Mes: julio 2011

POETAS 70. Juan Ramón Jimenez II (La soledad sonora)

Y SE QUEDARÁN LOS PÁJAROS CANTANDO

…Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando.
Y se quedará mi huerto con su verde árbol
y con su pozo blanco.

Todas las tardes el cielo será azul y plácido,
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las esquilas del campanario.

 Se morirán los que me amarón
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y lejos del bullicio distinto, sordo,
raro del domingo cerrado,
del coche de las cinco, de las barcas del baño,
en el rincón oculto de mi huerto encalado,
entre la flor, mi espíritu errará callando.

Y yo me iré, y seré otro, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido…
Y se quedarán los pájaros cantando.
                                                                                           (1910)
                                                                          («Nido agreste»)

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Roces

Cuando dos mundos mínimos coinciden

una como aurora boreal resulta.

Es la belleza en sí del arder de los yos

que dura en tanto se apaga la energía

del roce que poco a poco se olvida.

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POETAS 78. LA ILIADA

Tanto la Iliada como la Odisea surgen de la exposición oral de los rapsodos, que a diferencia de los aedos que les precedieron, ya no cantan ni tañen la lira, sino que con bastón en mano recitan elevando la voz. También, a diferencia de estos primitivos aedos, los rapsodas se atienen con cierta flexibilidad a un texto ya prefijado y que aprendían de memoria, los cuáles se inspiraban  en un conjunto de leyendas centrado especialmente en la riña entre Aquiles y Ulises. Esta poesía heroica recitada de viva voz se convertía en un producto artesanal que el maestro transmitía al discípulo, y que precisaba un conocimiento amplio de las leyendas de su pueblo y de las fórmulas mnemotécnicas basadas en adjetivos tópicos repetidos una y otra vez, junto a escenas características, como son los preparativos, la partida, las bodas y los funerales.

La Iliada sólo relata la cólera de Aquiles  y los sucesos de unos pocos días del décimo año de guerra. La acción arranca cuando Agamenón, jefe de los aqueos, desoye la petición de Crises, sacerdote de Apolo, que le suplica la devolución de su hija Criseida, que había sido otorgada a Agamenón como parte del botín de guerra. Crises clama venganza a Apolo, y éste envía una peste contra los aqueos. Agamenón decide devolver a Criseida, pero exige, a cambio, su botín a Aquiles, la esclava Briseida. Éste se la entrega, pero lleno de colera por la deshonra, decide no luchar más. Es entonces cuando Tetis, la madre de Aquiles, suplica  a Zeus que vengue a su hijo causando la perdición de los aqueos. A pesar de que Aquiles deniega el auxilio a sus compañeros y se retira a su campamento, será la muerte de su predilecto Patroclo lo que le haga retornar a la lucha, precipitando toda la acción del poema. La muerte de Aquiles y la toma de Troya no son narradas en la Iliada, pero son anunciadas varias veces, por lo que existe la certeza de que ocurrirán pronto. La cólera de Aquiles llega a alcanzar la dimensión de símbolo, gravitando gran parte de de la acción de la Iliada sobre la ausencia del propio Aquiles en la contienda. Incluso en la más equilibrada escaramuza siempre existe la certeza de que está faltando el guerrero más dotado y valeroso.

La elaboración de la Iliada es anterior a la Odisea y está separada por un lapso de tiempo considerable que hace imposible atribuir las dos obras a un mismo autor y que justifica las distintas variaciones de estilo y del mundo histórico y social que reflejan. Homero, a quien se le ha atribuido desde la antiguedad los dos poemas, resulta más una terminación que un comienzo. Las raíces de su creación se hunden en la esfera de la canción heroica oral y se nutre abundantemente de elementos preexistentes. Homero marca el fin de esa transición desde los aedos con su lira a los rapsodos que recitaban con el bastón en la mano, desde la canción heroica de origen oral al poema proyectado por escrito. El tiempo abarcado en la consumación de esta transición resulta difícil de computar, pero parece que no cabe duda del protagonismo de Homero en la culminación de este trayecto. Según Albin Leskin, en su «Historia de la Literatura Griega», lo que podemos saber acerca de Homero como personaje histórico es que fue un rapsodo con conocimiento de mundo, íntimamente vínculado a las cortes principescas de su tiempo. Se sabe con alguna certeza que fue natural de Esmirna, residió largo tiempo en Quíos, y su muerte tuvo lugar en la isla de Íos. Tal como afirma la leyenda, probablemente fue ciego y la época de su creación corresponde a la segunda mitad del siglo VIII.

