según la lógica del poeta, consisten en sumergirse en la oscuridad y en la desesperación, en el absurdo y en el caos, en acomodarse poco a poco a ellos y asimilar conscientemente una topografía que, aparentemente, no es de este mundo, aunque pronto se revela como el mapa misterioso de una conciencia que se ha hecho mayor, una nueva conciencia que siguiendo un camino inexpresable -los poemas son el canto del trance del poeta pero no el trance mismo- nos conduce a la luz y a la armonía».

*****

CANCIÓN DE CUNA

No te tuve en el desierto
al azar:
no había allí nadie,
ni el zar.

Buscarte allí fue en vano.
En el desierto
hay menos espacio que frío
en el invierno.

Unos tienen muñecos, pelotas,
la casa llena.
Tú, para tus juegos de niño,
toda la arena.

Acostúmbrate, hijo mío, al desierto
como a tu destino.
Dondequera que estés, en él ahora
has de vivir.

Te amamanté con mi pecho.
Y éste
acostumbró tu mirada a la soledad,
y se llenó de ella.

Aquella estrella a pavorosa distancia
acaso aquí vea mejor
de tu rostro
el resplandor.

Acostúmbrate, hijo mío, al desierto:
bajo tu pie,
no hay otro suelo firme,
sino él.

Allí, el destino está ante la mirada,
a plena luz:
a la legua se distingue la montaña
por la cruz.

Es grandioso y solitario -!No son humanos
sus caminos!-
para que vayan pasando
los siglos.

Acostúmbrate, hijo mío, al desierto,
como el polvo
al viento, sintiendo que tú no eres
sólo un cuerpo.

Acostúmbrate a vivir con el misterio:
este saber, tal vez,
podrá ayudarte en aquel vacío
sin límites.

No es peor que el de aquí: tan sólo
dura más;
Y el amor hacia ti demuestra que tienes
en él lugar.

Acostúmbrate, querido, al desierto
y a la estrella
que con su incandescente luz
todo lo deslumbra,

como el candil que recordando a su hijo enciende
en la hora tardía
Aquél que lleva en el desierto
más tiempo que nosotros.

Diciembre de 1992

*****

Cae la nieve dejando al mundo reducido.
En esa época, se dan al desenfreno, los Pinkerton,
y te descubre a ti mismo, de cualquier manera,
la huella impresa en ella con descuido.
Esos hallazgos no exigen tributo.
Silencio por todo el barrio.
!Cuánta luz se metió en ese trozo de estrella
al llegar la noche! Tanta como fugitivos en una balsa.
No te ciegues, !mira! Tú también eres huérfano,
Desarraigado, canalla, estás fuera de la ley;
no busques, porque nada tienes. De tu boca,
como de un dragón, salen bocanadas de humo.
Mejor será que reces en voz alta, como un segundo Nazareno,
por los reyes sin reino que vagan por los presentes
en ambos confines de la tierra,
y por todos los niños en sus cunas.

(1986) 

*****

ANNO DOMINI

La provincia celebra la Navidad.
El palacio del Gobernador está engalanado con muérdago,
y las antorchas humean en el portal.
En los callejones, empujones y diversión.
Alegre, ocioso, sucio y alucinado,
el gentio se amontona detrás de la mansión.

El gobernador está enfermo. Yace en su lecho,
cubierto con un chal, traído del Alcázar,
donde prestó servicio y piensa en
su mujer y en su secretario,
que, abajo en el salón, reciben a los invitados.
En verdad, no está celoso. Para él,

lo más importante ahora es encerrarse en la coraza
de sus males, sus sueños o del aplazamiento de
su traslado a la metrópoli. Ya sabe
que la libertad no es necesaria para que
el pueblo celebre su fiesta;
por la misma razón permite

que su mujer le engañe. ¿En qué pensaría
si no le perturbaran
la tristeza o sus achaques? ¿Y si amara?
Sin querer, estremeciendo el hombro como si sintiera frío,
aparta los malos pensamientos.
En el salón, languidece el fulgor de la alegría.

