POETAS 78. LA ILIADA

Tanto la Iliada como la Odisea surgen de la exposición oral de los rapsodos, que a diferencia de los aedos que les precedieron, ya no cantan ni tañen la lira, sino que con bastón en mano recitan elevando la voz. También, a diferencia de estos primitivos aedos, los rapsodas se atienen con cierta flexibilidad a un texto ya prefijado y que aprendían de memoria, los cuáles se inspiraban  en un conjunto de leyendas centrado especialmente en la riña entre Aquiles y Ulises. Esta poesía heroica recitada de viva voz se convertía en un producto artesanal que el maestro transmitía al discípulo, y que precisaba un conocimiento amplio de las leyendas de su pueblo y de las fórmulas mnemotécnicas basadas en adjetivos tópicos repetidos una y otra vez, junto a escenas características, como son los preparativos, la partida, las bodas y los funerales.

La Iliada sólo relata la cólera de Aquiles  y los sucesos de unos pocos días del décimo año de guerra. La acción arranca cuando Agamenón, jefe de los aqueos, desoye la petición de Crises, sacerdote de Apolo, que le suplica la devolución de su hija Criseida, que había sido otorgada a Agamenón como parte del botín de guerra. Crises clama venganza a Apolo, y éste envía una peste contra los aqueos. Agamenón decide devolver a Criseida, pero exige, a cambio, su botín a Aquiles, la esclava Briseida. Éste se la entrega, pero lleno de colera por la deshonra, decide no luchar más. Es entonces cuando Tetis, la madre de Aquiles, suplica  a Zeus que vengue a su hijo causando la perdición de los aqueos. A pesar de que Aquiles deniega el auxilio a sus compañeros y se retira a su campamento, será la muerte de su predilecto Patroclo lo que le haga retornar a la lucha, precipitando toda la acción del poema. La muerte de Aquiles y la toma de Troya no son narradas en la Iliada, pero son anunciadas varias veces, por lo que existe la certeza de que ocurrirán pronto. La cólera de Aquiles llega a alcanzar la dimensión de símbolo, gravitando gran parte de de la acción de la Iliada sobre la ausencia del propio Aquiles en la contienda. Incluso en la más equilibrada escaramuza siempre existe la certeza de que está faltando el guerrero más dotado y valeroso.

La elaboración de la Iliada es anterior a la Odisea y está separada por un lapso de tiempo considerable que hace imposible atribuir las dos obras a un mismo autor y que justifica las distintas variaciones de estilo y del mundo histórico y social que reflejan. Homero, a quien se le ha atribuido desde la antiguedad los dos poemas, resulta más una terminación que un comienzo. Las raíces de su creación se hunden en la esfera de la canción heroica oral y se nutre abundantemente de elementos preexistentes. Homero marca el fin de esa transición desde los aedos con su lira a los rapsodos que recitaban con el bastón en la mano, desde la canción heroica de origen oral al poema proyectado por escrito. El tiempo abarcado en la consumación de esta transición resulta difícil de computar, pero parece que no cabe duda del protagonismo de Homero en la culminación de este trayecto. Según Albin Leskin, en su «Historia de la Literatura Griega», lo que podemos saber acerca de Homero como personaje histórico es que fue un rapsodo con conocimiento de mundo, íntimamente vínculado a las cortes principescas de su tiempo. Se sabe con alguna certeza que fue natural de Esmirna, residió largo tiempo en Quíos, y su muerte tuvo lugar en la isla de Íos. Tal como afirma la leyenda, probablemente fue ciego y la época de su creación corresponde a la segunda mitad del siglo VIII.

Para Warner Jaeger, Homero debe ser considerado el más grande creador y formador de la humanidad griega, más allá de su valoración en la historia formal de la literatura. Con su recurso permanente al mito, se logra por medio de esta epopeya una amplia significación normativa, incluso cuando no es empleado de un modo expreso como modelo o ejemplo. Para Jaeger, la tradición del pasado refiere la gloria, el conocimiento de lo grande y lo noble, no un suceso cualquiera. Lo extraordinario obliga aunque sea sólo por el simple reconocimiento del hecho. Homero, no obstante, no se limita a referir los hechos. Alaba y ensalza cuanto en el mundo es digno de elogio y alabanza. Los mitos y leyendas heroicas constituyen el tesoro inextinguible de ejemplos y modelos de la nación. De ellos saca su pensamientos, los ideales y noramas para la vida. Para Jaeger, Homero no es naturalista ni moralista. «No se entrega a las experiencias caóticas de la vida sin tomar una posición ante ellas, ni las domina desde fuera. Las fuerzas morales son para él tan reales como las físicas. Comprende las pasiones humanas con mirada penetrante y objetiva. Conoce su fuerza elemental y demoniaca que, más fuerte que el hombre, lo arrastra. Pero, aunque su corriente desborde con frecuencia las márgenes, se halla, en último término, siempre contenida por un dique inconmovible. Los últimos límites de la ética son, para Homero, como para los griegos en general, leyes del ser, no convenciones del puro deber. En la penetración del mundo por este amplio sentido de la realidad, en relación con el cual todo «realismo» parece como irreal, descansa la ilimitada fuerza de la epopeya homérica.

