De la contradicción…

«Ex contradictione sequitur quodlibet«

Este principio es como un alivio en el camino de la deducción lógica. Después de mil transformaciones rígidas, aparece la libertad. De hecho, que me perdonen los lógicos, me parece el principio más interesante de la ciencia de la derivación.

No se si valdrá en mi defensa el decir que, sin yo quererlo, mi pensamiento es de frontera, es decir que, solo él, sin un movimiento de «mi» voluntad, se coloca después de Kant, mirando hacia lo indemostrable y busca en el ritmo de la música, en el misterio de la poesía o en las voces de los filósofos famosos, eso que he dado en llamar «el consuelo de la filosofía», que no es más que un atisbo de lo que pudiera ser la verdad. Y todo movido por una creencia provisional y un poco tonta que supone que ese trabajo de especular tiene un rendimiento positivo, que aquí o allá me voy a acercar a la verdad. Un poco como el viajero que afronta la última etapa y se siente feliz, a pesar de que sabe que nunca la acabará.

Siendo kantiano, y a pesar de ello, voy a pensar en aquello que no puedo conocer, y, en vista de la contradicción, voy a sacar las conclusiones que se me ocurran… y no sólo eso: voy a hablar de lo que no se puede decir nada, quodlibet.

Después de esta declaración de principios supongo que los kantianos me echarán de su equipo, pero yo seguiré siendo admirador de Kant aunque sea un admirador proscrito.

Y hablo y escribo, primero porque mi falta de habilidad para completar los pensamientos jugando con ellos sin expresarlos, como si fuera un malabar de la inteligencia… que los hay… pues esa deficiencia me obliga a escribirlos, porque así los ordeno y percibo lo que pienso.

Sí, puedo pensar sin percibirlo, y no solo en niveles bajos de razonamiento o intelección sino también en la gestación de opiniones profundas… en el quodlibet casi todo son opiniones. Pienso, sin saber que lo hago, que es ese rebullir inquietante de las ideas y las percepciones, alojadas cerca del estómago, que es como tener dolores de parto, o, mejor, como molestias de la gestación, dar vueltas a una imagen inexpresa, viscosa, incomprendida e incomprensible; olvidarla sin querer y sin querer volver a tomarla, hasta que en un momento se cree haber hallado el cabo del ovillo… pero todo no es un hilo continuo. Sin saberlo se sigue el razonamiento, o la especulación, ésta si se sobrepasa la aporía aristotélica, se amasan las intuiciones hasta conseguir lo que creo un final parcial que, de momento, permite un descanso. Pero la conciencia de que queda una madeja infinita por devanar mantiene la inquietud, que no se calma con una meditación provisional, muy provisional, escrita. La razón pide por el todo, aunque la razón sabe que es inalcanzable.

Bien, eso es por lo que hablo, por lo que escribo. ¿Por qué publico? simplemente porque estoy determinado a hacerlo. No lo entiendo, no puedo explicarlo ni lo comprendo, pero no puedo dejar de hacerlo. ¿Por qué profetizan los profetas? ¿Por qué no escribe el que no lo hace? Por lo mismo: está determinado a ser ágrafo, y es inútil oponerse a lo necesario:

«Todo lo que ocurre, desde lo más grande a lo más pequeño, ocurre necesariamente«, como dijo Schopenhauer[1].

Siento tentaciones de comparar esta forma de no-razonar con el «tercer modo de conocimiento» de Espinosa, pero mientras Baruch le atribuía la calificación más alta, aquello que he tratado de describir más arriba me parece solamente una osadía propia de la inconsciencia de un filósofo frustrado. Pero sí debe ser verdad que hay un modo de saber inconsciente, un camino, o muchos caminos distintos, para intentar conocer la verdad, y que a algunos les parezca que la han alcanzado, aunque no sepan cómo explicarlo.[2]

El «Todo» que Espinosa llama a veces «Naturaleza» y «Dios», tiene infinitos atributos de los que os hombres apenas podemos conocer dos; tal vez esos caminos que rompen la lógica puedan conducir a otras verdades, a una sabiduría mayor que buscaban Sócrates en Anaxágoras y Kant en Swedenborg.

Hay, en los pensadores profundos, como una vacilación, un movimiento pendular o una vibración entre la esperanza de conocer la verdad y el pesimismo del que se siente ignorante irredimible. Ripalda lo decía de Hegel, en su curso de Doctorado.[3]  Todos, hasta los que disponemos de fuerzas limitadas, los que se empeñan en saber más se estrellan contra ese muro del propio insensible, y le dan nombres, palabras de contenido fuerte como «Dios» o «Absoluto», pero ¿Qué significan?.