Aunque aún perdura. Muy borrachos,
los jefes tribales fijan sus ojos vidriosos
en una lejanía carente de enemigo.
Sus dientes, la expresión de su ira,
como una rueda mordida por los frenos,
se traban en una sonrisa, y el criado

sirve más comida. Entre sueños grita un mercader.
Suenan retazos de canciones.
La mujer del Gobernador y el secretario se deslizan hacia el jardín. En la pared,
como un murciélago, el águila imperial
devora el hígado del Gobernador…

Y yo, un escritor que ha visto mundo,
que ha cruzado el ecuador sobre un asno,
miro por la ventana las colinas dormidas
y pienso en la semejanza de nuestras desgracias;
a él no le quiere ver el Emperador;
y a mí, ni mi hijo ni Cynthia. Pero nosotros

perecemos aquí. El orgullo
no convertirá nuestro amargo destino en una prueba de
que venimos de la imagen del Creador.
Todos seremos iguales en el ataúd.
Tengamos en vida rostros diferentes!
¿Para qué intentar escapar del palacio?

No somos jueces de la patria. La espada del juicio
se hunde en nuestra propia deshonra:
los herederos y el poder están en manos ajenas…
!Qué bien que las naves no naveguen!
!Qué bien que el mar se congele!
!Qué bien que los pájaros entre las nubes

sean sutiles con cuerpos tan pesados!
Nada hay que reprochar.
Pero tal vez nuestro peso esté en
proporción a su canto.
!Que vuelen, entonces, a la patria!
!Que griten, entonces, por nosotros!

Mi patria… extraños señores
visitan a Cynthia, se inclinan sobre la cuna
como nuevos Reyes Magos.
El niño duerme. La estrella parpadea
como carbón bajo la fría pila bautismal.
Y los visitantes, sin tocarle la cabeza,

truecan su nimbo por una aureola de mentiras,
y a la Inmaculada Concepción por un cotilleo,
por pasar en silencio sobre la figura del padre…
El palacio se vacía. Se apagan las luces en las plantas.
Primero, una. Luego, otra. Por fin, la última.
Y sólo dos ventanas en todo el palacio

tienen luz. La mía, donde de espaldas a la antorcha
miro cómo el disco de la luna se desliza
sobre el escueto bosque, y veo a Cynthia y la nieve;
y la del gobernador, que, al otro lado de la pared
lucha en silencio con la enfermedad durante la noche
y alumbra el fuego para distinguir al enemigo.

El enemigo se retira. La tenue luz del alba
apenas despunta en el Oriente del mundo,
trepa por las ventanas, intenta ver
qué ocurre dentro,
y tropezando con los restos del festín,
vacila. Pero sigue su camino.

Palanga, enero de 1968

*****

Segunda Navidad a orillas
del Ponto que no se congela.
La estrella de los Reyes sobre la verja del puerto.
No puedo decir que no puedo
vivir sin ti, pues vivo.
Como este papel refleja. Existo;
trago cerveza, ensucio hojas y
piso la hierba.

En el café, donde una sorda explosión
nos lanzó hacia el porvenir propio de los que gozan
efimera felicidad, mientras huíamos al Sur
ante el embate del invierno,
ahora dibujo con los dedos
tu rostro sobre el mármol de los pobres;
a lo lejos las ninfas saltan, con brocados
recogidos hasta las caderas.

Pero, dioses ¿qué es -si esa mancha parda
en la ventana, os simboliza-,
qué tratabais de decirnos, entonces?
El porvenir ha llegado, y se puede
soportar; todo cae,
se va el violinista, calla la música,
y el mar se arruga más y más, como las caras.
Pero no hace el viento.

Algún día él, !ay! -nosotros, no-
cubrirá con sus olas la verja del paseo,
y avanzará contra los gritos de «no, por favor»,
levantando sus crestas por encima de las cabezas,
allí, donde bebías vino y
dormías en el jardín, donde tendías al sol tu blusa,
rompiendo mesas -preparando el lecho marino
para el futuro mosluco.

                                                   Yalta, enero 1971

*****

Imagina, encendiendo una cerilla, aquella noche en la cueva:
utiliza para sentir el frío las grietas del suelo;
para sentir el hambre, la vajilla apilada,
y el desierto… el desierto está en todas partes.

Imagina, encendiendo la cerilla, aquella medianoche en la cueva:
el fuego, las sombras de los animales o de las cosas,
e imagina, con tu cara confundida en los pliegues de la toalla,
a María, a José y el hatillo con el niño.