(La traducción utilizada aquí es obra de Emilio Crespo)

  

Agamenón mata sin descanso

(…) A su vez el poderoso Agamenón,
matando sin descanso, avanzaba con los argivos dando órdenes.
Como cuando el voraz fuego prende en un bosque rico en leña,
los remolinos de viento lo esparcen por doquier, y los arbustos
caen de raíz, devorados con prisa por el ímpetu del fuego,
así caían bajo el Atrida Agamenón cabezas
de troyanos fugitivos, y muchos caballos, de erguido cuello,
castañeteaban los carros vacíos por los puentes del combate,
añorantes de sus intachables aurigas, que yacían en tierra,
mucho más queridos para los buitres que para sus esposas.

*****

Idomeneo distingue entre el cobarde y el valiente

«Se cómo es tu valía. ¿Qué falta hace que me cuentes eso?
Pues si ahora en las naves seleccionáramos a todos los mejores
para una emboscada, que es donde mejor se distingue la valía
y donde se revela quién es cobarde y quién tiene coraje
– al cobarde se le muda el color, uno se le va y otro le viene,
y su ánimo en la mente no es capaz de estar quedo sin temblor:
cambia de postura, apoya su peso alternando una y otra pierna,
el corazón le palpita en el pecho con fuertes latidos
imaginando toda clase de parcas, y los dientes le castañetean;
en cambio, al valeroso ni se le muda el color ni en exceso
se intimida al tomar su puesto en una emboscada de guerreros,
e implora entrar cuanto antes en la liza funesta-,
tampoco entonces se podría criticar tu furia y tus brazos.

*****

Héctor mata a Patroclo

El soberano Apolo, hijo de Zeus, le desató la coraza.
El estupor se adueñó de él, se doblaron sus preclaros miembros
y se paró atónito. Con la aguda lanza detrás, en la espalda
entre los hombros, le acertó de cerca un guerrero dárdano,
Euforbo Pantoida, que descollaba entre todos los de su edad
con la pica, la destreza en el carro y la presteza de los pies.
Había derribado de sus caballos a veinte mortales la primera vez
que había salido con el carro, aún un aprendiz en el combate.
Éste fue el primero que te arrojó un dardo, cochero Patroclo,
mas no te doblegó. Corrió atrás y se perdió en la muchedumbre
en cuanto te arrancó de la carne el asta de fresno, sin resistir
ante Patroclo en la lid, a pesar de que estaba desarmado.
Patroclo, doblegado por el golpe del dios y por la lanza,
empezó a replegarse a la turba de los compañeros por eludir la parca.
   Héctor, nada más ver al magnánimo Patroclo
retrocediendo, herido por el agudo bronce,
Llegó cerca de él entre las filas, le hirió con la lanza
en lo más bajo del ijar y le hundió el bronce de parte a parte.
Retumbó al caer y causó gran pesar a la tropa de los aqueos.
Como cuando un león domina por la fuerza a un indomable jabalí,
cuando ambos en las cimas de un monte luchan con gran fiereza
alrededor de un escaso manantial y los dos quieren beber,
y el león logra doblegar por la fuerza al jadeante jabalí,
así al fornido hijo de Menecio, tras haber matado a muchos,
Héctor Priámida le arrebató la vida de cerca con la pica
y blasonando de su triunfo le dijo estas aladas palabras:
   «!Patroclo! bien que asegurabas que asolarías nuestra ciudad,
y arrebatarías el día de la libertad a las mujeres troyanas
y las llevarías en las naves a tu tierra patria.
!Insensato! En su defensa los ligeros caballos de Héctor
han llegado al combate a galope tendido. También yo con la pica
sobresalgo entre los combativos troyanos, porque les aparto
del día fatal; a ti, en cambio, los buitres te devorarán aquí.
!Infeliz! No te ha socorrido ni Aquiles, por valeroso que sea,
que se ha quedado y sin duda te ha dado muchos encargos al salir:
‘No regreses, oh Patroclo, conductor de caballos,
a las huecas naves hasta que la túnica ensangrentada
del homicida Héctor hayas desgarrado alrededor del pecho’
   Sin duda te ha dicho y ha persuadido tu insensata mente.»
   Desfallecido replicaste, Patroclo, conductor de caballos:
   «Ya te has jactado ahora, Héctor, demasiado. Te han dado
La victoria Zeus Crónida y Apolo, que me han doblegado
fácilmente; pues ellos me han quitado las armas de los hombros.
Aunque veinte como tú me hubieran salido al encuentro,
todos habrían perecido aquí mismo, doblegado bajo  mi lanza.
Pero el funesto destino y el hijo de Leto me han matado,
y, de los hombres, Euforbo; tú al despojarme sólo eres tercero.
Otra cosa te voy a decir, y tú métela en tus mientes:
tampoco tú vivirás mucho tiempo; próximos a ti
ya acechan la muerte y el imperioso destino,
que te harán sucumbir a manos del intachable Aquiles Eácida.»
Apenas hablar así el cumplimiento de la muerte lo cubrió.
El aliento vital salió volando de sus miembros y marchó al Hades
llorando su hado y abandonando la virilidad y la juventud.
Ya estaba muerto cuando el esclarecido Héctor le dijo:
   «!Patroclo! ¿Por qué me vaticinas el abismo de la ruina?
¿Quien sabe si Aquiles, hijo de Tetis, de hermosos cabellos,
se anticipará y perecerá antes que yo, golpeado por mi lanza?»
   Tras hablar así, arrancó la broncínea pica de la herida,
apoyando encima el pie, y lo apartó boca arriba de la lanza.

