POETAS 45. STEVIE SMITH

Poeta inglesa 1902-1971. Sus padres la inscribieron con el nombre de Florence Margaret, pero un amigo de la infancia la vio parecida a un famoso jockey y la rebautizó «Stevie». Nació en Kingston-upon-Hull. vivió casi toda su vida en una casa de Palmers Green con una tía. Admiraba los dibujos de John Tenniel para los libros de Alicia, la prosa de Gibbon, los versos de Tennyson, las novelas de Maurice Baring y John Cowper Powys. Entre sus más estrictos contemporáneos elogiaba a Ivy Compton-Burnett, L.P. Hartley y Anthony Powell. Según este último, Stevie era una «conversadora torrencial y una muy buena imitadora». Leía los periódicos compulsivamente. Tuvo una extraña relación con George Orwell. Escribió innumerables reseñas y novelas no poco interesantes, especialmente Novel on Yellow Paper. «No hay nada peor que lo que no es quizá del todo gracioso». Muchas veces sus poemas están acompañados de encantadores dibujos de su propia mano. Tenía un modo muy particular de leer sus poemas en público. Collected Poems apareció en 1975. La obsesionaban la religión y la caridad meteorológica: «Nadie que no conozca y ame el clima inglés comprenderá los múltiples sentimientos que viven aquellos que caminan a solas en días húmedos». Según Larkin sus poemas poseen «la autoridad de la tristeza». Christopher Ricks apuntaba: «Los acentos son los de un niño, pero los poemas son permanentemente alusivos, vibrando con ecos literarios como no lo están las declaraciones de un niño». D. J. Enright decía que los versos de Smith tenían cierto sabor a siglo XVII, a George Herbert y Henry Vaughan. Otros admiradores fueron Marianne Moore y Seamus Heaney. «Un poeta no es una persona importante; siempre habrá otro poeta», solía declarar. Muy probablemente sea la única seguidora que Edward Lear vaya dejarle al mundo. (La traducción de los dos poemas y la nota biográfíca se le debe a Matías Serra Bradford).

NO SALUDABA, SE AHOGABA

Aunque nadie lo oyera, el finado
desde el fondo se lamentaba:
-Fui más lejos de lo que pensaban,
y no saludaba, me ahogaba.

«Pobre tipo, era un bromista nato,
y ahora está muerto desde hace rato.»
«El agua estaba helada», comentaron,
«debió de sufrir un infarto.»

-!No, no, no! Pasé frío desde la infancia,
toda mi vida guardé las distancias
(desde el fondo el finado se lamentaba).
Y no saludaba, me ahogaba.

QUERIDO KARL

Querido Karl, te envío a Walt Whitman en un ejemplar de seis centavos
«Que diletante», te oigo comentar, «odio estas antologías
hechas para satisfacer una necesidad que no es la mía y un gusto
completamente opuesto, absolutamente ajeno, extremadamente coercitivo
con respecto a las delicadas maniobras del individualismo, del egoísmo, de la insolencia.»
Ponle un freno a tu indignación, mantenlo con la rienda corta,
siléncialo con un férreo engranaje tramado de conciliación e imparcialidad.
«Por Dios, no despliego mercancía indigna en mi escaparate, semejante oropel.»
Como te parezca. Entonces pide prestado  o roba un bozal para silenciar tu indgnación,
un tejido entrelazado de consentimiento y docilidad, y una ira atada y acallada
colgando de tu talón retumbante: Escucha.
Si yo tuviera lo que poetastros hipócritas imploran cocodrilamente llamando el vil metal
pero hombre, y se necesita un hombre para articular la verdad indigerible,
medios de vida, si tuviera esto y un poco más
ta daría Hojas de hierba, te enviaría
Walt Whitman completo con una sonrisa que sabría que es
más venerable dar que recibir.
Porque en cuanto a mí, yo no tengo  Hojas de Hierba
apenas a Walt Whitman en un ejemplar de seis centavbos
un extracto de Walt Whitman, esencia de Whitman, Whitman multum-in-parvo
y ahora te lo envío diciendo:
emprende, karl, una excursión vespertina, por un camino de seis centavos no señalado, inexplorado,
por asfalto de seis centavos, ampollado por un sol americano, sobre brusco canto rodado
y una centena de rarezas geológicas superpuestas. Emprende un camino desconocido
entre el almuerzo y la cena. Bon voyage, Karl, bon voyage.

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