POETAS 67. Konstatino Kavafis III (El arte de amar)

A partir de 1913, a punto de cumplir los cincuenta años, Kavafis comienza a escribir poemas abiertamente homosexuales donde escenifica encuentros eróticos y recrea el goce de la pasión. A menudo los amantes representados en los poemas de Kavafis viven apesadumbrados por sus recuerdos, por la pérdida del amor y del cuerpo amado. Nostalgia de lo que ya no se tiene y que el recuerdo no logra poseer. Nostalgia que a veces es evocada al paso de ciertos  lugares de la ciudad que sirvieron en su día de encuentro a los amantes. La separación abrupta o la muerte de uno los amantes tiene en Kavafis la misma virtud que la memoria que evoca los recuerdos: conserva la imagen del amado intacta al paso del tiempo y logra salvar al amor del languidecimiento y el fin. Otras veces, la fuerza de la pasión arrastra a los personajes  de Kavafis a la desesperación, a la perdición o al escándalo. Las historias de amor que nos muestra Kavafis consiguen ser hondamente sentimentales y elegantes dentro de un ambiente sórdido y antiromántico. Kavafis creó una estética donde lo pobre, lo sucio, el desempleo y la miseria se convierten en objeto de belleza. Sus personajes abominan de los goces y placeres rutinarios, y culminan su relación en habitaciones pobres y vulgares, junto a tabernas equívocas, en lechos baratos y miserables. “Yo soy –dijo en una ocasión Kavafis, refiriéndose a Alejandría y al barrio de mala muerte en que vivía – el espíritu, fuera está el cuerpo”.

  EN LAS TABERNAS(1926)

Perdido en las tabernas                        y en los burdeles
de Beirut malvivo.                                No quise quedarme
en Alejandría.                                      Tamide me ha dejado;
se fue con el hijo del Prefecto,              y todo por
una villa sobre el Nilo,                         un palacio en la ciudad.
No podía seguir en                              Alejandría.
Y en las tabernas                                 y en los burdeles
de Beirut malvivo.                                En este barato abandono
de alguna forma sobrevivo.                  Lo único que me salva
como una belleza que permanece,        como una fragancia que por encima
de mi carne ha quedado,                      son los dos años
que tuve a Tamide para mí,                  el más maravilloso muchacho,
y por mí, no por una casa                    o una villa sobre el Nilo.

    

DÍAS DE 1903

(1917)

Nunca lo tendré de nuevo –todo aquello que tan pronto perdí…

Los poéticos ojos, el pálido
rostro…en la penumbra de la calle…

Nunca tendré de nuevo –lo que la muerte me ofreció,
lo que tan fácilmente abandoné;
y que más tarde tanto desearía hasta sufrir.
Los poéticos ojos, el pálido rostro,
nunca hallaré de nuevo aquellos labios.

   

LA VITRINA DEL ESTANCO

(1917)

Junto a la vitrina iluminada
del estanco, de pie estaba entre otros.
Por casualidad sus miradas se cruzaron,
y el deseo prohibido de su carne
expresaron con timidez, balbuceantes.
Después unos pasos ansiosos sobre la acera.
hasta que una sonrisa, un leve signo fue intercambiado.

Y luego el gharry cerrado…
la excitante aproximación de sus cuerpos;
las manos juntas, los labios juntos.

   

EL SOL DE LA TARDE

(1919)

Esta habitación, qué bien la conozco.
Han alquilado ahora este cuarto y el de al lado
para oficinas. Toda la casa ha sido
devorada por oficinas, y comercios, y Compañías.

Oh, qué familiar es esta habitación.

Una vez aquí junto a la puerta hubo un sofá,
y delante de él una pequeña alfombra turca;
y luego el anaquel con dos floreros amarillos.
Y a la derecha; no, frente a ellos, un armario de espejo.
Y aquí, en el centro, la mesa donde él se sentaba a escribir
y alrededor de ella las tres sillas de mimbre.
Y junto a la ventana el lecho
en que tan a menudo nos amábamos.

Aquellos viejos muebles deben andar por alguna parte.

Y junto a la ventana el lecho;
el sol de la tarde llegaba hasta el centro de la cama.

A las cuatro de una tarde nos separamos,
por una semana solamente… Jamás
pensé que duraría para siempre.

