De profundis

«De profundis clamavi»… o «De profundis clamabo»[1]

«Desde lo profundo he gritado», o «Desde lo profundo gritaré»

Enrique Gippini

¡Qué pena no saber latín!

Las citas en la lengua original tienen como más peso y los trabajos de investigación serios dicen que deben hacerse en la lengua en la que lo investigado fue escrito. Por eso me dirán que nunca podré llegar a conocer, con seriedad, qué, cuando y como fue Schopenhauer. Pero si autónomamente valoro a los filósofos por lo que me han ayudado a sobrevivir, lejos, muy lejos de la academia, tengo que predicar que mi amigo Arturo está en la primera fila.

Y esa lejanía de la academia me entristece, con el sentimiento del navegante que abandona el puerto sabiendo que no lleva consigo todo cuanto quisiera y que la añoranza de lo olvidado será como un deseo permanente de volver, en la ilusión ciega de que, en la ausencia, todo haya devenido ideal. Pero consciente de que la perfección sólo tiene, «en el espacio y el tiempo, ese mundo real para el individuo«[2] una existencia aparente y onírica.

Leo el §35 de «El mundo como voluntad…» y escucho, más que oigo, la 6ª sinfonía de Tchaikowski. Y repito el final, el «Adagio lamentoso». Cuando lo escribo sonrío, porque esto es filosofar en multimedia, pero es una sonrisa un poco triste porque el sentimiento es personal, temporal e inútil. Los sentimientos del individuo no cambian nada externo. E, incluso lo interno sólo cambia un instante: el tiempo disuelve hasta aquello que sentimos como lo más sublime o lo más doloroso.

Pero hay un interior más profundo, probablemente aquel del que surge el grito prístino, el «clamavi», el «he gritado» de la humanidad entera que se refleja en el arte, en el arte verdadero, lejano a todo lo comercial: Si el grito tiene valor ya no es grito: es deseo de apropiarse el alma de otro, del dolor del artista.

No es arte lo que se aprecia sino lo que se produce desde el desconcierto y el dolor, muchas veces incomprensible, otras perdido, con un destino único desaparecer devorado por el tiempo, ni cenizas, ni recuerdo o, peor aún, convertido en moneda de cambio.

El §35 compara las figuras que dibujan las nubes, los remolinos del agua en un río caudaloso, las formas casi florales de los cristales de nieve, todos esos fenómenos exteriores, poco importantes comparados con las leyes que los ordenan y subyacen, los compara con los hechos del acaecer humano. Los sentimientos, las actuaciones, los hechos que parecen inmediatamente como los más importantes son meros accidentes efímeros: figuras/nubes, remolinos/río, cristales/hielo, pasiones/hombre.

El suave pesimismo del Schopenhauer joven se muestra aquí en la devaluación de lo personal: todo lo que «me» ocurre carece de entidad. Todo lo que afecta al gran artista o al pensador sublime son remolinos fugaces en la historia. Y su valor el mismo que el de los afectos del más humilde de los hombres: nulo. ¡Si Kant no hubiera vivido la humanidad no sería diferente!

Desde que Espinosa fijó su mirada sobre la realidad única, subyacente, hasta esta devastación de lo personal en Schopenhauer, el pensamiento occidental parece sujeto por una cadena a ese centro: la clara manifestación del Todo-Naturaleza-Dios en Espinosa, el oscuro trabajo del concepto en el Absoluto de Hegel, la Voluntad más allá del mundo del fenómeno, en el que «…no es posible una verdadera pérdida ni ganancia.«[3].

«Sólo la voluntad existe; ella, la cosa en sí; ella, la fuente de todos aquellos fenómenos. Su autoconocimiento, y la afirmación o negación que decida a partir de él, constituyen el único acontecimiento en sí.«[4]

Un paso hacia la negación de la libertad del hombre, reducido a la forma aparente de una nube.

Pero, culpable o no, errada o no, heterónomamente determinada o no, algunos hombres[5] disconformes con esa pasividad, tratan de acercarse a ese punto de anclaje: a la Verdad. Y, de acuerdo con Platón, como aconseja Schopenhauer, sólo atribuyen verdadero ser a las Ideas, y el mundo de las Ideas está fuera del tiempo.

Como un buceador, que no puede respirar bajo el agua, y, a pesar de ello, se esfuerza buscando un tesoro en el fondo, prescindiendo del tiempo, cuya ausencia nos destruye, tratamos y trataremos de llegar a conocer qué sea la Naturaleza, el Absoluto o la Voluntad y cuando no podamos más, desde lo más profundo de la individualidad gritaremos al Todo: De profundis clamabo ad te Domine.

Mayo 2009


 


[1] Clamo, clamas, clamare, clamavi, clamatum??? Clamabo, futuro imperfecto; clamavi, pretérito perfecto.

[2] «El mundo…»; «La idea platónica: el objeto del arte»; Trotta, 2004.- pag. 236

[3] Obra citada. §35.- pag 238.-

[4] Idem.

[5] Al menos algunos hombres. Decir «el hombre» podría ser anfibología.

Loading

Los comentarios están cerrados.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *