Amiga enmudecida

A una amiga enmudecida

¡Qué belleza contiene la pasión con objeto!
¡Qué dichoso el mortal que logra asirla!
Doble dicha si los dioses le concedieron
el don de llevarla a lo escrito.

Ojalá que ese hierro al rojo blanco,
capaz de quemar las entrañas,
se moldee solo, para siempre,
que el martillo del herrero sea inútil,
que el objeto de la pasión
sea infinitamente hermoso.

Y que seas muy feliz, aunque,
ya sabes, la felicidad no exista,
y de la abundancia de tu corazón
hable tu verso y los otros mortales,
los de hierro gris y duro,
superemos nuestra envidia y
disfrutemos de tus palabras
sin término.

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