   

ANTES DE QUE EL TIEMPO LOS CAMBIE

(1924)

Grande fue su dolor                             cuando tuvieron que separarse.
No querían;                                         pero así fueron las circunstancias.
La necesidad                                       obligó a uno de ellos
a irse lejos –                                        New York o Canadá
Su amor no era ya ciertamente             lo que antes había sido;
porque el deseo                                   lentamente fue a menos,
porque el deseo                                   lentamente moría.
Pero separarse,                                   ninguno lo quería.
Las circunstancias obligaban.              – Quizás convertido en artista
el destino ahora                                   los separaba
con emoción,               antes de que el tiempo los hubiera cambiado;
el uno para el otro                               serían así como habían sido
los bellos muchachos                           de veinticuatro años.              

   

EL AÑO VIGÉSIMO QUINTO DE SU VIDA

(1925)

Siempre vuelve a la taberna donde
el mes anterior se habían conocido.
Pregunta; pero nada concreto le responden.
De cuanto oye desprende que su amigo
no es nadie conocido;
sino uno de tantos jóvenes equívocos
que pasan ignorados por allí.
Pero él sigue volviendo cada noche a la taberna,
y se sienta mirando hacia la puerta;
mira hasta cansar sus ojos.
Tiene que entrar. Quizás entre esta noche.

Hace lo mismo durante tres semanas.
Su cabeza enferma de deseo.
En su boca los besos se han frustrado.
La carne se macera en la diaria espera.
El contacto de aquel cuerpo está en su piel.
A él desea otra vez unirse.

Pero sobre todo, no se engaña.
Aunque a veces le es indiferente.
Sabe perfectamente lo que arriesga,
se ha hecho a la idea. Es probable que esa vida que lleva
le conduzca a un fatal escándalo.

     

DOS JÓVENES DE VEINTITRÉS Y VEINTICUATRO AÑOS

(1927)

Desde las diez y media estaba en el café,
Esperando verle aparecer.
Legó la medianoche –y él esperaba todavía.
La una y media; y ya vacío
quedó el café.
Dejó de leer maquinalmente
los periódicos. De sus tres únicos chelines
sólo uno le restaba: esperando
había gastado todo en café y coñac.
Había fumado todos sus cigarrillos.
La larga espera lo había extenuado. Y además
después de tantas horas solo,
amargos pensamientos sobre su vida
hicieron presa en él.

Pero cuando vio entrar a su amigo, de golpe
la fatiga, el aburrimiento, los amargos pensamientos
desaparecieron.

Su amigo le traía una inesperada noticia.
Había ganado sesenta libras en la casa de juego.

Su hermoso rostro, su maravillosa juventud,
el sensual amor que los unía,
sintiéronse renacer, fortalecidos
por las sesenta libras de la casa de juego.

Y llenos de alegría y vigor, radiantes de belleza
se dirigieron –no a sus casas respetables
(donde además no eran demasiado queridos):

Sino a una de mala fama, que ya les era familiar,
y allí alquilaron un dormitorio
y pidieron bebidas caras, y de nuevo empezaron a beber.

Y cuando las costosas bebidas fueron consumidas,
y esto sucedió hacia las cuatro,
al amor felices se entregaron.

    

BELLAS FLORES BLANCAS

(1929)

Vuelve al café                                      donde solían ir juntos.
Donde hace tres meses                        le había dicho su amigo:
”No tenemos dinero.                           Somos dos muchachos
pobres –habituados a                          los lugares miserables.
No quiero seguir                                  más contigo,
hay otro que                                        me busca, y me gusta”.

Ese otro además ofrecía                      dos trajes y algún
foulard.                                               -Para recobrar a su amigo
hizo todo lo posible,                            y consiguió al fin veinte libras.
Así volvieron a estar juntos.                 Gracias a veinte libras;
pero también por                                 su vieja amistad
y su viejo amor,                                   su profano amor.
– El “otro” era un embustero,               un verdadero cualquiera;
sólo le había encargado                       un traje, y
además,                                              con mil zalamerías.

Ahora su amigo ya no necesita             de trajes,
ni tampoco                                          de pañuelos para el cuello,
ni de veinte libras,                                ni de veinte monedas.

Lo enteraron el sábado,                       a las diez de la mañana.
Lo enteraron el sábado:                       hace casi una semana.

Sobre su caja barata                            él colocó unas flores,
encantadoras flores blancas                 que iban bien
con su belleza y                                   con sus veintidós años.

Por la tarde cuando vuelve                   – después de su trabajo,
hay que ganar el pan-                          al café donde
solían ir juntos                          como un cuchillo en su corazón
es ese oscuro local                              al que solían ir juntos.

    

                       

                  

  

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Una respuesta a “ POETAS 67. Konstatino Kavafis III (El arte de amar) ”

  1. blochiana dice:

    Para que luego digan que la prosa no encaja con los poemas…

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