LOS MALOS LECTORES NO SABEN LEER NOVELAS DE AMOR

A más de uno  le gustaría  dejar de leer libros para siempre, al enterarse de que A. Hitler era un lector compulsivo.  Aunque de sobra sé que la culpa no la tienen los libros, sino todo aquello que obsesivamente vamos a buscar en los libros, todas aquellas ideas que se han vertido sobre el papel para envenenar al hombre y encender brasas de odio. Está claro que Hitler no hubiera necesitado poseer una biblioteca de 16.000 volúmenes para encontrar las ideas que le bastaban para dejar a millones de judios sin ideas. “Leer –decía en Mein Kampf- no es un fin en sí mismo, sino un medio para un fin”. Y es que parece ser que Hitler nunca leía por placer. Tendríamos que preguntarnos entonces por qué motivo leemos muchos de nosotros, habría que preguntarse sino hacemos como Hitler, que leía no para ilustrarse o para aprender, sino para confirmar los prejuicios que ya tenía. Porque a veces tenemos la impresión que hacemos con los libros lo mismo que con las personas con las que nos paramos a conversar, que no escuchamos para nada aquello que tienen que decirnos, sino que estamos escuchando más bien la réplica que ya le teníamos preparada,  incluso antes de que comenzase a abrir la boca. Y perdemos así la ocasión de aprender algo vital que sólo en ese momento podíamos aprender, y que a nosotros nos estaba destinado. Pero resulta que aunque, ciertamente, esté muy bien que leamos por el placer que una buena lectura nos pueda proporcionar, también es verdad que si sólo fuera por placer por lo que cogemos los libros, algunos de nosotros cogerían los libros por última vez para llevarlos a vender a una librería de lance, y cambiarlos por una entrada para algún prostibulo de esos que nos dan placer de verdad, y no un placer tan ficticio y soso como el que nos dan las buenas lecturas. Porque las cosas que nos dan verdadero placer no son más que dos o tres cosas, que además compartimos con el resto de animales. Así que yo me sigo haciendo la misma pregunta ¿Para qué leemos los lectores compulsivos y qué podemos hacer para ser menos compulsivos y mejores lectores? Desde luego, no leer tantos libros. Desde luego, leerlos mejor, es decir, hacer una buena selección. Y desde luego, de ser posible, leer los libros juntos, cómo hacían nuestros primeros padres culturales cuando se encontraron con los primeros libros, que aunque eran casi materialmente irreproducibles, porque había que manucopiarlos hasta la extenuación, se iban reproduciendo a la vez en las distintas conciencias por el mero hecho de que algún maestro, o algún buen lector, iba reproduciendo la lectura de viva voz ante la atenta escucha de los lectores. Es decir, que deberíamos ser mejores auditores que lectores. Dicen ahora en la prensa que Hitler era un mal lector, que en realidad odiaba tanto los libros que lo que quería de verdad era quemarlos todos. Resulta que cuanto más odia un hombre a la humanidad, más se ama ese hombre a sí mismo. Pero ese amor resulta ser el orgullo tonto con el que se ama el diablo –y que se entienda este lenguaje teológico sólo en una medida metafórica-. En realidad, Hitler odiaba tanto a la humanidad, que quería quemar todos los libros que poseían los otros hombres, para dejar incólume, en un principio, nada más que su propia biblioteca de 16.000 volúmenes. Más tarde, se hubiese dado cuenta de que en su propia biblioteca también se encontraban libros deleznables, tal vez escritos por judios o negros o arios renegados, y hubiera acabado por hacer un severo escrutinio. Finalmente, hubiera dejado nada más que esos pocos libros que de verdad encantaban a Hitler, libros de esos antisemitas en lo que mamó sus grandes  ideas renovadoras, libros como “el judio internacional” de Henry Ford o “la amoralidad en el Talmud”, y donde encontraba ya, genialmente formuladas, todas las bastardas razones que le sobraban para exterminar judios; dejaría seguramente esas obras repulsivas racistas donde encontraba los más lúcidos argumentos para raer de la tierra todas las razas habidas y por haber,  que, por el mero hecho de exitir, insultaban a la raza a la que pertenecía, como si todas las razas no fueran más que un crisol de las otras razas. Dejaría esos libros esotéricos y llenos de ocultismo, supongo que porque ya adivinaba que los hombres diabólicos como él no pueden llevar a cabo sus siniestros designios más que por conductos tortuosos ,y a través de secretas hechicerías, ocultándose a la luz de los demás hombres, y por medio de pactos satánicos por los que media humanidad acaba volviendo loca a la otra media humanidad ciega y muda. Pero los que son capaces de amarse a sí mismos con esa soberbia satánica, con ese orgullo ridículo y despiadado, son incapaces de dejarnos