Imagina a tres Reyes, la procesión de sus caravanas
hacia el portal; o mejor, tres rayos que alcanzan
la estrella, el crujido de su carga, el sonido de las campanillas
(en el azul espeso, el Niño aún no cuenta

con el eco de una gran campana).
Imagina que el Señor en el Hijo del Hombre por vez primera
se reconoce a Sí mismo, a una distancia remota, en las tinieblas:
un vagabundo en otro vagabundo.

1989

*****

No importa qué había a su alrededor; no importa
qué quería decir la ventisca en sus largos aullidos,
si estaban hacinados en la casa de los pastores,
o si no tenían otro lugar en el mundo.

Primero, estuvieron juntos. Segundo,
lo más  importante, eran tres. Y a partir de aquel instante
todo lo que se creaba, se regalaba, o se cocía
por lo menos entre tres se repartía.

El cielo helado sobre improvisado techo
como un adulto que se inclina sobre un pequeño,
fulgía con la estrella, que ya nunca
escaparía a la mirada del niño.

La hoguera ardía, pero la leña se acababa.
Todos dormían. La estrella destacaba entre las demás,
no por su resplandor, quizá excesivo, sino porque unía
al que estaba lejos con el más cercano.

25 de diciembre de 1990

*****

PRESEPIO

El niño, María, José, Los Reyes,
los pastores envueltos en pieles,
animales, camellos, sus guías…
Todo convertido en figurillas de arcilla.

Sobre la nieve de algodón, rociada de purpurina,
arde la hoguera. Y apetece tocar con el dedo
el papel de plata de la estrella; con los cinco mejor,
como entonces lo quiso el niño de Belén.

Entonces en Belén todo era más grande; pero la arcilla,
con el baño de plata por encima
y el algodón esparcido alrededor
gustaba hacer el papel de lo que había desaparecido.

Ahora eres más grande que todos ellos. Tú,
como un traseúnte a medianoche, desde inalcanzable altura,
te asomas a la ventana del cuartucho-,
y contemplas desde el espacio estas pequeñas figuras.

Allí la vida sigue, igual que unos disminuyen
con los siglos en su volumen,
y otros crecen -como ocurrió contigo-.
Allí luchan con los copos de nieve las figuritas,

y la  más pequeña prueba el pecho.
Y uno tiende a cerrar los ojos, o… a abreviar el trecho
que le separa de la otra galaxia, dónde tú desprendías
luz en un sórdido desierto -como en las arenas de Palestina.

Diciembre de 1991

*****

25.XII.1993

¿Qué hace falta para un milagro? A una zamarra de pastor,
un granito de ayer y una pizca de hoy
y mañana, añádeles a ojo
un trocito de espacio y una miga de cielo.

Y el milagro se hará. Porque los milagros
gravitan en torno a la tierra y guardan
nuestras direcciones. Y tanto es su afán por encontrarnos
que incluso en el desierto dan con quien lo habita.

Y, si dejas tu casa, al desperdirte,
enciende la estrella de cuatro velas
para que ilumine el mundo vacío, y te siga
con su mirada por los siglos de los siglos.

1993

*****

En el aire, la helada y olor a pino.
Vestiremos algodón y pieles.
Para vagar cargados por nuestras nieves
más vale un reno que un camello.

En el Norte -«Sibería»- se cree en un Dios
que es como el vigilante de esa prisión
donde nos molieron las costillas a todos,
y hay quien dice que fue poco.

En el Sur, donde el poso blanco es raro,
se cree en Cristo, Él mismo un fugitivo
que nació en el desierto, en la arena, en el heno,
y que murió, dicen, fuera de casa.

Celebremos hoy, con pan y vino,
la vida transcurrida al raso bajo el cielo,
para no caer, estando en él, presos
de la tierra. Porque en él hay más sitio.

                                                     Diciembre de 1994

*****

DISCURSO SOBRE LA LECHE DERRAMADA

I

1

Llegué a las Navidades con el bolsillo vacío.
El editor da largas a mi novela.
El calendario de Moscú esta contagiado del Corán.
No puedo levantarme y visitar
a mi amigo, donde lloran los niños,
ni la casa familiar, ni a una chica que conozco.
Por tadas partes falta dinero.
Sentado en una silla, tiemblo de rabia.

2

!Ay, maldito sea el oficio del poeta!
El teléfono calla, y por el futuro asoma la dieta,
Pediría prestado el dinero al sindicato; pero
es como pedirlo a las chicas.
Mucho peor es perder la independencia
que la inocencia. Supongo
que es grato soñar con un marido,
como también es placentero prununciar «ya es hora de casarme».

