Mes: julio 2007

EL ALDABONAZO

(Para Ana Lucas –profesora titular de Historia de Estética-)

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La muerte de cada uno de nosotros es un aldabonazo para alguien. Pero no a todos nos alerta por igual el trallazo de esa aldaba. A diferencia de otro tipo de aldabonazos, el de la muerte siempre nos sorprende dormitando. La muerte siempre logra esa ruptura de nivel. Si quien se muere es un amigo, el aldabonazo es insistente y acaba despertándonos tarde o temprano. No digamos si es un familiar ya anciano con el que estábamos viviendo la crónica de una muerte anunciada. De vez en cuando, ocurre que alguien nos anuncia la muerte de una persona a la que vagamente conocíamos. La noticia siempre nos sorprende, pero no siempre nos conmueve. Unas veces, apenas le dedicamos un leve pensamiento de condolencia al muerto y retornamos a nuestros quehaceres cotidianos. Pero otras veces quedamos afectados hasta la médula por esa noticia, aunque ni siquiera habíamos tratado a la persona que hasta hace un rato todavía estaba viva. ¿Quién dice que los muertos no se comunican con los vivos? Los muertos también eligen las personas a las que van a comunicar su muerte, igual que eligieron a quienes quisieron comunicar en vida cada uno de sus avatares. Y a cada uno de nosotros manda su propio mensajero para comunicar su muerte. Y para cada uno de nosotros tiene también destinados un canal y un mensaje distinto. Porque la vida parece tener un sentido que no se agota con la muerte, sino que más bien se prolonga y se completa más allá de ella misma. ¿Quién puede determinar qué sentido tiene la vida de cada cuál? Sobre el sentido y el alcance que tiene la vida de cada cuál tenemos una visión demasiado miope y distorsionada. Demasiado apegada al ego para que se pueda obtener alguna amplitud de miras. Pero lo que parece que va a estrechar y cerrar el círculo definitivamente –la muerte, el acabamiento de una vida- acaba ampliándolo en ondas concéntricas que se extienden sin fin. La noticia de la muerte de una persona no puede tener la misma repercusión para todos, porque no todos recibimos esa noticia de la misma manera, ni con el mismo estado de ánimo. Lo detonante no es la noticia en sí, sino el conducto por el que nos ha llegado. El mismo fallecimiento es visto por cada uno desde distintas perspectivas. La misma necrológica puede estar colocada para cada uno de nosotros en la primera página de periódico u ocupar un lugar anónimo dentro de una larga lista de nombres que nunca vamos a leer. Todo es una cuestión de oportunidad. Cada aldabonazo nos va sorprender en somnolencia, pero, por algún motivo, a unos ese aldabonazo les va a sorprender en el trance de un sueño ligero, o bien desvelados por algún motivo azaroso. Ese es el primer paso, oír el aldabonazo en algún lugar fronterizo al sueño, pero rozando ya la vigilia. Puede ser incluso un tenue aldabonazo, pues la mano no deja caer la aldaba por igual en cada una de las puertas a las que acude; no tiene la misma intensidad su golpe ni nosotros prestamos oídos siempre en el mismo estado de alerta. Podemos oír el aldabonazo y tranquilizar nuestra conciencia diciéndonos que eso no ha sido nada, o que ha sido el viento, o incluso podemos confesarnos el miedo y no abrir la puerta a esa hora intempestiva –siempre la muerte tiene algo de intempestiva- y volvernos a dormir. O levantarnos y acudir a la llamada para abrir la puerta. Y desde que se ha ido a abrir la puerta ya ha penetrado la intemperie en casa, se ha abierto un pasadizo, un nuevo paisaje nos reclama tal vez para helarnos la sangre. Hermes está ahí, detenido en el umbral para darnos la noticia y lo que vemos tras su sombra en esa hora fría e intempestiva, todavía con los restos del sueño flotando en los párpados entreabiertos, es algo que depende de nosotros, de nuestra libre interpretación y sensibilidad. Se puede ignorar un aldabonazo haciéndonos el dormido, pero no es posible ignorarlo una vez que se ha abierto la puerta.

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Mi profesora de francés…

A mi real profesora de francés que sí se llamaba Marina y era presuntamente francesa, pero ni era alta ni delgada ni nada, sin embargo me enseñó muy bien la lengua de Chateaubriand, aunque luego se me haya olvidado. Y también a todas las Marinas del mundo, incluidas las de guerra.

Mi profesora de francés se llamaba Marina.