más libros que aquellos que han escrito ellos mismos. Se adivina ya cuál hubiera sido el destino de A. Hitler si el imperio nazi hubiera llegado a conquistar la tierra. A. Hitler hubiera acabado quemando todos los libros de los hombres para acabar salvando de la quema nada más que el “Mein Kampf”; luego, por medio de un pacto satánico, que habría aprendido en alguno de los libros que todavía le quedaban en su biblioteca, tal como el de “Magia: historia, teoría y práctica”, hubiera invocado al diablo y le hubiera  entregado su libro para que lo sustituyera por la Biblia o el Coran y, finalmente, cuando ya hubieran ardido todas las bibliotecas en la tierra y el “Mein Kampf” hubiera ardido en el infierno, A. Hitler hubiera quedado entronizado como el único superviviente humano de una raza exterminada por él mismo, como el hombre más idiota y ridículo que ha pisado la tierra. Y sería también una pena que el último hombre hubiera sido también el peor hombre, el más siniestro y el que nos hubiera representado a todos, por haber permitido que los tontos y malos sean los que al fin hereden la tierra. “¿Cómo deben leerse los libros?”, entonces. La verdad es que si estoy ahora escribiendo esto, es porque me interesa saberlo, y porque yo sé que soy un mal lector y también sé que no tengo la respuesta, y por eso dejo aquí la pregunta que me gustaría responderme algún día. Algún día alguien debería escribir un libro que se titulase así, un libro que nos dijese cómo se deben leer bien los libros, y que nos enseñase, incluso, a huir de muchos libros, y a evitar el convertirnos en lectores compulsivos. Tal vez, pienso, el buen lector, es un lector que lee poco. Intuimos que es un lector que lee poco, pero que lee bien, un lector no analfabeto, un lector que de verdad saber leer con amor. Quizas lee muy poco, pero a diferencia de Hitler, que era un lector muy compulsivo, ama lo suficiente a los otros hombres para saber que no puede quitarle el tiempo que debería dedicarselo a ellos. Tal vez sea un lector que comprenda que ha de pasar menos las manos por los lomos de los libros, y más por las agobiadas espaldas de los hombres; levantar más la vista de esos hipnóticos pictogramas del alfabeto y poner a pasear la mirada por el mundo con la misma pasión y amor con la que hemos amado algunos buenos libros. Tal vez comprenda ese buen lector que el mundo que está en los libros es un mundo que ha campado antes fuera de los libros, y aunque el mundo de los libros es un mundo que vale la pena conservar, no olvida que sobre todo es el mundo que habitan los otros hombres, el mundo que es necesario proteger de esos malos y compulsivos lectores que se dedican a leer los libros para luego cargarse el mundo. (postdata: me alegra enterarme, por medio de una agenda filosófica ubicada en Internet, que una tertulia de Madrid va a dedicar una lectura en común nada menos que a un libro de Fichte, que era uno de los autores que tenía Hitler en esa biblioteca, aunque el periodista que escribe el artículo en “El País” nos avisa que “pese a lo que hacía creer, Hitler leía poco a Nietzsche, a Schopenhauer –cuyo nombre escribía mal- o a Fichte”. Más bien los debió leer poco y mal, porque estoy seguro de que, de haber leído bien lo que tenía que haber leído, no hubiera hecho mal lo que tenía que haber hecho. Así que tal vez ocurra eso que algunos hombres han pensado, que una buena lectura a tiempo puede cambiar para bien el curso del mundo, o cuando menos, y para ser humildes, el curso de nuestras propias vidas).

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2 respuestas a “ LOS MALOS LECTORES NO SABEN LEER NOVELAS DE AMOR ”

  1. Pobrecito hablador dice:

    Pido disculpas al buen lector que acude a este artículo con la esperanza de descansar de su aciaga jornada y se encuentra con un texto todavía más aciago, escrito en un sólo párrafo y que nos acaba agotando con sólo mirarlo. Este texto tendría que estar dividido en cuatro párrafos que le darían una ilación lógica distinta, otro ritmo, otro aire, otra presentación, no tanto atrevimiento ni desmesura. En fin, que uno toca la tecla editar ya un poco temblando, sin saber que es lo que va a respetar el editor. Menos mal que en vez de recortar párrafos, se dedica a unirlos. Y es que las censuras me dan mucho miedo. Mejor estar muerto que vivir sin aliento. Y el aliento humano resulta que está hecho de palabras.

  2. Pobrecito hablador dice:

    Perdón. Me gusta que las cosas queden puntillosamente claras. He dicho editor y no administrador, que bastante tiene el pobre administrador en soportarnos a todos en esta casa de chiflados. Con el editor cibernético ya ajustaré cuentas algun día, a base de palos.

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