3

Conociendo mis circunstancias, mi novia
rehúsa por año casarse conmigo,
y no sé dónde está ahora,
ni el diablo podría sacarle la verdad.
Me dice: «-No te aflijas en vano, !Lo que importa
son los sentimientos! ¿Hay alguien en contra?»
A ella le parece perfecto.
Pero, se queda, parece, dónde pueda tomarse un trago.

4

En general, no confío mucho en el prójimo.
Ofendo la cocina con otro estómago.
Además, fastidio con mi opinión
sobre el papel de un hombre en la vida.
Ellos me consideran un bandido,
se burlan de mi apetito.
No me fían.
«Sírvale más aguado.»

5

Me veo en el espejo, soltero.
No puedo comprender este simple hecho:
¿Cómo he llegado a mil novecientos
sesenta y siete de la era de Cristo?
Veintiséis años de permanente vaivén,
de palizas judiciales, de rascarse los bolsillos,
de lección de guiños a la ley,
de fingirse sordo.

6

La vida a mi alrededor va sobre ruedas.
(Me refiero, claro, a las masas.)
Marx está justificado. Aunque por Marx,
hace mucho que me deberían haber acuchillado.
No sé a favor de que está el saldo.
Mi existencia es paradójica.
Desde mi época doy un salto.
!Perdonad mi agilidad!

7

Vamos, que todo llama a la calma.
Ya nadie grita «!A las armas!» La aristocracia, extirpada de raíz.
Ni un Pugach, ni Stenka.
Tomaron el Palacio de Invierno (si nos creemos el cuento);
Dzhugashvili [«Apellido de Stalin»] se conserva en una lata;
el cañón de proa está callado
En mi cabeza sólo hay dinero.

8

En cajas fuertes y bancos se esconde el dinero;
en los calcetines, bajo el suelo, en las vigas de los techos,
en armarios ignífugos, en impresos.
!Inunda la Naturaleza!
Susurran los fajos de billetes nuevos,
como copas de abedules y de acacias.
Las alucinaciones se apoderan de mí.
!Denme oxígeno!

9

La noche. El rumor de la nevada.
La pala pica sorda la acera.
En la ventana de enfrente brilla un candil.
Sigo clavado en muelles de acero.
Veo sólo el candil. Pero no veo el icono.
Me acerco al balcón.
La nieve ha ensillado los tejados,
y las casas parecen ajenas.

II

10

La igualdad, hermano,
excluye la hermandad. Tengamos esto claro.
La esclavitud siempre trae esclavitud.
Aún con ayuda de revoluciones.
El capitalista cultivó a los comunistas.
Los comunistas se convirtieron en ministros.
Estos incuban a los morfinistas.
Lean a Luciano.

11

El Pececito de Oro no nos concederá ningún deseo.
Marx, de producción, ni idea: el trabajo
no es un bien de mercado.
Hablar así es ofender al proletario.
El Trabajo es el objetivo del ser y la forma.
El dinero es algo así como su plataforma.
Algo más que el pan.
Pero deshagamos este lío.

12

Las cosas son algo más que su precio.
La economía ahora es el centro
de atención. Nos une, sustituta de la iglesia,
y explica nuestras conductas.
En fin, que cada individuo es en esencia
como una doncella.
Desea unirse.
Pantalones tras una falda.

13

Lo normal es que la bola se precipite en la tronera.
(Estoy seguro de que torturo a mi Musa).
El mañana feliz no pertenece
a la competencia, sino a la unión.
(No aspiro aquí a una profecía.
Pero es muy probable que estas estrofas
acorten la espera:
«Un año vale por dos»).

14

Sonó la hora y llegó el momento del matrimonio
de Trabajo y Capital.
El brillo del vil metal
(y luego, las efigies impresas)
es más grato que los bolsillos vacíos,
más sencillo que la rotación de los tiranos;
mejor que una civilización de drogadictos,
una sociedad que creció con jeringuillas.

15

No es el pecado original lo que nos dejó huérfanos.
Muchos, sin duda, prefieren la obscenidad.
Es más fácil encontrar lo diferente que lo semejante:
«Trabajo y Capital, de contacto, nada».
Toco madera porque no crecimos en el Islam,
basta de charlas sobre la separación de las camas.
La atracción entre sexos existe.
Los polos hacen que el planeta continúe.