Era una mujer de unos treinta años delgada y guapa, aunque en aquel momento yo no apreciara ninguna de las dos cosas. Fundamentalmente porque tenía 13 años y además en cuestiones de apreciación del sexo opuesto fui bastante tardío. Había algunos adelantados, en lo que a la percepción se refiere, y sus barruntos de lo que podría ser la atracción, se traducían en comentarios difíciles de entender para un no iniciado. Entonces se imponía el disimulo para no ser menos hombre que los demás. La verdad adquiría tintes extraños y ciertas reuniones confidenciales producían un ambiente que podría describirse como un caldo espeso. (más…)

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Cuentos

Escribir es una especie de psicoanálisis vergonzoso. Una búsqueda del inconsciente freudiano sin poner de manifiesto a los demás, los probables lectores, los descubrimientos que hallamos en ese bucear en el oscuro mar del yo que no conocemos.

Releyendo lo escrito pueden encontrarse motivos para escribir que el escritor no sabía que estuvieran allí.

Leyendo lo escrito por otro puede caerse en la tentación de suponer aquellos motivos, de creer que el autor se desnuda. Por eso es peligroso publicar entre amigos, pueden pensar que conocen al autor mejor que él mismo. Malo es que te lo digan: tu vida se presenta como una foto en color sepia, medio borrada y tan envejecida que en la figura que aparece allí no te reconoces. Y cuando dices:

“-No, yo no soy así” No te creen.

Peor es que no te lo digan. Seguramente es porque creen haber descubierto algo malo.

Y lo horrible, lo más horrible, que no te lean.

A pesar de todo hay desgraciados que escriben compulsivamente, lo hagan bien o mal. Y publican aunque nadie los lea. Es la ventaja del Blog.

Por algún motivo que no confesaré he escrito algunos cuentos con protagonistas entre la infancia y la adolescencia. Son historietas sin más pretensión que entretener un rato. Adjunto uno de ellos con la esperanza de que alguien lo lea y, sin pensar que me conoce mejor, me diga que le gustó un poco.

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Poesía

Si hay un escrito que clama por su lectura, aunque sea en el desierto, es el poético. Pero la poesía es más una intención que un logro. Esa compresión extrema de los sentimientos, que necesita el ritmo para estar completa, está tan fuera del discurso frecuente de los pensamientos que es muy difícil que alcance a transmitir todo lo que contiene. Si acaso se produce una excitación de los sentimientos, una sintonía, que produce en quien la sufre o goza cierto efecto que no tiene por qué ser parecido al estado que provocó en el poeta su exabrupto.

Como en todo arte algunos genios han conseguido que sus versos trasciendan tiempo y lugar. Incluso que produzcan sensaciones en muchos individuos de muy distinta naturaleza.

La poesía de los no-genios puede ser entrañable, amable en el sentido de ser amada, pero no se le puede pedir trascendencia. Baste creer que ha servido como descarga de los pesares de un alma, alivio de la finitud, para respetarla.

Si para leer ficción hace falta estar en un estado de ánimo especial, es mucho más necesario para leer poesía, sobre todo la que podría llamarse “eco de sentimientos”. Leer, además, no completa el mensaje. Hay que declamar, leer en voz alta intentando asumir el tono del autor. No son frecuentes las “veladas poéticas”… “video kill the radio star”, pero aseguro a quienes no hayan gozado del placer de oír a un buen declamador, que la interpretación, como en la música, es importantísima.

Hay muchas clases de poesía. Las hay que nacen para no ser publicadas. Otras para divertir. Otras como divertimento. En fin, cada uno escoja la que le mueva, o no escoja ninguna. A lo mejor el silencio es la mejor poesía.

Con la conciencia plena de que el demiurgo me negó las llaves de lo bello doy aquí dos ejemplos para su discusión o su crítica: ¡Que el demiurgo me ampare!

La primera muestra es el seudo soneto que un tertuliano al que llamaré J.C. criticó severamente, aunque con cariño e ironía. Y Enrique el filólogo desgranó en un análisis de tres páginas al final del cual ya no quedaba nada… nada… ¿será porque no lo había?

Tome vuecencia su propia opinión.

Debe decirse que forma parte de un relato de argumento manido, que tal vez algún día publique para defender la idea de que la descripción es, en algunos casos lo importante del escrito.