Hay una campaña de extraña propaganda mediática que dice que Dios no existe, y probablemente es verdad: ese «Dios» que imaginan es sólo eso, una imaginación[4] privada de la perfección que Espinosa atribuye a la existencia[5], pero el Dios-Todo, Esencia única de la Naturaleza, que propone Espinosa es innegable. Sólo tiene un inconveniente: No consuela. Porque el Dios espinosiano está libre de pasiones y «no ama a nadie ni odia a nadie«, como queda explicito en la Proposición XVII de la Quinta parte de le «Ética»[6]

Cuando el hombre intenta sacudir su desconsuelo inventa un dios y una religión basados en su experiencia vital y se arroja en brazos de la creencia. Y la creencia consuela. Cualquiera que sea el resultado de su imaginación el dios inventado es falso, pero ama. Y el innegable Dios verdadero es inasible. Para los que creen que todo se reduce a lo explicable, y esto es otra forma de creencia indemostrable, el Dios incomprensible no existe y los dioses de las creencias son una pura elucubración humana: Tienen su razón.

Pero el misterio subsiste. Quien no cree en «otra vida» cree en que puede disfrutar de ésta: «carpe diem«. Cree que vivirá mañana. Pero tarde o temprano morirá: «Los que disfrutan del mundo, como si no disfrutasen. Porque la apariencia de este mundo pasa[7]Y la conciencia del fin inmediato puede invalidar todos los goces pasados, como defiende Aristóteles en la «Ética a Nicodemo«. ¡Cuantas historias de moribundos arrepentidos se han oído!

Bien, tenemos un Dios en acto puro, por lo que no puede tener pasiones como amar u odiar, que crea, o mejor, que «es» el Todo[8] y todo es en Él, y el Todo contiene lo bueno y lo malo, y acto y potencia, y ser absoluto e inmóvil parmenideo y cambio continuo heracliteo. Es decir, fuera del tiempo y el espacio, pero comprendiéndolos a ambos, está el ser único cuya realidad es tan distinta de la que solemos percibir que más valía llamarla irrealidad. Esa existencia única y en bloque une al ser de Parménides y a la generación por emanación de Plotino, que no son más que dos intentos geniales de explicar la causa primera.

Así que el mundo no es el mejor de los posibles de Leibniz: es el único, punto. Posible e imposible al mismo tiempo. Y el mundo temporal algo necesario, sin el cual el Todo no estaría completo, sería imposible. Inexistente.

La necesidad de la existencia de cada ente que se pueda imaginar, en lo particular y humano, conduce al terror de la desaparición, pues, sin duda, en el Todo deben estar incluidos seres puramente temporales, que agotado su ciclo desaparecen. Pero los seres desaparecidos tienen su propia y extraña realidad. Desaparecer es un concepto puramente espacio – temporal, perder la apariencia, la manifestación sensible, pero después de atravesar la membrana final deben integrarse en el conjunto de seres que han superado la temporalidad. O sea que se integran en el Absoluto, son en el Todo, «van a la gloria», alcanzan el nirvana.

No se entiende nada. Esta especulación es sólo eso. Nada parecido es demostrable si no es en el mundo de la fantasía. Pero el prurito de no admitir más que lo demostrable reduce al hombre a su mínima dimensión: la terrena.

El Todo se comunica, es necesario que lo haga para ser, pero no parece que, para un «hombre completo», las religiones sean el único camino más apropiado para recibir esa comunicación. Puede que sean un camino, sobre todo cuando guardan la pureza de sus inicios. Tal vez no, especialmente cuando generaciones de hombres, de los talantes más diversos las han «tocado» y han engendrado liturgias difícilmente compatibles con el espíritu primigenio.

Se debe buscar en lo extraordinario, lo ordinario es simplemente ruido. ¿Qué fenómeno externo nos llama, nos habla de un mundo distinto del puramente material? ¿Que hay de ilógico en lo cotidiano?

Puede buscarse la primera manifestación de esa comunicación en el arte, entendiendo por arte la acción por la que se interpreta, de modo desinteresado un hecho vital, como la contemplación estática de un fenómeno en la pintura o un sentimiento interno intraducible de otro modo, como ocurre en la música, y «desinteresado» puede significar aquí «fuera de la influencia de lo material». Cuando el arte se comercializa deja de serlo.

La segunda característica del Arte es su capacidad de promover emociones estéticas en la generalidad de la humanidad: lo bello es «de todo tiempo y todo lugar» como defiende Kant en «La crítica del juicio».[9]

Pero hay algo más profundo que incluso puede explicar o fundamentar el fenómeno del arte. Dentro de lo incomprensible hay una realidad que alimenta la caldera de la inquietud: es el Amor en todas sus manifestaciones. Y el amor es el mensaje inaudible que habla del por qué. Lo malo es que no se entiende como la razón quisiera.

A poco que se profundice en la ética, sea de un modo formal o coloquialmente, aparece un conjunto de fenómenos, de causa desconocida y efectos múltiples, que se atribuyen a ese concepto difuso. Es el amor la causa del imperativo categórico kantiano. ¿Por qué debe ser una cosa buena si es deseable para todos? En desamor basta que sea deseable para mí. ¿Por qué cada hombre es un fin en sí mismo? y su corolario: ¿Por qué se asume que todos los hombres nacen iguales y libres?  ¿Por qué sacrificar una parte de los bienes propios para favorecer al prójimo? ¿Por qué proteger a los desvalidos? ¿Por qué se asume que el hombre es un «animal social»? ¿Por qué se ven exageradas las virtudes de la persona amada, y se obvian sus defectos? Todas estas preguntas, y muchas otras de los temas más diversos pueden contestarse pensando en algo que se incluye en el género Amor como causa.

