POETAS 79. Benjamín Prado

Benjamín Prado nació en Madrid en 1961, ciudad en la que reside actualmente. En 2002 reunió su poesía completa, revisándola y organizándola en un volumen que tituló «Ecuador», con el mismo título que uno de los poemas que integran ese volumen y que ha sido incluído en esta selección. Con posterioridad va a publicar «Iceberg» en 2003 y «Marea humana» en el 2006. También es autor de ensayos (» Siete maneras de decir manzana» y de varias novelas («Nunca le des la mano a un pistolero zurdo» o «Mala gente que camina»). Actualmente dirige la revista «Cuadernos Hispanoamericanos» y mantiene su presencia en la prensa a través de artículos en el periódico «El país» o en algunas tertulias de Radio Nacional.

Marga Gil en la Isla

Es una tarde de verano. Tu hablas
de que las noches son extrañas en las islas.
Yo pienso de repente
-no sé por qué- en la casa de Marga Gil: la torre
cerca de la autopista y el desorden salvaje
del antiguo jardín abandonado.
Empiezo
a contarte esa historia,
la manera en que aún sigue dentro de mí
y tu dices:
-Como alguien que anda junto a un río y tiene
sobre su piel la sombra de los árboles.

Estamos en el año
1932 y Marga se enamora de Juan Ramón Jiménez.
Es una chica oscura. Hay un túnel que une
su corazón y el ruido de los bosques.
Un día entra en la casa.
                                           
Un día escribe
ya nada me separa de  ti, salvo la muerte.
Luego todo termina.
Casi podemos verlo: 28 de julio;
el cielo es muy azul;
puede que unas palomas escapen del jardín
al oírse el disparo.

Ahora los dos estamos en silencio.
Tu miras
la playa,
la marea,
el sol rojo lo mismo que una fuente
en dónde un asesino se ha lavado las manos.
Yo pienso en Marga Gil.
                                              Pienso en su miedo
de esa forma en que a veces
ves a un hombre que huele una rosa, imaginas
cómo esa rosa crece hacia dentro de ese hombre,
lo invade poco a poco con su aroma
dulce y enfermo.

Mucho tiempo después
yo entro cada mañana en esa casa,
bajo al desván
me muevo por los cuartos vacíos,
subo a la torre que veré más tarde
desde un hotel de Nueva York, un día
de lluvía en Buenos Aires, un verano
en el puerto de Barcelona.
El mundo
es un lugar muy frío.
Hay terrazas vacías donde el viento devora
lentamente
los restos de la noche.

Tu y yo lo comprendemos.
Es un viento que viene del mar,
un viento frío
que llena el corazón de pequeños arpones
y niños ahogados.

Es un viento que dice:
-No se puede salir de una casa vacía.
Todo lo que ha ocurrido alguna vez
ocurre para siempre.

*****

Cada manaña

Cada mañana, Jaime Gil de Biedma
se muere en Barcelona,
                                           Shelley sube
a su barco en la costa de Italia,
                                                         Raymond Carver
escribe su poema sobre Antonio Machado.

Cada mañana
Stevenson se inventa La isla del tesoro,
Paul Moran sube a un tren,
                                                      Blaise Cendrars va en un barco,
Virgina Woilf camina
cerca de un río y Paul Eluard piensa de pronto:
-La tierra es azul como una naranja.

Del otro lado hay gente oscura que nos busca.
Del otro lado hay gente que llama a nuestra casa.
Hay gente que se acerca muy despacio a nosotros
igual que hombres con hachas caminando hacia un bosque.

Cada mañana es la última mañana de Pavese.
Cada mañana, Herman melville empieza Moby Dick,
Borges se mueve al fondo de los versos de Borges,
Pessoa lee desde dentro de mi a Pessoa.

Del otro lado hay gente que nos sigue.
Del otro lado hay manos que tiran de nosotros.
Gente que nos espera
En noches del tamaño de su miedo a la noche.

Rimbaud besa a Verlaine en un hotel de Francia,
a Steinbeck se le ocurre Las uvas de la ira,
a Vicente Huidobro le parece que escucha
la pequeña cascada que cuenta sus monedas.

Cada mañana
                           toco el oro de Jack London.
Cada noche
veo brillar la bala en el corazón de Lorca.
Cada día
me convierto en mis ojos,
                                               soy las cosas que escucho
como el hombre que tiembla es una parte del frío.

Cada mañana,
                           alguien lo descubre:
todo lo que está escrito pertenece al futuro.