*****

Agamenón diserta sobre la ofuscación

«!Amigos, héroes dánaos, escuderos de Ares!
Bien está escuchar a quien está de pie y no es procedente
suplantarlo; pues la tarea es ardua aun para el hábil.
¿Cómo en medio de nutrida multitud de hombres se puede escuchar
o hablar? Se molesta al orador, por sonora que sea su voz.
voy a manifestar mi parecer al Pelida; vosotros, los demás
argivos, atended y cada uno tomad buena cuenta de mi propósito.
Con frecuencia los aqueos me han dado ese consejo tuyo
y también me han censurado; pero no soy yo el culpable,
sino Zeus, el Destino y la Erinis, vagabunda de la bruma,
que en la asamblea infundieron en mi mente una feroz ofuscación
aquel día en que yo en persona arrebaté a Aquiles el botín.
Mas ¿qué podría haber hecho? La divinidad todo lo cumple.
La hija mayor de Zeus es la Ofuscación y a todos confunde
la maldita. Sus pies son delicados, pues sobre el suelo no
se posa; sino que sobre las cabezas de los hombres camina
dañando a las gentes y a uno tras otro apresa en sus grilletes.

*****

Poseidon augura ilustre prole a Eneas

«!Ay, cuánta pena me da el magnánimo Eneas, que pronto
bajará, doblegado por el Pelida, a la mansión de Hades,
por haber hecho caso de los consejos del flechador Apolo!
!Insensato! En absoluto lo socorrerá de la luctuosa ruina.
Mas ¿por qué este inocente ha de padecer ahora dolores
sin razón por culpa de errores ajenos, cuando siempre con gratos
dones obsequia a los dioses, dueños del vasto Olimpo?
Venga, vamos a sustraerlo nosotros mismos de la muerte,
no sea que también el Crónida se irrite si Aquiles
lo mata. El destino suyo es eludir la muerte,
para evitar que parezca estéril y sin traza el linaje
de Dárdano, el hijo que el Crónida más amó de todos
los que han nacido de él y de mujeres mortales.
Pues el Cronión ya ha aborrecido de la estirpe de Príamo,
y ahora la pujanza de Eneas será soberana de los troyanos,
igual que los hijos de sus hijos que en el futuro nazcan.