Para Warner Jaeger, Homero debe ser considerado el más grande creador y formador de la humanidad griega, más allá de su valoración en la historia formal de la literatura. Con su recurso permanente al mito, se logra por medio de esta epopeya una amplia significación normativa, incluso cuando no es empleado de un modo expreso como modelo o ejemplo. Para Jaeger, la tradición del pasado refiere la gloria, el conocimiento de lo grande y lo noble, no un suceso cualquiera. Lo extraordinario obliga aunque sea sólo por el simple reconocimiento del hecho. Homero, no obstante, no se limita a referir los hechos. Alaba y ensalza cuanto en el mundo es digno de elogio y alabanza. Los mitos y leyendas heroicas constituyen el tesoro inextinguible de ejemplos y modelos de la nación. De ellos saca su pensamientos, los ideales y noramas para la vida. Para Jaeger, Homero no es naturalista ni moralista. «No se entrega a las experiencias caóticas de la vida sin tomar una posición ante ellas, ni las domina desde fuera. Las fuerzas morales son para él tan reales como las físicas. Comprende las pasiones humanas con mirada penetrante y objetiva. Conoce su fuerza elemental y demoniaca que, más fuerte que el hombre, lo arrastra. Pero, aunque su corriente desborde con frecuencia las márgenes, se halla, en último término, siempre contenida por un dique inconmovible. Los últimos límites de la ética son, para Homero, como para los griegos en general, leyes del ser, no convenciones del puro deber. En la penetración del mundo por este amplio sentido de la realidad, en relación con el cual todo «realismo» parece como irreal, descansa la ilimitada fuerza de la epopeya homérica.

(La traducción utilizada aquí es obra de Emilio Crespo)

  

Agamenón mata sin descanso

(…) A su vez el poderoso Agamenón,
matando sin descanso, avanzaba con los argivos dando órdenes.
Como cuando el voraz fuego prende en un bosque rico en leña,
los remolinos de viento lo esparcen por doquier, y los arbustos
caen de raíz, devorados con prisa por el ímpetu del fuego,
así caían bajo el Atrida Agamenón cabezas
de troyanos fugitivos, y muchos caballos, de erguido cuello,
castañeteaban los carros vacíos por los puentes del combate,
añorantes de sus intachables aurigas, que yacían en tierra,
mucho más queridos para los buitres que para sus esposas.

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Seudo soneto

Seudo soneto
Hermana mía: ¡Cuanto te amo!
Dolor de dolor es tu lejanía
y esta locura del alma mía
el silente grito con que te llamo.

Dolor y placer eres, mi herida,
luz y oscura sombra, mi hermana,
me diste una pasión que mana
ansia, y que no puede ser querida.

Amor, raíz de toda vida mía,
hiéreme con tu ardiente mano:
Dame olvido como muerte fría

o amor profundo, en que no gano
Porque la duda que en mi porfía
duele más que mi corazón vano.

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A un paseante

Invierno

Que profunda soledad la de aquel
que busca compañía y no la halla.
Primero recorre la ciudad despacio.
Él se dice que pasea. Pero espera.

No es la hora.
Está esperando a su amigo,
que apenas lo es.

Luego se sienta en un banco público
y piensa. Ve pasar los pensamientos.
¿Qué piensa?
Tal vez una música recordada.
Quizás el ritmo de su respiración.

Pobrecito paseante, espera en un lugar
en el que no ha quedado con nadie,
e inventa vidas para quienes pasan.

No es la hora.
Está esperando a su amigo,
que apenas lo es.

La tarde cae, un viento frío arrastra
papeles abandonados que
podrían contener un poema.
Los persigue con la mirada,
lo escrito en ellos sólo puede ser triste,
arrugados y sucios, están viejos para la poesía.

Cree que puede escribir los versos más tristes,
pero ya están escritos.
Y el paseante escribe otro poema.

Se lo dedica a su amigo,
pero a esta hora ya no es.

Ahora vuelve a su castillo gris
huyendo de la soledad del frío.
Seguramente entonces sabe qué es traición.

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