*****

Los nombres de Teresa

Tu eras el poema de gottfried Benn que habla
del tercipelo sobre el que descansan las cosas,
los bosques
de Salzburgo y los ángeles de Rilke.
eras Auden en Dresde
Leyendo a Robert Lowell junto al Elba,
la carretera del corazón de la noche
y la casa de Holan en la isla
de Kampa y las luces
de Praga sobre el río.

Tu eras Ezra Pound boxeando con Hemigway;
eras el rayo verde,
la escalera que lleva a las torres vacías.
Tú eras Bob Dylan soñando con Kafka,
las estrellas rojas y el cielo de Rimbaud.

Y eras la red de oro
y Kavafis dormido en las playas de Ítaca
y la morsa amarilla de Elsinore con dos corazones
y el círculo que encierra a una naranja.

Tú eres alguien que está fuera mirando hacia dentro,
alguien que dice: sólo te harán daño
los dioses en que crees, sólo se puede huir para volver,
como la catarata huye del río
y después vuelve al río.

El cielo cabe en una de tus manos
y en la otra mano llevas la rueda de los días.

                   (Cobijo contra la tormenta, 1995)

*****

Asomado al balcón que yo soy porque te amo
(Marsella, 1996)

Asomado al balcón que soy yo porque te amo,
pasas por mis recuerdos
igual que se atraviesa una casa vacía.
Frente a mi soledad
se alza seriamente
un viejo panorama de edificios sin luna:
luces suaves
de esta madrugada.

Te quedas en Madird. A mi me esperan
casas cerca del mar,
ese cansancio azul de los hoteles,
los cuartos alquilados
donde alguien ha muerto alguna vez.

No pasarán,
                       los días,
                                      tan despacio.

Pero vendrán las lluvias,
la nostalgia creciendo
como crece el amor en épocas de guerra.
Alguien recordará, seguramente,
el largo invierno del ochenta y seis.

             (El corazón azul del alumbrado, 1991)

*****

Cambios

Estábamos en Londres.
                                            Tu dijiste:
La lluvia sobre un río se parece a James Joyce.
De eso hace muchos años.
Y otra vez,
mientras íbamos
andando muy despacio por la Red de San Luis
yo pensé –No lo olvides,
las palabras no pueden volverse atrás.
                                                                        
Me acuerdo
de lo que todo aquello significaba entonces,
de las cosas
que alguna vez he hecho y las que nunca dije.

Por eso, esta mañana, cuando escribo:
Un hombre corre,
                                 avanza,
                                                y cada metro,
cada paso que da modifica el pasado,
ya sé que no es verdad;
                                           sé que nada se mueve,
que los hombres que he sido se acumulan
unos sobre otros,
                                siguen
                                             donde siempre han estado,
igual que el agua es invisible dentro del agua
pero está ahí.
                         De pronto
quiero hablar de eso. Ordeno lentamente
mis ideas,
                    descarto
un adjetivo en el que estuvo Rilke;
un verso que decía
todo lo que arde es del color del fuego;
la palabra ocupada por la palabra rosa…
Y al fin lo encuentro.
                                       Al fin llego al lugar
desde donde se escribe:
las afueras,
el extranjero de nosotros mismos.

Al fin
todo esta claro:

El viento cambia
la forma del jardín
cada mañana.

*****

Viajero que abandonas esta ciudad del norte
                                                      
para Joaquín Sabina

Viajero que abandonas esta ciudad del Norte
donde una dulce nieve empapa la razón
donde los barcos llegan cargados de preguntas
a muelles laboriosos como mi corazón;

háblale de mi vida, las autopistas blancas
que atraviesan despacio mi vieja soledad;
esa gente que  pasa por mi calle, llevando
mi pensamiento al otro lado de la ciudad.

Cuando de ella y de mí quedan sólo estos versos,
los hoteles que un día quisimos compartir;
los coches aparcados sobre nuestros recuerdos,
la glorieta de Atocha, donde la conocí.

Dile que estoy parado al final de mí mismo
igual que un policía sin nadie a quien prender,
como un autoestopista debajo de la lluvia,
un multimillonario sin su mercedes Benz.

Y dile que la  extraño y que me siento raro
igual que un presidente dentro del autobús,
como una Kawasaki en un cuadro del Greco,
igual que un perro a cuadros, igual que un gato azul.

Cuando de ella y de mí quedan sólo estos versos,
los hoteles que un día quisimos compartir,
los coches aparacados sobre nuestros recuerdos,
la glorieta de Atocha, donde la conocí.