*****

Aquiles recibe en sueños la visita de Patroclo

Tras haber saciado el apetito de bebida y de comida,
los demás fuerona acostarse, cada uno a su tienda;
pero el Pelida sobre la orilla del fragoroso mar
yacía dando profundos suspiros entre numerosos mirmidones
en un claro donde las olas bañaban la arena de la playa.
Cuando le fue venciendo el sueño, liberador de las cuitas,
difundiéndose con dulzura, pues sus esclarecidos miembros
estaban muy cansados de acosar a Héctor hasta la ventosa Ilio,
llegó el alma del mísero Patroclo,
en todo parecida a él, en la talla, en los bellos ojos,
en la voz y en las ropas que vestía en torno de su cuerpo.
Se detuvo sobre su cabeza y le dirigió estas palabras:
   «Estás durmiendo y ya te has olvidado de mí, Aquiles
En vida nunca te descuidaste, pero sí ahora que estoy muerto.
Entiérrame cuanto antes, que quiero cruzar las puertas de Hades.
Lejos de sí me retienen las almas, las sombras de los difuntos,
que no me permiten unirme a ellas al otro lado del río,
y en vano vago por la mansión, de vastas puertas, de Hades.
Dame también la mano, lo pido por piedad. Pues ya no volveré
a regresar del Hades cuando me hagáis partícipe del fuego.
En vida ya no deliberaremos sobre ningún proyecto sentados
lejos de nuestros compañeros; pues me ha engullido
la parca abominable que me correspondió en el momento de nacer.
También tu propio destino, Aquiles, semejante a los dioses,
es perecer al pie de la muralla de los acaudalados troyanos.
Otra cosa te voy a decir y a encarecer si me haces caso:
No deposites mis huesos aparte de los tuyos, Aquiles,
sino juntos, igual que nos criamos en vuestra morada,
cuando, aún en la infancia, Menecio de Opunte
me llevó a vuestro hogar a resultas del luctuoso homicidio
que cometí aquel día en que maté al hijo de Anfidamante,
!insensato de mi!, sin querer, por una riña en el juego de tabas.
Entonces me acogió en su morada Peleo, conductor de carros,
me crió con solicitud y me nombró escudero tuyo.
!Que también un mismo ataúd encierre juntos nuestros huesos,
y que sea la áurea urna que te procuró tu augusta madre»
   En respuesta le dijo Aquiles el de los pies lligeros.
   «¿Por qué, cabeza amiga, has venido aquí a verme
y me encargas todo eso con detalle? Mas estáte seguro de que
yo voy a acatar y cumplir puntualmente todo lo que me ordenas.
Pero acércate más a mí. Abrazados, aunque sea un momento,
uno a otro, demos plena satisfacción al funesto llanto.»
   Así hablo, y tendió los brazos hacia él,
pero no lo pudo tocar; el alma, como el humo, bajo tierra
se desvaneció entre leves susurros. Aquiles se levantó atónito,
dió una palmada y dijo estas lastimeras palabras:
   «!Ay! También en las mansiones de Hades es algo
el alma y la sombra, aunque la inteligencia no se conserva:
pues ha sido el alma del misero Patroclo la que toda la noche
ha estado presente ante mi llorando y gimiendo,
y me ha dado detallados encargos; prodigioso era el parecido.»

*****

Los dioses cuidan del cuerpo incorrupto de Héctor

    Le respondió entonces el anciano, el deiforme Príamo:
    «Si realmente eres escudero del Pelida Aquiles,
ea, declárame a mí ya toda la verdad:
¿está aún junto a las naves el cuerpo de mi hijo,
o Aquiles ya lo ha descuartizado y servido a sus perras?»
   Dijole, a su vez, el mensajero Argicida:
   «!Anciano! Todavía los perros y las aves de rapiña
no lo han devorado; aún yace allí junto a la nave de Aquiles,
abandonado en la tienda. Ésta es la duodécima aurora
desde que yace, y su piel no se corrompe nada ni lo comen
los gusanos, que devoran a los mortales asesinados por Ares.
Es verdad que alrededor del túmulo de su querido compañero
lo arrastra sin piedad a la hora en que aparece la límpida aurora,
mas no logra desfigurarlo. Tú mismo si acudieras contemplarías
qué fresco está por el rocío, lavado de la sangre que le cubría
y sin ninguna mancha; están cicatrizadas todas las heridas
que recibió, pues muchos hundieron el bronce en su cuerpo.
Hasta tal punto los felices dioses cuidan de tu hijo,
incluso muerto, porque les era grato en el fondo del corazón.»

*****

Aquiles se apiada de Príamo y le entrega el cadaver de su hijo

«!Desdichado! !Cuántas desgracias ha soportado tu corazón!
¿Cómo te has atrevido a venir solo a las naves de los aqueos
para ponerte a la vista del hombre que a muchos y valerosos
hijos tuyos ha despojado? De hierro es tu corazón.
Pero, ea, siéntate en ese asiento. Los dolores, no obstante,
dejémoslos reposar en el ánimo, a pesar de nuestra aflicción.
nada se consigue con el gélido llanto, que hiela el corazón.
Pues lo que los dioses han hilado para los míseros mortales
es vivir entre congojas, mientras ellos están exentos de cuitas.
Dos toneles están fijos en el suelo del umbral de Zeus:
uno contiene los males y el otro los bienes que nos obsequian.
A quien Zeus, que se deleita con el rayo, le da una mezcla,
unas veces se encuentra con algo malo y otras con algo bueno.
Pero a quien sólo da miserias lo hace objeto de toda afrenta,
y una cruel aguijada lo va azuzando por la límpida tierra,
y vaga sin el aprecio ni de los dioses ni de los mortales».

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