16

Salero, anhelo el matrimonio.
No espero un milagro dentro del relicario.
La vida familiar no es camino de rosas.
Pero los cónyuges son los únicos propietarios
de los que se crea con el gozo.
No necesitan el «No robarás».
Si no, todos pediríamos por la gracia del Cristo.
!Cuiden a sus pequeños!

17

A mí, poeta, esto me resulta ajeno.
Más aún: sé que «a cada uno según…»
Escribo y me estremezco: menudo disparate,
¿acaso estoy en contra del poder legítimo?
El tiempo nos salvará, si ellos no tienen razón.
A mí me basta con mi fama escandalosa.
Pero la mala política estropea la moral.
!Eso sí que nos concierne!

18

El dinero se parece a la virtud.
Tomo a Alá por testigo que no cae del cielo,
pero el viento se lo lleva con frecuencia
igual que las promesas.
No se debe pedir prestado.
A la tumba no nos lo llevaremos.
Le está prescrito multiplicarse;
Krylov lo cuenta en sus fábulas.

19

Los pensamientos que uno guarda
son más sólidos que los que manifiesta.
!Cualquiera se mueve más rápido que un glaciar!
Naturalmente esta sociedad necesita profetas
más que científicos o un cerrajero.
Pero, mientras no se oiga su voz en alguna parte,
propongo -para no caer en el vicio antes de tiempo-
que ocupemos en algo nuestras manos.

20

En general, no me ocupo de los gozos ajenos.
Por mi parte, es un bonito gesto.
Sino del perfeccionamiento por dentro:
la medianoche, media botella, la lira.
Aprecio más los árboles que el bosque.
No comparto el interés común.
Pero por dentro avanzo
más veloz que el mundo.

21

Este es el origen de cualquier aislamiento
conocido. La amistad con el abismo
representa un asunto estrictamente privado
en nuestros días. Además,
este estado es incompatible
con la hermandad, la igualdad
y la honestidad, y parece que en un hombre
no es admisible y nada puede compensarlo.

22

Así, ansiando la perfección,
como Toptyguin en su gobierno,
me arranco con un canto a la producción.
Ojalá que todos entiendan con propiedad
el método arriba indicado:
la sociedad reunirá a sus hijos mejores,
no dejará caer la antorcha de la razón,
y dará la felicidad al primero que venga.

23

De otro modo, ganarán los budistas,
los telepáticos, los espirituales, las substancias,
los neurólogos, los psicópatas, los freudianos.
El nirvana y la euforia
nos dictarán sus reglas.
Los drogadictos se pondrán las charreteras.
El lugar del icono de la Virgen María
y del Salvador, colgarán la jeringuilla.

24

Taparán el alma con un gran velo.
Nos cercarán con una espiral sin fin
y nos enchufarán a la moral etílica.
Liberarán a la lengua del verbo.
Gracias a benévolas hierbas,
entre nubes, daremos vueltas en el tío vivo.
A la tierra sólo descendermos
para pincharnos.

25

Ya veo nuestro mundo envuelto
en una telaraña de laboratorio.
Y de telaraña de trayectorias
está cubierto mi techo: !Tan deprisa!
Es ingrato para la vista.
La humanidad se multiplica por tres.
La raza blanca se extingue.
El suicidio se presenta inevitable.

26

Tal vez hombres de color nos acuchillen,
o les mandemos al otro mundo.
Volveremos a nuestras cervecerías.
Pero ni lo uno ni lo otro es cristianismo.
!Ortodoxos! No está bien.
¿Por qué miráis alucinados?
Traicionamos el cuerpo de Dios
haciéndonos sitio.

27

No me educaron en los sofistas.
En los pacifistas hay algo femenino.
Mas, a los puros de los impuros
no está en nuestra mano separarlos, creedlo.
No me refiero a las tablas de Moisés.
Es verdad que otras razas nos oprimieron.
Pero no les dimos a luz;
tampoco les daremos muerte.

28

Las comodidades importan a muchos.
(Lo podemos leer en Hobbes.)
Sentado en la silla cuento hasta cien.
La limpieza es un proceso impuro.
Bailar sobre la tumba no está bien.
Crear la abundancia en el estrecho mundo:
eso es un acto cristiano.
O en eso consiste la cultura.