El Amor mueve al hombre y mantiene a la sociedad, y probablemente la mejora y la mejorará. Pero el Amor no es la causa primera, hay algo oscuro que lo produce en todos sus grados y manifestaciones, desde la animalidad al heroísmo. Y ese algo es tan oscuro que no podemos sentirlo, ni pensarlo, ni comprenderlo.

Espinosa no llama «alma» a lo que otros filósofos entienden por «alma». Ni su Dios es un dios al uso. Pero su término «amor» habla de un amor profundo y distinto, más abstracto, pero claramente incluible en el concepto general que se maneja y también de una relación hombre-Dios basada en ese amor. Copio las proposiciones XIV, XV, XVI  y XIX de la Parte quinta de su Ética:[10]

«El alma puede conseguir que todas las afecciones del cuerpo, o sea, todas las imágenes de las cosas, se remitan a la idea de Dios».

Remitir a Dios es un esfuerzo.

«Quien se conoce a sí mismo clara y distintamente, y conoce de igual modo sus afectos, ama a Dios, y tanto más cuanto más se conoce a sí mismo y más conoce sus afectos».

Saber es amar. La sabiduría bíblica es la mayor de las virtudes.

«Este amor a Dios debe ocupar el alma en el más alto grado.»

Saber – Amar: Conocerse y conocer a Dios es el fin del hombre.

«Quien ama a Dios no puede esforzarse en que Dios lo ame a él.»

La sabiduría es gratuita. No debe esperarse nada a cambio.[11] El que alcanza el conocimiento no recibe ningún premio en lo espacio – temporal.

Es original la idea de amar a algo incomprensible sin esperar nada a cambio.

Indemostrable, como toda especulación, dejemos aquí la posibilidad de que sea el fenómeno Amor el modo con el que el Dios incomprensible se comunica, sea espinosiano o de otro carácter.

Tenemos un Dios conocible como presencia filosófica, pero inexplicable, que, tal vez, se comunica en las manifestaciones del amor, pero que no es el Dios que necesito: «… la existencia de Dios deja de tener significación en nuestra vida moral e intelectual…».[12]

La razón pregunta por el motivo. El dolor es más llevadero si se conoce su objetivo. El hombre en plenitud, no aturdido por la animalidad ni obcecado por el progreso material, necesita un Dios que no es el de Espinosa. Yo necesito un Dios que dé sentido a mi vida, e incluyo en mi vida todos cuantos males he podido conocer o sufrir. Un dios que me hable claramente, que se ponga a mi nivel, que ni calle ni me espante como a Moises[13]. Que abra mis oídos si están cerrados. Pero a ese Dios no se le encuentra, ni siquiera en la religión.

Dicen los afortunados que Él te encuentra a ti.

* * * Fin provisional * * *

 

 


[1] Arthur Schopenhauer.-  Lebensweisheit § 51 (Traducido por «Sabiduría de la vida» y por «El arte de vivir).-  «Alles, was geschieht, vom Größten bis zum Kleinsten, geschieht notwendig
[2] Días más tarde de haber escrito esto se me ocurre que esta actividad inconsciente de conocer y conocerse es un pálido reflejo de la actividad divina: una inteligencia pensándose a si misma. «y la intelección [del intelecto agente] es intelección de intelección«, Met. 1074b 21 – 34.[3] De 2008-2009

[4] Espinosa.- «Ética».- Apéndice a la primera parte.- «…imaginan y confunden imaginación con entendimiento…» .- .- pag. 102.- Alianza 2004.-

[5] No encuentro ahora la cita, pero Baruch está claramente a favor del argumento ontológico: La existencia es una perfección. La necesidad de la existencia de su «Dios», que es bien distinto del Dios al que se refieren los anuncios mediáticos, está defendida de un modo muy interesante en el «de otra manera» en la Proposición XI de la primera parte de le «Ética».- Edición mencionada pag. 56.-

[6] Espinosa.- «Ética».- pag. 402 de la edición citada.

[7] I Corintios 7, 31

[8] Sto. Tomás.-xxx.- «Deus est quodammodo omnia».- Summa Contra Gentiles Lib.3 Cap.109.- Citado por Kolakowski en «Si Dios no…» edición citada pag. 30.- Creo que la cita no es exacta.-

[9] No puedo precisar la cita de memoria.

[10] Espinosa.- «Ética».- pag. 401 y 402 de la edición citada.

[11] Parece interesante la connotación lejana con el budismo.

[12] Kolakowski.- «Si Dios no existe».- Tecnos 2007.- pag. 23.-

[13] Deuteronomio, 18,16.- «No vuelva yo a oír la voz de Jehová mi Dios, ni vea yo más este gran fuego, para que no muera.»

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