Seudo soneto
¡Hermana, hermana mía cuanto te amo!
Dolor de dolores es en mí tu lejanía,
y esta locura postrera del alma mía
es el grito silente con que a ti yo llamo.
Eres dolor y placer, mi amada herida,
tu eres luz y más oscura sombra, hermana,
y has hecho brotar en mí pasión que mana
una angustia tal que no puede ser querida.
Roja sangre llorada de esta vida mía,
que quemas mis entrañas con ardiente mano,
dame pronto un olvido, como muerte fría
o un loco amor profundo, en que no gano,
porque esta duda que a mi razón rocía
me duele más que de mi corazón el vano.

Aquí debe hacerse una pausa, como un silencio apocalíptico porque para ver lo que es un soneto de verdad, y para que cada cosa quede en su sitio, si lo anterior descolocó algo, no puedo menos que añadir este de Quevedo en el que… bueno ¿que más puedo añadir?

AMOR CONSTANTE MÁS ALLÁ DE LA MUERTE

Cerrar podrá mis ojos la postrera
Sombra que me llevare el blanco día,
Y podrá desatar esta alma mía
Hora a su afán ansioso lisonjera;
Mas no de esotra parte en la ribera
Dejará la memoria, en donde ardía:
Nadar sabe mi llama el agua fría,
Y perder el respeto a ley severa.
Alma, a quien todo un Dios prisión ha sido,
Venas, que humor a tanto fuego han dado,
Médulas, que han gloriosamente ardido,
Su cuerpo dejará, no su cuidado;
Serán ceniza, mas tendrá sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado.

* * *

Y aquí otra pausa para pensar en las mil y pico páginas condensadas en una poesía de verdad.La poesía no tiene por que buscar el ritmo en la métrica. Tal vez esto sea una blasfemia filológica. Para escribir lo siguiente no conté ni una sílaba y fue el joven Hegel y su absoluto quiénes me lo inspiraron. No estaría mal este fin de la finitud.

Fusión:
Confundirme que persigo sin querer
perderme en el Absoluto.
Disolución que se promete sin que mi yo
y sus amores sean inevitable preterido.

Verdad:
Yo verdad, suma de mis verdades y parte
de otra Verdad más infinita.
Y trabajo incesante, sin fruto si todo será destruido.
Ansia eterna de lo sido.

Deseo:
Que todo junto, amado y recuerdo temido,
se fundan en una paz de perdones ciegos.
Que lo que no puedo reparar sea nada.
Que lo amado reviva y no muera.

Sin tiempo:
Tú y tú y tú y tú y yo contemplándonos sonriendo.
Quietud infinita, apéiron amable para nunca y siempre,
tiempo sin sentido, y espacio a ceniza reducido.
Y el amor verdadero del infinito apoderado.

***

Y ya está bien por hoy. Si habéis llegado hasta aquí, ¡que no os queden secuelas!

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¡Lo mismo hasta funciona así!

¡Lo mismo hasta funciona así!

La Categoría “General” será como un enlace o guía en la que se aclaren aspectos de las nuevas entradas, comentarios previos que indiquen al improbable lector el jardín en el que se está metiendo, incluso le hagan desistir de leer cierta entrada: ¿Quién encontrará divertido, agradable o útil leer “Crimen y castigo” si lo que busca es una novela “del Oeste”?.

Por ejemplo:

La primera entrada que está en “Meditaciones provisionales”: “¿Para qué sirven los recuerdos?”, es una reflexión informal sobre las clases de los recuerdos y la voluntad de estos de pervivir, de comunicarse, que podría ser, siempre provisionalmente una raíz de la producción artística. Si  quien lea esto busca una poesía más vale que no lo lea. Si alguna vez habrá poesías en el blog estarán en la categoría “Poesía”

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¿De qué sirven los recuerdos?

Realmente, si hemos de morir y los recuerdos con nosotros, ¿Para que sirven?

¿Quién recordará mis recuerdos?

Claro que “recuerdos” es un termino confuso, o mejor, demasiado amplio. Hay memorias que podríamos llamar “animales”. Son la acumulación de las experiencias que nos sirven para saber qué ha sido bueno y qué ha sido malo para nuestra personal supervivencia: Dónde está la comida, incluso qué es comida y que es veneno. Qué nos ha producido placer y qué dolor. Los animales superiores disponen de esta clase de memoria, imprescindible para la supervivencia inmediata. Evidentemente estos recuerdos tienen una utilidad innegable.