29

Ahora los seguidores del lema
«La Religión es el opio del pueblo»
Entendieron que les había sido
entregada la libertad y llegaron a un Siglo
de Oro. Pero en este registro (disculpen el estilo)
La libertad de no elegir es muy pobre.
Ya que aquél que escupe a Dios,
antes escupe al hombre.

30

«Aquí no hay Dios. Y la tierra está llena de agujeros».
«No, no se le ve. Me distraeré con las tías».
El creador que crea a esta escala
hace incursiones demasiado largas
entre sus objetos. Lo que es seguro
es que está ahí Su reino.
Fuera de nuestro mundo.
!Vamos, volver a vuestros taburetes»

31

Noche. Callejón. Frío de asedio.
Se extienden los Cárpatos por las aceras.
Los planetas se columpian como si fueran
candiles que, en su majestuoso culto,
Dios encendiera en el cielo
ante un rostro que no es desconocido
como en un altar inmenso.
(La poesía pasa revista a estas evidencias).

III

32

En la Noche Vieja, solo, clavado en una silla.
Las cacerolas desprenden un magnífico brillo.
Tomo un sorbo de mi panacea.
Mi nervio brinca como en la lámpara el genio.
Siento en la nuca suaves llamaradas.
Me acuerdo de las botellas vacías, de los guardias
de Vólogda, Kresty y Butyrki [«nombres de célebres prisiones rusas»]
En realidad, no quiero protestar.

33

Sentado en mi silla del enorme piso,
oigo el ruido del Niágara en el retrete vacío.
Me siento como un blanco en el campo de tiro,
y con el menor ruido me estremezco.
Eché el cerrojo en el portal; pero
la noche me apunta con el cuerno
de Aries como Eros con su arco,
o Stalin con el revolver en su XVII congreso.

34

Enciendo el gas, caliento mis huesos.
Sentado en la silla tiemblo de rabia.
No quiero buscar perlas en las heces.
!Me doy esta libertad! !Que investigue quien quiera el excremento!
Un patriota, señores, no es un gallo cualquiera
De Krylov. Ojalá el KGB no me diera por…
!Que paren de sonar en el bolsillo las monedas!

35

Respiro plata y escupo cobre.
Me persiguen con arpón y red rota.
Alboroto el avispero y salto
a la inmortalidad. !Un palo, dejadme!
Me enfurezco como un ratón en el establo.
!Sacad fuera a los santos y el retrato
del Gensec. [«Abreviatura rusa del Secretario General del Partido Comunista»] Resuena en el bosque el hacha del leñador
Me revolcaré en la nieve y !ojalá me refresque!

36

No voy a congelarme. !No os hagáis ilusiones!
Casi me planteo la rebelión.
No hice votos al Buda bizco,
cazaría una liebre por dos duros.
!Que clausuren -¿dónde está el formón?-
la cortadora de pan de Tolstoi!
Es como si la hoz me cortara en dos,
La resistencia pasiva, señores, me repugna.

37

Como Aristóteles en el fondo del pozo,
no sé de dónde surgen las cosas.
No midas su peso ni busques su rostro:
la maldad existe para ser vencida.
A quienes aflige el individuo
o la conjuntivitis, que todos
se vayan al cuerno, de la A a la Z:
!Democracia en toda su extensión!

38

Me gustan mis ríos y campos natales,
los lagos, las arrugas de las colinas, los valles.
Son muy bonitos. Pero los hombres son heces:
de alma débil y cuerpo fuerte.
No promulgo una ley sana.
El intrépido halcón enjuga sus lágrimas.
!Señores, rompan siquiera una ventana!
¡Como os aguantan vuestras mujeres?

39

Hoy es triste mi noche. En la pared
me mira un blanco billete de cien.
Podría ir al burdel, y la madame
-que es numismática- lo aceptará.
Me da pereza despegarlo, agitación.
En el silencio y en el ayuno me quedo,
y santiguándome en la ventana, espero
a que la luz de enfrente se apague.

40

«!Verano verde! !ay! !Verano verde!
¿Qué murmura el arbusto en flor?
!Qué grato salir sin abrigo!
El verano verde volverá.
La niña con su pañuelo !ay!
pasea por el campo, recoge flores.
La tomaría por hija mía, !ay! por hija mía.
En el cielo revolotea una golondrina»

14 de enero de 1967

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