        (El corazón azul del alumbrado, 1991)

*****

La lámpara de Alberti

Todos aquellos años yo pude atravesar los muros,
volver contigo a la ciudad de Antonio
Machado, entrar al huerto
de San Juan de la Cruz, al monasterio
de Bécquer -lentamente
el orden de la nieve
asumía la forma de las cosas. Yo dije:

eso es tu poesía-, a la pequeña
habitación de Lorca
por quien aún guardabas una dulce,
una oscura amistad más allá de la muerte.

¿Te acuerdas de las horas
en el salón de Luisa; leyendo cada tarde
durante meses a Rubén Darío?
la luz azul de la piscina, el golpe
apagado de cuerpos en el agua
subiendo hasta el balcón
y las palabras llenas del ruido de los árboles.

Tú construías islas contra la vida, largas
escaleras al cielo;
siempre encontrabas una manera de parar
la sombra de las torres,
de llamar, por ejemplo, polifemos
encendidos
a los Pegasos que dejaban
la estación de autobuses
de una ciudad. Detrás no había nada:
hermosos bosques en la superficie
del agua, que no son parte del río.

Es tarde y la noche se acerca,
mundo lento de hojas húmedas y fieras intuidas.
El atardecer de la vida -dice Joubert-
trae consigo su lámpara.
Tu eres la luz a punto de extinguirse
que convoca a los lobos en el jardín
incendia los salones vacíos.
Yo no te echo de menos
ni te quiero olvidar:

Recuerdo una mañana en San Roque. Mirábamos
los grandes petroleros bajo el cielo rojo de las refinerías
y dijiste: todos somos Rimbaud,
con nuestro cinturón de monedas de oro
y nuestro viaje hacia ninguna parte.

             (Cobijo contra la tormenta, 1995)

*****

Material

No es el azar
que salta de una mano
hasta los dados.

Es como el miedo
cuando es de noche y puedes
ver los sonidos.

son las palabras
que tengan dentro al hombre
que las escucha.

La poesía
es fingir que es verdad
lo que es verdad.

*****

Ecuador

Hace falta la noche para ver las estrellas.

Igual que ayer, hoy busco -lo dijo Juan ramón-
una verdad aún sin realidad;
busco en la tinta verde de todo lo que escribo
un planeta sin nombre o una jungla perdida.

Y hace falta la noche.

Yo me siento en las sombras,
prendo un fósforo,
tallo mis esmeraldas, construyo mis panales.
Todo es igual y todo es diferente.

La vida
que fue un río
es ahora un océano,
el pasado es la arena y el agua es el futuro.

Hace falta la noche.

Todo está en mí
lo mismo que un clavo en la madera:
cada paso en la nieve,
cada luz apagada,
cada piel encendida.

todo se ve tan claro.
                                    Es hora de empezar
y yo busco las sombras.

Hace falta la noche para ver las estrellas.

*****

Algo como la noche en un embarcadero
             (Jaime Gil de Biedma 1929-1990)

Cuantas veces, leyendo,
de repente sentimos
la sensación de huir:
es algo parecido
a esa seguridad con que identificamos,
sin saber bien por qué, la lentitud
de un tigre en movimiento y el oro de los ríos.
Figuras solitarias, alternativamente
nítidas y borrosas, lo mismo que edificios
iluminados por una tormenta.
Aunque al final nos encontramos siempre
cara a cara con nosotros mismos.

Hoy he venido a hablaros de Jaime gil de Biedma.
Y de todos nosotros, por supuesto.
Me pregunto,
en medio de estas horas
dudosas, me pregunto si queda todavía
una hiustoria suya a la que parecernos.

Algo hemos aprendido: a no usar nunca,
nunca jamás el juego de hacer versos
para jugar con nuestros sentimientos;
también a ser infieles: la traición
obliga
-como dice Catulo- a querer más y apreciar menos;
y hemos aprendido que ser inteligente
hace sentirse un hombre
envenenado por sus propios médicos.

No hay nada más. Acaso
sería dulce compartir las tardes
mediado el mes de junio
                                                  y sus secretos.
Que luego estaba el personaje a solas
consigo mismo, en cuerpo
y alma, ligeramente
irreal -demasiado similar a sus versos-
y su conversación
algo como la noche en un embarcadero.

Así recuerdo a Jaime gil de Biedma
aquel verano sobre todo -el último
de nuestra juventud, igual que en su poemas:
Los pinares
movían
muy despacio,
una gama de verdes con ritmo de bandera.

          (El corazon azul del alumbrado, 1991)

               

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