Hay una segunda clase de recuerdos que sirven para la conservación de la especie. En un sentido amplio son los recuerdos políticos. También los animales superiores y otros inferiores disponen de esta ciencia. Y estos recuerdos, deben ser mucho más importantes, porque la naturaleza, o el demiurgo que la controla, ha dispuesto que se transmitan de un modo mecánico, mucho más fiable que la palabra escrita. Así las abejas, sin ir a ninguna universidad, saben construir panales, libar las flores, defender la colmena con sus aguijones.

Es curioso que esta transmisión matemática o geométrica haya sido negada al hombre que, en cambio, posee el poder de la reflexión: Yo no sé lo que sabían mis ancestros, ni siquiera sé ya lo que supe una vez. El olvido, que es otra forma de recuerdo, el no-recuerdo, el negativo que es uno con todo lo positivo, puede ser también una herramienta de supervivencia: tal vez no seríamos capaces de sobrevivir a la acumulación vívida de todos los dolores experimentados.

Puede que el demiurgo lo haya dispuesto así para que podamos usar, poseer, la libertad. Si no sabemos exactamente que hacer, tenemos que elegir. Grandeza y miseria juntas. Ignorancia y libertad en un extraño binomio. Otro asunto es el condicionamiento de la elección: ¿Condicionan los recuerdos nuestra respuesta?

Desde el siglo de las luces parecemos empeñados en que cada uno sepa más. La sociedad lo necesita para progresar. Pero ese aprendizaje es frustrante porque ya no hay cabeza en la que quepa todo lo que se puede saber. Y además, olvidamos indiscriminadamente. Peor, cuanto mayor es el nivel de lo potencialmente recordable más fácilmente se olvida. Horas de esfuerzo en la juventud para adquirir un saber acaban en la conciencia de que una vez supimos algo y ahora no sabemos nada.

El recuerdo político es deleznable: se nos desgasta según lo usamos, como los nombres de la “Filosofía del espíritu” de Hegel, pero ese desgastarse no produce algo de naturaleza superior. ¿O si?

Por último hay otra clase de recuerdos. Son aquellos que han dejado los sentimientos, que, a su vez, son también sentimientos en sí. Estos son los absolutamente inútiles. No sólo no valen para conservar nuestra vida animal sino que a veces la destruyen. No valen para construir una sociedad más estable. Pero quizás son los recuerdos más auténticos, los más humanos. Una parte de la vertiente estética del espíritu; los que dan su color definitivo al “gnoseyon”, ese plano inclinado virtual sobre el que caen los recuerdos y por el que se deslizan camino del olvido, dejando tras su viscosidad colores iridiscentes cuyo reflejo es la conciencia de nuestra individualidad pensante.

Esos “recuerdos de sentimientos” tienen vocación de eternidad. Quieren vivir sin el recordante, sin memoria. Y de este deseo de pervivencia nace el arte: un grito desgarrado que se deshace de la voz que lo profiere, que quiere transmitir sin límites, para el que el genio sólo lo fue un momento y desapareció.

Esta vibración tiene sus armónicos, los exabruptos de los no-genios, a los que la belleza de todo tiempo y todo lugar les está vedada. Menores. Pero entrañables.

Valdría la pena que todos diéramos libertad a esas partes de nos, que nos parecen hijos pero no son sino un eco de una realidad más profunda en la que nuestra identidad adquiere su verdadera importancia, es decir ninguna.

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Re-Presentación

Buscaba colgar algo de prueba y tropecé con “¿De qué sirven los recuerdos?” que espero que ahora figure en la primera categoría que abro: “Meditaciones provisionales”. Me ha venido bien este texto, no porque me ofrezca una excusa, sino porque abre una rendija para comprender toda manifestación productiva inútil.

APEIRON es una manifestación productiva inútil. Un juego. Y un libro, colección de cosas diversas, manifestaciones de la inquietud que produce la meditación provisional sobre temas muy diversos, entre otros, sobre la producción literaria, y también producción literaria en sí.

También una ocasión para que los desheredados de la genialidad, pero enamorados de algún momento vital, plasmado sin pretensiones en un relato, en una poesía, en un pensamiento escrito, puedan sentirlo lanzado al viento.

Y, al fin, una idea: una ocasión de diálogo entre autor y lector. Una oferta de otro modo de leer, que no es nueva –nada es nuevo escogiendo la nota que se desea, tocada en un instrumento desafinado pero pleno del deseo de agradar y también de vencer a la temporalidad, aunque no se logre.

Aquí empieza todo eso. ¿Será efímero?

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